Mi odiado vecino.
Prólogo
Inquilino del 2º 2ª
Nunca imaginé a lo que me enfrentaría cuando me mudé desde mi pequeño loft a las afueras del pintoresco pueblo catalán de Vilafranca del Penedés. Los motivos que me habían llevado desde Barcelona, mi ciudad natal, hasta aquel lugar no son ahora mismo relevantes. Mis razones tuve y acabé percatándome de que fue un grave error.
El edificio al que me había mudado se encontraba en la capital del país, Madrid. Tiene a cinco minutos caminando una parada del metro, así que está perfectamente ubicado. No tengo dinero para comprarme un buen automóvil con el que ir a los sitios, además mi trabajo se encuentra en una zona bien céntrica y aparcar allí es misión imposible.
Pero este no es el motivo de mis quejas, no señor. Podría haber aguantado tener que caminar cinco minutos al día, soportar unos quince-veinte minutos de trayecto en metro, incluso repetir todo eso para volver al piso. Después de todo, me había salido bastante barato y venía amueblado. En aquel momento no pude pensar en nada más que pedir.
Entonces conocí a mi vecino.
Bueno, conocer es un término bastante inapropiado. Realmente nunca me he encontrado cara a cara con él. Y digo "él", porque sé su nombre. No porque lo haya mirado en el buzón, no. El motivo por el que lo sé es una de las razones que me lleva por el camino de la amargura. Qué cojones le pasa a ese hombre es todo un misterio. Lo que está claro es que no descansa ni una maldita noche. Entre las once y la una, la puerta se abre, se escucha el rumor de gente hablando (normalmente una voz más aguda y otra más grave. Aunque a veces son dos voces graves y, creedme, eso no mejora las cosas) y poco a poco se van apagando hasta que, inocentemente, pude pensar que la cosa se terminaba ahí y yo sería capaz de conciliar el sueño.
¡Qué gran desilusión! No pasaban demasiados minutos hasta que las voces se volvían a oír, provenientes del piso contiguo, jadeantes. Y a veces decidía irme a la cama para ver si desde allí se escuchaba menos. Pero, como si supiera que me he cambiado de estancia, el vecino y su acompañante se movían hacia la misma habitación contigua y seguían con sus jueguecitos. Poco pudor tenían ya que sus voces solían elevarse más y más y un nombre resonaba entre esas paredes y se adentraba en las mías.
"Francis, Francis, ¡Francis!"
Odio a Francis. No le conozco, pero le odio. Por culpa del puterío que se trae, no puedo dormir hasta que al señor le da la gana. Encima, según la noche, después de tanto folleteo que se traen, no puedo evitar sentirme caldeado. ¡No soy de piedra! ¡Al fin y al cabo soy un simple hombre!
Para rematarlo, el muy desgraciado no para aunque yo dé golpes en las paredes para alertarle de que sus gemidos molestan a los demás. Es más, se esmera en hacer que su pareja grite más fuerte. Entonces me harto, voy hasta la cocina, tomo la escoba y la golpeo insistentemente contra la pared. De hecho he pintado ese trozo de pared ya en tres ocasiones y he desistido. Ahora tiene unos bonitos (por describirlos de algún modo) lunares negruzcos del palo de la escoba.
Esta es mi vida en casa, interrumpida por las noches por el señor Francis y sus diversos amantes.
Inquilino del 2º 1ª
¿Cuántos años debe hacer que me vine a vivir a este piso? El tiempo pasa volando y si no fuera por mi acento francés, que se niega a marcharse a toda costa, cualquiera podría pensar que he nacido en España.
Bueno, vale. Quizás no. Cabellera rubia larga, ojos azules y un cuerpo de infarto. Suelen confundirme con un extranjero que no habla ni un mínimo de español, esa es la verdad. Aún recuerdo el día en el que decidí que me mudaría a España y lo mal que lo pasé al no tener apenas conocimiento del idioma. ¡Pero esa es otra historia y me niego a contársela a nadie sin tener antes una buena cita! Después de todo, yo soy el mejor amante que alguien podría desear.
El caso es que era un lugar bien situado, un precio aceptable y sin vecinos por el momento. El sitio ideal al que traer a mis ligues de vez en cuando. Porque no era algo que hiciera siempre. Con la variada lista de gente con la que paso la noche, no puedo arriesgarme a que alguien decidiera vengarse incendiando mi casa.
Y un día, de repente, había un felpudo en el número dos. Llegaba a casa del trabajo, cansado y con la corbata del traje medio aflojada, y en un momento en el que desvié la vista me fijé en que una alfombrita redondeada con forma de tortuga y con la palabra "Bienvenidos" estaba delante de la puerta. Estuve tentado a ir, llamar y ver quién se había instalado. Después recordé con mal humor los problemas que había tenido en el trabajo y pensé que suficiente había hecho por ese día.
El rumor de otra persona al otro lado de la pared se hizo una variable constante. El sábado siguiente, yo dormía plácidamente después de haberme acostado a horas intempestivas cuando un sonido que me retumbó por la cabeza casi con eco me desveló. ¡Una guitarra! ¡Una maldita guitarra! Está bien, eran las 12, hora en la que hubiera sido normal hacer ruido de no ser porque yo seguía con resaca y deseaba dormir más.
Y eso fue ocurriendo semana sí, semana también. A veces ponía la televisión bien alta durante la tarde y era imposible concentrarse en cualquier cosa que estuviese haciendo. ¡Encima le molestaban mis ligues y se dedicaba a aporrear la pared! Jah. Como si eso fuese a lograr que me detuviera. El sexo es sagrado. Nada, absolutamente nada, interrumpe ese momento de placer.
Yo también sé "tocar la guitarra" y por tocar la guitarra léase adentrar "mi guitarra" en una funda diferente cada noche. ¿Por qué tiene que quejarse él? Bien que yo no me quejo cuando se pone a tocar rumba con ese instrumento diabólico. Ojalá supiera dónde lo tiene para poder quemarlo hasta que no quedaran ni las cuerdas.
Como también odio cuando hay partido del Madrid y mi "estimado" (por no usar palabras muy despectivas que me harían sonar poco galán) vecino pone el volumen casi a los mismos decibelios que sufriría si estuviese en ese maldito estadio.
Y mira que no suelo ser tan cerrado y siempre pienso que cada persona, a pesar de sus defectos, tiene su encanto. Pero con este hombre no lo creo. Seguro que mi vecino debe ser un hombre bien entrado en su cuarentena, con barriga cervecera y medio calvo que está viviendo la mayor parte del tiempo solo porque su mujer y sus posibles hijos le han abandonado. ¡Y aunque no fuera así, seguro que no lo aguantaría! Que deje de quejarse. ¡Y no me estoy quejando! Y si lo estoy haciendo es porque tengo motivos de sobras.
Lo tengo muy claro, no voy a ceder y lograré retornar a la utopía que tenía antes de que ese hombre se mudara al piso contiguo. Como Francis que me llamo.
Y este es el prólogo de mi nuevo fic AU. Por supuesto, será Francia-España porque ya sabéis que este es el rollo que me va. No tengo mucho que contar, la verdad. El próximo capítulo ya será, eso, un capítulo. XD El prólogo es muy enano y trataré actualizar con el primer capítulo pronto.
Un saludo a todos.
Miruru.
