Treinta segundos son suficientes.
Advertencia: OOC ligerito (?), AU y relaciones homosensuales* ―Se va a seguir pecando en su esquinita infernal―.
Prólogo: Custard.
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Los pasos de Marshall por el pasillo resuenan en las paredes recubiertas de anuncios y papeletas de colores chillones. Sus manos se encuentran escondidas tras los bolsillos rotos de su pantalón oscuro mientras camina con toda la naturalidad del mundo. Marshall vive cansado, cansado hasta de estar cansado. Cuando la oficina de la directora se encuentra frente a él, saca con pereza una mano para empujar el cristal y entrar arrastrando los pies; ella odia que la gente arrastre los pies.
—¿Me ha mandado llamar?
Ella esperó con serenidad que él se sentara frente al escritorio, enseguida del otro muchacho presente. —Sí, señor Lee. Le he llamado hoy precisamente que es la entrega de calificaciones para los alumnos de tercer año. Supongo que sabe entonces el motivo por el que está aquí.
Suspirando teatralmente, se desparramó en la silla sin gracia alguna, tras escuchar las noticias. ¡Oh, qué mal! Cerrando sus ojos con pereza, esperó a que ella agregara algo más o le diera la boleta con las calificaciones. —Entiendes que es el último año ¿verdad, Marshall? Significa que no puedes continuar perdiendo el tiempo y tienes que intentar promediar, llevas dos años repitiendo, y para cuando cumplas los 21, ninguna universidad va a aceptar tus cartas por más que la escuela trate de ayudarte.
—No creo que realmente le interese, directora. Si sigue aquí es por su falta de voluntad.
Hasta ese momento Marshall fue consciente del espécimen que estaba enseguida de él. Ataviado con un conjunto de negro y rosa, el presidente del consejo estudiantil, Gumball, se mantenía estoico, con la espalda recta recargada sobriamente en la silla y la pierna cruzada elegantemente. Sucede que Gumball y Marshall son dos géneros muy distintos escritos por los griegos en su época de máximo esplendor. Marshall ríe tragedias por sus ojos del color de la sangre y su exótica piel morena llena de perforaciones y un par de tatuajes que las musculosas no se preocupan por ocultar. Gumball llora alegrías por sus labios rosáceos y piel tan blanca que al primer contacto con el sol adquiere un suave color melocotón. Mientras Marshall es un chico de la calle que vaguea y no le importan sus estudios; Gumball desciende de la familia real de Liechtenstein, dotado de inteligencia y encanto.
—Princesa, no vale la pena que te preocupes tanto por mí.
Sucede que así como son dos géneros opuestos, ellos se odian.
Marshall no recuerda con exactitud cuándo fue que comenzó todo aquél odio descarnado, pero fue seguramente cuando ambos comenzaron a asistir a la misma preparatoria hace más o menos tres años. Gumball ni siquiera se inmutó por el mote, Marshall sabía que estaba completamente acostumbrado a que se burlaran de él en el instituto, el pobre chico le daba pena a veces, a pesar de su posición parecía que nadie le respetaba o le tomaba en serio.
—Señor Lee, ya que está aquí y parece tener un buen humor. Me gustaría anunciarle que la institución ha tomado medidas y le asignará como tutor al señor Gumball, con el fin de que los próximos exámenes que se presentarán sean aprobados por usted, por lo que resta del curso. Tal vez quede una esperanza.
Y giró el rostro de manera casi paranoica a la voz que había dicho eso. Con la mandíbula desencajada intentó procesar la información de la mejor manera posible. ¿Cómo se suponía que compartiría con Gumball algo más que la antipatía mutua? Exhalando el aire fuerte y ruidosamente, se encogió de hombros tras la voz de la directora que les pidió retirarse del lugar. Sin esperar un segundo salió disparado de aquel cuartucho y se encaminó por los pasillos mientras berreaba inconforme con el giro que había dado aquélla conversación.
—Marshall Lee.
Hasta que tuvo que girar sobre sus talones al escuchar a Gumball llamándole, Marshall intenta ignorarlo. Apoyando todo su peso en una pierna, esperó a que el chico llegara a su lado, con el ceño fruncido. Gumball era algo así como un ave majestuosa, reina plumífera que donde pisaba sembraba un olor dulce característico de su sangre privilegiada. —Sólo quiero sepas que estudiaremos dos horas cada día, te haré una introducción detallada de los temas que repasaremos y te dejaré ejercicios que podrás completar tú en casa; deberás traerlos a la escuela al día siguiente para…
—Te estás tomando esto muy en serio, princesa.
A Gumball la cabeza comenzaba a martillearle por ese mote.
—Es algo serio; me lo ha pedido la directora.
Marshall sentía que una úlcera iba a reventársele.
—¿Entonces lo haces sólo porque la directora te lo ha pedido, princesa? ¿No te basta con ser el lameculos de los profesores sino que también lo serás de la directora? —una sonrisa cruel se asomó por sus facciones morenas, después de golpear con la palma de la mano la pared tras Gumball, acorralándole mínimamente contra los casilleros y su cuerpo—. Relájate, princesa, no me interesa si quieres ayudarme o no.
Gumball no podía creer aquél tono de voz dirigido a su persona.
—¡¿Cómo te atreves a llamarme de esa manera?! Soy un príncipe, puedo hacer que te expulsen de aquí en cualquier momento.
—Y yo soy el jodido rey de esta escuela, así que comienza a tratarme como uno. —sonriendo con soberbia, dos de sus dedos fueron al mentón del chico y lo acariciaron, tan blanco y suave como era, forzándolo a verle de cerca, haciendo que sus narices se rozaran y el aliento le faltara a Gumball—. Puedo perdonar tu insolencia ahora mismo si te hin…
Más no alcanzó a terminar su exclamación cuando el chico lo había empujado con un golpe directo al estómago. Gumball normalmente no perdía los estribos; estaba orgulloso de poder decir que era una persona pacífica y que odiaba los conflictos de cualquier tipo. Era ese porte sobrio y el exquisito acento europeo el que volvía loco a Marshall de rabia. Lo único en lo que podía pensar cuando lo veía era en destrozarlo hasta que se arrastrara a él completamente humillado y le pidiera perdón. Gumball era tan hermoso como letal y lo sabía, por eso era que se regodeaba de manera inconsciente de su sangre privilegiada y título nobiliario.
—Deja de llamarme princesa o lo vas a lamentar.
Y tras aquello, pasó de largo a su lado, hacia los salones donde los alumnos comenzaban a salir uno tras otro en manada. El viernes era el día más esperado por ellos y ninguno quería desperdiciar el tiempo tras aquellos muros. Cuando Fionna se acercó a Marshall para comentarle algo, un tipo robusto del equipo de americano pasó empujando a Gumball a quien la cabeza le estaba matando y sentía unas náuseas terribles.
—Fíjate por donde caminas, maricón de mierda.
—Fíjate tú, cerdo analfabeta.
Gumball pecaba de (demasiadas cosas) una lengua filosa y tenaz. A Marshall este hecho no sabía si le agradaba o le volvía loco del coraje; con tanto bullying que el consejero estudiantil recibía a diario hasta por las cosas más sencillas de la vida, el que se quedara callado no era una opción. Pero coincidía de la misma manera que en cualquier momento alguien le iba a dar una paliza a ese bonito rostro que tenía si seguía diciendo ese tipo de cosas. Dicho y hecho, Marshall tuvo que acercarse sigiloso al sujeto que ya comenzaba a tener las venas de la frente saltadas por lo que Gumball había dicho. Incluso le vio alzar el puño y a Gumball incólume frente a él.
—Ya relájate, Bryan, tanto maldito esteroide te está inflando el cerebro.
—Cierra la puta boca, Marshall.
—Cierra tú tu puta boca o todos sabrán que en la fiesta de Daisy ingeriste marihuana.
A Bryan los colores se le fueron del rostro antes de gruñir como una bestia enjaulada y pasar de largo. Te salvaste esta vez, perra pensó al ver a Gumball allí con los brazos cruzados sobre el pecho con una ceja alzada como si le estuviera retando. Marshall sabía que Gumball nunca retrocedía a nada, tampoco le tenía miedo a los golpes o a los insultos, pero no era rival para alguien en esa institución.
—No necesito que me defiendas, Marshall Lee.
—Sí, de nada, nos vemos mañana, princesa.
Y tras despeinarle el cabello, Marshall volvió con Fionna a quien tomó por los hombros para salir de la institución en dirección a su automóvil para volver a casa. Gumball terminó con el cabello cayendo rebelde a su rostro y la mente contrariada, caminando en dirección a su casillero para vaciarlo por ese día.
¿Les ha pasado que experimentan una situación que les parece inverosímil y muy a su pesar, no les queda más que, asumirlo?
Estúpido destino.
Este fic está escrito especialmente para Mingo, mi neechan con quien desarrollé la idea hace un par de meses y, tras leerla, el ship me golpeó en la cara para que escribiera de él X'D la historia irá evolucionando de manera lenta, por lo que contendrá una buena cantidad de capítulos. Espero sus comentarios, nos vemos en el próximo capítulo, chiquitines.
