Emma Swan
El timbre sonó… debía ser la quinta vez. Abrí los ojos con desgana. El reloj de la cocina marcaba las dos de la tarde. Aparté un cartón de comida china que tenía bajo la rodilla y lo tiré con uno de los múltiples montones de basura que había cerca de la cama. Me incorporé, con desgana, y me miré en el espejo.
Un rostro avejentado me devolvió la mirada. Los ojos enrojecidos que ya parecían una característica de la que no podía librarme. El cabello revuelto, la chaqueta del chándal manchada de salta teriyaki… Sí, aquella mañana estaba bastante pasable. Me acerqué al váter, haciendo amago de vomitar… pero no, aquella vez no.
Pensaba que después de dejar la bebida no volvería a tener aquellos problemas. Pero la comida china de bajo presupuesto era tan dañina como el ron o incluso más. Me sujeté el estómago de mala manera y aguanté la arcada mientras me dirigía a la salida.
_ Mierda._ Dije, como saludo.
La mujer que había tras la puerta se llevó los dedos al puente de la nariz. Mary Margaret Blanchard, mi madre biológica… y nada más. Estaba al otro lado de la puerta, con los brazos cruzados, expresión de impaciencia y por supuesto una clara repulsa a dar un paso más hacia adelante y mancharse su caro traje.
_ Has vuelto a olvidarlo._ Fingía molestia, pero estaba claro que estaba disfrutando aquello.
_ No… me dijiste que mañana._ Le espeté, mirándola con el ceño fruncido.
_ Correcto. Te dije recordé que sería en dos días… hace dos días._ Se cruzó de brazos._ Una vez más. Así no, Emma.
_ Tengo derecho a verle dos veces por semana._ Le recordé, apretándome contra la puerta.
_ No si no reúnes las condiciones apropiadas, Emma._ Remarcó mi nombre._ Y no las reúnes. Podría haber cristales en esa maraña de ropa y restos de comida china que tienes por salón. Ya sabes de qué cristales hablo.
_ Sabes que lo he dejado._ La reté._ Maldita sea, Mary Margaret. Es mi hijo.
_ También es mi nieto. Y tal como dijo el juez "Emma Swan sólo mantendrá sus derechos de la custodia compartida si mantiene unas condiciones de vida aptas para su hijo."_ Recitó._ No creo que al juez le pareciera que el piso de yonki que aún tienes sea apropiado.
Cerré el puño y lo apreté contra el quicio de la puerta.
_ Te odio._ Le espeté, con la voz envenenada.
_ Y yo a ti, Emma._ Me recordó._ Eres una desgracia, y tienes exactamente lo que te mereces.
_ Vete a la mierda._ Se lo grité.
_ Como te he dicho, Emma… no tengo intención de entrar en tu piso._ Sonrió, aquello había sido incluso más infantil que mi arranque._ Nos vemos en dos semanas… Me encantará volver a recordarte por qué no puedes ver a mi nieto.
Cerré la puerta de un portazo. Si aquella mujer hubiera sido algo parecido a una madre para mí… bueno, quién sabe, quizá hubiera sido peor que criarme en el orfanato. Me senté en el sofá y noté cómo las lágrimas me quemaban el rostro.
La odiaba. La odiaba con todo mi ser. Me había abandonado en un orfanato y ahora me quitaba a lo único que tenía que podía darle cierto sentido a mi vida, mi propio hijo. Metí la mano bajo el sofá. Había muchas cosas que había perdido, pero siempre sabía dónde se encontraba aquello.
Era una petaca con el grabado de un lobo sobre su superficie. Acaricié lentamente ese grabado y agité la petaca. El whisky de su interior danzó, en mi opinión alegremente. Abrí la botella y me la acerqué a la nariz. Pude aspirar el aroma que contenía.
Emití un largo suspiro, negué con la cabeza y volví a cerrarla. No, no podía rendirme ahora, después de lo mucho que había estado luchando por dejar eso atrás. Pero fui demasiado débil, una vez más, para tirar el contenido. Volví a colocarla debajo del sofá y volví a la cocina, tenía que prepararme el desayuno.
Regina Mills
Eran las seis y cuarto. El despertador había empezado a sonar, aunque lo cierto es que hacía rato que yo estaba despierta. No lograba dormir. Como una autómata, me puse en pie y me dirigí hacia el baño. El agua caliente me dormía y me despertaba a ratos. No fue hasta que saqué la taza de debajo de la cafetera y le di un buen sorbo a la taza de café que llegué a sentir que estaba despierta. Me dediqué una mirada en el espejo. Me coloqué el pelo y me aseguré de que mi maquillaje estaba bien.
Cogí el bolso y sin perder más tiempo me dirigí a mi Mercedes. Suspiraba, casi soñando con una posibilidad… una esperanza que, como de costumbre, no llegó a cumplirse. El enorme atasco de las calles de boston me devoró de la misma forma en que lo haría un depredador con un indefenso animalillo.
Me dejé caer sobre el asiento mientras suspiraba largamente. Tenía una reunión a primera hora… y sí, tenía tiempo, pero me gustaba llegar una hora antes para preparar mi planteamiento, mi estrategia. Dejé caer la cabeza sobre el volante… que ganas tenía de gritar.
Emma Swan
_ Me llamo Emma Swan y soy Alcohólica._ Recité. Había pronunciado esas palabras demasiadas veces.
Al principio aquel grupo de apoyo había sido una condena, en el sentido literal, pero había aprendido a valorar lo valioso que era poder compartir mis problemas e inseguridades con alguien que pudiese entenderlo.
_ Hola, Emma._ Contestaron al unísono.
Suspiré, sonriendo un poco. Que quisieran escuchar mis problemas una vez más, a pesar de que siempre les repetía la misma cantinela… era un gran alivio.
_ Cada vez que me niega verle… me siento más cerca de la botella. Esta mañana estuve a punto..._ Susurré._ Parecía la solución más fácil. Pero llevo ya… tres años… sin meterme esa mierda… sin beber.
Hice una pausa.
_ Pensé que podría conseguir algo… no sé, avanzar. Y sigo exactamente en el mismo punto. Y no… no logro moverme… estoy atascada. Hoy cumplo veintiocho años y siento que sigo siendo la misma que hace diez años… Siento que estoy condenada.
_ Emma..._ Mi supervisora me puso la mano en el hombro.
_ Se me pasará. Es sólo que estoy triste por no ver a Henry.
Regina Mills
_ Suficiente._ Ivy dio un respingo. Sabía que había hablado de más.
Mi ayudante era una mujer aún joven, inexperta. Que se me quedó mirando cuando le clavé la mirada. Me puse en pie y me la quedé mirando, me dio la impresión de que temblaba un poco, confieso que eso me resultaba agradable.
_ No me importa lo que hicieran Versace o Armani._ Le espeté, señalándola con el dedo. _ Esta es mi colección de verano y voy a centrarme en mis diseños. Mis inspiraciones no tienen que depender del trending, o de la colección más popular que haya en tu línea de Twitter.
_ Pero… señorita Mills._ Se mordió el labio._ Usted tiene que entenderlo, los accionistas se preocupan y yo no puedo contenerlos.
_ Me parece una forma muy enrevesada de decir que eres incapaz de hacer tu trabajo._ Hice el amago de golpear la mesa, pero finalmente dejé la mano con delicadeza._ No me hagas plantearte despedirte.
Lo admito, ver aquella gota de sudor frío bajar por su frente hasta perderse por uno de los laterales de su nariz era divertido. Sabía bien que Ivy no quería volver a la casa de su madre, que la trataba como si no valiese nada. Le dolía demasiado tener que darle la razón una vez más, y yo lo sabía.
_ Haz tu trabajo… controla a esos ricachones...Yo tengo que diseñar._ Dije, mientras me ponía a dibujar patrones.
La jornada de trabajo fue productiva. Firmé un contrato con Blanchard y asociados y conseguí una promoción para la colección de otoño. Me quedé hasta tarde ultimando detalles. Era Jueves y estaba emocionada ante la idea de poder salir más temprano el viernes y DORMIR. Sí, con mayúsculas, necesitaba reestructurar mi horario de sueño.
Emma Swan
Salir al parque siempre me animaba. No es que fuese un bosque pero, en cierto sentido sí que sentía que me acercaba un poco a la naturaleza o al menos me alejaba del más que terrible piso en el que vivía. Me senté en un banco y me quité la gorra, dejándola a un lado. Me dolían los ojos.
Un sonido metálico me llamó la atención. Alguien acababa de tirar una moneda en mi gorra. Un cuarto de dólar. Alcé una ceja inquisitiva y miré a la mujer que lo había hecho. De mi misma altura, morena, vestida de traje y con un pequeño tacón. Se le olía el dinero a la legua. Me costaría días encontrar algo que tuviéramos en común, de eso estaba segura.
_ Disculpe…_ Se giró._ Creo que esto es suyo.
Regina Mills
Lo cierto es que era partidaria de la caridad. Y aquella muchacha me había dado bastante pena. Le habría dado más, pero no llevaba nada suelto salvo aquel cuarto de dólar. Cuando me detuvo, pensé que se atrevería a pedirme más… pero todo lo contrario. Parecía querer devolvérmelo.
_ No soy ninguna vagabunda._ Prosiguió._ No quiero su dinero.
_ ¿Acaso le extraña que lo pensase?
Me mordí el labio. Hablé sin pensar. Aquello había sido cruel. La mujer mostró una sonrisa lastimera.
_ No, no me extraña._ Dijo, fría, aquello le había dolido._ Es más, me quedaré la moneda.
_ Oiga yo…
_ No se moleste._ Me dijo, dándose la vuelta._ No quiero oírlo.
Bufé y le di la espalda. Tampoco tenía que darle explicaciones. Probablemente no volviese a ver a aquella mujer.
Emma Swan
Cuando por fin parecía que mi día podía mejorar un poco, aquella mujer me había llamado vagabunda a la cara. Maldita desgraciada. Seguro que se pasaba las tardes en su club de campo de la mano de un marido rico. Estaba más enfadada que nunca.
No dejaba de darle vueltas a aquel cuarto de dólar. Sí que necesitaba dinero. Pero el escaso orgullo que me quedaba no me permitía quedarme con aquella infecta moneda. Había estado dando vueltas al parque, moviéndome sin pensar, simplemente intentando evitar volver a encontrarme con la morena.
Fue entonces cuando la vi. Una fuente adornada con ángeles, de mármol blanco. No es que fuese de las que creen en deseos… pero era una forma como otra cualquiera de deshacerse de la moneda. Así que me encogí de hombros y la lancé directamente contra la fuente, de mala gana.
_ Ojalá esa niña rica supiese lo que es estar en mis zapatos._ Dije, mientras me apartaba.
Bueno, eso me había hecho sentir un poco mejor. Ahora lo único que me apetecía era coger la cama, porque de lo contrario acabaría cayendo. Sólo necesitaba dormir… dormir un poco.
Regina Mills
La misma cantinela de cada noche. Una cena escueta, ponerme el pijama y tratar de dormir… sin éxito. No entendía qué me pasaba, pero me sentía… vacía. Eso era lo que me encontraba. ¿No estaba disfrutando de mi vida, acaso? Era la modista más importante de Boston, y tenía vistas a ir a París en no demasiado tiempo. Siempre había sido mi sueño… lo había cumplido y aún así, tenía ese terrible desasosiego.
Estaba mirando el móvil, cuando sentí el sueño llegar como un golpe. Lo agradecí. Por una vez iba a poder dormir al menos seis horas y quince minutos. Cerré los ojos y me entregué a los brazos de morfeo.
Emma Swan
Me despertó un sonido que parecía sacado del infierno. Un sonido agudo que recordaba a un gato afilándose las garras con un pizarra. ¿Qué clase de monstruo se ponía eso de tono de despertador? Yo, no, desde luego. Ni tan siquiera me di cuenta de qué móvil estaba desbloqueando cuando lo hice.
Cuando me puse en pie y pude dar dos pasos sin tropezar con un montón de basura, me di cuenta de que no estaba en mi casa. Me asusté… aún más cuando escuché la llave girar. Alguien estaba entrando. Me acusarían de allanamiento, vuelta a la cárcel y podía despedirme de Henry sin remedio.
Actué deprisa e hice lo primero que se me ocurrió. Abrí la puerta junto a mí de lo que parecía ser el baño, y me encerré dentro. Respiraba con dificultad, pero intentando guardar silencio hasta que me miré al espejo y se me escapó un pequeño grito que intenté ahogar con la mano.
La que estaba en el espejo no era yo. Era la morena… la que me había dado el cuarto de dólar… reflejando una expresión de terror. Me miré las manos… tenía unos dedos muy elegantes… unas uñas bien cuidadas… no, aquellas no eran mis manos de marimacho.
_ Vale… Emma… esto es sólo un sueño._ Me dije, en un susurro._ No es real, no puede serlo.
Escuché pasos y cómo alguien intentaba abrir la puerta junto a mí. Di varios pasos atrás.
_ Abre esta puerta… no hagas esto más difícil de lo que ya es.
Esa era… ¿Mi voz? No es que acostumbrase a grabarme… pero me sonaba a que sí que lo era. Lentamente, con ciertos temblores, giré el segundo y la puerta se abrió. Y allí estaba, yo, con mi chaqueta manchada y mis vaqueros estropeados… aunque esa expresión de mala leche que daba terror yo no la había tenido nunca.
_ No sé quién eres, o qué me has hecho, pero más te vale devolverme mi cuerpo si no quieres saber por las malas quién es Regina Mills.
