Prólogo: El vacío, y una nueva luz

La primera vez que soñé con él tenía sólo quince años.

Habían pasado seis meses desde el accidente que había acabado con la vida de mis padres.

Desde ese día, mi vida no había sido más que un inmenso vacío, y a menudo sentía que estaba hundiéndome en las profundidades de un oscuro abismo.

Fui enviada a vivir con mi tía Margaret a la pequeña ciudad de Forks. Mi tía era el único miembro de mi familia con vida capaz de hacerse cargo de mí. Margaret era amable y trataba de proporcionarme todo lo que yo pudiera necesitar, pero en ese momento de mi vida no había nada que pudiera brindarme algún sosiego.

Comencé la secundaria en la nueva ciudad, pero eso no cambió la profunda soledad en la que me encontraba inmersa. Nunca había sido una persona sociable, y no estaba dispuesta a cambiar ahora.

Sabía que todos pensaban que era extraña. Y, en cierto modo, lo era. Ahora más que nunca en el pasado.

Siempre había tenido gustos e intereses particulares, como la literatura o la fantasía. Y eso nunca había resultado ser un imán para las amistades.

A medida que la realidad se me hacía cada vez más insoportable para vivir, me incliné por refugiarme en ese mundo de fantasía en el que siempre encontraba la posibilidad de evadirme de mi propia vida.

Comencé a leer de una manera que bordeaba lo obsesivo, ocupando mi mente con todo tipo de criaturas y aventuras, dejándome reclamar por lo imposible. También comencé a dibujar y escribir mi propio material, dejando que mi desproporcionada imaginación se filtrara en cada pieza que creaba.

Pero aunque todas estas actividades me servían de distracción durante el día, eran totalmente incapaces de mantener a raya mis constantes pesadillas.

El mismo sueño me atacaba todas las noches. Siempre igual. Siempre el mismo.

Trataba de correr lo más rápido posible, pero nunca lo suficiente, para alcanzar el coche de mis padres, mientras veía que ellos me saludaban con la mano desde la ventana trasera. Aún sabiendo que era inútil, yo seguía corriendo, incapaz de hallar mi voz para gritar una advertencia e imposibilitada para alcanzarlos.

Solía despertar en medio de la noche, gritando el nombre de mis padres, transpirada y fría, el pánico corriendo por mis venas como un veneno.

Las noches se volvieron insoportables. Los días, apenas tolerables.

Despierta durante las noches a causa de mis pesadillas, y demasiado cansada para vivir durante el día, comencé a sentirme como un zombie.

Mis libros, mis dibujos y mi mundo de fantasía se volvieron el único faro en un mundo en colapso.

Pero una noche soñé con él.

Y continué soñando con él cada noche a partir de la primera.

Las pesadillas desaparecieron.

Y la vida me mostró un nuevo y más brillante horizonte.