¡Muy buenas a todos! Sí soy yo, Princess Royal, que hace tiempo que no toca este sitio. Sí lo sé algunos pensarán en donde me habré metido y tal, y es porque estaba con los estudios y no tenía tiempo. Y ahora estoy en la universidad, bueno casi, porque aún no sé si entraré o que. Eso serán cosas de ellos.
Bien, seguidores míos y los que no me siguen, seguiré con los otros fics que dejé pendientes para que no se coman el coco diciendo "¿que pasará luego?" "Princes no nos dejes con la intriga". Pero antes quiere hacer este primer fic porque se me vino a la cabeza y es gracias al leer un libro que me inspiró mucho y quiero compartirlo con vosotros, pero con los personajes de One Piece. ¡Sí chicos! ¡One Piece! Mis amigos me engancharon a esta serie (yo de chica los veía pero ni me acordaba de ellos) y está muy interesante la verdad. Pues eso voy a empezar este fic y espero que que os guste, dejenme reviews con críticas o no, para decir lo pésimo que es, que te gustó y tal.
Disclaimer: Los personajes de One Piece no me pertenecen.
Advertencia: Yaoi, si no te gusta este tipo, no lo leas por favor gracias.
¡Qué comience la aventura!
Primer latido
Justo cuando tropezó, él apareció a su lado. Fue algo fortuito e inesperado, casi ridículo, porque primero dio un traspiés y luego dos pasos intentando mantener el equilibrio. Además, se asustó. Eso fue lo que hizo que perdiera la verticalidad y, para no caerse de bruces, apoyó una mano en el suelo y acabó cayéndose de espaldas. O sea, que quedó sentado en el suelo, mitad sorprendido, mitad avergonzado.
Lo segundo, evidentemente, por él.
- ¿Te has hecho daño?
- No.
- Dame la mano.
¿Qué podía hacer? Se la dio y él tiró de él con fuerza, devolviéndolo al mundo normal. Una vez de pie, ante todo, comprobó su aspecto. Pero de reojo siguió examinándolo. Era un poco más alto que él, de complexión bastante atlética; la camiseta permitía ver sus brazos y la extensión de sus hombros. El cabello, muy rojizo, daba la impresión de ser a la vez muy suave. Pero sin duda lo que más fascinaba eran sus ojos, la nariz y los labios, que formaban una simetría perfecta. Y esos ojos lo miraban de una forma muy directa, especial; se dio cuenta enseguida.
En otras circunstancias le habría parecido atractivo.
- ¿Estás bien?
- Sí, sí, no ha sido más que el susto.
- Ibas distraído.
- Pensaba en mis cosas.
- Ya.
Se enfrentó a su mirada, y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que él estaba pálido, casi tan asustado como lo había estado él en el momento de descubrir que iba a caerse. Sus ojos traslucían miedo, y eso confería a su rostro un extraño efecto que lo desconcertó aún más.
- No me ha pasado nada, en serio –se vio en la obligación de tranquilizarlo.
- Bueno, pues… –vaciló él, como si no supiese qué hacer.
- Gracias.
- Vale.
- Adiós, hasta luego – se despidió él, dando por terminado aquel diálogo para besugos presidido por los nervios.
Per mientras se alejaba de él, dejándolo allí quien en mitad de la acerca, supo que seguía mirándolo, y que en sus ojos permanecía aquella luz curiosa, expectante, tan distinta a todas las miradas, incluso tratándose de lo más natural: un admirador.
Una luz llena de sensaciones.
Logró continuar andando sin girar la cabeza. Le costó, pero lo hizo, con un ejército de hormigas recorriendo su espina dorsal y un frío vacío en la boca del estómago.
Después se metió en la panadería, una docena de metros más allá, y suspiró aliviado al sentirse a salvo, aunque no sabía de qué.
Escuchó la voz de Luffy, su mejor, su único amigo verdadero, justo al doblar la esquina que conducía a la calle en la que estaba su casa, oculta desde allí por los árboles del jardín y el pequeño muro.
- ¡Traffy!
Se detuvo y, al verlo, dejó las dos bolsas en el suelo. Hacía mucho calor, muchísimo, lo que auguraba un verano que se haría insoportable a medida que avanzara más. La urbanización en la que vivían, aunque cercana al pueblo, tenía muchos desniveles y cuestas, así que aprovechó la parada para descansar y agradeció no hacerlo al sol. Las ramas de uno de los frondosos pinos de los señores Roronoa lo protegieron mientras Luffy trotaba en su dirección. Le envidió su camisa abierta y sus pantalones cortos. Él llevaba una camiseta cerrada desde el cuello y unos vaqueros. Todavía le costaba aceptar que nunca podría llevar una camisa abierta o sin ella, ni siquiera un bañador que marcaría su contorno.
Nunca más.
- ¡Caray, tío! –resopló Luffy al llegar junto a él–. No sabes las ganas que tengo de motorizarme, aunque sólo sea para venir a tu casa.
- ¿No dices siempre que esto es mucho más tranquilo que el centro del pueblo?
- Sí, ya, pero…
- ¿Vienes a bañarte? – le preguntó Law, dudoso, al ver que su amigo no llevaba la bolsa con el bañador.
- No, no puedo. Te he visto de lejos y sólo quería preguntarte qué haremos esta noche.
- Vamos al Casino, ¿no?
- Bueno –accedió Luffy.
- Oye –no esperó ni un momento más; quería contárselo–. ¿Recuerda el chico del sábado?
- ¿El que no paraba de mirarte con cara de éxtasis concentrado y dolor de estómago?
- Sí.
- Claro que lo recuerdo, ya te dije que era muy mono.
- Pues acabo de verlo.
- ¿Ah, sí? –se quedó en suspenso Luffy–. ¿Y… ?
- Hemos hablado.
- ¿Qué? – la cara de su amigo cambió–. Cuenta, cuenta.
- Nada, que iba por la calle, he tropezado, me he caído…
- ¿Qué te has caído? –se alarmó su amigo.
- Una buena culada.
- ¡Oh, Dios, qué vergüenza! –y cerró los ojos–. No me digas que él…
- Estaba allí –le confirmó sus sospechas Law–. Pero es que además ha aparecido como por arte de magia, ¿entiendes?
- Y te ha ayudado a levantarte.
- Sí.
- ¡Lo sabía, lo sabía! –cantó Luffy–. Ya te lo dije. ¿Qué tal?
- Nada.
- ¿Cómo que nada? –su voz se llenó de reconvenciones–. ¿Cómo se llama? ¿Quién es? ¿Habéis quedado?
- ¡Eh, eh, alto! –lo detuvo Law–. Me ha caído, estaba allí, me ha ayudado y eso ha sido todo.
- ¿Le has dejado escapar?
- ¿Qué querías que hiciera? ¡Por Dios! Mira que eres…
- Oye, chico, ¿tú crees en las casualidades?
- No sé.
- Pues yo no. Lo dejaste colgado el sábado y estaba esperando su oportunidad.
- La ha tenido y no me ha dicho nada.
- Porque es tímido, ya se le notaba. ¿A que estaba nervioso?
- Bastante –reconoció Law–. Se ha asustado casi más que yo al verme en el suelo.
- Normal. ¿Qué quieres? Si le gustas, montas el número, tú no le das pie, y él es tímido…
- Luffy-ya…
- Yo no digo nada –se defendió él–, pero ya sabes lo que pienso: que necesitas un poco de marcha después de lo de Doflamingo.
- Bueno, vale ya ¿no? –se quejó con amargura Law.
Luffy bajó la cabeza. En su rostro, enmarcado por una abundante melena negra, apareció una sombre de culpabilidad. Su amigo lo vio morderse el labio inferior; se había dado cuenta de que acababa de meter la pata, algo por otra parte habitual en él.
- Vale, lo siento –dijo–. te juro que no volveré a mentarlo.
- No es eso –manifestó con cansancio Law–. Es que… –no encontró palabras para explicar lo que sentía, así que acabó suspirando antes de agregar–: Bah, déjalo, no me hagas caso. Todavía sigo sensibilizado.
- A veces hablas tan fino –secundó su suspiro Luffy levantando la cabeza–. ¿Por qué no dices simplemente que estás cabreado además de dolido?
Logró hacerle reír, algo bastante difícil en las últimas semanas.
- Bueno, ¿te vienes o no?
- Te ayudaré a llegar a casa con esto –se ofreció Luffy cogiendo las bolsas del suelo–, pero tengo que largarme a toda prisa.
- Eh, dame una –protestó Law.
- Da igual, vamos.
Se resignó. Luffy ya le había sacado cinco metros de ventaja calle arriba.
Le molestaba que todos siguieran tratándolo como a un enfermo. Ya no lo era.
¿O sí?
A veces tenía la sensación de que los fantasmas del pasado le perseguirían el resto de sus días. Sería un anciano y todavía le preguntarían si se encontraba bien.
- ¿Cómo estás, cariño?
Sus pensamientos se materializaron allí mismo, en forma de madre. Si no fuera por lo mucho que la había visto llorar y por lo delgada que estaba, víctima de los nervios, le habría pegado un soberano corte. No lo hizo, pero aún así, no se mordió la lengua.
- Yo diría que estoy un poquito mejor que hacer un rato, antes de irme, y también mejor que ayer, sólo un poquito, pero mucho mejor, muchísimo mejor estaré mañana, y no digamos pasado mañana, aunque dentro de un año seguro que estaré mejor que hoy, teniendo en cuenta que estaba fatal hace…
- ¡Ay, hijo! –suspiró la mujer–. Al final, no voy a poder preguntarte.
- Mamá, si es que lo haces cada cinco minutos.
- No es verdad.
- Pues cada vez que salgo o entro.
- Has sido tú el que se ha empeñado en ir a comprar y regresar cargado –le reprochó su madre.
- Es que, si no hago ejercicio, voy a terminar como la prima Lali.
- ¡Pero si estás en los huesos!
- ¿Yo? Las ganas, mamá, no digas tonterías.
- Sí, ya, yo digo tonterías. Eso mismo. Yo siempre digo tonterías.
Se hizo la digna. Empezó a sacar el contenido de las bolsas y a depositar los distintos paquetes sobre el mármol de la cocina mientras fingía ignorar a su hijo. Law estuvo a punto de irse a su habitación para ponerse el bañador. La detuvo el hecho de que, de nuevo, sintiera aquella infinita piedad por su madre.
- Mamá –le dijo condescendiente–, he de hacer ejercicio. No puedo quedarme quieto, muerto de miedo.
- Si ya lo sé – exclamó la mujer mostrándole sus ojos cargados de estrellas luminosas, al borde del llanto–. Pero yo todavía tengo esa sensación que…
- Acabarás enferma tú –le advirtió su hijo.
La posible respuesta no llegó a producirse. Por la puerta de la cocina apareció Bepo, el hermano adoptivo de Law, recién levantado pese a la hora que era. Iba en calzoncillos. En otras circunstancias habría ido a la nevera para coger algo sin molestarse en abrir la boca.
Pero eso era antes.
Mucho antes.
- Hola, ¿cómo estás hoy? –se interesó mirándolo.
- Será mejor que no le preguntes –le advirtió su madre–. A "Don Susceptible" le molesta.
Law tuvo ganas de gritar, pero eso, sin duda, habría sido demasiado.
Un cuarto personaje hizo acto de presencia antes de que respondiera: su otro hermano adoptivo, Penguin. entró en la cocina a la carga, como era su costumbre.
- ¡Ya he terminado los deberes! –anunció–. ¿Puedo ir a la pisci… ?
Entonces vio a su hermano y se detuvo en seco, preocupado. Tanto que preguntó:
- ¿Pasa algo?
Por lo general su hermano menor, Penguin, antes lo atormentaba y le hacía la vida imposible sin el menor remordimiento de conciencia. Era natural, teniendo en cuenta que él estaba en medio de sus dos hermanos. Y Penguin, al fin y al cabo, era el pequeño, el "descolgado". Ahora le habían leído la cartilla. Caminaba con pies de plomo, no hacía ruido y a veces lo miraba como si fuera a caerse muerto en un abrir y cerrar de ojos.
¿Cómo podía llevar una vida normal así?
Law salió de la habitación sin decir nada, aceptando los hechos, pero rebelándose silenciosamente contra ellos.
Se sentía tan raro.
Tan diferente.
Un año antes, el verano había sido como todos. Es decir: un asco por tener que quedarse en Dressrosa, sin ir a ninguna parte de vacaciones, pero maravilloso por poder estar junto a Doflamingo. De hecho, todo había empezado entonces, pocas semanas antes de…
Un año. Sólo eso. Y en ese tiempo…
Los pensamientos llegaban a embotarlo, pero aún más lo hacían las emociones que asaltaban los muros de su espíritu continuamente, a traición, desarmándolo, produciéndole aquel vértigo, aquella sensación de irrealidad. A veces no sabía qué era mejor, ni sabía qué cara poner, qué decir, cómo enfrentarse a su nueva vida con la apariencia de normalidad. Para él mismo era alucinante, así que imaginaba lo difícil que debía de ser para los suyos, su familia, sus amistades, el mundo entero.
Pero estaba vivo. Eso era lo único que contaba. Vivo.
Aunque no dejaban de recordarle que casi se trataba de un milagro.
Todos, con su actitud.
Por eso, cuanto la rodeaba, su visión de las cosas, sus dimensiones, todo había cambiado. Exterior e interiormente. Los demás no se daban cuenta, porque no podían meterse en su cerebro, ni bajo su piel, ni mucho menos en su corazón, para mecerse con cada latido de esa nueva vida.
Quizás todos deberían ir a un psiquiatra. Todos. Él, su familia, el pueblo entero.
El silencio de su habitación le confortó. Sólo entre las cuatro paredes de ese espacio propio se sentía bien, a salvo de todo mal. Era lo único que tenía, ese reducto le pertenecía. Más allá de la puerta quedaba el resto del universo: su madre, en la cocina, dándole vueltas a la cabeza; su padre, trabajando y apartado durante unas horas de todo aquello, pero igualmente pendiente del teléfono y de su miedo, superado, no derrotado; su hermano mayor, a punto de ir a la universidad y lleno de planes, recuperándose del impacto de aquellos meses pasados en los que, casi de milagro, no perdió el curso; Penguin, convertido en el rey de la pequeña piscina, con lo cual acercarse a él era una temeridad, que se pasaba, sin embargo, el día mirándolo como si fuese un fantasma; Luffy, siempre dispuesto a animarlo, convertido en su fuerza moral, aunque a veces su energía lo llevaba a rozar los extremos.
Law, de espaldas al espejo de la pared, empezó a desnudarse para ponerse el bañador. Un bañador no muy seductor, y con él se pondría una camisa de cuello largo. Una rareza. Se quitó la camiseta, los pantalones y la ropa interior. Cuando se quedó desnudo, se dio cuenta de que el bañador y la camisa estaba junto al espejo, así que, al girarse y alargar la mano, se vio reflejado por un momento, de refilón.
Cerró los ojos, cogió las prendas y volvió a darle la espalda al espejo.
Entonces se percató de lo absurdo que había sido su gesto.
Si él era el primero en no enfrentarse a la realidad, ¿cómo podía pretender que su familia lo entendiera?
Vaciló, pero fue apenas un instante.
Luego giró sobre sus talones por segunda vez y se enfrentó a su imagen en el espejo.
La cicatriz, que nacía de su garganta, bajaba en una espantosa vertical atravesándole el cuerpo casi hasta el ombligo. Era como una cremallera que no se abría. Una cremallera rosada y salpicada constantemente por breves trazos horizontales. Pasaba entres sus pectorales jóvenes y hermosos como un río seco. Y aun siendo espantosa, eterna, sabía que representaba la puerta de su esperanza, la clave de su nueva vida. La cicatriz no era más que una huella visible, el vestigio de lo sucedido.
Se llevó la mano derecha hasta ella.
La tocó.
¿Era la primera vez que lo hacía?
No, pero sí de aquella forma. Y lo importante era la forma.
Cerró los ojos y escuchó los latidos de su corazón.
Su corazón.
La vida es muy extraña, pero sólo cuando se está a punto de perderla tomamos conciencia de lo que vale y de que lo es todo, porque no tenemos nada más.
Law llenó sus pulmones de aire y se puso el bañador y la camisa.
Tiempo. Necesitaba tiempo.
A fin de cuentas, estaba aprendiendo a vivir de nuevo.
Luffy fue el que le dio el codazo, nada disimulado, según su más puro estilo.
- ¡Está ahí! –cuchicheó, aunque fue como si lo gritara.
- ¡Ay! –protestó Law por el golpe–. ¿Quién está ahí?
- ¡Él!
- ¿Pero… ?
- ¡No, no te gires! ¿Estás loco?
- ¡Luffy-ya, vale ya!
- ¿Desde cuándo has olvidado las normas?
No girarse. Ésa era una.
- ¿Quién está ahí?
- ¡El tímido! ¿Quién va a ser?
No se lo dijo, pero creyó que se refería a Doflamingo.
- Bueno, ¿y qué?
- Es que nos ha visto, ¡y viene hacia aquí!
Eso sí lo desconcertó.
- ¿Cómo que viene hacia aquí?
- Pues eso, que viene.
Se lo dijo sin abrir apenas la boca, con los labios distendidos en una sonrisa, fingiendo mirar a todas partes. Eso obligó a Law a mantener la calma y guardar silencio. Luffy ya no volvió a hablar.
Contuvo el aliento menos de tres segundos.
- Hola –escuchó su voz por detrás.
Fue el momento de liberar tensiones. Esta vez sí giró la cabeza y le vio aparecer por la izquierda. Llevaba una camisa muy bonita con adornos y unos vaqueros que se ajustaban perfectamente a su figura. No era un modelo, pero realmente parecía recién salido de un anuncio de televisión. Un anuncio de gente sana.
- Hola –contestó con una cálida sonrisa Luffy.
El chico miró a Law.
- ¿Qué tal?
- Bien.
- Me alegro.
- Bueno, caí sobre una parte blanda –sonrió él.
Luffy metió baza a la primera oportunidad.
- ¿No quieres sentarte? –le invitó.
Recibió la patada de Law por debajo de la mesa, pero logró mantenerse estoico, como si nada, con la misma sonrisa cincelada por el fuego de la experiencia sobre su rostro.
- Bueno, no quiero molestaros, sólo…
- Tú no eres de por aquí, ¿no? –continuó Luffy viendo que se le escapaba.
- No, soy forastero. Acabo de llegar al pueblo y no conozco a nadie, la verdad.
- Pues entonces ya nos conoces a nosotros. Va, siéntate y no te hagas el interesante.
Esta vez la nueva patada de Law no lo alcanzó, porque Luffy se apartó antes de que llegara a su pierna. La silla hizo un ruido curioso, similar a un gemido, al desplazarse por el suelo. Entre la marea de voces de los que llenaban el Casino, sonó con hiriente estrépito. Media docena de miradas convergieron en ellos.
- ¿De verdad no os importa? –vaciló él mirando a Law.
- ¡Que no, hombre, que no! –le contestó Luffy.
- Bueno, pues… gracias –dijo el recién llegado.
Y se sentó entre los dos.
- ¿De dónde eres? –preguntó Luffy.
- De la Isla Sabaody.
- ¿Y qué haces aquí?
- Busco trabajo.
- ¿Aquí?
- Sí.
- Anda éste –rezongó Luffy–. Todo el mundo se va a buscar trabajo a las zonas de Grand Line y tú vienes aquí. ¡Pero si esto es un pueblo!
- Ya, pero me gusta.
- ¿Que te gusta? ¿Por qué?
- Luffy, no seas plasta –le reprendió Law por primera vez.
- Vaya, no me digas que lo encuentras normal –le espetó su amigo–. Estamos a veinte o cincuenta kilómetros de las grandes ciudades de Grand Line, pero "es-to-es-un-pue-blo" –se reafirmó remarcando cada sílaba–. Y para el caso, como si estuviéramos en la Luna.
- Que tú te aburras no significa que sea un mal sitio –defendió su hogar Law.
- A mí me gusta –insistió él–. Estos bosques, las montañas… y las ciudades de Gran Line ahí al lado, claro.
- ¿Dónde vives?
- ¿Quieres decir aquí o en la Isla Sabaody?
- Aquí, hombre, aquí. Para qué quiero saber yo tus señas en Sabaody.
- En la pensión La Rosa, hasta que encuentre algo mejor. Tengo alquilada una habitación.
Seguía mirando a Law. las preguntas las hacía Luffy, pero él miraba a Law. De pronto se dieron cuenta, los dos, así que miraron fijamente a Luffy, que en ese instante parecía haber terminado el interrogatorio. El chico se encontró con sus caras ansiosas.
- Esto… –buscó algo más que decir–. Pues lo tienes crudo, amigo, muy crudo. Y además con el verano ya empezado… ¿Sabes la de marines que hay por aquí haciendo los trabajos que nadie quiere hacer? Como no hagas lo mismo que ellos…
- No me gustan los marines, pero si no hay más remedio…
- Ah, bueno –dijo Luffy.
- ¿Cómo te llamas? –preguntó Law de pronto.
Lo miró de nuevo. En sus ojos grises titiló una luz cargada de expectativas.
- Eustass Kid –respondió.
- Él es Monkey D. Luffy-ya, y yo soy Trafalgar Law.
- Hola "sombrero de paja". Hola Trafalgar.
- Hola Eustass –dijeron ellos al unísono.
- ¿Puedo invitaros a algo para celebrarlo?
- ¡Sí hombre! –protestó Luffy–. Estás buscando un curro y te vas a poner a gastar.
- Tengo ahorros para aguantar un par de meses –se justificó él.
- Ya, pero no –insistió Luffy–. Por cierto… –miró la hora y enarcó las cejas como si acabase de recordar algo imprevisto–. ¡Vaya por Dios! –exclamó–. He de irme.
Law, por primera vez en su vida, se puso tenso.
- Pero si…
- ¡Lo siento, Traffy! –Luffy ya estaba de pie, agitando las manos con su natural efervescencia–. ¿No te he dicho que tenía que ver a Ace? ¡Qué cabeza! –lo detuvo al ver que él también pretendía levantarse–. Oye, tranquilo, que es algo privado.
La presión de sus manos fue terminante. Law no pudo luchar contra él, a no ser que al final traicionase la comedia que su amigo estaba montando para dejarlos solos.
Aunque se le notaba demasiado que ésa era su intención.
- Volverás, ¿no? –quiso saber Law.
- No lo sé; pero por si acaso, no me esperes –se dirigió a Kid y le envolvió con una sonrisa de confianza–. Me alegro de conocerte, de verdad. Nos vemos, ¿eh? Vale, adiós.
Y sin darles tiempo a más, se alejó de su lado.
- Vaya –comentó él cuando Luffy ya había desaparecido por la puerta desde hacía no menos de cinco segundos–. ¿Quién es ese Ace?
Law no le dijo que él se estaba preguntando lo mismo.
El paseo, construido sobre la riera y asfaltado para ser el centro popular del pueblo, estaba lleno de gente, así que instintivamente se alejaron de él, caminando sin aparente rumbo, aunque Law se dirigiese a su casa sin decírselo. No era por incomodidad, ni tampoco por la hora. Se sentía bien, a gusto, por extraño que le pareciera, teniendo en cuenta que él era su primera compañía masculina en mucho meses, aunque estaba con Luffy. No era lo mismo. Pero aún no tenía la suficiente paz como para disfrutarlo. No estaba preparado.
Luffy le habría dicho que uno siempre ha de estar preparado para una aventura, o un rollo, o para todo lo que tuviera marcha o cambiara el color de la monotonía. Pero él no era Luffy.
Kid notó que se estaba alejando del centro.
- Siento haberme presentado de aquella forma antes –dijo de pronto.
- ¿De qué forma?
- ¡No me vaciles! Estabais tu amigo y tú, y he aparecido yo…
- Si no conoces a nadie, salvo a los chicos a los que vas ayudando por la calle, es lógico –trató de ser amable Law, comprendiendo lo que sucedía a su nuevo amigo.
- Pero, joder, puede que os haya molestado.
- ¿Por qué habrías de haberlo hecho?
- Estabas muy serio.
Law se detuvo y le miró.
- Es que yo soy así, aunque no te lo creas –dijo con la mayor naturalidad.
- No lo creo –repuso él–. Es como si te controlaras todo el tiempo.
- ¿Yo?
- Casi no te conozco, claro, pero diría que no estás en el mejor de tus momentos. ¿Has suspendido?
- No –le dijo la verdad, porque no había hecho ni un solo examen de enfermería.
- Entonces perdona, debo de ser yo, que soy muy susceptible.
Law iba a decirle que él también parecía muy nervioso, muy tenso, pero optó por no hacerlo. Luffy tenía razón: era algo tímido, y además probablemente se sentía muy solo, extraño. A lo largo de aquellos treinta o cuarenta minutos de intimidad, desde que su amigo se marchó, habían estado hablando de un montón de cosas neutras, dispares, música, deportes, como si los dos trataran de rehuir otros asuntos más conflictivos o personales. Y era absurdo. Acababan de conocerse.
Aunque a Kid se le notaba que él le gustaba.
La mayoría de los chicos solía ser bastante transparente en eso.
- No era mi intención parecer un palo de chico –confesó Law reanudando la marcha–.De todas formas tienes razón, he tenido un mal año. Entre otras muchas cosas, he perdido el curso.
- ¿Ah, sí?
- Ya no importa –se cruzó de brazos con su característico gesto de determinación y miró a lo lejos, hacia las montañas cuyas siluetas se recortaban sobre el cielo estrellado.
Kid no volvió a preguntar.
Y cuando lo hizo, fue para cambiar de tema.
- ¿Vives aquí todo el año?
- Sí.
- ¿Y qué tal?
Law se encogió de hombros.
- Siempre he vivido aquí, no sé –confesó.
- A mí me encanta viajar, moverme –dijo él–. En cuanto pueda me gustaría recorrer el mundo, ver las pirámides de Arabasta, la isla Gyojin y entre otros. Ah y además viajar fuera de Grand Line, para conocer mejor las islas.
- Pues de momento has ido a parar a Dressrosa –se burló él–. No está mal. ¿Cómo decidiste quedarte aquí?
- Pues… –Kid desvió la miradas por un instante–, fue casual. Me gusta esta zona, y a veces venía con mi moto por la carretera general de la isla. Un día vi esto y me dije que era perfecto, aunque no m preguntes por qué. Me gusta fiarme de mi instinto.
- Y estás aquí.
- Y estoy aquí.
- Pues aquélla es mi casa –señaló Law con un suspiro de resignación–. Yo sí que estoy aquí.
A Kid se le notó la desilución, el corte. Miró la hora de manera que pareciera que no lo hacía, aunque él se percató. No era tarde.
La mayoría de los jóvenes comenzaba a vivir la noche en ese momento.
Kid tuvo la delicadez posible de no preguntar.
- Gracias por dejarme acompañarte –dijo.
- No seas baka, Eustass-ya.
Él se detuvo a menos de veinte pasos de la puerta.
- Vale, pues… adiós –se despidió.
- Adiós –sonrió él.
Eso fue todo.
Lo despertó su madre, llamando a la puerta de la habitación con insistencia poco habitual.
- Law, que te llama Luffy.
Abrió un ojo y miró la hora en el reloj luminoso. Se había pasado. Era tardísimo, aunque de todas formas no tuviera nada que hacer aquella mañana. Por la tarde sí. Por la tarde tocaba médico. Pero por la mañana…
- ¿Law? –insistió ella.
- Ya va, ya va –protestó.
Saltó de la cama y salió con los ojos cerrados, igual que un fantasma. Odiaba tener que hablar antes de lavarse los dientes, pero si le pedía a su madre de que le dijera a Luffy que llamase más tarde, su amigo era capaz de aparecer con un enfado de padre y muy señor mío. Se derrumbó sobre el sofá, como si estuviese agotado por el esfuerzo de haber dado aquello diez pasos, y cogió el auricular de la mesa. ¿Por qué no tenían un inalámbrico como todo el mundo?
- ¿Qué? –farfulló.
- Eso, ¿qué? –saltó Luffy con energía, demostrando que él si llevaba un buen rato despierto.
- Eres un cabrón, Luffy-ya – le insultó a conciencia Law.
- Bah, chico, que le vas.
- ¿Y qué?
- El día que me flipe un chico y no te busques una excusa para dejarnos solos, vas a ser tú.
- ¡Pero es que te largaste a los dos segundos!
- ¡Es tímido, hay que darle más oportunidades que a los demás! –gritó Luffy–. ¿Y se puede saber por qué estamos discutiendo? A ver, ¿no te gusta?
- Si es que no es eso. ¿Por qué todo ha de ser blanco o negro?
- Mira, no te enrolles que después no me entero –en la mente de Law no pensaba lo mismo– En esto es blanco o negro, ¿vale? Así que, si no te gusta, me lo quedo yo. No tengo más que desplegar mis buenas artes de seducción.
- ¡Hala, así de fácil! ¡Ese chico ni querría estar contigo por ser alguien infantil!
- ¡Jo, Traffy, para algo nuevo que hay! –exclamó Luffy, y como si quisiera convencerlo de ello, insistió–: ¡Pero si es monísimo! ¡Además se ve que es un chico malo! ¡Como a ti te gustan!
- No está mal –concedió Law.
- ¡Cómprate una lágrima y ahógate! Va, cuenta, ¿cómo es? ¿Resulta tan encantador como parece?
- Es bastante dulce, sí.
- ¿Dulce? ¿No me digas que le has probado y ya os habéis bes… ?
- ¡No seas bestia, que no pasó nada! Te digo que es dulce porque lo es, aunque también se ve que es un chico malo. No sé, ha sido la primera palabra que me ha venido a la cabeza.
- O sea, como los psiquiatras, que enseñan manchas y tú dices la primera bobada que se te ocurre –demostró su rapidez mental Luffy, aunque veces se comportaba de manera estúpida –. Pues tú has dicho "dulce", y eso es algo. Vamos, digo yo.
- Deja de pensar en comida. Luffy-ya, descansa –suspiró Law.
- ¿Y además de "dulce"… ? –lo dijo de forma muy especial.
- Estaba bastante cortado, nervioso, algo así.
- Le gustas –sentenció Luffy–. ¡Huy, cómo le gustas! ¡Ése está en el bote! ¡Amor a primera vista, flechazo! ¡Podrías pasarte un verano de perlas!
- ¡Deja de decir gilipolleces Luffy-ya! Yo no quiero pasarme un verano de perlas.
- Pues estamos en verano ¿sabes? Lo quiera o no. Estamos en verano, y los veranos o se pasan de perlas o se pasan fatal, porque sólo hay uno cada año, mejor dicho, sólo hay uno cuando se tiene veinte años. Y aunque te moleste, te lo diré: tú estás vivo y Doflamingo se ha ido de tu vida. Adiós. Así que despierta y enfréntate a la verdad. Tienes a un tío encantador, y a la vez malo, a tiro de piedra, ¿qué pasa?
En la mente de Law se pasaba tantas cosas del porqué Luffy era tan estúpido y al cabo de un rato se hace el inteligente.
- Nada –manifestó Law.
- No te hagas el enfadado porque conmigo no puedes, y más en casos así. ¡No he pegado ojo en toda la noche! Va, suéltalo, que para eso soy tu amigo: ¿qué te pasa?
- Ya te lo he dicho: nada.
- Tienes miedo.
- ¡No!
- ¡Jo, mira que eres cerrado cuando quieres! ¿Es por… ?
- ¡No! –volvió a gritar Law antes de que formulara la pregunta–. ¡Estoy bien!
- ¿Seguro?
- Seguro. Son los demás los que no paran de recordármelo.
- Bueno, la verdad es que eso sí puedo entenderlo –el tono de Luffy cambió de golpe–. Tú eres más fuerte que yo, ¿sabes? Yo si tendría miedo, tanto que…
- Luffy-ya –impidió de nuevo que siguiera su amigo dando un giro a la conversación–, ¿te has fijado en su manera de vestir?
- Sí, ¿lo has notado? Viste demasiado bien para estar buscando trabajo por aquí de lo que sea, ¿verdad? Y sus modales… ¡Ufff!
- Hay algo en él que… no sé.
- Oye, déjate de chorradas. Tú espera a ver qué pasa y ya está, pero tampoco pienses que él lo va a hacer todo. ¡Fíjate, hace dos días parecía que éste iba a ser un verano de lo más amuermado, y ahora… !
- Si no fuera por lo que me ha pasado, ¿irías a por él? Quiero decir que… si me lo cedes por cortesía.
- ¡No seas idiotas! Te miraba a ti.
- Has dicho que, si no lo quiero, te lo quedas.
- ¡Era un comentario, hombre!
- Hace tres años nos fijamos en el mismo chico y bien que tratamos de ver cuál de los dos…
- ¡Éramos unos críos! –protestó Luffy.
Siempre decía la última palabra. Y siempre tenía algo que agregar. No podía con él. Pero no sólo era su mejor amigo. Era su único nexo con el mundo real.
Y a veces, no siempre, pero a veces, incluso tenía razón.
Aquélla era una de esas veces.
- ¿Cuándo volverás a verlo? –insistió incansable e incombustible Luffy.
Bueno gente, aquí está el primer capítulo, si es un poco raro lo sé, pero me gusta como se está quedando -w-.
¿Volverán a verse Eustass Kid y Trafalgar Law? ¿Habrá algo entre ellos dos?
Eso lo veremos en el próximo capítulo.
