CAPÍTULO I.

Esa mañana se levantó como de costumbre. Muy temprano a las seis para poder hacerse el desayuno. Su madre era quien le tenía la comida apenas salía de la ducha, pero ahora estaba con su padre en un merecido paseo como pareja. Tenía que irse a trabajar, hacía un turno en la mañana para poder ahorrar y entrar a la universidad. Como las matrículas no estaban abiertas, aprovechaba entonces las tardes para estudiar un poco, pues sus notas escolares no fueron lo suficientemente altas para una beca.

Iba de mesera en una cafetería en el propio barrio donde vivía, en Plaka, en la capital griega. Le gustaba el ambiente, pues eran todos amigables y no solo eso, era el barrio más pintoresco de Atenas, por lo que siempre era un lugar alegre. El local de al lado colocaba la música en alto, pero a todos les gustaba, ya que eran tocadas con un bouzouki*, el amado instrumento en el rembetiko*.

Como siempre, al llegar a la cafetería, se colocó el delantal en azul cielo y decorados blancos. Ese día le correspondió hacer el café, por lo que dejó la cafetera mientras daba una barrida al piso. Las otras dos chicas limpiaban las mesas, ventanas y lo demás que hiciera falta, también se aseguraban de tener los instrumentos necesarios, entre otras cosas. Al poco rato de limpiar, abrieron el lugar.

De mañana siempre iban algunas personas mayores, aquellos que de solo costumbre estaban de pie rondando las calles a las ocho.

A Alalá le encantaba, la mañana era tranquila, por lo que no se agotaba cuando quería estudiar. Incluso para almorzar se llevaba un postre que le regalaba el repostero. Era un tipo agradable que se dejaba la barba porque a su esposa le gustaba.

Cuando volvió a casa ese día por la tarde, alguien estaba en la puerta golpeando. No tenía un teléfono móvil, sus padres le iban a dar uno en cuanto estuvieran de regreso. Hacía poco fue su cumpleaños dieciocho, solo hace un par de semanas.

—¿Vives aquí?

Le preguntó un hombre alto, de mirada seria pero de voz agradable. Ella respondió en afirmativo a la pregunta.

—Sé que no es fácil procesar esto. Hubo un accidente en el viaje de regreso de tus padres, el bus se fue por un precipicio y terminó aplastado, acabando con la vida de sus pasajeros.

Explicaba el hombre, quizá era un policía, un agente o alguna cosa así. Movía su mano derecha a medida que hablaba. La noticia era como irreal, como suele ser el escuchar la muerte de un ser querido. Ella se quedó ahí de pie, como hipnotizada, tratando de entender un por qué. De todos modos, ya había sucedido.

Días después…

Alalá había estado ocupada con todo el papeleo con la muerte de sus padres. Como no sabía nada, se le complicó un poco. Con un poco de esfuerzo logró realizar el entierro, hacer que las pertenencias de sus padres pasaran a manos de ella, y que el dinero del seguro pudiera retirarlo y usarlo.

Era hija única y no conocía más familiares. Tenía una tía por parte de su padre que falleció dos años atrás, pero de ahí no conocía a nadie más.

Con el dinero del seguro, pagó unas deudas que tenían sus padres y guardó el resto para poder comprar comida o por si tenía alguna urgencia. Era inteligente, además de acatar las recomendaciones de sus padres para la dura vida. Por suerte no tenía hermanitos a los que tener que consolar, pues para eso no era nada buena.

Habló con su jefe para cambiar su horario de medio tiempo a uno completo, pues ya se estaba haciendo a la idea de no poder pagarse una universidad. Era un tanto pesimista, y era normal, ya no tenía a sus padres.

El hombre, entendiendo la situación, le permitió trabajar en dicho horario, pero no le podía prometer una paga tan alta como a las otras chicas, no por el momento.

Al cabo de una semana estaba ya todo el día en la cafetería. Se distraía bastante atendiendo los clientes y llevándoles su comida. En la mañana, los ancianos ofrecían su ayuda dejándole una propina que ella enviaba a su alcancía por las noches, pero se torturaba al llegar a casa y ver que nadie le recibía.

Su jefe le dejaba los domingos libres, y la joven de cabellos rojos los usaba para andar por el parque, pues no le gustaba estar en casa sola.

Un lunes, ya después de dos semanas en la cafetería, las otras dos chicas conversaban sobre un hombre. Como era el descanso, Alalá escuchaba sin querer, pues eran un par de ruidosas. Eran como un par de adolescentes, y eso que tenían veinticinco y veintisiete años.

—Estoy segura de que estará de viaje, tomando unas lindas fotos en Italia o quizá en América.

—No me extrañaría que hasta incluso se hubiera casado y esté de luna de miel, con lo guapo que es.

—Pero tendría que ser una mujer fuerte para aguantarse su mala actitud, una mujer que lograra dominarlo.

En ese entonces se echaron a reír. Dieron la vuelta para mirar a la joven que estaba sin entender nada sobre el tema. La mayor de ellas, la de cabello negro, le sonrió.

—Sé que no hablo mucho con ustedes, pero, he de suponer que andan enamoradas del hombre del que hablan.

Indicó Alalá terminándose el plato de arroz que tenía sobre las piernas.

—Ah, es un hombre de cabello azulado que viene a eso de las cuatro. Solo que hace mucho que no viene y nos extraña.

Habló la otra joven, de cabello como rosa pero muy bien peinado. La más joven entendió, por eso era que no sabía de qué hablaban, pero aún con el recuerdo del incidente no le importó si incluso estuvieran hablando del hombre más sexy del mundo. Al rato tuvieron que seguir trabajando.

Por la tarde, los del local de al lado mantuvieron cerrado, por lo que la música no se escuchaba y tuvieron que poner ellos algo de esta. La de cabello negro se animó a poner algo más moderno. El repostero se la pasó cantando las canciones pop y las chicas se reían de su desafinación.

El lugar estaba algo solo esa tarde, había ocupadas unas tres mesas del interior y una de afuera, con la sombrilla abierta pues hacía bastante sol.

En ese instante entró un alto sujeto con una cámara al cuello y un maletín en la zurda, sentándose en una mesa del fondo.

—Alalá, ¿puedes?

Pidió la de cabello rosa, pues con la otra chica estaban sacando algo de la bodega, aprovechando la poca clientela. Si se hubieran dado cuenta de quién era, salían volando a tomar su pedido.

—Buenas tardes, ¿qué desea?

Dijo ella forzando la sonrisa, sin quedarse mirando a la persona que atendía, solo lo suficiente para saber a quién llevarle el pedido.

El sujeto sí se le quedó observando, de pies a cabeza mientras pensaba qué consumir ese día.

—Eres nueva… Muy bien, un café negro y dos Melomakarono*.

Anotaba ella el pedido lo más rápido que podía.

—Dije que ya.

Insistió él al ver que la chica se quedó ahí más de dos segundos después de su pedido. Alalá abrió los ojos sorprendida al ver que le trataban, o se sentía, de cierto modo como una esclava. Por nada frunció el ceño, pues se notaba que el hombre sería capaz de quejarse por cualquier cosa. Se marchó y decidió anotar mientras andaba.

El par de muchachas le miraban desde la puerta de la cocina.

—¿Lo viste? Es atractivo.

—Y un estúpido, no terminaba de hablar y ya quería que me fuera.

Respondió de mal modo Alalá, cómo odiaba que la gente fuera impaciente.

—Ah, solo es que te acostumbres—siguió la de cabello negro—, siempre es un patán pero al cabo de un rato no lo es tanto.

—Pero sigue siendo un estúpido.

Se interrumpió ella al tener el café y los pastelillos. Se fue de regreso a dejar con delicadeza sobre la mesa el pedido. Ni siquiera miró al tipo, pues era seguro que le lanzaría una mirada de odio y mucho desprecio. Una vez dejado todo en frente del sujeto, le preguntó si quería algo más. El negó, y entonces ella pidió permiso para marcharse, más se tropieza con algo y escucha un opa* venir del hombre.

—Cuidado.

Sonrió él con sarcasmo, moviendo su pie de un lado hacia otro. Sí, él había hecho una zancadilla a la joven.

Ella regresó con sus compañeras con una cara de ¿en verdad les gusta eso?

El sujeto se quedó observando por la ventana, distraído. Tenía en un lado la cámara y el maletín. De vez en cuando daba un sorbo al café y una mordida a los pastelillos. Allí se quedó más de una hora comiendo. Sin embargo, cada vez que Alalá se le cruzaba, le sonreía del mismo modo que cuando le jugó esa broma. Ella intentaba ignorarlo, pero algo le hacía querer verlo cuando bebía el café de forma tan singular, como si disfrutara de tener ese tiempo consigo mismo.

A Alalá se le hacía extraño que un fotógrafo necesitara distraerse de lo que desea capturar, del mundo que lo rodea.

Bouzouki: Instrumento griego de cuerda, en forma de pera y mástil largo, de sonido metálico.

Rembetiko: Género musical griega de raíces en la música griega del siglo XIX.

Melomakarono: Pastel griego hecho de harina, miel, azúcar, limón, entre otros, generalmente se consume en navidad.

Opa: 'Ups' en griego.