N/A: Sé que es un poco típico, pero simplemente me apetecía hacerlo. Y sí, el título es por la canción.
Quizás, quizás, quizás.
Yo nunca quise salir herido, pero desde el principio sabía cuál era la situación. Al entrar en el juego, acepté las reglas y perdí mi derecho a reclamar. Pensé que sería fácil de asumir, pero cada vez que te tenía me costaba más dejarte ir. Ya no soportaba perderte, no soportaba la mentira, la doble vida, las laceraciones en mi corazón.
Tal vez fui un egoísta. Al fin y al cabo, el que salía peor parado de los tres era mi hermano. Si algún día se llegase a enterar de lo que su prometida hacía durante sus viajes de trabajo... Realmente, no tengo ni idea de lo que él haría. Me habría gustado averiguarlo, pero tú no estabas por la labor.
-Anna, ¿cuándo vas a contárselo a Yoh? –preguntaba yo, ansioso. Tu silencio, tu mirada esquiva, hablaban por ti- Vas a hacerlo, ¿verdad?
-Quizás.
Ahí estaba, la eterna respuesta. Quizás deje a Yoh, quizás acepte tu regalo de San Valentín, quizás, quizás, quizás. Contigo, nunca se podía estar seguro de nada.
Suspirando, me revolví en mi futón hasta que el agobio me ahogó y sentí la necesidad de tomar el aire. Salí al jardín y, para mi desgracia, allí estabas tú, haciendo quién sabe qué. Te volviste a mirarme y luego devolviste tus ojos a las estrellas, como si no me hubieras visto.
-No puedo dormir –dije, por si no era obvio.
-Qué bien.
Fruncí el ceño ante tu desdén.
-¿Y sabes por qué no puedo dormir? Por tu culpa, Anna. Porque estoy harto de esto; estoy harto de esta situación en la que todo el mundo está jodido, ¿sabes?
Te volviste y me encaraste con una mirada amenazante. No te gustó que levantase el tono de voz, eso seguro, pero te gustó aún menos el que te culpase de todo. Siempre has odiado enfrentar la realidad.
-Apuesto a que de haber estado yo en tu futón esta noche no pensarías igual –me espetaste, viperina.
Enojado, dolido y, sobre todo, cansado, te así de las muñecas bruscamente y acerqué mi rostro al tuyo.
-Quiero dejar de jugar, Anna. Si no hablas tú con Yoh, lo haré yo.
-Nadie va a hablar con Yoh –murmuraste en forma de afilada advertencia-. Si quieres terminar con esto, tan sólo dilo. Pero Yoh...
Mis manos aflojaron su presa y, poco a poco, mis dedos se deslizaron por tus antebrazos hasta terminar acariciando la brisa nocturna.
-¿Te parecería bien que dejáramos de vernos? –susurré, con una dura mirada.
Tú bajaste la vista unas milésimas de segundo, y luego te cruzaste de brazos. Me observaste incisiva, tragando saliva pesadamente, y supe ver tu dolor. Durante un breve instante, supe que tú también sufrías. No sé si mi pesar por ello me convierte exactamente en masoquista o en imbécil.
-Quizás –respondiste, al fin-. Quizás sea lo mejor.
Cerré los ojos y, con un nudo en la garganta, me incliné hasta besar tus labios. Fue un beso corto, suave, casi un roce casual. Sentirlo tan diferente de aquellos apasionados que solíamos compartir me hizo estremecer. Éste sabía a despedida.
-Dime una cosa –susurré, alejándome de tus labios entreabiertos y luchando por no ceder al impulso de llevarte conmigo. Lejos, a la libertad.
-Qué –dijiste, suave.
-Si yo no hubiese rechazado el matrimonio concertado, ¿crees que esta conversación sería diferente?
Una triste y ostensiblemente pequeña sonrisa se formó en tu rostro.
-Quizás.
