Hola a todos/as. Quienes han leído mi primer fic, "Zootopia: El Fantasma de la Ópera" están ya familiarizados con mi estilo de escribir, que puede ser algo denso, dependiendo del lector, pero recomiendo leerlo si aún no lo han hecho para que se adentren mejor con la historia personal que elaboré para nuestros dos héroes, dado que es una secuela del mismo.

En ésta nueva historia, siguiendo con la temática de tabúes y discriminación hacia lo que es diferente, se le agrega el elemento policial que antes no estuvo presente, pero que se complementa con el elemento social ya planteado en el film, retomado por varios fanfics (Original Sin, Someone to learn on, Parachute, el mío, por mencionar algunos). Al igual que "El Fantasma de la Ópera", ésta nueva historia es un fic sumamente personal e introspectivo. Por el momento no tengo proyectados más de 10 capítulos (los tres últimos ya están definidos en forma irrevocable, incluso, aunque podría extenderse a uno o dos más, dependiendo de los requerimientos de la trama a nivel central), así que será una historia corta. Espero lo disfruten, y dejen sus comentarios. La trama policial está superficialmente basada en "Batman: La corte de los búhos" pero, repito, es sólo superficialmente, porque el desarrollo ya es invención mía (Sí, ya sé. Soy algo poco ortodoxo para inspirarme con las tramas).

Prologo: Estrellita, brilla ya

Nick se encontraba muy relajado en la patrulla, con sus gafas de aviador en los ojos protegiéndolos de los rayos solares. Su compañera en la fuerza, y sentimental, se recordó a sí mismo con una sonrisa, conducía hacia la prisión de Zootopia. Aquella había sido una mañana extraña, desde que el Jefe había asignado casos, pero a ellos los había llamado a su oficina.

¿Qué hiciste, Nick? – preguntó en un susurro Judy, mientras caminaban hacia dicho lugar.

Yo no hice nada, Zanahorias. ¿Por qué me preguntas eso? –contestó él, fingiendo estar ofendido.

Porque tú siempre haces enojar al Jefe –respondió ella, como si aquello fuera lo más obvio del mundo.

Él le aseguró que nada había sucedido, al menos que recordara. De hecho, había pasado las últimas dos semanas comportándose de manera muy profesional para desviar la atención de Judy debido algo que estaba pensando en proponerle. Algo que lo tenía por demás nervioso, pero lo último que quería era delatarse. Sabía que la coneja lo conocía muy bien, había aprendido a leer el lenguaje de su cuerpo, por lo tanto mantener la compostura era un poco complicado, más no imposible. Él era un maestro del engaño, después de todo.

Ya en la puerta la oficina, Judy golpeó dos veces, recibiendo la orden de entrar por parte de Bogo. Él estaba sentado en su escritorio con semblante serio, más de lo usual, leyendo unos expedientes. Ambos se quedaron parados, esperando a que los autorizaran a sentarse. Luego de unos segundos, el gran búfalo hizo un gesto con su cabeza, y ellos tomaron asiento en la silla. Entraban los dos perfectamente por su pequeño tamaño, aunque la menos favorecida era Judy, lo que le valía bromas por parte de Nick porque ella tenía que estar parada para que pudiera verse y no solamente sus orejas. Por supuesto, en ese ambiente cargado de tensión no había lugar para bromas. El búfalo dejó de leer y los miró.

Iré al grano –dijo-, recibí una llamada del director de la prisión. Dawn Bellwether lleva días solicitando que ustedes dos vayan a verla. Afirma tener información relacionada con el caso de los Aulladores.

Por supuesto, ninguno de los dos se esperaba eso. Intercambiaron miradas y luego volvieron a mirar al Jefe con incredulidad.

Pero el caso está cerrado, señor. Todos los involucrados se encuentran en prisión –dijo Judy, manteniendo un semblante sereno.

Lo sé, Hopps. Sin embargo, el Director afirma que Bellwether ha estado intranquila y con un comportamiento errático. En cualquier otro caso, habría pasado de usarlos a ustedes en esto, pero él dijo que su reclusa afirmó que algo muy grave iba a suceder, pero que sólo hablaría con ustedes. Quiero que vayan allí y averigüen qué quiere. En caso de que sea una pérdida de tiempo, ¡me encargaré de que esa oveja sea encerrada en un hoyo peor del que está!

La repentina furia del Jefe había hecho que ambos asintieran y salieran sin protestar.

Ya de vuelta en el presente, el zorro se encontraba más bien intrigado. ¿Por qué rayos esa oveja quería ver a quienes habían logrado encerrarla? No presentía nada bueno de esa jornada, así que sólo se limitó a suspirar. Miró su reloj, faltaban dos horas para el mediodía. Pensaba invitar a Judy a almorzar algo ligero y a la noche preparar una cena especial en su departamento. Hoy sería el día, pero antes debía asegurarse de que ella estuviera disponible.

Oye, Zanahorias –dijo él, levantando sus gafas para verla mejor–. Te invito a cenar esta noche a mi casa. Una sopa de verduras, receta familiar.

Ella lo miró rápidamente, volviendo su atención a la carretera. Recordaba lo que había sucedido la última vez que él cocinó: la masa se le había cocinado de más, el queso se quemó y el resultado fue un cartón quemado que debería haber sido una pizza, así que tuvieron que pedir una para cenar esa noche. Nick estaba muy avergonzado, pero ella lo animó, y ahora era una anécdota graciosa entre ellos. Aunque la propuesta había hecho que recordara ese suceso, más no quería herir sus sentimientos. Buscó la mejor forma de decirlo.

De acuerdo –dijo con una gran sonrisa–, pero… ¿no prefieres que cocine yo?

Oye, ¡sólo fue una vez! – exclamó Nick, adivinando lo que pasaba por la mente de su compañera.

Yo no dije nada – mencionó ella, sonriendo, pero sintiéndose un poco avergonzada.

Aunque no lo creas, he mejorado mucho mis habilidades como cocinero – comentó, con orgullo. – No te arrepentirás.

Ella lanzó una risita alegre, y asintió. En lo que transcurrió aquella charla, habían llegado a la penitenciaría. Judy enseñó unos papeles en la entrada firmados por Bogo, y el guardia los dejó avanzar por el estacionamiento.

Una vez aparcados, bajaron del vehículo y entraron en la correccional. Nick guardó sus lentes apenas pusieron un pie dentro, mientras una gran sonrisa se dibujaba en su rostro.

Tiene que ser una broma – dijo, divertido.

Judy lo miró, sin entender a qué se refería. Luego, miró hacia la recepción y lanzó una pequeña risita: había un guepardo hembra bastante excedida de peso, alegremente comiendo cereales. Ambos intercambiaron miradas, parecía que había alguien como Garraza en toda institución pública.

Cinco dólares a que le gusta Gazelle – le susurró Nick a su compañera mientras avanzaban, recibiendo un leve codazo en respuesta.

Judy saludó y presentó a ambos. La recepcionista era igual de alegre que Garraza. Les indicó donde quedaba el sector de visitas a los reclusos, y la coneja tuvo que llevarse a rastras al zorro antes de que éste le preguntara a la guepardo si gustaba de la música de la cantante pop.

La sala de visitas eran varias cabinas separadas por vidrio blindado, donde las visitas hablaban por medio de un comunicador instalado en medio del vidrio, el cual era activado presionando un botón. Eran los únicos que se encontraban, así que tomaron asiento mientras esperaban que trajeran a Bellwether. Cuando ella arribó escoltada por un lobo, ambos abrieron los ojos, sin poder creer lo que veían: la oveja se encontraba sumamente demacrada, mucho más delgada de lo que seguramente había sido nunca, con enormes ojeras; parecía no haber dormido en días.

Ella tomó asiento y presionó el botón para hablar, mientras los oficiales la observaban, expectantes.

Necesito protección – solicitó, yendo directamente al grano–, y antes de que lo pregunten, esto está relacionado directamente con el caso de los aulladores...es más grande.

¿Qué quiere decir? – preguntó Judy, haciendo una mueca– Si quería protección, ¿por qué hacernos venir hasta aquí?

Porque mi vida peligra –dijo, manteniendo una expresión de suma irritación, producto del estrés–, ciertos animales están molestos porque fallé en lograr la utopía de una Zootopia sólo de presas. Y por más que odie admitirlo, ustedes son mi única esperanza. Aún con éste zorro delincuente –exclamó, dirigiendo una mirada de profundo asco hacia Nick.

Le sugiero respetar a mi compañero si quiere que cooperemos –dijo Judy, adoptando un semblante muy serio- ¿Quiénes son éstos animales de los que habla?

Ellos me contactaron cuando era la "secretaria" de ese sucio león– contestó Bellwether con desprecio, refiriéndose a su situación con el reelecto alcalde–. ¿Quiénes creen que me brindaron todos los recursos necesarios para desarrollar la toxina? He fallado y ellos están muy molestos. Alguien de confianza me lo ha hecho saber.

Judy se mostró muy interesada en lo que acababa de decir Bellwether. Si decía la verdad, aún habían sospechosos allí afuera que representaban un serio peligro para toda Zootopia. A decir verdad, a veces una cierta inquietud la asaltaba al respecto, sintiendo que había algo que no habían visto, y ésta confesión alimentaba aún más esa suposición que se había hecho.

Si la molestia es que fallaste en lograr el encargo, ¿por qué esperarían tanto tiempo amenazar tu vida? –preguntó Nick, rompiendo el silencio.

Porque...-se detuvo, intentando escoger bien las palabras-se avecina… la noche más oscura –murmuró Bellwether, al parecer abstraída en sus pensamientos.

Ambos policías intercambiaron miradas. No entendía lo que refería. La oveja se encontraba mirando hacia la nada; definitivamente, su precario estado se salud le estaba pasando factura. Taciturna, tarareó unas estrofas de una canción infantil que ambos oficiales conocían, que sin embargo en sus labios sonaba sumamente siniestra, al haber ralentizado el ritmo.

Cuando el sol se haya ido ya,

Cuando nada brille ya…

Aunque no sé qué serás…

Estrellita… brilla ya…

Judy golpeó el vidrio de contención, haciendo que la oveja saliera de sus pensamientos. La expresión de terror de su rostro sorprendió a ambos policías. Su semblante engreído había cambiado de golpe, mientras comenzaba a respirar agitadamente, para terminar lanzando un grito que casi hace que la coneja se caiga del asiento. Bellwether gritaba maldiciones y pedía piedad por igual, diciendo que se llevaran a la pareja de oficiales, que ellos eran los culpables de todo, para luego pedirles protección de nuevo. Los guardias tuvieron que llevársela a rastras mientras sus gritos iban desapareciendo.

Durante todo el camino de vuelta no habían dicho nada. Ambos estaban sumamente desconcertados. En la oficina del Jefe las cosas no fueron mejor, dado que Bogo consideraba que Bellwether estaba loca, estaba sumamente furioso de que sus oficiales perdieran el tiempo. Aun así, Judy había insistido en que podría haber algo de verdad en sus palabras, sumado a su estado de salud venido a menos. De hecho, en cierta forma sentía sentido que alguien le hubiese proporcionado a esa oveja resentida los medios para llevar a cabo su plan, pero por ahora no tenían nada. Tendrían que investigar a los contactos de la ex–vice alcaldesa, incluido aquél misterioso informante, a lo que Bogo suspiró resignado. Dijo que hablaría con el director de la prisión para McCuerno y Lobezno escoltaran a la oveja ésa misma noche hacia una dependencia del programa de protección de testigos. Le seguirían el juego hasta averiguar qué demonios sucedía.

Bogo les dio como trabajo completar informes, y una vez terminado tendrían la tarde libre, al igual que el día siguiente.

En la prisión, Dawn Bellwether contemplaba el pasillo frente a su celda, recostada en la dura cama. Había oscurecido, y se sentía débil. Habían tenido que suministrarle un calmante porque sufrió de convulsiones poco después de la entrevista. La dosis que le habían suministrado no era muy fuerte, una dosis mayor en su estado de salud podrían haberla matado. Morir por un calmante, pensó con ironía al respecto

Sentía hambre, pero no tenía ganas de comer. De hecho, llevaba cinco días habiendo comido solamente un poco de pan, y tomando algo de agua. Dormir, sólo de a ratos, mas no en los últimos dos días. No cuando escuchó la canción susurrada, que le había helado los huesos. Durante horas, se repitió a si misma que eso no era real. Sólo eran cuentos que había escuchado de su madre para asustarla cuando no quería dormir. Ella decía que ellos habían creado esa canción para anunciar su regreso. Por supuesto, jamás creyó en eso, pero sí sus hermanos. Allí, ella comenzó a comprender como funcionaba el mecanismo del miedo. El miedo permitía que los demás obedecieran, era la fuerza más poderosa. Sin embargo, había unido las piezas en su tiempo en prisión, tras una visita sorpresa de un ex colaborador, sobre la identidad de sus antiguos benefactores. Su colaborador le había dicho que estaba pronosticado un eclipse lunar en 13 días. Si contaba el tiempo que había tardado en hacer que esos dos vinieran a verla, queda exactamente una semana para el suceso. Su contacto mencionó que sucedería entonces la noche más oscura para Zootopia, la fecha que ellos habían elegido para regresar.

El guardia de turno anunció que se apagaban las luces del sector para que todos los reclusos fueran a dormir. Mientras repasaba rápidamente los acontecimientos de los últimos días, contemplaba como la luz artificial se extinguía, dejando paso a las tinieblas. Sus sentidos se agudizaron instintivamente. No creía que fuese a dormir después de haber estado inconsciente durante horas gracias al sedante. De todas formas, el director le había dicho que hoy sería trasladada al programa de protección de testigos. Tal vez, la vida le estaba sonriendo una vez, y podría ingeniárselas para escapar. Aún tenía gente leal, después de todo. Sabía que el asunto sería grande, de hecho, estaba consciente de que posiblemente estaba más allá de cualquiera de sus fantasías más locas, por lo que no tenía muchas opciones. Escaparía y se iría a otra ciudad, lejos de toda la locura que se iba a desencadenar.

Comenzaba a sentirse relajada al pensar en eso, cuando sus orejas se movieron al escuchar una voz canturreando.

Cuando el sol se haya ido ya,

Cuando nada brille ya…

Sintió que su corazón se aceleraba, su temperatura corporal descendía a pesar de la lana y la ropa de presidiaria que cubría su cuerpo.

Por favor…no me hagan daño –murmuró, al borde del llanto, sintiendo que todas sus esperanzas se desvanecían.

Judy se había colocado un bonito vestido de cuerpo entero que hacía juego con sus bellos ojos violeta. Se echó para atrás las orejas, contorneó sus ojos con un lápiz y se colocó un discreto labial. Las cenas con Nick siempre eran especiales para ella, sobre todo después de los últimos seis meses, desde aquella hermosa noche donde se durmieron escuchando la cajita de música del Fantasma que su zorro le regaló. Era su posesión más preciada, y la hacía andar al menos una vez al día, aún pese a las quejas de sus ruidosos vecinos. Tal vez estaba siendo hora de cambiar de departamento.

Había tomado asiento junto a la mesa, observando como Nick traía los platos con sopa de verduras picada. Estaba vestido con una camisa blanca y un elegante pantalón de jean. Se había ofrecido a ayudarlo, por supuesto, pero él lo rechazó amablemente, aludiendo que ésta vez quería que ella fuese la agasajada. Tuvo que reconocer que se sentía sumamente halagada al respecto. Además, ver a un zorro mañoso como Nick desviviéndose por dar una buena impresión era un espectáculo digno de ver.

Finalmente, el zorro tomó asiento junto a su compañera. Mañana tenemos día libre, se dijo, así que todo debía salir perfecto. Destapó una botella de un vino añejo, que él había conseguido hace unos años cobrando unos favores. Nunca había encontrado la ocasión hasta éste día. Sonriendo coquetamente, sirvió en la copa de Judy primero y luego en la suya. Ella lo miraba con curiosidad, con una sonrisa juguetona en sus labios.

Judy probó la sopa, abriendo grande los ojos. En verdad sabía muy bien. Nick se había superado a sí mismo como cocinero. Él había estado esperando esa reacción en forma disimulada, así que esbozó una mueca de orgullo. Siguieron degustado el vino y la comida en silencio, sin apartar la vista el uno del otro, disfrutando ese pequeño momento de intimidad que podían tener fuera del trabajo.

Pasado un rato, ya un poco más envalentonado por el alcohol pero aún consciente de lo que hacía, Nick sirvió ambos vasos y dijo:

Zanahorias, te propongo un brindis.

¡Claro! –contestó ella, sintiéndose más alegre de lo usual a causa del alcohol en sangre- ¿Por qué?

Pues porque hoy es un día muy especial para ambos…hoy es el día en que nos conocimos- dijo Nick.

Judy abrió los ojos como platos, ¡lo había olvidado! Pero no pudo decir nada, porque Nick prosiguió.

Y como hoy es un día tan especial, quiero proponerte algo… – anunció, levantándose de la mesa, arrodillándose frente a ella.

La respiración de Judy se aceleró, mientras movía la nariz por los nervios, un gesto que el zorro adoraba. Si estaba comenzando a ponerse borracha, se le había pasado de golpe. Sintiendo que su corazón se iba a desbocar, observó a su compañero sacar una pequeña cajita de color oscuro.

Judy "Zanahorias" Hopps –Dijo Nick, sonriéndole con picardía y abriendo la caja–, ¿me concederías el honor de… vivir conmigo?

En la caja había una copia de la llave del departamento de Nick. La conejita no sabía que decir, se había quedado muda, mirándolo con sus grandes ojos violetas. Él comenzó a sentirse nervioso, y a sudar. Dialgodialgodialgo, pensó aceleradamente. La cara de sorpresa de Judy se fue transformado en una enorme sonrisa, al tiempo que sus ojos luchaban por contener las lágrimas que amenazaban con asomarse.

¡Sí, sí! –exclamó ella, arrojándose a los brazo de Nick, haciendo que perdiera el equilibrio y terminando ambos en el suelo.

Ella lo cubrió de besos, dando breves bocanadas de aire para recuperarse, solamente para reanudar con su metralleta de cariño. Ambos se rieron, mientras se abrazaban y rodaban por el suelo del departamento (el cual Nick había limpiado muy pulcramente durante dos semanas, diciéndose a sí mismo que debía adquirir el hábito si quería vivir con Judy). Él quedó encima de ella, recuperando el aliento y sonriéndole con picardía, apoyando un brazo en el suelo para no quitarle el aire a ella con su peso. Ambos se miraban, enamorados, felices en su pequeño mundo de privacidad, alejados de los pensamientos de los otros. Ya más fuertes, más maduros, con menos miedos. Diferentes de lo que habían sido hace seis meses, cuando vieron ese musical y todo cambió.

Te amo, Judy Hopps – le dijo Nick, acariciando su nariz con la de ella, provocándole una ligera mueca de alegría.

Y yo a ti, Nicholas P. Wilde –le respondió ella, susurrándole al oído, causándole un temblor en su espalda.

¿Lo suficiente como para dejarme conducir la patrulla? – preguntó, con una sonrisa pícara.

Debería pensarlo muy detenidamente –contestó Judy, alzando una ceja.

Nick lanzó una carcajada, y luego depositó un pequeño beso en los labios de Judy, quien le correspondió, dejándose llevar. Se sentía plena en esos momentos. Había cumplido su sueño, estaba logrando cambiar al mundo, estaba con el animal que amaba, en su pequeño mundo. Y ahora, iban a vivir juntos. La cajita de música iba a tener un lugar especial en el cuarto de ambos, de eso estaba segura.

El teléfono de la conejita sonó, sacándolos de su mundo de ensoñación. Nick bufó a causa de la interrupción. Ella se levantó, haciendo un puchero, frunciendo los bigotes. Tomó el celular de la mesa y contestó: era el Jefe Bogo.

¡Hopps! Avisa a Wilde que deben reportarse mañana –ordenó el búfalo, muy enfadado.

Pero señor, mañana es nuestro día libre –protestó ella.

¡Será otro día! – exclamó él, pero luego intentó calmarse- Escucha, Hopps. Es de suma importancia que asistan mañana a la prisión.

¿Qué sucedió? – Preguntó ella, mientras dirigía una mirada a Nick, quien rodaba los ojos en señal de fastidio.

Hubo un silencio, mientras Bogo suspiraba por la pregunta, llevando su pezuñas a los ojos en un gesto de cansancio.

Los oficiales que asigné para que trasladaran esta noche a Bellwether, la encontraron asesinada en su celda.