Disclamier: Twilight y sus personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Este es un TWO SHOT que está participando del concurso New Year´s Elite Contest organizado por el grupo Élite Fanfiction ( facebook groups / elite . fanfiction / ) y su autor será revelado una vez terminadas las votaciones del mismo.

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Like nights and days

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Summary

"Somos como la noche y el día", aquella frase era la que definía la difícil relación de Charlie y Renée, condenándoles a un amor imposible. Pero, la capacidad de su padre para sobreponerse al dolor, será todo un ejemplo para Bella, quien pasa por sus momentos más oscuros en los días más especiales del año.

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Capítulo 1

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Forks, 31 de diciembre de 1987.

Lluvia, más lluvia. Otra vez el parte meteorológico había fallado y no había forma de ver nieve en aquel maldito lugar.

Las lágrimas bañaban las mejillas de Renée.

Aquella mañana se había levantado algo más alegre por la expectación de ver por primera vez la nieve en su vida. Algo nuevo que contar, aun cuando ella odiase el frío y la humedad. Por lo menos iba a ser algo que rompiese su monotonía.

Pero Forks era demasiado húmedo para que la nieve cuajase.

Rápidamente, se secó las mejillas sin llegar a comprender cómo algo tan insignificante como la lluvia nublaba tanto su estado de ánimo. Tenía que tratarse de algo más de la frustración de tener que quedarse en casa cuando ya había planeado salir al jardín a jugar a hacer muñecos de nieve con Bella.

No necesitó profundizar demasiado para llegar a la raíz del problema.

Se estaba hundiendo en la monotonía.

Con menos de veinte años se había escapado del control de su madre, casado con un hombre que había conocido hacía pocas semanas, comprado una casa y tenido una preciosa niña.

Y lo que creía que sería su gran aventura, se había convertido en una cascada de rutinas que amenazaban con aplastar su espíritu hasta anularlo por completo.

Gracias a la presencia de Bella en su vida, había descubierto un pequeño mundo aún sin explorar, y su vocación: Le gustaban los niños y se le daban realmente bien. Sería a lo que se dedicaría pero tenía claro que sería fuera de las sombras de Forks.

La verdadera angustia era darse cuenta que Charlie estaba tan anclado en aquel lugar que no accedería a irse con ella, y menos aun cuando todo estaba en el aire.

Volvió a llorar con más fuerza al recordar la gran discusión que había tenido con su marido por aquel tema, o más bien ella gritaba y él suspiraba, aguantando el tipo para después abrazarla y razonar con ella:

Mis padres están muy enfermos y me necesitan. Es imprescindible que me quede aquí. Aunque, no descarto en un futuro mudarnos a donde tú quieras. Mientras Bella, tú yo estemos juntos, cualquier lugar se convertirá en mi hogar.

¿Futuro? Renée vio la evidencia.

Al contrario que ella, que amaba el calor y el sol, Charlie podía vivir en el frío sin que aquello le afectase demasiado. Decidiese lo que decidiese, tenía que hacerlo dejando a Charlie atrás.

Por primera vez, había tomado una resolución y se aferraría a ella hasta el final. Se lo debía a su hija.

Y hablando de su hija, se dio una palmada en la frente cuando se dio cuenta que la hora de su siguiente toma iba a pasar. Se giró y se la encontró de frente.

Con las mejillas rojas y los ojos anegados en llanto, el bebé se aferraba a los brazos de su padre mientras éste la miraba algo exasperado.

Se estaba cansando de las depresiones de su esposa, pero al contrario que ella, creía que si hablaba con un especialista, quizás las cosas mejorasen.

Abrió los ojos sorprendida, preguntándose cómo había perdido la noción del tiempo y no haberse dado cuenta cuando había llegado Charlie de su visita a sus padres.

Renée, Bella está llorando. Creo que tiene hambre.

Aún aturdida, cogió torpemente a Bella entre sus brazos y la acurrucó entre su pecho mientras intentaba calmar el llanto lastimero de su hija.

Con pasos pesados, Charlie se dirigió a la cocina y ayudó a preparar aquel polvo blanquecino y maloliente que el Pediatra insistía en llamar preparado de leche materna. Renée se había negado a darle el pecho y Charlie, dado su estado de ánimo desde el parto, no se lo había impuesto.

Preparó el biberón mientras Renée paseaba por la cocina canturreando una nana y meciendo a Bella para que se calmase hasta que llegase la toma.

Charlie sonrió con ternura mientras observaba como su pequeña glotona acababa con el biberón en menos de un par de pestañeos y su madre le daba palmaditas para que expulsase los gases.

Bueno, dado el ritmo con el que bebe esta pequeña zampona, tendré que preparar un par de ellos para llevar esta noche. Porque dudo que las gemelas se alimenten con esta cosa apestosa y Sarah tenga algo de esto en casa.

Renée volvió a perderse en el hilo de pensamientos de su marido. ¿De qué demonios estaba hablando?

Charlie adivinó que a su mujer se le había olvidado por completo lo de aquella noche.

Sabes que habíamos quedado en La Push con los Black y los Clearwater para celebrar la última noche del año, ¿verdad?—le recordó no muy convencido de la memoria de su esposa—. Nos lo recordaron en la comida de Navidad y tú estabas entusiasmada por ir.

Renée asintió.

Por supuesto que me he acordado—replicó—.Incluso le prometí a Sarah que haría un pastel de manzana para la ocasión. He estado toda la tarde metida en la cocina para hacerlo. Por suerte, he encontrado los libros de receta de mi madre y había uno que me ha resultado fácil de hacer.

¡Oh!—Charlie hizo un gesto de frotarse la tripa de satisfacción—. Seguro que está delicioso. ¿Dónde lo has metido? Quiero verlo, aunque prometo que me resistiré hasta que lleguemos a casa de los Black.

Se sobresaltó cuando su esposa chilló y dio un brinco, entregándole a Bella de tan mala manera que sólo acertó a cogerla entre las axilas quedando sus piernas colgando, situación que parecía no afectar en absoluto al bebé, que incluso para ser tan pequeña, hizo un amago de sonrisa para demostrar que aquello le parecía gracioso, mientras Renée sacaba algo negro y humeante del horno, abría la ventana y echaba al fregadero un trozo de carbón.

¡Hum! Cariño, ¿eso era la tarta o estabas intentado experimentar con alguna receta nueva?—se atrevió a preguntar Charlie.

Era la tarta—respondió aún anonadada Renée. Después estalló y empezó a llorar compulsivamente.

Dejando a Bella en el moisés, Charlie abrazó a su esposa, consolándola sin decir una palabra y dejando que se tranquilizase.

En el fondo, se sentía aliviado. Los experimentos culinarios de Renée le habían costado más de un disgusto con el estómago, pero la había visto tan animada desde hacía mucho tiempo que no se había atrevido a contrariarla.

¡Se lo prometí a Sarah!—hipó con fuerzas mientras sentía los protectores brazos de su marido confortándola.

¡Shhh!—susurró mientras le acariciaba el pelo—. Tranquila, seguro que Sarah comprenderá. Aunque por si acaso, ya había comprado una tarta en la cafetería. Así no irás con las manos vacías, si eso te hace sentir mejor.

Renée levantó la cabeza y escrutó con sus vidriosos ojos azules la expresión de su esposo.

¿Ah, sí?

Bueno, cariño, yo había comprado la tarta por si acaso no iba a haber suficiente para todos con sólo la tuya. Ya sabes los glotones que son estos tipos de la reserva—le mintió. No se atrevía a decirle que no había confiado nunca en sus dotes culinarias.

Si Renée le había creído o no, era otro asunto. Se alegró de todo corazón que su esposa sonriese entre las lágrimas.

Después, miró a su hija que les observaba con aquellos grandes y curiosos ojos marrones.

Los mismos ojos que Charlie.

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Renée se preguntaba, maravillada, cómo habían conseguido que la hoguera se hubiese logrado encender a pesar de la última racha de lluvia. Y por primera vez en mucho tiempo, no le molestaba sentir el frío y la humedad en su rostro mientras vigilaba que las gemelas Black no alborotasen demasiado al lado de Bella. Tuvo la sensación que el cielo estaba menos nublado, por lo menos le permitía ver las estrellas y la forma de arco de la luna.

Pronto se vio inundada por la magia de luz en aquel lugar. Sonrió con tristeza al sentir como aquellas playas eran el único bastión de verdadera magia de aquel inhóspito pueblo. Además, justamente allí había comenzado su aventura con Charlie.

Echó un vistazo a su alrededor comprobando que nadie de la tribu se había quedado en casa.

Durante toda la noche se habían quedado desperdigados, ya fuese comiendo, bebiendo, bailando al son de la música de un cassette a pilas o sencillamente hablando mientras observaban el mar. Cinco minutos antes de la medianoche todos se sentaron alrededor del círculo de fuego y Billy Black, encabezando el grupo como jefe de la tribu, se encargó que no fallase la retransmisión de las campanadas para despedir el año.

Cientos de voces coreaban la cuenta atrás.

¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres!

Charlie buscó la mano de su esposa y la estrechó con fuerzas.

¡Dos! ¡Uno!

Y el gran grito acompañado de aplausos y matasuegras.

¡Feliz año 1988!

Renée, eufórica, se arrojó a los brazos de su marido mientras una lluvia de serpentinas los envolvía.

¡Feliz año nuevo, cariño!—Y le besó con fruición durante más de cinco minutos.

Aun después de aquel beso, posaron sus frentes y se miraron a los ojos.

Aquella noche sólo había hueco para las esperanzas renovadas.
Todo el mundo era feliz, ya fuese bailando alrededor de la hoguera, encendiendo fuegos artificiales y tirando petardos. Rebecca y Rachel Black bailoteaban, alborozadas, alrededor de sus padres, quienes se estaban besando sin pudor. Incluso Bella hacía gorgoteos alegres e hizo un intento de palmoteo cuando su madre la miró con aquel brillo especial en los ojos.

Quizás ya va siendo hora de irnos—le dijo a Charlie, no muy convencida—. Bella debería haber estado acostada hace horas.

Como respuesta, Charlie la cogió de la cara, la atrajo hacia él y la volvió a besar.

Haremos una excepción por esta noche.

Posó su brazo por los hombros de su esposa y le murmuró al oído:

Te prometo que este año, todo cambiará.

Ausente, Renée se aferró a la cintura de Charlie y miró con melancolía como Sarah y Billy alzaban sus copas de champagne, felices y cómplices, y dedicaban sus brindis a todos los presentes:

Esta es la noche para quemar etapas. Dejar atrás todas las sombras y caminar hacia delante…

Sí—gritaron todos eufóricos.

Sí—musitó Renée, ausente, mientras alzaba la copa con el brazo temblando.

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Charlie se levantó de la cama con el corazón latiendo violentamente y un pálpito de que algo no iba bien.

Espiró e inspiró varios minutos hasta que logró apaciguarse. Después, se sobrecogió por el repentino silencio.

Ya estaba empezando a clarear y no oía a Bella llorar pidiendo su comida. Todo aquello le empezaba a sobrecoger.

Intuyó lo peor cuando notó el hueco del lado izquierdo de la cama vacío y frío. Renée nunca se había levantado antes que él.

Entonces se fijó en las puertas de los armarios entreabiertas.

Se levantó corriendo para descartar lo peor.

¡No, no, no, no!—Abrió el armario encontrándose sólo con su ropa.

Sin un rumbo fijo, empezó a caminar deprisa en busca de algo que le diese una vana esperanza de que su mujer aún permaneciese en la casa.

Pero no lo encontró en el cuarto de baño, donde su parte del lavabo estaba completamente vacía.

Entró en la habitación de su hija y todo permanecía en su sitio. No faltaba ni un solo juguete. A excepción del pequeño Teddy Bear con el que Bella dormía todas las noches…y la cuna vacía.

Aquello terminó por evidenciarlo todo.

Como si fuese un zombi, bajó lentamente las escaleras con la esperanza cada vez más escasa de encontrar algo que probase la presencia de Renée en aquella casa. Tenía la sensación de estar buscando un fantasma.

Entró en la cocina y en el frigorífico, pegada con los imanes, había una nota.

Vaciló antes de desdoblarla y empezar a leer:

"Charlie;

No espero que me perdones, ni siquiera que lo llegues a comprender ni ahora ni nunca. Sé que no te bastará con un lo siento, pero así es. Nunca sabrás cuanto me duele esto. En el alma. Pero tenía que hacerlo. No podía más. Ni un solo día.

El valiente de esta relación has sido tú, así que no me pidas que yo también lo sea.

No podía decírtelo a la cara porque, sólo con ver la súplica en tus ojos, no hubiera encontrado las fuerzas para salir de aquí, y todo se hubiera ido deteriorando hasta que todo lo bueno que he sentido por ti, se hubiese sustituido por el rencor de obligarme a permanecer en un sitio que me ahoga.

Forks es un lugar muy oscuro y siempre he tenido miedo a la oscuridad, y me ha convertido en la clase de persona que nunca he querido ser.

Me estanco y yo necesito avanzar a otra nueva etapa.

Soy una criatura de luz y calor. Todo lo contrario que este pueblo.

Y por mucho que me duela separaros, Bella no puede crecer en un sitio tan deprimente.

No me guardes rencor.

Sé que no tengo derecho a pedírtelo y eso me hacer ser una completa egoísta, pero, de vez en cuando, te pediré que dejes esto atrás y vengas a buscarnos. Insistiré hasta que un día vea que no lo harás nunca y entonces…se acabará.

Cuando estemos instaladas, te llamaré.

Necesito que me creas cuando te digo que te quiero.

Renée.

P.S: ¡Feliz año nuevo!"

Aún había regueros húmedos entre las palabras. Renée debió haber escrito la nota llorando.

Charlie respiraba cada vez más profundamente.

No se había dado cuenta que, palabra a palabra, las piernas le habían ido fallando y se había ido deslizando hasta sentarse en el suelo.

Se había dejado hundir en aguas muy densas. Y al ver lo que le depararía—un futuro sin Bella ni Renée—, la realidad de aquel hecho había actuado como un peso entre sus piernas que le había impedido nadar.

Y ante aquel enorme cascarón vacío que se había convertido su hogar, no volvió a salir a la superficie.

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Forks, 30 de diciembre de 2005.

"Cómo si nunca hubiese existido".

El tiempo más feliz de mi existencia se había basado en un brote esquizofrénico.

O en un accidente cósmico.

Verdad o fantasía, sólo había una realidad evidente para mí: me había convertido en un planeta sin satélite, girando en el oscuro y frío espacio alrededor de la nada.

Aun cuando mi universo hubiese sido absorbido por un agujero negro destruyendo todo para siempre, había una evidencia. Todo cambiaba y yo no podía remediarlo.

La primera vez que empecé a darme cuenta de aquella realidad, el calendario estaba a punto de cambiar.

Y daba igual que siguiese la misma rutina de levantarme y aovillarme en una esquina del sofá. Todo iba hacia adelante y me arrastraba con ello, quisiese o no.

Charlie decidió demostrármelo cuando decidió romper con su habitual apatía y decidió pasarse de gracioso, poniéndome las manos sobre la cintura.

Estaban tan frías que no pude evitar dar un salto y chillar. Hubo un tiempo en que hubiera amado aquel tacto, pero ahora odiaba el frío con toda mi alma y sobre todo cuando Forks se había convertido en mi purgatorio para expiar alguna clase de pecado que hubiese cometido en mi anterior existencia.

Por eso miré a Charlie con odio mientras él se reía entre dientes sin importarle cómo le taladraba con la mirada.

— ¡Por fin una reacción humana!—exclamó—. Creí que ibas a echar raíces en el sofá. Un poco más y te riego.

— ¡Hum!—suspiré como una única respuesta plausible. Estaba segura que eso no era lo que esperaba, pero por lo menos daba una señal de que seguía respirando.

— ¡Bells!—resopló—. Ahora que casi he captado tu atención me gustaría que echases un vistazo por la ventana y salieses a estirar las piernas. Hace un día precioso.

Seguí con los ojos hacia donde indicaban su mano y miré hasta la ventana. Me recorrió un escalofrío. Todo estaba cubierto por un grueso manto blanco de nieve. Me abracé el pecho como si solo de pensarlo me entrase mucho frío y me giré hacia mi padre, preguntándome si había perdido un tornillo por el camino.

— ¿Nieve? ¿Ese es tu concepto de día precioso?—me dolía la garganta por elevar mi voz unas octavas. Era la primera vez que decía algo más que un par de monosílabos juntos en una oración. Y por pedir más, había una emoción—negativa, cierto—, pero después de muchos meses, ya era algo.

Como si estuviese muy contento por el progreso que estaba realizando, mi padre se encogió de hombros.

— ¿Qué sería de una Navidad sin nieve, Bells? Los raros sois vosotras, tu madre y tú, que celebráis estas fiestas bajo un sol abrasador y veinticuatro grados. ¡Eso mata cualquier espíritu navideño! ¡Vamos, coge el anorak y salgamos a hacer muñecos de nieve!

Fingí que lo consideraba.

—Tentador…pero no.

—Bueno, pues observa como los hago yo mientras te sientas en la escalera tomándote un chocolate caliente y riéndote cada vez que me caiga. Quizás si te da el aire fresco y ves que te sienta bien, podrías considerar dar una vuelta por el pueblo y pensar en acompañarme mañana por la noche a las hogueras de La Push para despedir el año con los chicos. La última vez que fuiste eras un bebé y posiblemente te gusten las tradiciones. Sé que no es nada del otro mundo, Bells, pero se trata de salir de esa rutina en la que te has metido…

¡Oh, oh, oh! Así que de eso se trataba. Intentaba camelarme para que fuese con él y sus amigos a la fiesta del fin de año. Por un instante, intenté ponerme en su lugar y darme cuenta que le debía algo más que una actitud apática y obligarle a quedarse en casa con la única compañía de mi estado deprimente de ánimo.

No había sido la mejor compañía para él durante las primeras navidades que pasábamos juntos—ni siquiera había salido a comprarle un regalo y yo no había abiertos los míos. Aún estaban mis paquetes bajo un improvisado árbol comprado y decorado a última hora—y ahora amenazaba con estropearle su fiesta, algo que había hecho año tras año con sus amigo, y aquello me hacía sentir fatal. Por primera vez, era capaz de entender las necesidades de los demás—sobre todo las de mi padre—, y darme cuenta de la clase de Grinch en la que me estaba convirtiendo.

Y a pesar de todo, tenía la sensación que si daba un par de pasos más allá porche, me convertiría en un copo de nieve y me derretiría con un tenue rayo de sol. Y eso es lo que me gustaría realmente.

Rehusé su invitación con un suspiro.

—Pero si es importante para ti, no te preocupes por mí. Tenía la intención de irme pronto a dormir—le ofrecí a cambio.

No era la respuesta que esperaba. Después de resoplar varias veces, se sentó a mi lado y colocó la mano sobre mi rodilla.

—Cariño, la fiesta de La Push es lo de menos. Se trata de estar los dos juntos, y que por un maldito día, disfrutes de algo—hizo una pausa—. Sé que no eres feliz y no te pido que se te pasen todas las penas de la noche a la mañana. Pero ni siquiera lo estás intentando y eso es lo realmente doloroso. ¡Créeme! No soy un gran fan de las navidades, y si hiciese un top ten con mis peores días, seguro que la mitad de mi lista serían estas fiestas. Y sí, hubiese deseado que me tragase la tierra, pero empecé a darme cuenta que no estaba solo y tenía que ordenar mis prioridades. Todo cambia, sólo es cuestión de tiempo.

Tiempo. Cambio.

Ante aquellas palabras, noté como el pecho empezaba a pesarme y me costaba más respirar.

Aquello significaba olvido y era lo único que no me podía permitir. Porque el dolor lo hacía todo más real. Mi realidad.

Moví la cabeza de un lado para otro instintivamente.

—Siento haberte estropeado las navidades y el año nuevo. De verdad, lo siento mucho—casi se me quebró la voz—. Tal vez hubiese sido mejor no haber estado aquí.

Noté una presión cada vez más fuerte sobre mi rodilla y la respiración de Charlie volverse más superficial.

— ¿Qué quieres decir con no haber estado aquí?—se atrevió a preguntar tras un pesado silencio. Y por el tono de su voz, no quería saber mi respuesta.

Comprendí enseguida lo que creía que había insinuado y me asusté de verdad. No podía permitirme aquel lujo. Y por supuesto, por muy egoísta que fuese, era enormemente cruel hacer creer a Charlie que por mi cabeza podría rondar aquella amenaza.

—Me refiero que podría haberme ido con mamá y Phil a Jacksonville—aclaré rápidamente.

—Bells, tu madre ha estado llamando todo el tiempo para proponértelo, incluso, si te acuerdas, te lo comenté varias veces. Creí que tu falta de respuesta significaba una negativa—me regañó pero parecía más tranquilo cuando comprendió que mis intenciones nunca había tomado aquel camino.

—Era una tontería—decidí zanjar el tema.

Estaba muy cansada y sólo quería tumbarme en la cama y que aquellas capas de dolor me protegiesen de la realidad. Charlie así lo entendió y se resignó a dejarme subir a mi cuarto.

Pero antes de posar mi pie sobre el primer escalón, oí decir a Charlie con voz queda:

—A pesar de todo, me alegro pasar las navidades y el año nuevo contigo, cariño.

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Cuando creía que estaba dormida, Charlie ponía la radio por la mañana y oía las noticias matutinas. De vez en cuando se permitía el placer prohibido de oír alguna canción. Desde que mi dictadura había impuesto el veto de cualquier clase de música, Charlie tenía que hacer esto en secreto.

Pero se le olvidó apagar la radio cuando se fue—no sin antes echarme un último vistazo y comprobar que estaba bien mientras fingía estar dormida—para hacer la última ronda del año.

Una vez que oí el portazo y el arranque de su coche, me levanté exasperada para apagar la maldita radio.

Podía haber elegido temas más alegres en concordancia al espíritu del último día del año. En lugar de eso, era la canción más dañina para mi estado de ánimo.

Cada parte de la letra actuaba como un cristal cortante que me desangraba.

Exactamente, directa a mis venas. Así era. Involucrarte con una persona hasta los tuétanos y no poder olvidarla por mucho que las cosas cambiaran.

Apagar la radio y dejar de oír la canción no resolvía el problema de base, pero eso me obligaba a nadar contracorriente y devolverme a una realidad a la que no quería volver.

Violé el espacio vital de Charlie, entrando en su cuarto y buscando aquella maldita radio. Se encontraba en una estantería junto a una foto y— ¡Oh, sorpresa!—un andrajoso osito de peluche aún con las cicatrices y marcas de haber sido el compañero de infancia hasta los siete años.

Me sorprendió como el recuerdo de una niña pequeña, sonriente, se lo entregaba a su padre para que no durmiese solo hasta que volviesen a estar juntos, volviese de nuevo a mi cabeza. Y si no me fallaban las cuentas, había sido por aquella época.

Un latido expresaba una primera emoción desde hacía mucho tiempo. Me conmovió profundamente que Charlie aún tuviese a Teddy Bear en su habitación.

Aquello no me podía distraer de mi principal objetivo, y con más energía de lo que creía tener en mi cuerpo, apagué la radio.

Provocó un pequeño temblor en la estantería y un marco se cayó.

Rezando para que no se hubiese roto el cristal y, sobretodo, no me cortase—no hubiese soportado la visión de la sangre—, me agaché para recogerlo.

Por tratarse del último día del año, la suerte decidió acompañarme en ese instante y nada se había roto. Aún permanecía intacto.

La foto enmarcada me quitó el aliento.

Charlie abrazando a una niña de unos siete años, disfrazada de cisne para la actuación de ballet, mientras la consolaba por haberse caído durante toda la función.

Yo recordaba aquello como si fuese ayer.

Charlie había bajado a Riverside para cuidarme durante los días de Nochevieja y Año Nuevo.

"Charlie importa". Aquellas dos palabras empezaban a tener un significado más profundo.