"Dulce Manía"

Disclaimer: Todos los personajes de Saint Seiya pertenecen a Masami Kurumada y a Toei Animation.

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_ Capítulo único.

En una sala muy amplia con blancas y lisas pareces, cinco santos de bronce esperando pacientemente junto a la presencia de su Diosa. Sentados en la última hilera de sillas del lugar, como niños buenos, ordenados y calladitos...

Oh, bien. No exactamente...

—¡Suéltenme! —los gritos de un muchacho castaño lograban llamar la atención de la multitud, quienes volteaban a ver la curiosa escena. Seiya era firmemente sujetado por Hyoga y Shiryu—. ¡No pienso entrar ahí! —volvió a vociferar al tiempo que trataba inútilmente de deshacer el agarre de sus compañeros.

—Por favor, Seiya, cálmate —pidió con voz suplicante el santo de dragón. Entre los forcejeos, él y el rubio eran apenas capaces de mantenerlo en el lugar.

El santo de Pegaso soltó un gruñido en respuesta, moviéndose cual animal rabioso—. ¡No lo haré hasta que me suelten!

—¡Suficiente! —la voz de reprimenda de la reencarnada Athena logró detener momentáneamente el espectáculo. Dirigiendo una significativa mirada a los tres santos, especialmente a quien era retenido en el medio, prosiguió—: Lo lamento, pero tendrás que entrar ahí te guste o no. Pasamos por mucho hoy por sus caprichos, pero al menos Shun tiene la decencia comportase. ¿No podrías hacer lo mismo?

—¡No quiero ir!

—De nada te servirá el escándalo —sentenció la joven diosa con frialdad—. Irás sí o sí. Ninguno de los dos se salvará —agregó, observando de reojo al chico de verdosos cabellos.

Desde su asiento, el santo de Andrómeda se lamentaba en silencio. Era como estar entre la espada y la pared, todos los intentos de fuga habían fallado y ahora sólo se dedicaba a bostezar con desgano. Debía aceptarlo, ya nada podían hacer, aunque la insistencia del Pegaso por liberarse, gritando y forcejeando, lo hacían sentir de cierta forma apenado ante los indiscretos murmullos sobre sus amigos. Sus extremadamente ruidosos amigos.

—Los señores de allá son muy ruidosos... —como leyendo su mente, el comentario de una pequeña ubicada no demasiado lejos de su posición llegó a sus oídos.

—Están estresados —respondió, captando la atención de la pequeña. Shun le dedicó a la niña que ahora lo miraba, una sonrisa un tanto forzada, mientras se dejaba caer perezosamente en su silla con los brazos cruzados—. Tuvimos un laaaargo día —musitó, alargando exageradamente la oración.


Esa mañana, como cualquiera en la mansión Kido, se encontraba en extraña calma dentro de su ajetreada rutina. La mayoría de los habitantes y funcionarios apenas despertaban o se dignaban a levantarse, a excepción de un par de santos que, con la característica energía de la juventud, se encontraban platicando alegremente en la cocina. Uno de ellos preparaba algo en el mesón, a su alrededor se notaban varios ingredientes sueltos: leche, harina, polvo de hornear y demás. Mientras el otro, esperaba ansiosamente a su compañero en una mesa de madera.

—¡Listo! —exclamó Shun, aún permaneciendo de espaldas a la vista del Pegaso.

—¿Qué es? —preguntó Seiya, sus ojos brillando expectantes. En respuesta, el santo de Andrómeda dio media vuelta, revelando a la vista del otro su creación.

—Te presento mi nuevo postre: brownies de chocolate bañados en manjar, a un lado, helado de vainilla cubierto de salsa de chocolate y como toque especial... —el chico de pelo verde detuvo su discurso para agregar misterio— ¡Chispitas de caramelos! —concluyó de nombrar entusiasta, dejando elegantemente los postres en la mesa—. ¿Gustas de servirte?

—Se ven deliciosos... —murmuró Seiya, observando hipnotizado los postres—. Y también... ¡Chocolatosos! —exclamó levantando con gesto triunfante una cuchara, preparándose para probar el dulce que tenía enfrente.

—¡Buen provecho! —vociferaron ambos santos a coro, procediendo a devorar el platillo.

En algo estarían de acuerdo: ninguno se cansaba del azúcar. Saborearían gustosos cualquier mezcla de chocolate, caramelo o helado.

Pero, lo que el par de ingenuos, adorables y atolondrados muchachos no se imaginaba, era la remota posibilidad de que, al otro lado de la puerta entre abierta de la cocina, otros habitantes de la gran mansión platicaban sobre sus propios asuntos.

—Saori, ¿estás completamente segura de esto? —cuestionó dudoso el rubio, quien miraba de reojo a la sala donde dos santos disfrutaban de un postre.

La deidad se limitó a asentir con firmeza—. Será por su propio bien. No hay marcha atrás a partir de este punto: lo hemos discutido por mucho tiempo, y la hora ha llegado.

—¿Y qué pasaría si se negasen? —preguntó Shiryu, tratando de cubrir posibilidades.

—Entonces, implementemos el método clásico: golpes y amenazas —se apresuró en responder Ikki—. Puedo asegurar lo efectivo que es.

—Lo ideal no es obligarlos. Después de todo, sólo son niños.

—Saori, lamento discrepar contigo, pero todos nosotros rodeamos entre los trece, catorce y quince años —comentó el dragón, recordando las fichas de personajes en internet—. Además, tú tienes la misma edad que ellos.

—Pero no olvides: soy la reencarnación de la diosa de la sabiduría y la guerra justa. Eso me da una enorme ventaja a todos ustedes, llamada sentido común.

—Sí, sí, ¿podemos decirles rápido? —apresuró el fénix gesticulando con fastidio—. Tengo otras cosas que hacer a parte de espiar a mi hermano. Suelo hacerlo durante de Lunes a Viernes, pero el fin de semana generalmente se lo dejo libre.

—¿Y quién les dirá?

Ante la pregunta, todos se vieron las caras con seriedad, y un severo silencio no se hizo esperar en tal situación. Pese a todo, tenían la certeza que por sus mentes cruzaba el mismo método. Una estrategia elaborada y difícil de realizar, que implicaba una coordinación prácticamente perfecta. Usada hace miles de años, desde antiguos guerreros hasta soldados modernos.

Pocos iluminados conocen de su existencia.

—¡Piedra, pales o tijeras! —vociferaron al unísono los cuatro. Así, después de más de cinco series consecutivas, y un eficaz método de eliminación ideado por Shiryu, se dio a conocer quién fue el desafortunado perdedor.

—"¡Me lleva...!" —exclamó con enojo en su mente. Aquel rubio maldijo en silencio su suerte, destino, o momento en que se le ocurrió hacer tijeras en lugar de piedra. Sin más que agregar, e haciendo uso de toda su dignidad al ignorar las tres sonrisas burlonas que mostraban sus compañeros, giró sobre sus talones y con andar pesado entró a la cocina.


La reencarnada Athena y sus guerreros restantes (Fénix y Dragón) aprovechaban ese pequeño intervalo de tiempo para discutir importantes asuntos.

—La verdad, no entiendo como siendo la diosa de "la Sabiduría y la Guerra justa" —marcando fuertemente las comillas con sus dedos, Ikki hablaba con su usual tono despectivo—, puedes decir tal estupidez.

—Es sólo filosofía, Ikki — respondió Saori, molesta por la burla del fénix.

—¡Que filosofía ni que ocho cuartos! Lo que dices tiene absolutamente ningún sentido. Simple lógica, viven, mueren. Punto. Aunque seguro que a Death Mask le gustaría escucharte...

—El sentido de la existencia para ellos es siempre igual. Cada uno es igual al otro, al anterior y al siguiente. No tienen sentido de sí mismo como entidades —explicó pacientemente su punto, dando honor a su título como deidad e ignorando la anterior burla—. Y Death Mask no cuenta.

El sonido de tos de un tercer individuo llamó la atención de ambos—. Escuchen, ¿podrían por favor dejar de literalmente hablar sobre la inmortalidad del cangrejo? —Shiryu pidió, dirigiéndose a ellos con seriedad—. Nuestro rubio amiguito lleva bastante retraso.

A regañadientes, tanto la joven como el muchacho de cabellos azules le concedieron la razón. Se dirigieron con paso lento a la cocina, abrieron la dichosa puerta y entraron en ella. Al igual que la vez anterior, no les asombró encontrar a los presentes disfrutando de un postre casero como si se les fuera la vida en ello.

Un tercer invitado al pequeño banquete llamó su atención—. De verdad, está delicioso —refiriéndose al dulce que degustaba, el santo protegido por la constelación del cisne pasó la mirada por el rostro de sus dos compañeros.

—Te sorprendería. Shun es realmente un buen cocinero.

El chico de cabellos verdes rió avergonzado, pero respondiendo al comentario del Pegaso con una gran sonrisa—. Por eso digo: nada como un buen dulce para empezar el día —citó a su vez con gran alegría.

Todavía desde el umbral de la puerta, la reencarnación de la deidad griega fingió un ataque de tos a su garganta, haciendo notar su presencia y la de los otros detrás de ella—. Hyoga, ¿no había algo que debías hacer?

El tono de reproche no pasó desapercibido por el rubio, quien inmediatamente chilló un cómico "¡Do´h!" en su mente. Desvió sus ojos de los de la diosa, tratando de idear una excusa rápida—. ¿Me creen si les digo que estaba a punto de hacerlo?

—Has deshonrado el juego piedras, papel o tijeras al faltar a tu palabra —comentó uno de ellos con tono sufrido. Hyoga miró con extrañeza al santo de dragón.

Ikki sonrió con malicia—. Ahora estarás condenado a pasar una eternidad en el infierno de Microsoft.

—¡¿Microsoft?! —repitió con horror el rubio, acercándose a sus verdugos de rodillas—. ¡Por favor! ¡Lo que sea menos Microsoft! ¡En varios de sus programas son donde los fans escriben fanfics o crean videos de nosotros!

El chico castaño le dio un disimulado codazo a su compañero—. Shun, trae las palomitas. Esto estará bueno.

—Es lo que mereces —sentenció con severidad el santo del fénix, causando una nueva exclamación de misericordia venir de la garganta de Hyoga.

—¡Todo menos eso!

Saori ahogó una risita—. Suficiente, chicos. Ya saben que no estamos autorizados a hacer referencias

—Al menos lo intenté…— Se encogió de hombros el rubio, para dar la última probada a su postre. —Con su permiso…— dijo al momento de levantarse del asiento y tratar de salir discretamente de la cocina.

Pero antes de lograr ejecutar su sutil huida, algo detuvo al cisne sujetándole de un brazo antes de que terminara de cruzar la salida. —De aquí no te mueves, pato—.

—Muchas gracias, Ikki—habló el rubio con marcado sarcasmo; el aludido sólo lo vio burlón.

—En fin, como "alguien" no fue capaz de informarles un simple encargo, tendré que hacerlo yo— empezó a hablar Saori, mientras avanzaba por la cocina hasta quedar delante de los santos ubicados en la mesa.

—No sé por qué, pero esto me da mala espina— murmuró Shun al oído se Seiya.

—Yo también lo creo; no es muy normal que vengan los cuatro específicamente a "informar" algo…— respondió de la misma manera el castaño.

—Emmmm… si ya han terminado de hablar— interrumpió la joven diosa los murmullos, que por cierto, eran escuchados por los presentes. —Deben saber algo de suma importancia, aunque pueda no ser totalmente de su agrado…—

—¿Nos quitaran los dulces?— preguntaron con caras de espanto.

—No, no es eso.

—Entonces no es tan malo— dijo aliviado Seiya. —Continua—.

—Bueno, deberán ir al dentista hoy en la tarde— soltó finalmente Athena, esperando las reacciones de sus santos.

Pero al único que pareció afectarle fue a Pegaso, quien en ese momento se quedó estático en su lugar, luego tomó una taza de té y la escupió. —¡¿Qué?!— exclamó de forma dramática, como si acabaran de informarle que atropellaron a su perro.

—Que deberán ir al dentista hoy en la tarde— repitió la chica un poco extrañada.

—Muy bien…— musitó al levantarse y mirar a los presentes. —¿Me disculpan unos minutos?— preguntó con extraña calma; en respuesta Saori asintió. —Shun, ¿me acompañas?

—Claro— accedió el peliverde, que hasta ese momento escuchaba en silencio.

Segundos después, ni el santo de Pegaso ni de Andrómeda estaban presentes en la cocina. Por lo que los demás se acomodaron como pudieron.

—¿Qué creen que vayan a hacer?— preguntó al aire Shiryu, tomando lugar en la mesa.

—No sé, pero dudo que vayan a confabularse para escapar y evitar ir al dentista— comentó Hyoga sin mucho interés, tomando asiento junto al dragón.

/Mientras, en una sala más alejada/

—Shun, tenemos que confabularnos para escapar y evitar ir al dentista— habló Seiya mientras llegaban a una salida.

—¿Por qué?— cuestionó el peliverde, volteando a ver a su amigo.

—Dime, ¿alguna vez has ido al dentista?— interrogó con una seriedad no propia de él.

—No…

—Yo sí, y puedo decirte que no es bonito— empezó a contar el castaño con voz dolorosa. —Fue hace seis años cuando entrenaba con Marín en Grecia. Y tuve la mala suerte de no ser muy higiénico con mis dientes; por lo que, un día, mi maestra me llevó al dentista de un pueblo algo lejos del Santuario…

/Flash Back/

Era una gran sala, con las paredes grises y algo pálidas. Tres personas ahí se encontraban: Primero, una joven de esbelta figura con una máscara; segundo, un hombre de unos cincuenta años que usaba un delantal blanco y tenía una jeringa en la mano izquierda; y finalmente, un niño de castaños cabellos amarrado fuertemente a una silla.

—Bien, chiquitín, abre esa boquita— pidió dulcemente el dentista, acercándose al pequeño. —Vamos, abre grande y te prometo que no dolerá— siguió hablando el hombre, mientras extendía la mano con la jeringa y la acercaba al pequeño.

—¡No quiero!— exclamó el pequeño, tratando inútilmente de zafarse.

—Seiya, has caso al doctor— reprendió la amazona. —Cuando seas un caballero, tendrás que enfrentar situaciones peores que ésta. Y no deberás nunca huir de una situación.

Aquellas palabras llenas de determinación parecieron convencer un poco al pequeño, quien dudoso aún, empezó a abrir lentamente su boquita.

—¡Muy bien!— felicitó el dentista. —Ahora, te pondré anestesia y luego te quitaré esa muela. Primero sentirás un pequeño pinchacito…

Lo siguiente que se escuchó en esa consulta, fueron los fuertes gritos de un pequeño castaño, que espantaron al resto de los niños que esperaban en la consulta.

/Fin Flash Back/

—… y desde entonces no voy al dentista— terminó de relatar Seiya.

—Pero… eso fue hace años, tal vez hayan cambiado un poco las cosas…— comentó Shun un poco inseguro.

—Con sinceridad, no lo creo— negó lentamente con la cabeza. —Siempre recordaré el momento en que esa jeringa perforó mi paladar, y después… todo está en blanco…— movió sus brazos dramáticamente.

—Ajá…— musitó el santo de las cadenas, alejándose un poco del castaño. —¿Y qué sugieres para evitar ir al dentista?

—Confabularnos— contestó con simpleza.

—…aparte de eso.

—Escapar— volvió a contestar de igual forma.

—¿Y cómo lo haríamos?— preguntó un poco irritado.

—No sé… todo a paso muy rápido—. Shun se dio una palmada en la frente y miró al castaño con seriedad. —Bueno, bueno, sólo dame cinco minutos y un cuaderno.

/Cinco minutos después/

—… y trabajaremos en un puesto de golosinas, hasta conseguir suficiente dinero para salir de Japón e independizarnos— sugirió emocionado el castaño, dibujando en una libretita azul. —¿Ves? Ahí estamos tú y yo vendiendo dulces— mostró a su amigo las ilustraciones, que eran dos monitos a palos: Uno sosteniendo lo que parecían ser billetes y el otro repartiendo los dulces en una bandeja.

—Muy bonito, Seiya, pero no creo que nos ayude ahora— comentó Shun amablemente. —¿Qué tal si mejor vamos a escondernos en el orfanato donde trabaja Miho?— sugirió pensativo.

—No estoy muy seguro, se escucha muy complicado.

—Seiya…

—Bueno, vamos— aceptó dejando la libreta descuidadamente sobre una mesa.

Una vez salieron de la mansión, se dirigieron hacia su nuevo destino: El orfanato donde trabaja Miho.

Una vez llegaron ahí, trataron de pasar lo más disimuladamente posible; claro que no funcionó, porque apenas pusieron un pie en el lugar, un montón de niños aparecieron a darles una calurosa bienvenida. Incluso la misma Miho pasó a saludarles.

Al verse descubiertos, no tuvieron más opción que tratar de convencer a los inocentes pequeños para que no informaran donde se escondían.

—… y por eso, tenemos que quedarnos aquí— explicó Seiya a los niños que lo rodeaban. —También, es necesario que no le digan a Miho sobre esto.

—¿Qué ganamos haciendo eso?— preguntó perspicazmente uno de los pequeños.

—El agradecimiento de su muy buen amigo Seiya— contestó éste.

—Nah, otra cosa— pidieron los niños cruzando los brazos.

—Hmm… dos dólares para cada uno— sugirió nuevamente el castaño.

—Que sean diez dólares.

—¡¿Qué?!, ¡¿Acaso están locos?!— Se alarmó el Pegaso ante la cantidad exigida.

—Cuatro dólares y un pastel— interrumpió Shun en la negociación.

—Seis dólares y tres pasteles pastelillos.

—Cinco dólares y dos pasteles para cada uno.

—Agrégale chispas de chocolate y considéralo hecho— aceptaron finalmente los niños.

Así, con ayuda de sus "cómplices" y la buena negociación, lograron pasar la mayoría del tiempo tranquilos. Aunque, no se podría decir lo mismo en la mansión.

/Mansión Kido, 13:00 Pm/

En la cocina, casi mortalmente aburridos se encontraban los santos y la deidad a la cual juraron servir.

—¿Por qué rayos demoran tanto?— cuestionó hastiado Ikki.

—No sé, pero dudo que se hayan confabulado para escapar y evitar ir al dentista.

—Hyoga, eso ya lo dijiste— notó el dragón, que tranquilamente leía un libro.

—Pero la primera vez nadie me prestó atención— Se cruzó de brazos el rubio. Los demás rodaron los ojos.

Luego de organizarse, el pequeño grupo salió de la cocina dispuesto a hallar la razón de la demora. Pero en vez de encontrar al par de santos, encontraron una libretita azul con varios dibujos.

—Seiya— murmuraron al unísono luego de ver el contenido del objeto.

Para su desgracia, no había alguna otra pista que les ayudara a averiguar qué pasó con los dos santos (En caso de que los hayan secuestrado los extraterrestres o tragado la Tierra, no había mucho que pudieran hacer). O eso fue, hasta que encontraron en una silla una nota. Y ésta decía:

"Queridos amigos:

Escribo esta pequeña carta para informarles que, junto con Seiya saldremos para evitar ir al dentista esta tarde. Pues a ninguno le agrada la idea.

Les ruego no se preocupen por nosotros, nos encontramos en un lugar seguro y esperamos volver pronto. Por si acaso, hay un pastel de chocolate en el refrigerador.

Post Data: Espero no les moleste nuestra salida.

Con mucho cariño, Shun"

/Mientras en el orfanato/

En el patio de aquel lugar, los ruidosos niños jugaban futbol pasar matar el tiempo y hacer ejercicio. Por su parte, un par de santos miraba a distancia, sentados en unos escalones.

—Oye, Seiya…— llamó tímidamente el peliverde a su lado.

—Dime— contestó el castaño viendo como los pequeños celebraban luego de meter un gol.

—Comienzo a pensar que este escondite es un poco obvio— habló Shun mirando a su alrededor. —Nos podrían encontrar.

—No digas tonterías, siempre los lugares obvios son los últimos que revisan— opinó el castaño, restándole importancia. —No buscarán aquí, a no ser que hayas dejado una nota o algo así.

Silencio.

—Dime que no lo hiciste— pidió Seiya con voz suplicante, pero el peliverde desvió la vista. —¡Shun!.

—Bueno, sólo dejé una carta para que no se preocuparan… ya sabes cómo se pone mi nii-san cuando se altera.

Estamos muertos— lamentó en su mente Seiya.

/De vuelta a la mansión/

—Bien, pensemos: ¿Dónde se ocultarían para evitar ir al dentista si fueran santos de Athena con trece años?—. Por un momento, todos quedaron en silencio.

—¡Al orfanato!— exclamaron al unísono. Minutos después, ya se encontraban de camino al lugar mencionado.

—¿No sería algo obvio que se ocultarán en el orfanato?— preguntó de la nada Hyoga.

—Sí, pero no olvides de hablamos de Shun y Seiya— contestó Saori sin dejar de caminar. —¿O acaso crees que crearían un plan malévolo para evitarnos?— cuestionó con sarcasmo.

/Otro cambio de escena, enfocando al par de santos/

—¡Rápido, tenemos que crear un plan malévolo para evitar a Shiryu y a los otros!— ordenó alterado Seiya.

—Seiya, primero cálmate; segundo, no tienes por qué repetir lo que dicen los personajes en otras escenas, y tercero… ¿Por qué siempre llaman a los demás "… y los otros"?, el narrador debe aprender que "… los otros" también tienen nombre— replicó Shun con algo de molestia.

—Está bien, ¿te parece si digo que tenemos que crear un plan malévolo para evitar que Shiryu, Hyoga, Ikki y Saori nos encuentren?.

—Sí, mucho mejor— asintió el peliverde. —Volviendo al tema: ¿Qué podríamos hacer para evitar que nos encuentren?

—Podría ser que nos mezcláramos entre los niños, tal vez no noten la diferencia.

—Seiya, lamento decirte que nos vemos un poco mayores para nuestra edad, así que probablemente se darían cuenta.

—¿Y si nos disfrazamos de monstruos y nos escondemos en un armario?

—Suena un poco infantil…

—¿Y sí sólo andamos por el orfanato como si nada, pero usando unos lentes y bigote falso?

—¡Buena idea!

/En ese momento/

Justo a la entrada del orfanato, aparecieron cuatro personajes…

Aunque, uno llevaba un trozo de pastel en la mano; lo que molestaba a cierto peliazul.

—¡Por el amor de Kira, termina de comer ese maldito pastel!— exclamó Ikki, arto de escuchar como el rubio masticaba su comida.

—Y tú deja de ver Death Note— replicó Hyoga.

—¡Ya basta ustedes dos!— reprendió Saori. —Primero, Hyoga, lo lamento pero éste es un asunto serio, por lo que te pediré que te deshagas del pastel…— El aludido no tuvo más remedio que desechar el postre en un basurero cercano. —Segundo, Ikki, ¿quién es ése tal Kira?

—Es Yagami Light, un estudiante de secundaria que encuentra una misteriosa libreta que tiene la capacidad de matar personas tal solo escribiendo el nombre de ellas.

Silencio por parte de los personajes.

—A mí y a Shun nos gusta— Se defendió Ikki, cruzando los brazos. —Aunque claro, él no está tan de acuerdo con lo que hace.

—Ay, Ikki, ¿Qué te hemos dicho sobre ver a la competencia?—.

Alejados de esas conversaciones, Shun y Seiya analizaban posibilidades. Lo que ninguno sabía, era que lo único que los alejaba de los demás santos (Y Saori) era una cancha donde los niños jugaban y hacían bullicio.

Pero, tarde o temprano, aquella cancha se despejaría…

—Shun…— llamó el castaño, viendo fijamente la entrada del lugar.

—Dime— contestó el aludido, volteando a ver al Pegaso.

—¿Esos de allá no son Saori, Ikki, Hyoga y Shiryu?

/Mientras, con el cuarteto/

—Oigan…— llamó Shiryu, fijando su vista en la puerta del orfanato. —¿No son esos de ahí Seiya y Shun?

Al reconocerse ambos grupos, los dos santos entran al edificio del orfanato apresuradamente, a la vez que los cuatro los siguieron en la misma dirección.

Pero para desgracia de unos y dicha de otros, los perseguidores perdieron la pista del par una vez dentro del edificio. Aunque, se encontraron con Miho.

—Hola muchachos, Saori— saludó cordialmente la maestra. —¿Nos vienen a visitar?

—Hola Miho— respondió al saludo la joven diosa. —En realidad, buscamos a un par de fugitivos…

—Si se refieren a Seiya y Shun, acaban de pasar corriendo hacia el anfiteatro— indicó la chica, señalando cómo llegar.

—Gracias— dijeron los santos al alejarse.

Tardaron unos diez minutos en llegar al lugar, pero al hacerlo, notaron con frustración que no había nadie. Sólo un baúl de disfraces en medio del escenario.

—¡Qué mal!— dijo Saori, levemente alzando la voz. —No deberían poder esconderse, se supone que como Athena podría encontrar el cosmos de mis caballeros…

—¿Y entonces qué pasó con los caballeros de acero?— preguntó Hyoga, recordando algunas escenas del anime.

—La verdad, no tengo idea, sólo fueron rellenos del anime— Se encogió de hombros la reencarnada Athena. —Pero me extraña que pase con Seiya y Shun.

—También recuerda, que en situaciones críticas es cuando se percibe con mayor facilidad el cosmos, y que ahora, al estar en relativa paz, debe ser más difícil ubicar a nuestros compañeros broncíneos…— explicó el pelinegro.

—¿Broncíneos?— repitieron los demás.

—Sí, ya saben, hay santos dorados, plateados y nosotros somos broncíneos.

—Oh...

—¿Acaso creyeron que éramos "santos bronceados"?— cuestionó Shiryu con asombro.

—En fin, no importa— cortó el silencio Saori. —Tenemos un infiltrado aquí, así que pronto encontraremos su ubicación— informó con seriedad. Para ese momento, los cuatro ya habían salido del anfiteatro y pasaban por varias salas, sin encontrar a los santos.

/Mientras en el salón de música del lugar/

—Creo que las gafas y el bigote funcionan— comentó alegre Seiya. —Hemos estado por lo menos media hora aquí y nadie se ha fijado en nosotros.

—Quizás tengas razón— apoyó el peliverde. Los dos platicaban en un rincón del salón usando sus "disfraces". Si nadie los notaba, era porque entre una multitud de niños imitando a una orquesta era difícil fijarse en otra cosa que no sea el ruido.

O eso creían, hasta que vieron aproximarse a "otro" castaño.

—¿Shun, Seiya?— preguntó cuando vio a los santos. —¿Son ustedes? ¿Y por qué usan lentes y bigote falso?

—¿Jabu? ¿Qué haces aquí?— interrogó con desconfianza el santo de Pegaso.

—Hago una visita a Miho y ayudo en un par de cosas— señaló una caja que llevaba. —Ustedes aún no responden mi pregunta.

—Nosotros…— Shun iba a empezar a hablar, pero Seiya no lo dejó continuar.

—No creo que sea buena idea decirle, es capaz de ir con el chisme a Saori…— murmuró el castaño en voz baja.

—No seas ridículo, no es como si Jabu vaya a delatar nuestra ubicación con unos parlantes— replicó Shun.

—Está bien…— aceptó el Pegaso. —Pero aún no confío en él.

Así, empezaron a relatarle lo acontecido al santo de Unicornio, quien sólo los miraba con atención. Al final, el chico se ofreció a ayudarlos.

—Síganme, conozco un buen lugar— indicó mientras caminaba, los otros lo siguieron.

Pronto notaron, que ese lugar era nada más y nada menos que la cancha donde los niños jugaban futbol. Sin los niños, claro, a esas horas estarían comiendo.

—¿Qué vas a hacer?— preguntó Shun extrañado por el lugar.

—Nada malo— contestó Jabu sonriente, dejando la caja que cargaba en el piso y sacando de ésta un megáfono. Acción que desconcertó a los demás. —Sólo a lo que vine…— murmuró con cierta malicia, mientras tomaba una gran bocanada de aire.

—¡Jabu, espera!— trataron de detenerlo, pero ya era demasiado tarde.

El otro castaño hizo caso omiso al pedido de sus compañeros, y con una mueca siniestra, acercó el megáfono a su boca. —¡SEÑORITA SAORI, AQUÍ ESTÁN SEIYA Y SHUN!— gritó con toda su fuerza pulmonar, dejando casi sordos a los presentes.

—¡¿Estás loco o qué?!— reclamó Seiya, realmente muy molesto.

—Yo ya les dije: Sólo hago mi trabajo— respondió cínico el unicornio. —Ahora… me voy— tomó sus cosas rápidamente y se alejó. —¡Suerte con el dentista!— exclamó a distancia.

Los santos de Pegaso y de Andrómeda quedaron en silencio y un poco estupefactos. Hasta que cierto castaño finalmente explotó…

—¿Qué decías sobre qué Jabu no era capaz de delatarnos?— cuestionó Seiya, cruzando los brazos y viendo con seriedad a su amigo.

—Pues, técnicamente no usó parlantes— dijo Shun nervioso. —Fue un megáfono.

—Siempre pasa lo mismo contigo. ¿Recuerdas lo que pasó en el río Aqueronte?

—Bueno, sí, Caronte intentó matarnos… pero todo terminó relativamente bien al terminar de cruzar el río.

—Sí, excepto en la segunda y tercera prisión donde casi nos matan de nuevo, sin contar que después te volviste Hades y me arrojaste al Cocitos… ¿Y cómo olvidar la espada que tenía clavada al final del día?— recordó con tono cargado de sarcasmo.

—Está bien, está bien, ya entendí el punto— respondió el peliverde. —Pero no es momento para eso. ¿Qué tal si mejor salimos de en medio de la cancha a un lugar menos visible?— sugirió al momento de que una bolita de arena típica de desierto pasó cerca.

—Tienes razón…— aceptó el castaño. Pero antes de que pudieran avanzar, sintieron una presencia detrás de ellos. Inmediatamente voltearon, temiendo lo peor…

—¡Nii-san!— exclamó Shun con sorpresa.

—¿A dónde crees que vas, hermanito?— preguntó Ikki con voz autoritaria.

—Pues… ¿a ninguna parte?— respondió nervioso.

—Qué bien, porque te recuerdo que tienes una cita con el dentista— dijo el peliazul, tomando del brazo al santo de Andrómeda y arrastrándolo a la salida.

Shun le lanzó una mirada de ayuda a Seiya, quien no sabe qué hacer.

—Esto es malo, voy a tener que…— Para su desgracia, alguien le tocó el hombro.

—Hola, Seiya. ¿Ibas a alguna parte?— consultó la reencarnada Athena con voz dulce.

—¡S-Saori!

—Y no vengo sola— agregó la chica. Y de repente aparecen dos personas más, que toman al castaño por los costados.

—¿Qué hacen?— preguntó confundido el Pegaso, al ver como lo sujetaron Hyoga y Shiryu.

—Lo siento, Seiya, pero tienes una cita con el dentista…— empezó a decir Saori.

—Y nos aseguraremos de que llegues a ella— completaron el dragón y el cisne.

/De vuelta a la consulta, 18:45 Pm/

—…y terminamos aquí— pensó el santo, luego de hacer un recuerdo de toda la historia. —No podemos siquiera considerar escaparnos, a Seiya lo sujetan y a mí me vigila Ikki… realmente es como estar entre la espada y la pared— volvió a suspirar con cansancio el peliverde. —Lo bueno de esto es que…

—Oiga, señor…— llamó la niñita a su lado. —¿Se encuentra usted bien?, desde hace unos quince minutos que está mirando fijamente esa pared—.

—¿Eh?... sí, no te preocupes, sólo pensaba cosas— contestó amigable Shun, sonriendo dulcemente a la niña. —Al final esto no es tan malo… después de todo, queda un poco de pastel en el refrigerador— pensó alegremente.

Porque sin importar el vicio o la manía, sencillamente, algunas personas nunca cambian.