-¡Qué te den! ¡Vieja decrépita! –grita Sirius sin importarle ya nada, mientras que prepara su baúl para largarse de una vez.

-¿Cómo te atreves?- chilla su escandalizada madre.

-Lo que has odio, Walburga. Lo que necesitas es que te echen un buen polvo, para acabar con tu malhumor. Aunque lo tienes difícil eso de conseguir a alguien con quien acostarte. –dice con todo descaro del mundo su primogénito, mientras sonríe irónica y sarcásticamente.

-¡Maldito! ¡Si sales por esa puerta, no te atrevas a volver! ¡Te borraré del tapiz! – grita Walburga, mientras ve como Sirius baja las escaleras con su baúl.

-Por mí, puedes hacerlo y tranquila, no entra en mis planes volver hasta estúpida casa. –dice desde la puerta de la casa.

Su hermano pequeño, Regulus, lo observa impasible, pero Sirius que tanto lo conoce, sabe ver que está preocupado.

Sin importarle lo más mínimo su madre, Sirius se acerca a paso rápido a su hermano.

Walburga sonríe altaneramente, pensando en que se ha arrepentido.

Sirius le da un breve abrazo a su hermano, le guiña un ojo y sonríe de lado. Con ese aire de rebeldía tan común en él.

-Cuando te canses de esta vieja decrépita, búscame.

Y dicho eso se va, abandona la mansión Black, con planes de no volver.

Y nada más hacerlo se siente libre. Se siente capaz de hacer cualquier cosa, sienta la adrenalina recorriéndolo y siente un subidón increíble. Deja escapar un grito, preso de la euforia y echa a correr y a saltar, sin importarle la mirada de los muggles que lo ven como si estuviese loco. Por fin es libre, por fin puede hacer lo que le de la gana.