Cap I – Terror En Helgen
-Helgen-
El aire de esa mañana era frío, y se colaba entre la ropa, congelándote hasta los huesos. Pero Barenziah no se daba cuenta de nada, estaba inconsciente, mientras su cabeza daba tumbos sobre las tablas del carromato donde estaba recostada.
- He, tu. Por fin has despertado. -La elfa oscura pudo escuchar, pero la voz parecía venir de un lugar muy lejano. Parpadeó, e intentó enderezarse, encontrando con la mirada a un nórdico, sentado frente a ella. Observó atentamente al hombre, notando por su armadura, que era un rebelde Stormcloack. Maldijo en silencio, sin mostrar expresión alguna.
¿En dónde se había metido ahora?. La elfa solía meterse en problemas de vez en cuando, teniendo en cuenta que era una de las criminales más buscadas de todo Tamriel, pero, por esta vez, el problema no tenía nada que ver con ella.
-Intentabas cruzar la frontera, ¿no?. Fuiste a caer en esa emboscada imperial, como nosotros y ese ladrón de allí.- Dijo el hombre, de cabello rubio, largo y ojos seguros, mientras apuntaba con el mentón al hombre a su lado, que parecía aterrorizado.
-Malditos stormcloacks. Skyrim estaba muy bien hasta que vinisteis. El imperio era perfecto.- Por los rasgos y forma de hablar del delgado y ceniciento hombre, era un bretón de High Rock. El total contrario de los guerreros nórdicos.
La elfa alzó una ceja, hacía décadas que las guerras de los mortales ya no le interesaban.
-Si no los buscaran, podría haber robado un caballo, ¡y ya estar a medio camino del Páramo del Martillo! -Siguió despotricando. El rubio ya parecía cansado de su palabrería, y estaría planteándose seriamente si darle un puñetazo. Pero no podría, ni él, ni nadie. Todos estaban encadenados.
Barenziah miró hacia todos lados, ya sin prestarle atención alguna a la conversación que llevaban aquéllos dos humanos. Tenía cosas más importantes en las cuales pensar. Primero; Estaba maniatada, y le habían robado todas sus pertenencias. Mataría al culpable. Segundo; Ese carro no era el único, había unos cinco más detrás, siguiendo todos una misma senda. Estaban cargados de guerreros stormcloacks maniatados. Si se interponían en su camino también los mataría. Tercero; ... Seguramente los ejecutarían a todos. Apenas pudiera escapar, encontraría al culpable. Y lo mataría.
Si, Barenziah tenía un serio problema con asesinar cruelmente todo lo que no le gustara. Y con todo, es todo.
- ¿Y qué pasa con él, eh? - Dijo el moreno, apuntando al hombre silencioso de la esquina, que estaba amordazado.
El ladrón de caballos no parecía ser una persona muy callada. Eso no le gustaba a la elfa. Era una suerte, para el hombre, que la piel azul estuviera con las manos inmovilizadas. De no ser así, hace rato que hubiera muerto estrangulado.
-¡Sujeta esa lengua! -Espetó el nórdico, ya sin paciencia alguna para las tonterías del bretón- Estás hablando con Ulfric Sotrmloack. El verdadero Rey supremo. - El hombre silencioso en la esquina miró al ladrón con ojos azules y fieros, parecía un tigre dientes de sable a punto de atacar. Barenziah conocía muy bien esa clase de hombres. Hombres con un apetito voraz de poder.
¿Jarl Ulfric de Ventalia? es el líder de la rebelión. -Ahora tenía los ojos abiertos de par en par, lleno de verdadero pánico- Pero si lo han capturado... Oh por los Dioses, ¿¡A donde nos están llevando!?
- No sé a dónde nos llevan... -Murmuró el rubio, echándole una mirada estoica al jefe de la revolución, como si pudieran hablar con la mente- Pero sovngarde nos aguarda.
El lugar no importa Pensó Barenziah Todos terminarán sin cabeza
Entonces los carros entraron en una fortaleza. La elfa oscura reconoció el lugar, ya que antes, en sus viajes había parado por allí. Era Helgen, una pequeña ciudad militarizada, utilizada por los imperiales como base de estrategias. Estaba muy bien fortificada, pero casi toda la población eran guerreros en servicio, o familias que se sentían a salvo entre murallas imperiales.
El rubio se quedó murmurando, casi para si mismo, comentando su vida dentro de las murallas represoras de esta clase de fortaleza. Era un nórdico, amaba la libertad, y si algo era verdad, era que los imperiales amaban sus jodidas listas y leyes.
Dentro de todo, Barenziah los comprendía. Le era imposible incluso vivir en un solo lugar durante mucho tiempo. Pero como siempre, no dijo nada.
- ¡General Tulio!, ¡El verdugo está esperando! -Sonó el grito, dejando una atmósfera lúgubre.
Genial. Que lo trajeran. Si era necesario la elfa le arrancaría el cuello a mordidas.
- Es gracioso... De niño las fortalezas y murallas imperiales siempre me hacían sentir tan... A salvo. - El nórdico fue interrumpido. El carro había parado. Uno a uno, los cuatro integrantes fueron bajando de un salto, para que los imperiales pasaran la lista de prisioneros.
Al otro lado del recinto se encontraba el verdugo, con el hacha ceremonial en las manos, cubierta de sangre seca. Los imperiales les esperaban con un bloque.
-No, no... Esto está mal, ¡yo no he hecho nada! -Gimoteó el bretón, mientras el gentío lentamente se acumulaba, esperando a que llegara su turno en la lista. De uno en uno, se iban acercando al bloque. Entonces se hizo presente el sonido del rodar de una cabeza.
Ya habían comenzado. Pasó el nórdico rubio, un par de mujeres con aspecto aguerrido, Ulfric. El ladrón intentó escapar corriendo, pero lo derribaron a flechazos.
Al final solo quedó la elfa, mirando furibunda a los dos soldados en frente de ella, quienes también se miraban entre ellos.- Ella no está en la lista- Murmuró uno- Da igual, mándala al bloque como todos.
La elfa alzó una ceja. Mortales inútiles. No saben ni qué hacer con sus propias reglas auto infligidas. ¿A qué estaban esperando?, Barenziah no tenía todo el día para que le intentaran cortar la cabeza. Bueno, tal vez toda la eternidad, pero no tenía tanta paciencia.
¿Quién eres? –Se atrevió a preguntar uno de los soldados, que parecía de menor rango.
La elfa en si daba una mala espina terrible. El cabello carbón, largo y atado en una prieta trenza. Las orejas puntiagudas, ambas con dos aretes de plata. La piel celestina, del color de una persona muerta. Pero, lo que más intimidaba de ella, eran sus ojos. Morados, profundos como dos galaxias. Dos galaxias de puro odio, ira, y tristeza.
-Isse Skywalker.- Ni loca les daría su nombre original. Si llegara a hacerlo alguien la reconocería y… Eso sería un grave problema.
-Enviaremos tu cadáver a Morrowind, no te preocupes. ¿Viniste aquí escapando del volcán, no? Lamento todo esto. –Negó con la cabeza, mientras enviaba a la elfa junto al bloque con los demás.
Lamenta enviarme a una ejecución sin haber hecho nada. ¿Eso tiene sentido en algún universo? A este también lo voy a matar La elfa seguía inexpresiva por fuera. Muy ella, muy Barenziah.
Esperó pacientemente su turno en el bloque. En total vio tres cabezas rodar, y siguió sin inmutarse. Las vidas de los mortales eran muy cortas comparadas con la de un inmortal como Barenziah. Para ella, ver esto, era lo mismo que ver a alguien aplastar una polilla. Cosas normales cuando eres un sicario hace más de 500 años.
Rugidos extraños se escuchaban de fondo, y nadie podía evitar levantar la mirada al cielo. ¿Qué estaba pasando? Los soldados seguían con su trabajo, pero era imposible no tener la piel de gallina con aquéllos sonidos. Tal vez fuera un aviso de la muerte, algunos pensaron.
Pero la elfa sabía muy bien que era. Sonrió, cuando por fin llegó su turno. La empujaron, obligándola a apoyar la cabeza incómodamente en la piedra manchada de sangre. Logró ladearse lo suficiente para mirar al verdugo levantar el hacha.
-Hoy no es mi día para morir. Pero no puedo decir lo mismo para ti. –Dijo con voz trémula y extrañamente divertida.
Detrás del verdugo, en una torre, aterrizó un enorme dragón negro, de escamas brillantes y ojos morados. Gritó unas palabras de poder, y todos cayeron en el piso, confusos y en pánico.
El caos se apoderó de Helgen.
