Hola, antes que nada. Como podrán observar soy nueva en este mundo los fics SQ, mi idea no era para nada publicar alguna historia, al menos no por ahora, pero gracias a la insistencia de alguien (y por medio de chantaje) estoy aquí compartiendo esta pequeña historia con ustedes. Ahora, después de varios días, sólo me queda esperar sus opiniones acerca del fic para saber si me quedo por aquí durante un tiempo más o si de plano mejor me retiro. Que tengan una excelente tarde, noche o día, lo que sea que sea en sus países. ;)


—Vamos, Emma... No me hagas esto, pequeña.

Una angustiada Mary Margaret sostenía a su hija de apenas un año de edad contra su pecho mientras una intensa lluvia caía sobre ellas. La mujer morena de cabello corto, apenas podía sostener un paraguas que les servía de protección para que las gotas no se estamparan de lleno sobre sus cuerpos, se había anunciado desde semanas atrás que una tormenta azotaría la ciudad, mas nadie imaginaba que aquel fenómeno avanzaría con tanta rapidez y tocaría tierra antes de lo previsto.

La pequeña mujer no podía ver claramente debido las lágrimas que se acumulaban en sus ojos, al mismo tiempo en que gritaba por ayuda. La bebé de cabellos rubios, aferrada con sus pequeñas manitas al abrigo de su madre, tampoco podía dejar de llorar. Durante la cena había estado jugando con su comida y poco después había dejado de respirar con normalidad, teniendo un ataque de asma. Al darse cuenta de eso, Mary Margaret había corrido por su inhalador para que las vías respiratorias de su hija volvieran a abrirse pero, lamentablemente, el pequeño dispositivo no había hecho efecto.

Ahora ellas se encontraban en la banqueta bajo una farola que les brindaba algo de luz, mientras la mujer esperaba que algún taxi pasara para poder llevar a su hija al hospital. Tanto había sido el desespero de la mujer, que no se había permitido pensar en llamar a una ambulancia. Ella sólo quería salir de su casa lo más rápido posible para ayudar a su pequeña.

Sólo un minuto fue el que trascurrió desde la salida de su hogar cuando justo vio que una señora corría junto a su hija de unos ocho años, tratando de protegerse de la lluvia. Ambas iban en dirección a ella y no pudo evitar pedir ayuda nuevamente.

—¿Qué ocurre, señora? —preguntó la otra mujer sosteniendo la mano de su hija bajo el paraguas que también llevaba.

—Mi hija... no puede respirar... ¡por favor ayúdeme! ¡Necesito ir a un hospital de inmediato! —pidió desesperada.

Al escuchar eso, la niña más grande se volteó de inmediato hacia su madre y buscó dentro de su bolso algo que podía funcionar. Sólo unos segundos después extendió su inhalador a la mujer que tenía enfrente, con una sonrisa, ayudándole a sostener su paraguas.

—A mi me pasaba lo mismo cuando era más pequeña... ahora sólo lo traigo por precaución.

—¡Oh por Dios! —exclamó la mujer de cabello corto haciendo que su hija sorbiera el medicamento de aquel aparto después de haberlo agitado— respira, pequeña —imploró aún escuchando el llanto de su hija.

La hizo inhalar una vez más el medicamento y por fin su hija aspiró hondo el aire de su entorno.

—¡Dios, gracias!... Emma —acarició el rostro de la pequeña rubia para luego dejar algunos besos en su frente —miró a las dos personas frente a ella y agradeció nuevamente aún con lágrimas en sus ojos y una enorme sonrisa, devolviendo el inhalador.

La niña de cabello oscuro y ojos color chocolate, avanzó unos pasos más acercándose a la bebé en los brazos de su madre.

—Hola, pequeña... Ya estás mejor... No tienes porqué llorar —le dijo limpiando sus mejillas húmedas— ¿puedo sostenerla un momento? —preguntó a la madre.

Mary asintió con su cabeza y dejó a su hija en brazos de aquella niña, se aseguró de cubrirse a las tres con su paraguas, al igual que como lo hacía la otra mujer.

—Aunque ya haya pasado el susto venga con nosotras, la llevaremos a usted y a su hija al hospital.

—Oh, muchas gracias...

—Cora... —se presentó la mujer extendiendo su mano para saludar a la otra morena.

—Muchas gracias, Cora... —estrechó su mano y también se presentó— Mary Margaret.

—No tiene nada que agradecer... además, es más seguro para ustedes, con este tiempo. Acompáñenos, nuestro auto está enfrente.

Cuando las cuatro estuvieron arriba, Cora condujo con precaución por las calles notando cómo la lluvia era cada vez más fuerte y dándose cuenta de la adoración que su hija había adoptado por aquella bebé que había ayudado.

La niña iba en el asiento trasero junto a Mary y su hija, platicándole cosas a la más pequeña, haciéndola reír en algunas ocasiones.

—...Y mírate, ¡tienes unos ojos muy bonitos, Emma! —le dijo haciendo ligeras cosquillas en su pancita.

La bebé comenzó a reír nuevamente, provocando un vuelco en el corazón de su madre y una infinita alegría en la otra pequeña.

—Llegamos... —anunció Cora unos minutos más tarde haciendo que las dos morenas atrás alzaran su mirada.

La niña más grande tomó la manita de la rubia y le dejó una pequeña caricia, antes de bajar junto a su madre y ayudar a abrir el paraguas de Mary para que bajara con su hija. Al entrar a la gran sala en aquel hospital, la morena más pequeña se volteó para encontrarse nuevamente con la bebé y su madre.

—Emma... ha sido un gusto enorme conocerte —tomó una de sus manitas— eres muy valiente, ¿sabes? No muchos resisten lo que tú.

Se alzó en puntas de pie y dejó un pequeño beso en su mejilla provocando que la pequeña riera, agitando sus bracitos y piernitas al mismo tiempo.

—El gusto ha sido todo nuestro —sonrió Mary Margaret— ¿Puedo saber tu nombre, pequeña salvadora?

—Regina.

—Pues que sepas, Regina, que no dejaré que mi hija olvide jamás este día —le dijo acariciando su cabeza— has salvado la vida de Emma, no sé cómo podré pagártelo.

—No se preocupe, señora, estoy segura de que usted o Emma habrían hecho lo mismo —mostró sus dientecitos en una hermosa sonrisa.

—Por supuesto.

—Cielo, he llamado a tu padre para que no se preocupe, le informé que en cuanto la lluvia se calme un poco, regresaremos.

—Está bien... ¡Vamos a quedarnos otro rato! —dijo emocionada, volteando hacia Emma, otra vez.

Estuvieron acompañando a Mary y a su pequeña hasta que pudieron retirarse con el nuevo medicamento para la bebé y las acompañaron hasta su casa en donde se despidieron con una agradable satisfacción.

—Mamá, ya sé qué quiero ser de grande... —anunció la pequeña cuando regresaron al coche.


Emma caminaba a paso apresurado sobre una amplia banqueta en la ciudad de Boston. Había recibido una llamada minutos antes desde su trabajo para informarle sobre la existencia de algunos errores en los expedientes que le había entregado a su jefe durante una reunión, lo que ahora mismo la tenía muy angustiada, además, luego de eso, la llamada de su madre diciéndole que Henry, su hijo de seis años, tenía treinta y nueve grados y medio de fiebre y pedía por ella. La rubia comenzaba a fatigarse, Emma había tenido una semana bastante estresante debido a problemas en su trabajo, problemas con el padre de su hijo y ahora su hijo enfermo. Estaba empezando a tener un nuevo ataque de asma por todas esas preocupaciones juntas, que tuvo que detenerse a inspirar profundo. Sus vías respiratorias comenzaban a cerrarse de nuevo. Buscó en su bolso su inhalador y, cuando trató de sorber el medicamento, se paralizó por completo al darse cuenta de que ya no tenía más.

«No, por favor no» pensó agitando el dispositivo y volvió a intentarlo pero el resultado fue el mismo.

Intentó calmarse mientras se sentaba en unos escalones a sus espaldas. Algunas lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, se sentía bastante impotente al no poder respirar, y, las cientos de ideas que comenzaban a rondar por su cabeza no ayudaban en absoluto.

«Vas a estar bien, Emma» se dijo.

Apoyó sus codos sobre sus rodillas y cubrió su cara con ambas manos, comenzando a llorar. Todo estaba saliendo tremendamente mal.

Tan sumida estaba en sus pensamientos que no notó siquiera cuando una persona se acercó a ella con precaución.

—Disculpe... ¿se encuentra usted bien?

Escuchó la rubia y, luego de eso, alzó su rostro empañado en lágrimas observando a una mujer de unos treinta y tantos años aproximadamente, morena, cabello oscuro hasta los hombros y unos ojos completamente hermosos de color café y mirada profunda.

Negó con su cabeza sin poder evitar unos ligeros sollozos.

—Me... falta el aire... —apenas pudo soltar esas palabras, limpiándose las lágrimas.

El semblante de la morena se volvió completamente angustiado y de inmediato comenzó a revolver su bolso.

—Esto puede funcionar... —le tendió un inhalador nuevo intentado sonreír y se sentó por un lado de ella en el espacio que quedaba libre.

La rubia frente a ella hizo uso de aquel dispositivo y la morena no pudo relajar su cuerpo hasta que, unos segundos después, la vio inhalar y exhalar profundamente.

Emma soltó una pequeña risa nerviosa y cubrió su rostro nuevamente soltando más lágrimas pero esta vez de alivio.

—¿Se encuentra mejor?

La rubia asintió con su cabeza aún con su rostro escondido.

—Gracias —volteó a mirarla luego de volver a secarse las lágrimas y sonrió para devolverle el inhalador.

—Oh no, no es necesario que me lo regrese. Usted lo necesita más.

—Bueno... gracias... otra vez —soltó una nueva risa y sus ojos volvieron a empañarse de lágrimas— lo siento, yo... estoy algo sensible —se disculpó secándose las lágrimas que salían nuevamente.

—Cualquiera en su situación lo estaría. No es para nada agradable sentirse asfixiada. Lo sé por experiencia propia —le devolvió la sonrisa.

—¿Por eso lo llevaba consigo? —indicó el inhalador.

—Por esa y otras razones... Tengo otros cuantos —palmeó su bolso como si fuera algo normal.

—¡Vaya!

—Cuando era pequeña sufría ataques de asma muy seguido, pero conforme fui creciendo estos fueron aminorándose hasta que un tiempo después desaparecieron... De todas formas, por precaución, siempre llevaba un inhalador conmigo cuando salía de casa —comenzó a relatar con una sonrisa apenas visible en su rostro, logrando atrapar la atención de aquella mujer de ojos verdes— una noche de regreso a casa con mi madre, nos encontramos a una mujer con su hija, la pequeña tampoco podía respirar y yo le ofrecí mi inhalador, justo como ahora —su sonrisa se agrandó— en aquel momento una tormenta estaba comenzando a tocar tierra y nosotras nos ofrecimos a llevarlas a un hospital para asegurarnos de que ambas estuvieran bien. Cuando la lluvia se calmó, unas horas después, las acompañamos hasta su casa y desde aquel entonces me dije que haría cualquier cosa para ayudar a las personas que padecieran alguna enfermedad... Aquel día, después de la tormenta, le prometí a mi madre que me convertiría en la mejor doctora de la ciudad —sonrió con algunas lagrimas retenidas en sus ojos, notando nuevamente los ojos brillosos de la rubia que tenía enfrente por nuevas lágrimas que volvían a acumulársele a ella también.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la rubia con su voz algo quebrada.

—Regina... Regina Mills —tendió su mano y agregó—: ¿Y usted es...?

Unos segundos de silencio fueron los que transcurrieron antes de escucharse la respuesta de la otra mujer.

—Emma... Emma Swan... la mujer a quien salvaste la vida veintiocho años atrás —tomó su mano y un ligero cosquilleo inundo sus cuerpos mientras ambas se perdían en sus miradas.