Hola mi nombre es Anna, probablemente lo hayan olvidado porque hace una maldita vida que no subo nada *llora en silencio* pero he vuelto con la confiable pareja, Everlark jaja.
Disclaimer. La Trilogía "Los Juegos del Hambre" y sus personajes no me pertenecen, ni gano un centavo al escribir esto, solo soy una fan con suficiente imaginación como para inventar locuras.
.Por él o por ella, sé fuerte.
— Volveré en solo una semana Katniss — la castaña asiente, nerviosa por quedarse solo con Haymitch, aunque es el cuarto año que esta separación momentánea ocurre — Estarás bien — besa sus labios suavemente, pero ella se aferra y lo convierte en un beso cargado de anhelos, de esos que a él le cuesta terminar.
— Promete que llamarás — pide ella, siente un extraño malestar, es diferente a otras despedidas.
— Promete que contestarás el teléfono — Peeta sonríe y por inercia ella también, asiente y vuelve a abrazarle.
— Perderé el tren si no me dejas ir.
— Lo siento — musita separándose de él y volviendo a jugar con sus manos nerviosamente.
— Me quieres, ¿Real o no real? — pregunta desde la ventana cuando ya se ha acomodado dentro del tren, la chica lo observa desde fuera.
— Real — grita cuando el tren ya ha encendido los motores y empieza a moverse — real — susurra una vez que el vehículo ha abandonado la estación y se ha quedado sola.
Regresa a pie a la Aldea. Pasa por algunos comercios para comprar algunas frutas y leche fresca. Incluso se detiene en la panadería que es atendida por un joven del Trece mientras Peeta está fuera. No tiene que comprar nada allí, porque tiene delicias de sobra hechas por el panadero en su casa, pero adora las pinturas que decoran el bonito local así que saluda a Lotus y sigue su camino.
Tiene una rutina con Haymitch. Cuando dan las diez ella toca con insistencia el timbre del viejo mentor hasta que las persianas se azotan, eso indica que el hombre está despierto y que ella puede seguir con su rutina. Al entrar en la casa, prepara un té y come algunas galletas o bollos de queso y se dedica a su lectura. Esa mañana termina mal, con unas nauseas que no le permiten estar en pie.
Los dos días siguientes son iguales. Mañanas infernales, con mareos y sin poder retener el desayuno. Tardes solitarias sin el rubio, soportando los graznidos de las aves de su vecino. Para el cuarto día es Haymitch quien le obliga a ir al hospital y ella entiende que si su ebrio mentor es capaz de darse cuenta de su estado es porque tiene que estar mal. Se ve en el espejo antes de salir. Está pálida y tiene unas bolsas oscuras bajo los ojos. Está segura que la falta de sueño se debe a que Peeta le dijo que estaría fuera una semana más y eso le ha dado pesadillas. Seguramente no sea nada y Haymitch está siendo sobreprotector.
Una catástrofe. Es una maldita catástrofe. Observa el trozo de papel una y otra vez esperando que las palabras impresas sean un error. No vuelve a casa luego del médico, huye al bosque, a la casita frente al lago que refacciono para albergarlos a Peeta y a ella en las noches cálidas de verano. Llora en posición fetal en medio de la cama que ha dispuesto con la ayuda del rubio en aquel sitio. Se suponía que no pasaría algo como eso, tomaron medidas para que fuera seguro, como le diría a él que ESO venía en camino.
No sabe cómo y por lo tanto no contesta el teléfono ninguna vez. Deja de comer, como si de aquella forma lo que estaba dentro de ella fuese a irse, a desaparecer. Solo cuando siente que va a desfallecer, come algunos bocados, que su cuerpo apenas tolera. Haymitch está preocupado pero ella le dice que está bien, que es solo un virus estomacal.
La mueca sonriente de Peeta al entrar en la casa desaparece al ver a Katniss tendida en el sofá. Apenas se fue dos semanas y la chica parece haber tenido una regresión tan fuerte que le daña la vista el verle. Está dormida, o eso cree por el ritmo de respiración de la chica. Tiene un color amarillento que no es nada saludable y está seguro de que su amada ha bajado muchos kilos para los catorce días que él estuvo fuera. Le toma en brazos y ella apenas reacciona, cruzándole sus brazos alrededor del cuello y apegándose a él.
— ¿Qué te ocurre? — pregunta horas más tarde cuando la chica despierta con el estómago rugiendo por el hambre, descubre que está en el cuarto que comparte con el dueño de la voz— Katniss — suena preocupado mientras le acaricia la frente perlada en su sudor por los malos sueños.
— Volviste — musita ella y es lo primero que dice en una semana entera —un virus — masculla con asco antes de apoyar su mano sobre su vientre espera que esté muerto, por el bien del rubio y el de ella.
— ¿Fuiste al médico? — Quita el cabello de su rostro y le besa con suavidad — estás tibia, quizás tengas fiebre.
— Si… por eso sé que es un virus — rechaza la sopa que él intenta darle.
— Tienes que comer algo.
— Quiero dormir — acota con frialdad — mañana estaré mejor, lo prometo.
Katniss no despertó mejor la mañana siguiente. Volaba de fiebre, temblaba y aun así se negaba a ir al hospital. Peeta llamó al hospital y enviaron un vehículo para buscarla. Peeta la tomó en brazos y prometiéndole que todo estaría bien, la cargo hasta la planta baja y la dejó irse, sola. Ella lo pidió, sabía que el rubio no tenía el mejor recuerdo de las paredes blancas rodeándole y tampoco quería lidiar con él si la cosa aún estaba viva.
Se sentía mejor, sí, pero no eran buenas noticias. La internaron, le dieron suero para estabilizarla y bolsas de hielo para bajar su temperatura, ninguna droga, porque eso seguía ahí y podrían lastimarlo. Los doctores no entendían que ese era su plan. Chillo una y otra vez que no podían decirle nada a nadie o ella se encargaría de matarlos a todos. Nadie habló, no porque creyeran las palabras delirantes de una febril joven, sino porque esa enferma mujer era el Sinsajo y si bien quizás no les mataría con sus propias manos, alguien del gobierno haría el trabajo.
~KATNISS POV~
Ver una imagen del parasito en mi interior no redujo a cero mis temores, sin embargo algo cambió. Estuve horas conectada al suero hidratándome para salvarle, y a mí. En todo momento viendo la imagen borrosa de mi vientre en la que un insignificante porotito reluce a pesar de la oscuridad. Lloro la mitad del tiempo y maldigo la otra mitad. Al otro día me despiertan con un insulso desayuno, que despierta recuerdos del Trece. Como lentamente, aun sabiendo que todo lo que ingiera acabara en el váter, pero no ocurre, retengo los alimentos y al poco tiempo ansió más.
Pregunto cuanto deberé quedarme y dicen que será unos días, que mi recaída le ha hecho daño y que tendré que quedarme hasta que ambos repongamos fuerzas. Les pido que avisen a Peeta, procuro ser amable e incluso me disculpo con una enfermera a la que le dejé el ojo morado en un arranque de ira horas atrás. Ella sonríe y antes de irse asiente cuando le recuerdo que no puede decirle al rubio que aún tengo a esa cosa dentro de mí.
Nunca lo quise, esperaba una vida tranquila luego de que mi adolescencia fuera una locura. En aquel momento no quería traer vida al mundo para verla partir a los Juegos de Snow. Hoy el motivo era aún más siniestro. No quería hijos porque la estabilidad mental de Peeta y la mía propia pendía de un cordel tan fino que podría romperse y acabar con ambos, meter a una indefensa criatura en el medio, era inhumano. Una porción de mi desorientado cerebro piensa que lo que hice para deshacerme de él o ella también es inhumano y vuelvo a llorar por horas aferrándome a la pequeña fotografía.
Despierto al sentir una caricia en la mejilla. Sus ojos azules son lo primero que veo y doy un respingo. Me mira con preocupación y siento las lágrimas agolpándose en mis ojos.
— No deberías estar aquí— alcanzo a susurrar echando un vistazo general, la foto ha de seguir bajo la almohada, suspiro de alivio.
— Hace tres días que estás aquí Katniss… tenía que venir — tiene los puños apretados pero sonríe con naturalidad.
— No te gustan los hospitales Peeta, tienes que irte.
— Estoy bien dulzura — roza mis labios y saben a gloria y a menta, ha tomado té, para los nervios seguramente — Los médicos dijeron que podías irte mañana, que tenías que comer bien para reponer fuerzas.
— Estúpido virus estomacal — musito y él vuelve a sonreír contagiándome la mueca a pesar de mi nerviosismo.
— Sé que no fue un virus — instintivamente miro a la puerta pensando en cumplir mi promesa, siento su manos sobre la mía y vuelvo a fijarme en el mar que son sus ojos — fue una fuerte regresión, pero estoy contigo.
— Claro… eso — tomo sus mejillas y le beso largamente, tengo miedo pero espero que no lo note.
Se va media hora más tarde sonriendo y despidiéndose de mí como si no fuera a verme nunca más. Haymitch viene una hora más tarde. Le odio, detesto no poder ocultarle mis sentimientos a este hombre. Me siento vulnerable cuando son sus ojos grises los que escrudiñan mi cuerpo en busca de algún mal síntoma. Me recuerda a mi padre en tantas formas que a veces siento que le diré así y se reirá de mí llamándome floja. Se queda paralizado cuando entre sollozos le digo lo que en realidad tenía. Me mira con un sentimiento que no comprendo y luego me abraza.
Le callo cuando intenta felicitarme y él solo ríe a carcajadas. Me doy cuenta de que está sobrio cuando me dice que exagero y que Peeta estará feliz al saberlo. No concuerdo pero Haymitch me da la fortaleza para salir de ese cuarto de hospital con la cabeza en alto pensando en un futuro prometedor. Me dice que estará conmigo cuando me decida a contarle a mi trágico amante y creo que es una buena idea.
~FIN KATNISS POV~
Sonríe al abrir la puerta y ver a Katniss con un mejor aspecto. Le besa con dulzura apoyando sus manos en las caderas de la chica, apegándose a ella. No deja de besarla mientras se internan en la casa y acaban chocándose el sofá y riéndose por ello. Katniss acaricia la mejilla del rubio y deja un corto beso en sus labios. Le dice que tiene hambre y él amplia la sonrisa y sale casi corriendo de la sala para volver a entrar con una pequeña cesta llena de pequeños bollos de queso.
— ¿Mejor? — pregunta con una sonrisa al ver que la chica se ha comido más de la mitad de la cesta ella sola.
— S-si — musita sonrojada, se acurruca junto a él lo más que puede sintiéndose bien, en paz.
Va a besarlo de nuevo cuando el timbre suena. Ambos bufan ante la insistencia, sabiendo de antemano quien es el que toca la puerta. Haymitch trae una botella de champagne y mira a Katniss con una enorme sonrisa, la joven niega con nerviosismo internándose en la cocina, viendo como su pareja pone en hielo la botella.
— ¿Festejamos el regreso de Katniss? — Pregunta con entusiasmo el rubio buscando unas copas en la alacena — ¿O que mis visitas a Aurelius serán cada dos años a partir de ahora?
— Genial chico, todo suma para beber una buena copa — le guiña un ojo a la castaña que tiembla ligeramente.
— Eso… eso es genial Peeta pero en realidad, Haymitch ha montado está escena porque hay algo que debo decirte — toma la mano del panadero que la mira con intensidad — la, la regresión no solo fue por ti — hace una pausa — me sentí mal cuando te fuiste y Haymitch me obligó a ir al médico.
— ¿Y?
— Estoy embarazada — musita por lo bajo, Peeta se suelta del agarre y hace dos pasos hacia atrás, viéndola de arriba abajo —yo me puse mala, pero está bien, los médicos dicen que si…
— Tienes que sacarlo — sisea por lo bajo dejando la copa en su sitio.
— ¿Chico? — el mentor avanza un paso en dirección a sus antiguos tributos— ¿Qué dices?
— Esa cosa va a matarte Katniss tienes que quitarla de tu cuerpo —se abalanza sobre la castaña que apenas puede esquivarlo.
— Peeta que rayos… — Haymitch apenas logra detenerlo, ejerce presión en los hombros del rubio y forcejea para mantenerlo a raya — Peeta, escúchame.
— TIENES QUE SACARLO KATNISS.
Tiene pánico y sale corriendo. Toma su chaqueta del costoso perchero y sale de la casa. Puede oír a Peeta gritando, los pocos segundos que se queda de pie ante la puerta cerrada. Trota fuera de la Aldea y cuando está demasiado cansada sigue su rumbo caminando. Está atardeciendo y la temperatura desciende rápido. Piensa en que debe volver a casa, apenas si ha mejorado, no puede arriesgarse a enfermar nuevamente
No puede quitar de su cabeza los gritos desesperados de Peeta. Le recuerda a cuando clamaba por ella desde la habitación con ventana, allá en el Trece. Ella pasaba horas viéndole chillar por ella, luchando contra las correas que lo mantenían atado a la cama. Vuelve a su mente lo desquiciada que lucía la mirada azul en aquellas ocasiones, como esa mirada volvió a posarse en ella horas antes.
Sabe que debe volver pero no quiere, no cuando ella aceptó que era el momento de seguir viviendo. No si eso impedía que estuviera al lado del hombre al que había abierto su corazón. Acaba frente al sitio donde antes estaba su casa, en la antigua Veta del Doce. Su parcela es ahora una tumba, la de su hermana. Termina de rodilla frente a la decorada lápida que indica que ahí yace Primrose Everdeen, hermana del Sinsajo, enfermera del batallón 315 del ejército revolucionario. Está allí unos momentos antes de decidirse a regresar.
Probablemente tenga que pasar la noche en casa de su mentor y agradece el haber insistido hasta que este contrató una empleada que se encargase del aseo. Llega a la aldea tiritando de frío, solo para ver su casa a oscuras y que hay luz en la de Peeta. Se muerde la cara interna de la mejilla, Peeta solo va a su casa cuando pinta, y eso generalmente no es algo bueno.
Entra en su casa y enciende cuanta luz encuentra a su paso. La oscuridad es algo que no quiere recordar. Se prepara un té y mira con tristeza el resto de los bollos, toma un par y sube a su habitación. Espera despierta unas cuantas horas, pero él no vuelve. Siente la frustración, la pena, invadiendo cada poro, como la culpa se debe a un diminuto ser albergado en su cuerpo y se pregunta porque no fue más fuerte, para dejar ir a esa cosa. Ahora estaba de nuevo, lejos de su chico del pan.
Despierta sudando cuando los primeros rayos del Sol aclaran el alba. No reconoce el sitio, quizás porque su mano yace sobre el frio espacio que su chico siempre ocupaba. Nota algo que en la bruma de tristeza, la noche anterior, no había notado. El enorme armario está abierto de par en par y el espacio de Peeta está vacío a medias, el chico ha de haber sacado algunas mudas y salido con prisas. Ahoga un quejido en su mano, justo cuando las primeras nauseas también pujan por aparecer. Acaba en el frio suelo del váter, llorando, sola.
— Katniss — reconoce la voz de Aurelius al tomar el teléfono — no tienes que contestar para que sepa que estás ahí — musita el médico cuando minutos después la chica no responde — Haymitch me dijo… realmente te felicito muchacha.
— Voy a sacármelo — acota antes de cortar con rudeza.
Toma su chaqueta, su morral, se calza las botas y sale fuera. Es el primer día de invierno y el aire huele a pino y al humo de las chimeneas que aún tienen los hogares encendidos, inspira varias veces antes de emprender el largo trayecto que la separa de la alambrada este, donde está la Veta, la pradera y donde al otro lado se encuentra su parte del bosque favorita.
Si Peeta no quería a la cosa en su interior ella no se la quedaría. Hizo un gran esfuerzo intentando perderlo, y aunque no funcionó la primera vez nada dice que no funcionaría una segunda. Piensa en ello mientras avanza por la desierta calle principal de la Veta. Ahora está poblada de bellas casitas que tienen mucha mejor pinta que sus antecesoras. Sonríe por eso y le sonríe a la tumba de la dulce Prim cuando pasa por allí.
A pesar de no estar al cien por ciento concentrada, logra armar buenas trampas y consigue dos conejos y un castor. La caza no sale nada bien solo logra acertar a un pavo y el pobre animal se lo había dejado fácil. Está frustrada pero se siente mejor. Ha hecho ejercicio, tendrá buena comida y tiene hambre, mucha hambre.
Limpia los animales lo mejor que puede, siente náuseas y está a punto de dejarse el desayuno unas cuantas veces pero resiste bien. Vuelve al distrito, deja el castor y el pavo en casa de Sae y uno de los conejos en lo de Haymitch. Ambos le agradecen, Haymitch incluso le dice que se ve bastante bien hoy.
Ella se siente bien y al verse al espejo nota que las ojeras no son tan azules como podrían y no luce tan cansada como su mente le quiere hacer creer. Coge algunos vegetales e inicia un estofado con el conejo restante. Lo deja al fuego mientras toma una ducha y no puede evitar quedarse varios minutos viéndose desnuda frente al espejo. Las costosas cremas y las constantes suplicas de Peeta para que tome el sol han hecho que su piel luzca tersa y uniforme, dejando apenas una leve textura cuando roza las uniones de su propia piel y la que el Capitolio le unió. Observa un buen rato su vientre, igual de plano que dos meses atrás, como si nada hubiera pasado en realidad, aunque ahora su sitio está ocupado por una cosa que crece día a día. Busca en el bolsillo de sus jeans la pequeña imagen de la ecografía. Le hubiera gustado que Peeta la viera, que le dijera que no importaba y que estaban listos para ser padres, para seguir adelante.
Vuelve a su cuarto y se viste, oculta la fotografía en el fondo de su armario. Regresa a la cocina y agrega especias a la cacerola. Da algunas vueltas por la sala, para acabar frente a la ventana que da a la casa de enfrente. Espera verlo, pero todo está herméticamente cerrado. El timbre suena sacándola de su melancolía. Abre la puerta y bufa al ver a su mentor frente a ella.
— Traidor — masculla volviendo a cerrar la puerta, Haymitch ejerce presión para que no lo haga — vete viejo.
— Si Aurelius es incapaz de mantener la confidencialidad de paciente-doctor no es mi culpa preciosa — asoma la cabeza por el espacio que hay entre la puerta semiabierta y el marco — déjame entrar Katniss — ejerce más presión sobre la abertura y la chica cede abriendo por completo — el aroma de tu comida llega hasta mi ventana, lo que significa que estoy invitado a almorzar.
—Lo hiciste a propósito Haymitch — suspira la chica adentrándose en la casa seguida por su mentor.
— Estoy feliz de que al fin habrá niños por aquí, sabes que ese niño será como mi nieto chica, no puedo evitarlo.
— Ebrio y emotivo — rueda los ojos — no habrá niños aquí Haymitch.
— ¿Que se supone que significa eso Katniss?
— Nada — sirve dos cuencos de humeante estofado.
— No — masculla levantándose de la silla, apenas había comido algunos bocados cuando las palabras de la chica parecen cobrar valor en la cabeza del mentor — No, no, no — golpea con ambos puños sobre la mesa haciendo que los vasos amenacen con caer — no te harás eso…
— Él no lo quiere — chilla la chica levantándose de pronto — no voy a dejarlo crecer en mi interior para llegar a un mundo en el que su padre le odia — le tiembla el labio inferior — tú lo oíste — señala en dirección a la casa de Peeta.
— Fue un shock para él, pero apuesto a que volverá esta noche y todo será como si nada…
— ¿Y si no vuelve?
— Le esperarás Katniss… eres su mujer, no puedes basarte en su primera impresión para deshacerte de un hijo en camino — rodea la mesa y toma a la chica por los hombros — ¿sabes lo que te haría a ti?
— Me da igual lo que pase conmigo — evita la mirada gris — no puedo perder a Peeta, no de nuevo, nunca más Haymitch…
— Dos semanas — acaba diciendo el hombre — dale dos semanas antes de decidir matar a tu propio hijo — se aleja y abre la puerta de la cocina, la que da a su huerto.
— ¿A dónde vas? — musita la chica temblando, al borde del llanto.
— Perdí el apetito — masculla dando un portazo.
Ella no puede tener más hambre y aun así solo come algunos bocados en medio de un llanto lastimero. Asea la cocina y busca entre los trastos un recipiente de metal con tapa en el que sirve dos porciones de comida. Lo tapa con cuidado y sale de la casa. Está de pie en la puerta de Peeta, intentando escuchar algo al otro lado. Silencio, ese tipo de silencio que le eriza la piel. Toca varias veces pero no recibe respuesta así que deja el cuenco sobre la alfombra de bienvenida y vuelve a su vivienda arrastrando los pies.
Hasta aquí todo lo que mi corazón pudo soportar. Solo será otro capítulo más y solo porque en uno solo quedaba super largo. Lamento no haber subido nada pero tenía un bloqueo bastante importante y muy poco tiempo para dedicar a la edición de lo que ya tengo escrito, pero aquí estoy, al pie de la Alambrada jaja.
Si quisieras demostrar cariño a través de un fav, follow o un review, estaría más que agradecida.
Con cariño atentamente, Anna Scheler.
