Capitulo uno: diagnostico
(Bella P.O.V)
Hoy es un día de esos… uno en el que mi amiga Alice Brandon me hace una cita con algún psiquiatra que me recetará medicamentos para drogarme por meses, uno de esos días en los que tengo que soportar ver a Rosalie haciendo con Emmett lo que yo nunca podré hacer; es quizás por eso que Alice se empeña tanto en ayudarme a solucionar mi pequeño gran problema, porque yo en el fondo de mi corazón también quiero casarme algún día, o por lo menos conseguir un novio, o por ultimo saber que se siente besar a un chico.
Qué extraño es todo esto, tuve una infancia normal sin experiencias "traumáticas", me he hecho un millón de análisis y todos demuestran que nada va mal con mi cerebro, pero aun así sigo sin permitir que alguien me toque.
Como supuse, Alice llegó temprano a mi habitación, amenazó con abrazarme si no me levantaba de la cama, me hizo subir a su Porsche y luego me llevó hasta un centro médico en donde me obligó a registrarme y a esperar "como niña buena" a que el psiquiatra me llamara.
Luego de media hora de espera un tipo joven y alto que usaba una de esas típicas batas blancas pronunció mi nombre en el pasillo y Alice emocionada tiró de mi bolso para hacerme entrar en la consulta del médico.
Solo entré y me senté en la camilla mientras que Alice se encargaba de saludarlo por ambas y advertirle que no me tocara por ningún motivo.
-Buenos días señorita Isabella Swan, yo soy el Doctor Edward Cullen- dijo el medicucho con la voz más pacificadora que hubiera oído en mi vida. Él tenía su mano extendida, el pánico me inundó al darme cuenta que tendría que estrecharla, solo atiné a bajarme de la camilla y a esconderme tras Alice.
-Ah ya veo, ¿fobia al tacto de otra persona?- preguntó el doctor Cullen.
-Algo parecido- dije con voz temblorosa.
-Señorita Brandon, ¿podría ser tan amable de dejarme a solas con la paciente?, prometo no tocarla- dijo el psiquiatra con aquella voz digna de un locutor radial.
-Por favor Alice no me dejes sola, por favor no lo hagas- dije desesperada entre susurros.
-Tranquila Bella, esto es por tu bien, por favor pon de tu parte- expuso Alice alejándose de mí y saliendo por la puerta.
No tuve más remedio, me senté en una silla y apreté fuertemente mi bolso dispuesta a golpear al doctor Cullen si se me acercaba demasiado.
-Isabella, quiero dejarle en claro que en ningún momento la tocaré, todo lo que haremos será hablar, por favor quédese tranquila, nada malo va a pasarle aquí- indicó el psiquiatra trayendo un poco de calma.
-¿Cuántos años tienes?- preguntó mientras jugaba con un lápiz.
-veinticuatro- dije sin quitar la vista de la perfecta caligrafía del doctor Cullen.
-¿La llaman Isabella o tiene algún apodo especial?- preguntó expectante.
-Mis amigos me llaman Bella, todo el mundo me llama así desde que tengo memoria- dije torpemente.
-¿te parece si te llamo Bella?- preguntó con cierto tono de confianza, como si nos conociéramos de toda la vida.
-Si- contesté.
-Bien, entonces Bella, tu llámame Edward- dijo el doctor haciendo anotaciones en su libreta.
-Empecemos, ¿Qué te trae por aquí?- preguntó con la punta del lápiz puesta en la libreta.
De repente me vi atrapada en mis propias palabras, no sabía que decirle, yo había venido obligada por Alice, dejé de mirar su lápiz y posé mi vista en su rostro. ¡Era perfecto!, tenía un cabello cobrizo perfectamente despeinado, su piel era pálida como el marfil, sus ojos tan verdes y brillantes como esmeraldas y sus facciones tan finas como las de un dios griego, él era extremadamente joven, quizás unos dos o tres años mayor que yo.
-Yo tengo un problema- logré articular luego de un buen rato.
-¿Qué problema es ese?- preguntó él anotando en su libreta.
-No me gusta que me toquen, me produce asco, ira, angustia, como si estuviera haciendo algo malo, no me gusta para nada- expuse atropelladamente.
-¿Y desde cuando tienes este problema?- pregunto Edward apuntando en su libreta todo lo que yo anteriormente le había dicho.
-Desde siempre- dije reteniendo unas lágrimas que amenazaban con salir.
-Quiero que me cuentes Bella todas las maniobras que haces para evitar el tacto de las personas, necesito saberlo todo, necesito que confíes en mí, es la única manera de ayudarte- expresó Edward mirándome con sus bellas esmeraldas y dejándome deslumbrada.
-Trato de evitar saludar a la gente, si puedo me escondo o finjo no haberlos visto- expuse un tanto nerviosa.
-También trato de mandar a otras personas a hacer las compras por mí, no me gusta entregar ni recibir dinero de las manos de alguien. Trato de no viajar en autobús, y si debo hacerlo siempre me siento en la ventana para no tocar a la persona que puede ir del lado del pasillo- dije enumerando las situaciones a las que me veo expuesta cada día.
-Pero tienes una amiga- dijo Edward anotando lo que yo había dicho anteriormente.
-sí, Tengo muchos amigos, esta Alice, Rose y Emmett- dije un poco más tranquila al hablar de mis amigos.
-¿y cómo es tu relación con ellos?- pregunto Edward dejando de lado su lápiz para mirarme a la cara.
-Alice es muy buena persona, Rose y Emmett son novios, me llevo bien con ambos pero no puedo evitar sentir envidia cada vez que se abrazan- indiqué con un poco de tristeza.
-Ellos van a casarse, se aman mucho y no puedo evitar pensar que yo…- me detuve un momento para tratar de ocultar las lágrimas que caían por mi rostro.
-¿Tu qué?- preguntó Edward esperando que yo continuara.
-Yo nunca podré casarme, nunca podré abrazar a alguien, me aterra el solo hecho de ver una mano extendida que espera a que yo la estreche- dije soltando mis lagrimas para que fueran libres.
-Tu podrás hacer eso Bella, serás feliz, superaras tu problema y algún día encontraras a alguien con quien compartir tu vida- dijo Edward con tanta convicción que incluso le creí.
-Ahora necesito que me cuentes de tu infancia, de tu adolescencia, de tu vida y tu familia- dijo dejando sobre su escritorio un pañuelo para que yo lo tomara y secara mis lágrimas.
Le conté de Charlie y de Reneé, de cuando me fui de Forks y de cuando regresé, de mi tiempo en la escuela, de mis estudios de literatura en la universidad, de mi trabajo como editora en una revista local, de mi adorado gato y de mi extraña preferencia por el tacto de loa animales, los únicos seres vivientes que podía tocar sin sentirme agobiada.
Edward era realmente un buen médico, me contó que su padre era neurocirujano, que su madre una arquitecta y que era hijo único al igual que yo, que tenia veintisiete años y que curiosamente era nacido y criado en Forks.
Él detuvo su relato, miró su reloj y supuse que mi tiempo con él había terminado, escribió en una hoja que luego extendió a mí, le eché un vistazo rápido, era un nuevo medicamento y rogaba internamente para que solucionara mi problema.
-El tiempo se ha acabado- dijo luego de entregarme la hoja con las indicaciones de mi tratamiento.
-Lo que tú tienes no es una fobia, sino un Trastorno Obsesivo-Compulsivo- dijo dejándome desconcertada.
-Existen variadas manifestaciones de ese trastorno, una de esas es la manía de lavarse constantemente para eliminar los gérmenes, la otra es hacer las cosas repetitivamente como caminar por la calle sin pisar las líneas o cepillarse tres veces cada diente, etc.- dijo levantándose de su silla y caminando por la oficina.
-y la otra manifestación es la tuya, los que no hacen nada físico, sino que se agobian mentalmente imaginando por ejemplo que tocar a las personas es algo malo o doloroso- expuso sacándome de la duda.
-Fue un placer conocerte Bella, regresa dentro de un mes para ver cómo has respondido al medicamento y cualquier problema que tengas en la hoja que te di esta mi número telefónico- dijo Edward abriendo gentilmente la puerta para mí.
No pude evitar mascullar un "hasta luego" y salir casi corriendo a encontrarme con Alice.
