Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada
NA: Hola! Cómo están? Espero que muy bien... yo aquí con mi imaginación floreciendo en cada rincón, jajaja.
No se preocupen por las demás historias que las estaré actualizando de manera normal. Este fic surgió tan vívido en mi mente que no pude dejar de escribirlo, pues temía que se esfumara. Será breve, un capítulo o dos más, dependiendo de mi inspiración. Espero que les agrade, aunque no sé que pensarán de esta extraña pareja.
Espero que disfruten su lectura...
Amor devoto
Otro día más de cumplir con sus obligaciones llegaba a su fin sin cambio alguno. La rutina se había vuelto parte su vida, ya por siete años. Miró hacia el cielo teñido de rosa por una pequeña ventana, sabiendo con exactitud qué día era y que tal como el último tiempo, había pasado desapercibido para todos, incluso para ella misma. Se levantó un tanto desganada del asiento, intentando encontrarle algún sentido a su vida, la que sentía que se le iba como agua entre los dedos. Sabía que su labor como diosa guardiana de la tierra era algo muy importante, pero reconocía también que no era lo suficientemente satisfactoria para una mujer que acababa de cumplir veinte años. Y ahí era donde radicaba su problema. Ese cuerpo de Saori había ganado sobre su condición divina y quería vivir como la joven humana que era. Nunca le había pasado eso en sus otras vidas, pero debido a los sentimientos tan humanos que brotaban de su ansioso corazón, quería tener la oportunidad de vivirlos por primera vez. ¿Sería posible?
La sala del Santuario era fría y solitaria. Su estatus le impedía ser acompañada por sus fieles santos en aquel suelo sagrado. Su cosmos dorado inundaba el lugar, encendido constantemente para proteger a la humanidad. Y, sin embrago, la soledad era su única compañía.
Sus ojos azules se posaron sobre el único espejo que colgaba de aquella habitación, un espejo grande, con incrustaciones doradas en sus bordes. Julián se lo había regalado en son de paz y le estaba muy agradecida por ello. Era casi el único artefacto humano en aquel cuarto enorme y vacío. Observó su imagen reflejada, apreciando su propia belleza. Sabía que era hermosa, muchos se lo habían dicho a través de los siglos. Pero, ¿de qué le servía? Siempre debió permanecer oculta en aquella sala abandonada, dispuesta a salir en caso de tener que proteger a la humanidad, lo que ya no era un problema para ella, pues estaba lista para eso todos y cada uno de los días que llevaba ahí encerrada.
Una sonrisa se dibujó en su reflejo apreciando el paso de los años en su cuerpo. Sólo con trece años debió aceptar su destino sin más opciones y ahora veía su cuerpo de veinte casi en las mismas condiciones, cubierto por un vestido blanco tan similar al de aquel tiempo y su largo cabello lila y sedoso.
—¿Sola, otra vez? —le preguntó su reflejo.
—¿Quién eres? —inquirió inquieta.
—Tú… pero, tu parte divina, la que quieres sellar en tu corazón.
—Yo… yo no quiero eso —dijo un tanto avergonzada.
—Sí, lo anhelas. A mí no me lo puedes ocultar. Pero, no te sientas mal. Creo, que por primera vez entiendo lo que sientes —habló con voz reflexiva.
—¿En serio? —consultó, sin decir más, por temor a desvanecer aquella mínima luz de esperanza que vislumbraba en sus palabras.
—Sí. Y quiero hacer un trato contigo —dijo resuelta, mirando a los ojos a quien era su cuerpo en aquella época—. Hoy, como regalo por tus recién cumplidos veinte años, te permitiré buscar el amor. Tendrás un año para demostrarme que vale la pena amar y ser amada. Sin embargo, si no lo consigues encontrar en ese período, tendrás que resignarte a vivir como la diosa virgen que eres por el resto de tus días —sentenció.
Un brillo especial llenó los ojos de la humana ahí presente, liberando lágrimas que había contenido por mucho tiempo. ¿Sería capaz de encontrar el amor en ese tiempo? No importaba si era así. Lo único en verdad importante en instante era la oportunidad que le estaba dando de vivir, de salir de aquellas murallas por primera vez siendo tan solo una chica normal, que aún albergaría su poder divino en su interior. Sin pronunciar palabra, sólo asintió para dar a entender a la diosa que se tomaría aquel desafío muy en serio. Y, sin más que decir, la divinidad desapareció.
Saori sintió la necesidad enorme de correr y disfrutar de la vida normal que le había sido negada ya por siete años. Sabía la importancia de su parte olímpica en la tierra, sin embargo, también necesitaba sentirse humana, aun si fuera a sufrir en el proceso. Una energía emanada de lo más profundo de su corazón la llevó hasta la puerta de la recámara y abriéndola, salió al fin de su enclaustramiento.
El atardecer se hacía presente, adornando de luces rojas y anaranjadas las doce casas del Santuario, dándole un toque de vida a aquel lugar que sentía tan desolado. Repasó con la vista cada casa ocupada por sus fieles santos que la habían acompañado todo ese tiempo de forma incondicional. Comenzó su descenso hacia la abandonada casa de piscis, la que mantenía intactas las rosas rojas de su anterior cuidador. Su dorado cosmos la dejó abrirse paso entre medio de aquel jardín de hermosas flores carmesí sin dañar su nívea piel.
Continúo su largo camino sin saber bien a donde dirigirse, más que el impulso de saberse libre por un tiempo. Acuario la recibió con un congelado aire que le causó escalofríos. Tuvo que abrazarse a sí misma, frotando sus delgados y desprovistos brazos, hasta que escuchó la voz del santo residente en aquella casa zodiacal.
—Athena —dijo, reverenciándola, a medida que equilibraba el aire para que ella no se congelara.
—Hyoga. Veo que siempre estás alerta —agradeció su precaución.
—Por supuesto. Nuestra vida siempre será protegerla —reveló devoto.
—¿No te sientes solo aquí?
—¿Solo? Claro que no. Fui entrenado para protegerla. Además, mis hermanos están conmigo. ¿Qué más podría desear?
—Amar a alguien, quizás.
El joven Santo de Cisne se quedó sorprendido ante su pregunta. Como su protector dedicado, había olvidado casi cualquier sentimiento humano. Era mejor no tener ataduras más que las necesarias, para liberar una batalla sin sufrimientos. Lo sabía por experiencia propia.
—Mi trabajo y mi tiempo está dedicado a este lugar. Usted no debería preocuparse por eso.
—Está bien, Hyoga. Pero, si deseas salir o hacer algo más que estar aquí, hazlo con toda la libertad.
—Como usted diga —aceptó el joven, intrigado por su conducta.
Una sonrisa se dibujó en los labios de la joven antes de seguir con su paseo sin rumbo definido. Bajando aquellos infinitos escalones, viendo cómo las nubes se teñían de distintos colores al ser atravesadas por los rayos del sol que se escondía detrás de los pequeños cerros, pensaba en lo pequeña que se sentía ante tanta majestuosidad. Sí, se sentía tan liviana y libre, como una pluma llevada por el viento hacia un destino incierto.
Tal como sabía la casa de Capricornio estaba vacía, con cierto aire de solemnidad en su interior donde brillaba intensa la caja de pandora que contenía la armadura correspondiente.
Sus siguientes pasos la guiarían directo hasta Seiya, su devoto y fiel santo de Pegaso. Él había comenzado una relación con Shaina hacía tres años, al reconocer que el amor que creía sentir por su diosa era más devoción que alguna emoción humana. Sintiéndose libre al fin de aquel sentimiento que lo reprimía, asumió de forma pública lo que crecía dentro de su corazón por la amazona de Ofiuco. Ella había permitido su unión como una recompensa hacia su lealtad inquebrantable, dándoles la posibilidad de vivir a plenitud su amor de juventud. A pesar de eso, ellos seguían siendo los mismos santos fieles y dedicados que conocía.
Sus ojos brillaron sorprendidos al llegar hasta la puerta al contemplar el dulce beso que Seiya le otorgaba a su amazona. Una sensación nunca antes sentida recorrió su cuerpo, haciendo arder sus mejillas, mientras sus manos sostenían su vestido. ¿Qué debía hacer en ese momento? ¿Salir de ahí o interrumpir? No fue necesario que ella escogiera, pues ambos tórtolos sintieron su presencia y se separaron de inmediato, reverenciándola.
—Athena. Nos honra con su presencia —dijo Seiya.
—Disculpen. No quería molestarlos —se excusó, avergonzada.
—No se preocupe. ¿Necesita algo? —preguntó Shaina con curiosidad, dispuesta a servir a su señora.
—No —contestó, moviendo su cabeza de lado a lado—. Solo estoy bajando.
—¿A dónde va? —inquirió el Pegaso inquieto—. En verdad, si necesita algo podemos traérselo.
—No te preocupes, Seiya. Solo estoy dando un paseo —contestó con una sonrisa en su rostro perfecto.
Ambos presentes notaron algo especial en su mirada, un brillo de vida diferente al que solían ver en su venerada diosa, algo que la hacía ver más de humana que divina. Y sin interponerse en su camino, dejaron que sus pasos lentos pero seguros continuaran hacia la salida.
La siguiente casa también estaba desierta, llena de un cosmos dorado que salía de la caja que contenía la armadura de Escorpio, la que resonó ante sus pasos, brillando más majestuosamente. Sus manos sagradas acariciaron el metal de oro, agradeciendo su protección y devoción.
Su caminata a través de aquellos templos hacía que su decisión fuera disminuyendo debido al amor altruista que palpaba de parte de todos sus santos, un amor incondicional, libre de cualquier duda o desconfianza. ¿Cómo podía traicionarlos? ¿Era capaz de buscar a quién amar como deseaba con todo su corazón, sin abandonarlos en el proceso? ¿Existía alguien dispuesto a amarla a pesar de todos los contras que debería enfrentar? Sus dudas se acrecentaban, haciendo más lento su caminar, hasta que percibió un dulce aroma saliendo de las puertas de la casa de Libra… un olor a hogar que ya había olvidado.
—Señorita Saori —le habló la joven china, compañera de su santo, recibiéndola con un pastel recién horneado en sus manos.
—Shun-rei. ¡Qué gusto verte! —contestó entusiasmada.
—Athena —dijo el Dragón acercándose.
—¿Le gustaría comer con nosotros? —preguntó amable la joven pelinegra.
—Lo siento, Shun-rei. Me encantaría, pero voy de pasada —respondió agradecida por el ofrecimiento—. Aunque te aceptaría un pedazo de pastel cuando regrese —dijo al final para complacerla, al ver desazón en su transparente mirada.
—Con gusto, señorita Saori.
—¿A dónde se dirige, Athena? —indagó Shiryu, confuso de verla rondar por los templos. En realidad, desde el tiempo que llevaban viviendo ahí, nunca la había visto salir de sus aposentos.
—Solo estoy de paseo —reveló con una afable sonrisa, que la hacía ver más humana que de costumbre, dejando sin palabras a su santo.
Despidiéndose de los ocupantes de la casa, salió con nuevos bríos al ver a aquella feliz pareja disfrutar de la paz y el amor propios de una unión correspondida. Eso era lo que ella deseaba, encontrar la felicidad en cosas simples, y si fuera posible, compartirlas con alguien especial… alguien que la apreciara por ser ella, Saori, no la diosa venerada que representaba. Pero, ¿era posible descubrir eso?
El atardecer casi terminaba, dando paso a un cielo azul marino cubierto de incipientes destellos brillantes que se asomaban tímidos al comenzar la noche. La siguiente casa la esperaba con un aire tranquilo y pacífico, digno de su ocupante. Sin embargo, no pudo percibir su presencia, algo muy extraño si lo comparaba a sus otros hermanos que estaban alertas y pendientes ante cualquier presencia.
Caminó distraída, pensando que quizás Shun había bajado a ver a su hermano, cuando lo vio dormido sobre su escritorio. ¿Desde cuándo había esos muebles en los templos? No lo recordaba. Se acercó para comprender el cansancio de su santo, cuando notó una gran cantidad de libros abiertos, otros cerrados, unos cuantos más en un estante, perfectamente ordenados por tamaño, dispuestos a ser leídos por él. Una sonrisa de satisfacción adornó su rostro al darse cuenta de que el Santo de Andrómeda dedicaba su tiempo al estudio. Pero no era cualquier estudio, pues todos los libros hacían referencia a la medicina. Curiosa fue leyendo los títulos de aquellos textos antiguos, sacados de la biblioteca del Santuario, "Medicina a través del cosmos", "Usos el cosmos para sanar", "Estudio del Cosmos y la salud", etcétera. Sus manos curiosas comenzaron a acariciar las añejas hojas color sepia escritas en lenguaje griego, mientras observaba el rostro de su santo cubierto por los mechones de su cabello. Percibió su suave respirar pausado e intrigada por ver su rostro dormido, retiró con suavidad su pelo esmeralda, revelando un pacífico y perfecto semblante. Un extraño sentir hizo palpitar su corazón al verlo tan tranquilo, sabiendo que él debía estar exhausto. Su vista se extendió hacia su mano, distinguiendo la cadena de Andrómeda sujeta a ella y extendida por el suelo hasta la entrada del Templo. Sonrió, aún más sorprendida de que él, quien a pesar de su cansancio, igual estaba alerta ante la presencia de algún intruso. Una idea fugaz cruzó su mente, dudando un poco de cometer tamaña travesura, pero sus dedos se movieron sin que lo pensara, directo hacia aquella brillante cadena. Sin embargo, antes de siquiera darse cuenta, el santo saltó lejos de ella y en un impulso defensivo, tiró su cadena, colocándola delante de su rostro.
—¡Athena! —exclamó sorprendido. Aún permanecía medio adormecido, por lo que pasó su brazo por sus ojos, intentando pensar que su presencia solo era una ilusión, pero, al abrirlos de nuevo, aún estaba ahí de pie con cara confusa e impresionada—. Perdone mi imprudencia —dijo, disculpándose.
—No… no te preocupes —respondió ella aún con sus ojos muy abiertos debido a su reacción tan veloz.
—¿Iba a alguna parte? Disculpe el haberme quedado dormido —reconoció avergonzado.
—¿Qué estudias, Shun? —preguntó curiosa, provocando que ahora fuera él el sorprendido.
—Eh… —titubeó, caminando hacia su escritorio—. ¿Se refiere a esto? —inquirió. Al verla asentir, liberó un suspiro al sentirse atrapado por ella en esa situación—. Llevamos seis años viviendo aquí y en este tiempo he notado cierta carencia médica en Rodorio. Bueno, en realidad en todo el mundo es igual —reveló divagando—. Pero, quería ayudar de alguna forma al pueblo que nos provee todo lo que necesitamos, así es que comencé a averiguar la forma de hacerlo. No tengo estudios seglares, por lo que ponerme a regularizar mi situación hubiera sido una pérdida de tiempo y no era eso lo que quería. Oh, perdón, me estoy distrayendo.
—Continúa —dijo ella, divertida de escucharlo.
—Entonces, decidí buscar en la biblioteca del Santuario y encontré estos libros que he estado estudiando desde hace más de tres años. Al principio fue un poco complicado entenderlos, pues están escritos en griego antiguo, pero cada vez me es más fácil leerlos y aplicar las técnicas que ahí se explican. ¿Sabía usted que el cosmos puede ayudar a las personas? No solo es un poder para pelear, sino que también puede sanar —dijo sonriendo, transmitiéndole una inmensa felicidad.
—Y, Shun, ¿cuándo vas al pueblo? —preguntó, dispuesta a acompañarlo para ver aquello de lo que le conversaba con tanto interés.
—Perdón, Athena. Nunca quise descuidar mi templo —se excusó, creyendo que ella estaba llamándole la atención debido a sus ausencias.
—No me refería a eso. Me gustaría ir contigo la próxima vez que bajes —dijo con seguridad.
—¿En serio? —preguntó, abriendo sus ojos en señal de asombro— Mañana temprano tengo que ir, porque estoy dando tratamiento a un pequeño.
—Entonces, estaré aquí en la mañana —habló feliz, girándose para regresar a sus aposentos, sabiendo que al día siguiente haría algo distinto y tan hermoso como ayudar a gente necesitada.
—¿Está segura? —preguntó Shun inquieto por su nueva actitud.
—Por supuesto. Siendo una diosa debo preocuparme por las personas. Hasta ahora desconocía sus necesidades, pero ahora no puedo aparentar que no sé nada.
—Está bien. La espero mañana entonces.
—Gracias, Shun —dijo con una hermosa sonrisa, saliendo al fin de aquel templo.
El joven se quedó de pie un momento, reflexionando en lo que acababa de suceder. ¿Fue idea mía o ella se veía más humana que divina?, pensó, pero luego de hacerlo, se culpó internamente por su blasfemia, golpeando su cabeza con su puño. Volvió a su escritorio, dispuesto a encontrar la solución correcta para la enfermedad del niño de cinco años que estaba atendiendo desde hacía tres días.
Sintió el trinar de los pequeños pájaros que anunciaban el amanecer y de inmediato se levantó, emocionada por acompañar a su santo al pueblo y verlo ayudar a la gente necesitada. Una punzada atravesó su corazón, sintiendo la culpabilidad de no haber sido ella la que reconociera eso, sin embargo, estaba dispuesta a aprender de él, curiosa de descubrir más de aquel cuyo corazón era el más puro de su época, lo cual acababa de comprobar.
Se colocó uno de sus tantos vestidos blancos, intentado que fuera el menos llamativo y, como la mañana era un poco fría, se cubrió con una capa color azul, tapando su cabello. Bajó silenciosa a través de los templos, intentando no llamar la atención de nadie, suprimiendo su cosmos. Sus pies parecían ligeros, tanto como su corazón en ese instante, que se sentía dichoso por primera vez en muchos años. Se detuvo en seco, sorprendida al ver a Shun de pie en la entrada de Virgo, esperándola, envestido con su armadura de Andrómeda y una taza con un líquido caliente en su mano, mientras le sonreía con sinceridad. Una brisa atravesó las escaleras en ese instante, impeliendo su capa, la que con el movimiento liberó su cabello, que se deslizó tal como una hoja al viento. Su corazón palpitó con fuerza al ver su preocupación.
—Señorita Athena, la estaba esperando.
—Gra-gracias, Shun —dijo temblorosa, acercándose a él.
—¿Un té verde? —preguntó, extendiendo la taza—. Es tan eficiente como el café para mantenernos activos, pero es mucho más saludable —explicó su ofrecimiento.
—¿En verdad? No lo sabía —reconoció, bebiendo el líquido caliente, cuyo vapor subía a su nariz, haciéndola sentir un reconfortante calor.
—¿Vamos? —dijo, invitándola a seguir caminando con un gesto de su mano—. Preparé unos emparedados, aunque no creo que los comamos, pues el pueblo es muy generoso cuando me recibe —reveló sonriente. Su felicidad era extrañamente contagiosa. ¿Cómo había alcanzado esa dicha tan plena?
Llegando a la puerta del siguiente templo, vieron la figura del hermano mayor de Shun de pie en medio de la pasada, dándoles la espalda, mirando hacia la entrada.
—Estás atrasado ya. Te he estado esperando desde hace media hora. Vete rápido antes que alguien note tu ausencia —dijo con voz seria, manteniendo su posición, sin percatarse de que él venía acompañado.
—Hola, Ikki —saludó, esperando que volteara, pero al no hacerlo continuó hablando—. La señorita Athena viene conmigo hoy.
Solo en ese momento el Fénix giró su rostro apenas un poco, mirándolos de reojo, comprobando sus palabras.
—¿Eso quiere decir que ya no saldrás a escondidas? Es un alivio, al fin podré dormir hasta más tarde —reveló sin tapujos, estirando sus brazos. Se despidió moviendo su mano derecha, perdiéndose en la oscuridad, ante el desconcierto de los dos ahí presentes.
—Perdón. Mi hermano me cubría mientras bajaba al pueblo —se excusó el santo de Andrómeda.
—No te preocupes. Ahora, eso ya no será necesario —sentenció la joven con voz alegre—. ¿Continuamos?
Su camino ya no tuvo más interrupciones, sin embargo, el silencio se había apoderado de ambos, sin saber cómo romperlo. El joven sentía curiosidad por descubrir los motivos de su diosa al acompañarlo, aunque entendía las altruistas razones que le había dado la noche anterior. Mientras, ella solo disfrutaba del frío aire de la mañana, la suave brisa rozando su piel, el hermoso canto de los pájaros y su corazón latía alegre, emocionado por su primera salida en muchos años.
Solo al poner un pie en la entrada del pueblo, fueron recibidos por un anciano que se acercó extendiendo su mano hacia el santo.
—Joven Shun. ¡Qué bueno encontrarlo! Muchas gracias por su ayuda —dijo, mientras era correspondido por el joven.
—¿Se encuentra mejor, ya? Veo que está caminando muy bien —respondió alegre por su mejoría.
—Y, ¿quién es esta hermosa jovencita que te acompaña? —preguntó acercándose a la chica.
—Su nombre es Saori. Vive en el Santuario con nosotros —contestó.
—Qué bueno que ya no venga solo. ¿Sabe? Las pocas chicas de este pueblo se pelean entre ellas por él —dijo sin tapujos el anciano.
—No diga esas cosas —habló nervioso, provocando que sus mejillas enrojecieran.
La diosa soltó una risita ante el comentario del hombre maduro, observando la reacción de su acompañante. Se notaba que él estaba disfrutando de su vida mucho mejor que ella, con cosas simples y cotidianas.
—Pero, si es cierto. Eres un joven muy bueno y desinteresado. Espero que encuentres a alguien que te aprecie de verdad —dijo reflexivo el anciano, dándose la vuelta—. Nos vemos más tarde. ¡Ah! No olvides pasar antes de marcharte que mi esposa te tiene un frasco mermelada.
Se despidieron agitando sus manos en el aire, mientras Shun sentía los ojos de su diosa mirarlo curiosa y, aunque no quería dar explicaciones, tuvo que enfrentar sus ojos inquisitores.
—Veo que eres muy querido aquí. Y no solo de manera altruista —explicó, riendo al final de su frase. Y, es que aunque ella conocía los comentarios acerca de la belleza interna y externa de su santo, nunca la había percibido tan cercana y perfecta.
—Él exagera. Yo nunca he visto nada extraño —se excusó el joven.
Sin embargo, sus palabras pronto se las llevó el viento, pues al escuchar su armadura resonar en la calle principal, una infinidad de jovencitas se agolparon a las ventanas de sus casas, comprobando que era él quien pasaba. Muchas se acercaron alegres, aunque al notar la presencia de una intrusa, comenzaron a mirarla con desagrado. Saori sintió un escalofrío recorrer su espalda producto de aquellos amenazadores ojos que se extendían a su alrededor, cercándola. ¿Qué había hecho él para provocar tal efecto en esas niñas? Lo observó curiosa por la actitud que adoptaría frente a tal tumulto y para su sorpresa, lo vio muy cómodo, recibiendo las cosas que le entregaban, tomando a los niños en brazos, conversando con algunos que e hacían consultas médicas express, mientras intentaba avanzar hacia la casa de su paciente más complicado en ese momento. La diosa sonrió feliz de entender el amor que aquella gente le profesaba a Shun desde lo más profundo de su corazón, un sentimiento que en ese momento comenzó a brotar desde el suyo también.
Continuará...
Y? Que les pareció? Muy extraño? Espero que les haya gustado...
Saludos, Selitte :D
