Diana Ladris recogió sus cosas y las metió en la mochila. Echándosela al hombro abandonó el dormitorio que compartía con otras tres chicas en la Academia Coates para dirigirse a la biblioteca. Tenía algunos exámenes aquella semana, y la siguiente; tonterías sin importancia que ni tenía que prepararse.
Los estudios nunca le habían resultado difíciles, nunca había tenido problemas con los exámenes ni con ninguna materia. Sacaba buenas notas sin apenas esfuerzo y había pasado gran parte de su vida sin entender por qué a los demás no les pasaba lo mismo, hasta que había entendido que no todo el mundo es igual, que algunos tienen más capacidades que otros. Aún recordaba la inmensa sensación de satisfacción que sintió el día en que se dio cuenta de ello.
Diana sabía que estaba por encima de la media y ni siquiera intentaba ocultarlo.
En parte iba a la biblioteca porque le encantaba caminar por los pasillos de Coates, notar las miradas que le lanzaban, algunas disimuladas y otras completamente descaradas. Diana se limitaba a pasar de largo con la vista al frente. Ya se había forjado prácticamente una reputación en Coates, y estaba convencida de que aquello era importante. Nadie se ganaba un nombre ni un reconocimiento quedándose encerrado en su cuarto. O casi nadie, matizó Diana al ver pasar de refilón a Jack el del ordenador.
Alcanzó la enorme puerta de roble de la biblioteca y entró con su mejor paso: erguida y con la cabeza alta.
La biblioteca de Coates era una habitación de techo alto, con los anaqueles de madera oscura llenos de libros, más de la mitad antiguos y descatalogados. Repartidas entre las altas estanterías había una docena de mesas de madera maciza que podían dar un lugar de estudio o simplemente un asiento a cuatro o seis personas cada una. Cada mesa tenía sobre ella una lamparita que se usaba cuando ya había oscurecido y los apliques de la pared no eran suficientes para poder leer. Diana lo encontraba inútil, ya que las lámparas no solo te dejaban más cegato que los apliques de la pared, sino que además solo servían si en la mesa había como mucho dos personas.
Desde luego no iba a la biblioteca a estudiar, nunca lo había hecho. Se limitaba a sentarse y a abrir un libro sobre la mesa. Apoyaba la barbilla en una mano y leía por encima algún párrafo que ya sabía mejor que el profesor, o recorría la habitación con la mirada, pillando más de una vez a alguien mirándola. Diana siempre mantenía el contacto visual unos instantes, a veces la otra persona se cortaba y bajaba la vista rápidamente; otras, en cambio, era más persistente y la mantenía, hasta que llegaba el punto en el que Diana dejaba de mirar perdiendo el interés.
Diana encontró una mesa vacía en el pasillo central de la biblioteca y se sentó. Realizó el procedimiento habitual: dejó la mochila en el suelo, apoyada contra la pata de la silla, sacó el libro de historia, lo dejó abierto frente a ella , sacó una hoja y el estuche y lo colocó todo sobre la mesa.
Se echó hacia atrás en la silla, mirando a su alrededor, observando cada cara que había en la habitación. Ante los inminentes exámenes todas las mesas tenían al menos uno o dos ocupantes. A pesar de la gente, a Diana como de costumbre, no le costó verle.
Caine Soren se hallaba sentado a una mesa de distancia de ella, con el libro de matemáticas sobre la mesa, la cabeza inclinada sobre él y el pulgar entre los labios. Aunque el pelo oscuro le caía sobre los ojos, Diana había podido captar el movimiento rápido que éstos habían hecho.
Sabía que él había levantado la cabeza en cuanto había entrado por la puerta.
Conocía a Caine casi desde que había entrado en Coates. Desde casi el primer momento había notado cierta atracción por ambas partes. Diana simplemente le restaba importancia y lo atribuía al innegable magnetismo del chico.
Diana, con la cabeza inclinada hacia delante, como si estuviera totalmente fascinada por el siglo XVIII, mantuvo la mirada fija en Caine. Se intuían claramente el carisma y el encanto que lo caracterizaban, incluso tal y como estaba, medio recostado sobre la mesa, con la palma de la mano sujetándole la cabeza y el pulgar en la boca, como si tuviera cinco años.
Caine levantó la cabeza de golpe y Diana apartó la mirada rápidamente pero, un movimiento de él la hizo volver a mirarle.
Mira esto, articuló Caine sin decir una sola palabra.
Diana frunció el ceño, ¿de qué narices estaba hablando?
Caine miró a su alrededor, como si comprobaba que nadie lo estuviera mirando, cosa que hizo que Diana se inclinara ligeramente hacia delante, interesada. Tuvo que moverse un poco para detectar su movimiento: Caine había extendido una mano con la palma hacia fuera, sin separarla mucho del cuerpo. Diana entrecerró los ojos, entre extrañada y confusa, preguntándose si Caine Soren no le estaría tomando el pelo.
De repente, un movimiento muy cerca de ella le hizo volver la cabeza rápidamente. Por un momento pensó que lo había imaginado, pero entonces, ahí estaba otra vez. Un libro que descansaba cerrado sobre la mesa se movió. Solo un poco, tan imperceptiblemente que de no haberse fijado bien, Diana podría no haberlo visto.
Con los labios ligeramente separados y la franca sorpresa pintada en la cara, Diana se volvió de nuevo hacia Caine, que lucía una sonrisa brillante.
Rápidamente Diana volvió a su expresión de indiferencia más convincente y alzó las cejas a modo de pregunta.
La sonrisa de Caine se ensanchó y volvió a hacer un suave movimiento con la mano. El ruido del libro al caer al suelo sonó como un cañón en el silencio de la biblioteca e hizo que Diana diera un pequeño brinco, que disimuló al instante.
La chica que había ocupado el asiento frente a Diana y que debía ser la que había dejado el libro ahí se dio la vuelta y se acercó a la mesa. Diana vio que no debía de tener más de once o doce años. La chica se agachó para recoger el libro y durante un par de segundos las miradas de ambas chicas se encontraron. A Diana le sorprendió la mirada de la niña, la miraba con los ojos muy abiertos, como alguien que sabe algo y no sabe si contarlo o no, pero sobre todo, la miraba sin miedo, sin ningún indicio de que Diana la intimidara lo más mínimo: la miraba desafiante. Diana la miró secamente y la chica se levantó sin decir una palabra. Se pasó una mano por el pelo cobrizo y volvió a su puesto frente a la estantería.
Diana volvió a mirar a Caine, que le devolvió la mirada con una ceja alzada.
La respuesta de Diana vino por puro instinto, alzó ligeramente las cejas y sonrió lo justo para mostrarse impresionada en la medida justa. Con aquello fue suficiente, incluso a esa distancia vio a Caine erguirse y sacar pecho.
Diana movió la cabeza para que el pelo le sirviera de cortina entre ella y Caine y sonrió con suficiencia. Aquello había sido más que suficiente, aquella noche antes de irse a dormir sabría qué había sido aquello.
Diana estaba metiendo sus cosas en la mochila para salir de la biblioteca cuando, por el rabillo del ojo vio que Caine también se levantaba. Resistió el impulso de sonreír con ironía mientras él se acercaba.
-Tú también lo has visto. Has visto lo que he hecho, ¿verdad? -Caine hablaba en voz baja y muy rápido, como si quisiera decir muchas cosas y temiera quedarse sin tiempo. Los ojos le brillaban y Diana advirtió que incluso tenía la respiración un poco agitada.
Ella asintió lentamente, disfrutando de la escena.
-Ha sido bastante impresionante -admitió, sonriendo de la forma más dulce que pudo.
Caine recibió aquella sonrisa un tanto perplejo.
Seguramente me ha quedado tan falsa como imagino, se dijo Diana.
Ella recurrió de nuevo a su indiferencia y vio con claridad que Caine volvía a la sonrisa arrogante. Diana luchó contra las ganas de devolverle el gesto de manera bastante poco amistosa y se cruzó de brazos.
-¿Ya lo habías hecho antes? -le preguntó a bocajarro.
Caine miró alrededor y se acercó un poco más a Diana, ella no se apartó.
-¿Podemos hablar en otro sitio? Más...
-Privado. Claro, no es lo mejor hablar de superpoderes en cualquier parte -atajó ella, poniendo los ojos en blanco y sonriendo.
Caine apretó los labios, con la irritación brillándole en los ojos.
-En el comedor. Dentro de... diez minutos -determinó, con tono autoritario.
Su tono de voz irritó a Diana. Se controló para no soltarle alguna burrada y asintió. Odiaba admitirlo pero le había dado curiosidad.
-Muy bien.
Se dio la vuelta y salió de la sala sin decir nada más.
Recorrió los pasillos velozmente, chocándose con la gente. No podía evitarlo, el episodio de la biblioteca la tenía intrigada.
¿Qué había sido eso? ¿Lo había hecho Caine? ¿Cómo?
Cuando llegó a su dormitorio, dejó la mochila en el suelo y se recostó en la cama. Tampoco iba a ir corriendo al comedor, acudiendo al instante a la llamada de Caine. Aunque lo sucedido seguía rondándole la cabeza, llenándosela de pensamientos cada vez más fantasiosos. Diana sacudió la cabeza en el momento en el que Dekka, una de sus compañeras de habitación entró de golpe. Aún en el umbral de la puerta, se paró en seco y se quedó mirando a Diana como si en vez de a su compañera estuviera viendo a una bestia babeante a punto de lanzarse a su cuello. A una bestia babeante a la que además no tuviera demasido cariño.
Diana alzó una ceja y Dekka entró despacio en la habitación.
-Ah, estás aquí... -comentó Dekka, con su habitual falta de sentimiento en la voz.
-Es por la tarde y también es mi habitación. No debería extrañarte tanto.
Dekka inspiró con los labios apretados y lanzó a Diana una mirada de piedra.
-Es solo que no pensaba que fueras a estar aquí.
Diana se levantó sonriendo.
-Tranquila, de todas formas me iba a ir -a medio camino de la puerta, volvió la cabeza por encima del hombro-. Te dejo en paz para que escribas tu diario, o te deprimas escuchando música y mirando por la ventana o lo que sea -concluyó, con un movimiento distraído de la mano.
Casi pudo sentir los puñales que los ojos de Dekka le clavaban en la espalda.
Diana atravesó las puertas del comedor y vio que Caine ya estaba allí, de brazos cruzados, apoyado de espaldas en una mesa y con la cabeza vuelta hacia el mural que estaba hecho con trozos de papel de colores y formaba la imagen de una flecha señalando hacia arriba, simbolizando el futuro y todas esas cosas.
Diana se tomó un instante para recorrer el perfil de Caine con la mirada antes de que él se diera cuenta de que ya no estaba solo. Se irguió y, aún con los brazos cruzados sobre el pecho, se quedó mirando a Diana mientras ella se acercaba a él.
Ambos se quedaron mirándose el uno al otro hasta que Diana finalmente habló.
-Entonces... ¿tienes poderes? -soltó, sin preámbulos y sin llegar a hablar del todo en serio.
Caine alzó un poco las comisuras de la boca en una sonrisa de suficiencia.
-Puede... -dijo él, encogiéndose ligeramente de hombros.
Diana frunció el ceño y le lanzó una mirada de hielo.
-Puedo hacer cosas -dijo Caine, serio-. Moverlas sin tocarlas, aunque estén al otro lado de la habitación.
Diana asintió con la cabeza, cansina.
-Sí, eso ya lo he visto. Pero, ¿hasta dónde llegas? ¿Qué puedes hacer? -miró alrededor y señaló un bolígrafo que alguien se había dejado sobre una mesa-. ¿Podrías mover eso y traerlo hasta aquí?
Caine pasó la mirada de Diana al bolígrafo, pensativo. Inspiró hondo, estiró los hombros y asintió. Diana cambió el peso de una pierna a otra y lo miró en silencio.
Caine extendió la mano hacia el bolígrafo, concentrado. Diana centró la mirada en el bolígrafo, mirando de reojo a Caine.
El bolígrafo empezó a temblar y rodó por la mesa hasta caer al suelo con un suave repiqueteo.
Diana notó a Caine hundiendo los hombros, decepcionado, aunque él tratara de disimularlo. Ella alzó la mano y la colocó con suavidad sobre el brazo de él, haciendo que el chico diera un respingo.
-Vale -dijo Diana, con un leve tono de burla en la voz-. Uhm... -volvió a pasear la mirada por la habitación hasta colocarla sobre la gran lámpara de hierro que colgaba del techo-. De acuerdo, ¿y podrías... mover al Décimo Nazgul? -preguntó, sonriendo.
Caine le devolvió la sonrisa, animado. Alzo la mano hacia el armatoste negro que colgaba sobre sus cabezas y, para ligera sorpresa de Diana, la gran lámpara de hierro empezó a balancearse. Primero muy lentamente, y después empezó a coger velocidad hasta que Caine la paró antes de que se descolgara del techo.
Diana miraba hacia arriba, con las cejas suavemente alzadas. No esperaba que fuera capaz de eso. Casi había visto más probable lo del boli.
Caine, erguido como estaba y unido al orgullo que mostraba, parecía un poco más alto que de costumbre. Miró de reojo a Diana, sonriendo de medio lado. Diana hizo un pequeño mohín con los labios.
-Vaya -comentó solamente.
Pasaron unos minutos en silencio. Caine contemplándose las manos fascinado y Diana paseando la mirada por el comedor, procurando no detenerla demasiado tiempo sobre él.
-Deberías practicar -afirmó Diana de golpe.
Caine alzó la cabeza y la miró interrogante.
-El... La... Eso -Diana le señaló con la cabeza-. Deberías practicarlo y mejorarlo. En serio.
Caine se quedó mirándola unos segundos, tras lo cual se volvió a observar la manos, como si fueran otras completamente nuevas. Sonrió.
-Sí. Lo haré.
