Canción inspiradora: Eternal sunshine of the spotless mind theme

Advertencias: La narración de Izzy puede llegar a ser confusa, ya que no es un narrador confiable.


Agradecimientos especiales a Asondomar por sus correcciones.


Naranjo y Olivo.

Capítulo uno: "La chica del autobús"


Tenía los ojos abiertos mucho antes de la primera alarma del despertador. No sabía cuánto había dormido, o si lo había conseguido, pero con las piernas acalambradas se levantó de la cama. Como todos los días, debía ceñirse a un horario determinado y ya era hora de moverse. Le dio una mirada rápida al lado de la cama que no se había deshecho hace días y murmuró un «Buenos días». En la ducha se demoró y cuando se sentó a comer el desayuno ya estaba atrasado. En la esquina de la gran mesa se sirvió una tostada que apenas masticó. Era increíble el silencio que lo acompañaba todas las mañanas.

Ya caminando al trabajo, entró una llamada a su celular.

—Estás gordo y deprimido —sentenció la voz al otro lado de la línea, el castaño lo llamaba para animarlo cada mañana, pero no lo animaría así si solo aparecían insultos en vez de palabras para levantarle la moral. Se quitó el celular de la oreja para hacer parar el bus que no se detuvo. Cuando volvió a escuchar qué era lo que quería decirle Tai, él ya había cortado.

Decidió caminar en lugar de esperar a que otro bus con el mismo recorrido apareciera. El frío se apoderó de sus manos y, con una mueca, buscó en su maletín unos guantes de cuero que le había regalado su madre la navidad pasada. El celular volvió a sonar y contestó.

—Diga.

—Hoy será la fiesta de mi hermana, recuerda que firmarán los papeles en la noche en su casa. No es necesario que te lleves a la niña —anunció la voz en la otra línea, hablaba rápido, como si no quisiera entablar una conversación muy larga.

—Está bien, Chi… —Pero ella colgó. Frunció la boca, con disgusto. Todavía no se acostumbraba a esta nueva modalidad.

Encontró una banca en una parada de autobús y ahí se quedó. Ya debería estar tecleando en esos momentos y flexionó los dedos entorno a la manilla del maletín por la costumbre. Últimamente le habían estado molestando los músculos cerca de su mano y Jou le había dicho que estaba desarrollando una tendinitis y, estuviese en lo correcto o no, lo único que podía decir era que el frío hacía que el dolor aumentara. Se escurrió en la banca y entrecerró los ojos con cansancio. Aunque quisiera que el mundo se detuviese no podía. Su hija debía estar escribiendo en su cuaderno las notas de la primera clase del día, historia si no se equivocaba, usaría el morado porque era su color favorito, y destacaría con marcador fluorescente la información que más tarde se la comentaría, o cuando lo viese. Habría desayunado fruta y una tostada porque, como a él, le gustaba el sonido del pan cuando crujía entre los dientes. Chizuru, en cambio, se habría quedado con un batido natural.

Un bus se detuvo frente a él y le abrió las puertas a una mujer joven que le sonrió. Cabello castaño y largo, destruido hasta la mitad por todo el tinte que había utilizado en el pasado. La nostalgia lo invadió mientras subía al transporte y ella se alejaba con el viento otoñal desordenando la tela de la falda.

Se sentó en el asiento de cuero sintético roído por el tiempo y su celular volvió a molestarlo.

—¿Si?

—¿Estás enfermo?

—No, ¿por qué?

—Llamé a tu oficina cuando se cortó la llamada y dijeron que aún no habías llegado —explicó el político. Lo imaginó tomándose un café a las afueras del edificio en donde trabajaba. Se quedó callado porque no sabía qué decirle—. En fin, estaba pensando en ir por algo antes de ir donde Yolei. —Evitó responder, si decía que no iría, Tai explotaría en gritos. Animándolo a ir con sus palabras hirientes—. ¿Eso es un no?

—Sí.

—¿Sí a que es un no o sí a que irás?

—No iré. —Y colgó.

Una vez en la parada correspondiente, se bajó y caminó lentamente hasta el edificio, como si no estuviera horas atrasado. Saludó a un conserje antes de introducirse en el ascensor y subir hasta el último piso. Tai diría que subiera las escaleras.

Volvió flexionar los dedos un par de veces antes de salir del ascensor con su música deprimente. Dejó el maletín en la mesa, colgó su chaqueta y bufanda para ponerse la bata con su distintivo. Se sentó en su silla, suspiró, acomodó la fotografía de su hija en el escritorio y se puso a trabajar desde donde había quedado la noche anterior.

Kido llegó en silencio como de costumbre y le dejó un café especiado con vainilla en el mesón antes de irse al propio. Izzy murmuró un gracias pero no lo tocó.

Y se quedó allí, tecleando, durante el almuerzo, luego durante la tarde. El sol bajó y dio lugar a los tonos naranja que competían con el color de su cabeza. Dio por terminada su jornada, colgó su bata, y se puso encima la chaqueta y la bufanda con la chica del bus en la mente. Arrojó el café especiado al bote de basura y se dirigió al ascensor. Kido se subió poco antes de que las puertas se cerraran.

—¿Irás hoy por la noche? —le preguntó, cuando su respiración se calmó por la carrera, y le sonrió.

—No lo creo —indicó mirando la numeración de los pisos que iba descendiendo. Yolei había sido parte de su familia por años y era la madrina de su hija, pero no podía poner un pie en esa casa por el simple hecho de que Chizuru, la hermana de esta, estaría allí. Y la cobardía lo perseguía.

—¿Por qué llegaste tarde hoy? Pensamos que estabas enfermo.

—Me quedé dormido. —La enumeración llegó al uno y se fue. Kido iría al subterráneo por su auto, iría a buscar a Chizuru y a su hija para asistir a la celebración que tanto le hizo ilusión a Yolei los últimos meses. Hablarían de su mudanza y de que venderían el auto que Chizuru le había quitado para hacer una piscina en el patio. Auto que él, el idiota, todavía no terminaba de pagar.

—No me gusta nadar —le había confesado una vez su hija cuando se supieron las intenciones de su exesposa con el auto—. La gente se ahoga y, sino, te arrugas. Sin mencionar el cloro.

Se sentó en la banca de la parada de autobús y pensó en la chica de esta mañana. Su sonrisa y su falda, su cabello maltratado.

—Aquí estás —le dijeron desde atrás de la banca. El frío estaba matándolo a juzgar por la forma en que iba vestido, se veía el doble de grande y macizo de lo que realmente era—. Le pregunté al idiota de Kido si te había visto. —Sonrió ante su comentario y fue a sentarse a su lado, temblando bajo toda esa ropa—. Así que así es cómo te movilizas por la ciudad. Un poco incivilizado, si me preguntas.

—Está bien —dijo refiriéndose a la comodidad de los asientos de cuero roído y a la chica.

—Ella te destruyó —comentó, arrugando la nariz como si hablar de ella fuese lo más desagradable en lo que pudiera pensar. A Tai nunca le había gustado Chizuru, y ahora, con toda la seguridad del mundo, disfrutaba de que, por una vez en la vida, tenía razón. Aunque no era tan dulce como lo imaginaba.

—Lo sé. —Flexionó los dedos una vez y vio cómo en el frío se volvían rígidos.

—Ven, te llevo —dijo mientras se levantaba y caminaba hasta el estacionamiento.

—No iré.

—Sí, esto está por verse.


Yolei había contratado el servicio de camarería y banquetería de Davis. Las chicas vestidas formalmente de blanco y negro se paseaban por la casa abarrotada de gente con todo tipo de licores, pequeños canapés y un sinfín de postres pequeños que llamaban la atención de cualquiera, pero no él. No sentía hambre desde que la realidad lo golpeó fuertemente en el rostro. Tai le extendió a una chica a un lado de la puerta su abultado y mullido abrigo y se apresuró a tomar uno de los dulces de una bandeja.

—Comida gratis —le dijo como si fuese pecado decirlo. Buscó con la mirada a otra chica con una bandeja distinta y alcanzó un vaso de licor verde, solo porque el color le llamó la atención, y arrugó la nariz. Era de menta y no le gustaba ese sabor en alcohol. Dejó vaso en otra bandeja y sacó otro, esta vez color azul—. No veo a nadie conocido —apuntó y le dio un sorbo al vaso que esta vez sí le gustó.

—¿Su abrigo, señor? —habló la chica encargada de la ropa. Se la entregó de buena gana y observó a su alrededor. Más allá estaban los tíos de segundo grado de Yolei y Chizuru, eran tacaños y guardaban los pastelitos en los bolsillos para más tarde. Al igual que lo hicieron en su boda. Los saludó con un gesto y siguió a Tai por la casa. Había primos, abuelos, tíos y parientes lejanos Inoe que ya conocía. Intentó evadirlos sin mucho éxito.

—Todo es tan elegante —se le escapó a Tai una vez que salieron al patio en que varios árboles de gran altura entrelazaban sus ramas y formaban un techo natural, y entre sus hojas verdes se enredaban luces blancas artificiales que se hacían pasar por estrellas. El frío era aplacado por un par de estufas de gasolina que ardían en lugares estratégicos—. A Ken le debe estar yendo bien en el trabajo.

—Sí… —resolvió después de un rato. Tai buscó entre las camareras otro trago, esta vez cremoso, que le ofreció luego de un sorbo pero Izzy lo rechazó. Sin comida en el estómago se marearía enseguida y probablemente vomitaría. Flexionó sus dedos.

—Qué horrible —dijo Tai, parecía que lo había visto por primera vez desde que la chica de la puerta le hubiese guardado la chaqueta—. Es la camisa más fea que te he visto.

—Cállate —suplicó y se adentró en el patio, estaba vacío a esas alturas de la noche. Eligió una mesa apartada y allí se sentó. Tai lo siguió titubeante, le dio el último sorbo a su trago y dejó el vaso en la mesa.

—¿Estarás toda la noche así? —abrió la boca para replicarle que no era su idea ir a la fiesta en primer lugar, pero la puerta del patio volvió a abrirse, mostrando la anfitriona de la casa, usando un vestido ceñido blanco de encaje y el cabello peinado hacia atrás sujeto con un cintillo. Se veía extremadamente linda y feliz.

—… Y este es el patio, ¿no es hermoso? Cuando vinimos a verla me enamoré de los árboles. —Comentaba a dos mujeres que iban siguiéndola. Tai se enderezó, tenso. Alisó la camisa que tenía puesta. Yolei reparó en el movimiento que había en el patio de sus sueños y gritó—. ¡Tai, Izzy, vinieron!

—Hola… —indicó Tai. Yolei apresuró el paso y lo abrazó.

—Estoy tan contenta de que pudieran venir. ¡Ya soy la señora Ichijouji! —Mostró su anillo y se giró sobre sus talones para mostrarse entera. Miró a Izzy y, por el gesto que hizo, él supo qué era lo que le quería decir pero que habían muchos ojos y oídos para verbalizarlo.

—No puedo decir que me emocione la idea de casarse pero felicidades —dijo Tai. Intentaba mirar a la festejada pero no podía apartar la vista de una de las mujeres que la acompañaban. Rubia natural, de pelo sedoso, cara redonda y ojos penetrantes.

—Gracias —respondió Yolei, nadie podía quitarle la sonrisa del rostro. Miró la hora en su reloj de muñeca y se alarmó—. Es hora de la cena, les diré a todos que salgan.

Izzy puso mala cara y flexionó sus dedos. De a poco la gente comenzó a salir como Yolei lo había dicho.

—Catherine, qué bueno verte por acá —dijo Tai. Ella sonrió un poco.

—Igualmente —resolvió y luego se inquietó—. Necesito un trago.

—Ven, vamos por uno. —Esa era la razón por la que estaba tan desesperado por llegar. Catherine era una francesa que nunca estaba presente, salvo las veces que acompañaba a su amiga a los eventos como bodas. Compartían tragos con Mimi hasta que el castaño se hacía presente y hacían de las suyas en los armarios, los baños o en el auto. Siempre Tai daba la excusa que eran almas solitarias que se entendían íntimamente. Izzy sabía que no era cierto, no lo veía tan feliz desde que era un adolescente y le gustaba Sora.

—Como siempre —gruñó la acompañante de la francesa, sentándose junto a él en la mesa—. Al menos ya no soy la única —se contentó diciendo, dejó la copa en la que bebía sobre la mesa e Izzy le vio las manos, finas y blancas, con una pulsera de perlas en la muñeca. Flexionó sus dedos bajo la mesa una vez más y fijó su mirada en la gente que entraba. Tantas caras conocidas Inoue y otras un tanto desconocidas Ichijouji, sin embargo no podía ver a Mimi. Desde que Chizuru había hecho las maletas, Mimi había albergado sus pensamientos a través de chicas como la del bus de esta mañana. Quizás las imaginaba, quizás eran tan reales como la mujer que estaba sentada a su lado—. Si hubiese bebido un poco más te diría lo horrible que es tu ropa —se rio, sí había bebido lo suficiente para eso.

—¿Qué tiene mi ropa?

—No te va bien ese color. Tu cabello es demasiado cálido para esas camisas, usa azul o verde. ¡Nada de naranja! Cielos, qué bien se siente. Te lo había querido decir hace tiempo y no me había atrevido, pero… ¿qué pensabas con esa camisa? Es la peor camisa que te había visto usar en años. Exploté al verte, lo siento. —Tomó una pausa para aclararse la garganta, miró al resto de las personas a su alrededor y luego susurró: —. ¿No trajiste ropa de cambio?

—Me alegra que te encuentres bien, Mimi —resolvió después de un rato, ella se bebió el resto del trago que tenía de un sorbo y por fin se atrevió a verla: traía el pelo recogido pero aun así había mechones que se le escapaban, vestido negro ceñido y nada más que la pulsera como accesorio. Ella le sonrió somnolienta, él se dio cuenta que se había echado un hielo en la boca y que jugaba con él como si realmente fuese entretenido. Tai le había dicho que, cuando Michael ganó la custodia de su hijo, creó un problema con el alcohol pero nunca quiso creerlo.

Una chica de camarería se les acercó con una bandeja llena de licor.

—¿Desean algo?

—Sí, por favor, cariño —respondió Mimi, sacó dos copas con licor de frambuesa y la chica se fue a otra mesa. Izzy recibió el trago sin muchas ganas—. ¿Y cómo está Chizuka?

—Es Chizuru —corrigió, como siempre lo hacía. Mimi parecía divertirle cambiarle el nombre a las esposas del grupo—. Y está bien.

—Me alegro, siempre pensé que era raro que te casaras con la hermana de Yolei. —Él solo le sonrió mientras ella se terminaba de un sorbo el licor que recién había sacado para ella. El rumor era real—. ¿Te tomarás eso?

—No —indicó y deslizó el vaso por la mesa. Ella lo recibió y sorbió un poco con la pajita del vaso anterior. Se inclinó sobre la silla y la observó.

—Seguro es ella la que te compra esas camisas tan feas —comentó. Mimi tenía razón, su exesposa tenía ese gusto extraño en moda que, muy probablemente, siempre aterró a Mimi. La camisa anaranjada que usaba ese día se la había regalado en la navidad pasada. Lo más seguro era que ahora estaría muy ocupada eligiendo el conjunto de Kido en su casa. Arrugó el entrecejo cuando recordó a su colega cuando, simplemente era eso, un colega.

—Qué bonita es la familia que tienes, Izumi —le había dicho Kido esa vez, luego de ver la fotografía que tenía en su escritorio, donde estaban Chizuru y su hija. Seguramente debió haber intuido que algo pasaba allí en la oficina. Su esposa nunca lo había ido a visitar al trabajo tan seguido como en los últimos meses.

—Espero que la comida esté buena, Davis me dio los detalles de lo que presentaría. Tuvo que adaptarse, Yolei le dio muchas restricciones. —Tomó un sorbo al trago que tenía en sus manos y lo miró, tenía una sonrisa en los labios que Izzy nunca vio—. ¿Te sucede algo? —Estaba molesta.

—No, continúa —pidió él y los dedos rígidos impidieron una nueva flexión para calmar su dolor.

—No importa —refunfuñó ella, cruzada de brazos—. Ya no recuerdo qué te estaba diciendo.

—Ya lo recordarás —indicó casi susurrando, y se vio a si mismo diciéndole exactamente lo mismo a su hija, cuando ella recitó en el parque los distintos tipos de escarabajos que existían en el ecosistema de la ciudad y olvidó el nombre del más lindo y brillante.

—Tu hija es una ternura, es una copia tuya —comentó Mimi de un momento a otro. Animada esta vez. Izzy levantó la vista y vio que salían Chizuru, su hija y Kido por la puerta. Él la rodeaba con un brazo por los hombros y ella tomaba a la pequeña de la mano. Izzy recordó que nunca pudo rodearla así, eran casi de la misma estatura y se veían ridículos tratando de caminar de esa forma.

—Me casé muy joven —se había excusado Chizuru con las maletas poblando la sala—. No sabía qué era el verdadero amor hasta que lo conocí —siguió hablando como si con cada palabra su culpa disminuía pero Izzy cada vez ponía peor cara.

Una de las chicas de camarería se acercó a la gran mesa con dos ocupantes con una bandeja distinta, y les extendió el plato de entrada. Consistía en un plato sencillo con verduras caramelizadas y arroz espesado con crema de champiñones. Verlo le revolvió el estómago, nunca habría juntado un plato salado con caramelo. Mimi lo inspeccionó mientras hablaba.

—De qué mal gusto es venir a un evento con tu nuevo novio cuando el cuerpo obviamente no está frío todavía. —Se refería a Izzy como el muerto y eso no le molestó. Se sentía así desde que Chizuru se había llevado a su hija a vivir con ese extraño colega suyo. Demasiado amable para ser sincero—. Pero, otra vez, al menos no soy la única —se limpió la boca con la servilleta de género—. Oye, niña, tráeme vino tinto, ¿quieres?

—¿No crees que ya es suficiente? —indicó cuando la camarera le llenó la copa. Enojado por la situación que veía ante sus ojos.

—Estamos celebrando —respondió—, no hay nada de malo con eso —explicó y bebió un poco. El pelirrojo se apartó tanto como pudo, inclinándose sobre el respaldo de la silla, con su entrecejo contraído. Observó la escena más allá, en la entrada del patio, Chizuru abrazaba a su hermana como si la felicitara por su día, su hija miraba al suelo y Kido las resguardaba. Volvió la mirada hacia su acompañante, por fin pudo verle los ojos y notó que traía demasiado delineador negro y no estaba contenta—. Crees que tengo un problema.

—No…

—Claro que sí, eres igual que el resto. Piensas que dejé que mi hijo se fuera con Michael.

—No, eso lo estás diciendo tú.

—¿Estoy loca? —Él no contestó, luego supo que debió decirle algo ya que el silencio solo era útil estando con Tai. Ella reiteró la pregunta rozando los gritos y las mesas de al lado se alertaron por el escándalo contiguo. Mimi se levantó de golpe de la silla con la copa en la mano y lo vertió en su cara—. ¡Idiota!

Mimi se fue del patio y con ella la fantasía de la chica del bus.

—¿Papi?

—¿Izzy? ¿Qué haces aquí? —Quiso saber su exesposa, trataba de mantener una sonrisa—. ¿Quieres acompañarme adentro?

Accedió, no porque obedecía como si todavía compartían unas argollas de oro, sino porque quería liberar la tensión que sentía en el ambiente y se había expresado en sus dedos rígidos. Su hija hizo el ademán de seguirlos adentro pero el certero agarre de Kido y un gesto de Izzy hicieron que desistiera. El silencio que los acompañó por el pasillo fue apaciguado por la voz de Ken apareciendo tímidamente en la multitud. Las camareras estaban por toda la casa, por lo que Chizuru decidió que mejor debían hablar en la lavandería. Nadie estaría allí, además, Yolei le había dicho que todavía no estaba lista esa parte de la casa, que habían goteras que tapar y reparar unas cuantas tomas eléctricas.

Lo hizo bajar por las escaleras y para luego seguirlo.

—¿Ella? Sabes que la detesto desde que apareció —dijo Chizuru, tratando de sonar calmada pero los gritos se agolpaban en su garganta. Sus pasos eran fuertes y hacían resonar los escalones de madera—. No deberías haber venido, es la celebración de mi hermana.

Un gemido la hizo detenerse, al igual que Izzy.

—¿Qué es eso? —Susurró temerosa, se resguardó en la espalda de su exesposo—. ¡Enciende la luz!

—No, no, no, no enciendan la luz —pidió el dueño del gemido.

—Tai, no es buen momento —indicó el pelirrojo y soltó un suspiro—. Sal, por favor.

—Fuera de aquí. ¡Es el día de mi hermana!

—¿Van a reconciliarse? —indagó Tai, se oyó cómo se abrochaba el cinturón con hebilla metálica. Catherine por su parte se calzó.

—¡Claro que no! —Resolvió ella—, Kido es el amor de mi vida.

—Qué bien, por un momento me asusté —rió Tai y encendió la luz. Ambos lucían como si nada hubiese pasado, a pesar de que la camisa del castaño estaba un poco arrugada y mal abotonada. Catherine seguía perfecta—. Discutan tranquilos.

La puerta se cerró tras la pareja.

—¿El amor de tu vida?

—No es de tu incumbencia, no deberías estar aquí.

—Yolei me quería aquí —resopló enojado—. Kido es quien no debería estar aquí.

—¿Por qué no? Es mi actual pareja, tiene todo el derecho de estar aquí.

—Y yo soy amigo de Yolei desde antes de casarme contigo —dijo exasperado, Chizuru lo miró con los ojos abiertos, no estaba habituada a que el pelirrojo tuviera respuestas para sus peleas, ella siempre tenía la razón dentro del matrimonio—. Llevas con Kido ¿dos semanas? Para mí no es suficiente que nuestra hija viva con él tan pronto.

—Él la quiere como si fuera su hija —resopló. Para él fue suficiente y subió las escaleras para largarse—. No puedes dejarme aquí, ¡Izzy!

Abrió la puerta y se encontró con todos los miembros de banquetería y camarería agolpados detrás. Al ser descubiertos, varios se dispersaron para proseguir con sus respectivas tareas, y al disiparse el tumulto de gente, descubrió a Yolei que estaba esperando a un lado de la puerta que daba al patio.

—Discúlpanos —dijo él, no sabiendo si se refería a él y Mimi o él y su hermana. La dueña de casa negó con la cabeza.

—Mimi no ha sido ella últimamente, ya sabía que pasaría algo.

—Me voy, pásala bien —reparó y fue en búsqueda de su abrigo y bufanda. En lo que tardó la chica en ir a buscar sus pertenencias, la puerta se abrió y Kido y su hija aparecieron al final del pasillo. La pequeña abandonó el lado del adulto y fue a encontrarse con su padre.

—Quiero ir contigo.

—No puedo llevarte conmigo, acordamos el lunes.

—No lo acordaste tú, fue mi mamá.

—Sea como sea, no quiero tener problemas con ella —indicó, se despidieron y él salió luego de decirle cuanto la amaba.

Todavía estaba poniéndose la bufanda alrededor del cuello cuando unos tacones se acercaron a él. Flexionó sus dedos dentro de los guantes de cuero. No levantó la vista pero vio la pulsera de perlas salir tímidamente del bolsillo del abrigo negro. Le llegó a la mente la chica del autobús, su cabello maltratado, su sonrisa y su pequeña falda, era como en las noches en vela imaginaba a Mimi. Coqueta y despreocupada, como lo era antes. Ahora no la conocía, y no merecía la pena fantasear con ella.

—¿Qué quieres?

—Disculparme, no estaba pensando… Creo que sí me excedí con las copas —sonrió tímida. Suspiró, ya no pasaban buses por el sector, calculo que tardaría horas en llegar a su casa, quizás estaría sonando el despertador apenas abriera el cerrojo—. ¿Tienes un auto?

—No —resopló, mirando hacia qué dirección dirigirse. Mimi lo siguió.

—Otra vez coincidimos —rió divertida—, tampoco tengo un auto. Catherine me trajo.

—¿Cómo volverás?

—Tenía la esperanza de que tuvieras uno. Tendré que caminar, no queda muy lejos el departamento de Cat. ¿Quieres acompañarme? Puedes quedarte allí si gustas, Catherine no llegará esta noche. —La chica del autobús volvió aparecer en su mente, pero no era real. El silencio esta vez no alteró a Mimi, de su abrigo sacó un paquete de cigarrillos y encendió uno.

—Detente.

—¿Qué?

—No fumes, es asqueroso.

—Tú y tus camisas son asquerosos. Debemos salir a comprarte unas nuevas.

—No debemos hacer nada —replicó—. Te llevaré a casa y nos olvidaremos del tema.

—Chiyo no lo olvidará —dijo divertida. El pelirrojo no supo qué causaba gracia. Mimi siguió caminando, se llevó el cigarrillo encendido a la boca como si lo desafiara y aclaró la garganta—. ¿Cuál fue su excusa?

—¿De qué?

—Dejarte —indicó con simpleza.

—Nada.

—Qué extraño, siempre está esa excusa… No eres tú, soy yo —recitó. El pelirrojo imaginó al estadounidense con esas palabras en la boca pero no logró recordar su voz, por lo que lo oyó con la voz de Mimi—. Siempre hay un tercero.

No supo qué responder por lo que permaneció callado y la miró. Volvió a notar el exceso de delineador negro y que de sus labios todavía colgaba el cigarrillo a medio fumar, sintió su garganta seca. Tal como lo habría hecho Mimi, extendió su mano y le arrebató el tabaco para lanzarlo al suelo y pisarlo.

—No solucionas nada con eso —resopló y se echó a andar.

—Con hacerte el imbécil, tampoco —arrebató ella. Lo miró enfadada cuando apuró su caminar para llegar hasta él y empujarlo. Enojada con Michael, no con él. Volvió a empujarlo con tanta fuerza que, esta vez, lo hizo retroceder. Cuando fue a empujarlo otra vez, la tomó de las muñecas y ella se lanzó a llorar.


Muchas gracias por leer este nuevo fic que salió de mi cabeza. Después de "Madurez", y dejar tirado a Izzy, quería escribir algo de él pero la comedia no se sentía bien para el pelirrojo. Me senté a escribir algo "adulto" y créeme que eso nuevo para mí. He querido retenerlo lo más que pude ya que no quiero abandonar este fic. Por ahora tendrá tres capítulos y ya está listo el segundo. La actualización será más rápida :D

Besoooooos, SS.