Hola a todos de nuevo. Este fic lo hice para mi profesora de francés, así que no es muy largo ni usa demasiadas cosas hetalianas. Por eso, a pesar de que es corto, espero que les guste a todos!
Me vengaré… Algún día.
Cerró los ojos, cansado, después de correr durante horas. Sonrió con amargura, pues había atisbado el humo negro en el cielo. Ya no estaba muy lejos, pero ya era demasiado tarde. Se habían llevado a su pequeña rubita ojiazul… Las lagrimas volvieron a hacer su recorrido por la cara del francés.
- Mon amour Jeanne… -murmuró, aún sin creerlo. Había jurado que no la abandonaría nunca, que la ayudaría, que la protegería… Incluso había jurado casarse con ella una vez todo hubiera acabado. Y había acabado, pero no como él planeaba. Habían roto su relación. No porque ya no sintiera nada, sino porque ella ya no estaba. Se la habían arrebatado. Mil y una flechas en su corazón no hubieran causado tanto dolor como el pequeño hilo de humo que había visto.
Sabía que, en el fondo, lo suyo era imposible. Aquella mujer hubiera muerto tarde o temprano, mientras que él seguiría siendo un apuesto joven rubio de pelo por los hombros y amable sonrisa por mucho más tiempo. Más de una mujer suspiraría por él, aunque sólo una joven hubiera logrado que Francis Bonnefoy pasara noches en vela por ella. Porque, si algo era Jeanne, era hermosa. Su sonrisa era como si los problemas desaparecieran, como si no existieran. Verla llorar era la cosa más triste del mundo, porque sus ojos azules no estaban hechos para llorar, ni su menudo pero bien formado cuerpo para convulsionarse por el hipo… Ni ser quemado. Así volvió a la realidad.
Tenía que ver que era verdad. Tenía que ver a ese inglés… Necesitaba ver la expresión de victoria en el rostro del ojiverde. Así, pie tras pie, volvió a correr, con desesperación. Cuando llegó, y por fin pudo ver al inglés, no encontró lo que esperaba. No vio victoria. Vio tristeza. ¿Estaba triste? No podía estarlo, él la había matado. Avanzó hacia él, completamente rojo de ira. El otro sólo sacó su espada, dispuesto a defenderse.
- Wait! Espera un momento, tengo algo que…
-¡No me importa lo que me quieras decir! –le cortó, sacando su espada, queriendo matar al otro.
-Ella quería que te lo dijera – eso hizo que se detuviera. ¿Jeanne? ¿Sus últimas palabras? ¿Eran para él…?
- … Habla –dijo, pasado unos momentos de tensión.
-Ella quería decirte que esto no ha sido culpa tuya, que te quiere y que sabe que ahora está con Dios, esperándote.
Aquella última frase lo desquició por completo. Claro que estaba con Dios, era obvio… ¿Qué ángel no estaría con Dios, después de defenderle con tantas ganas?
-Ella era… inocente... –acertó a decir, mirando a Arthur, llorando.
- Lo sé… Pero no pude ayudarla.
- ¡Claro que pudiste! –gritó con fuerza el francés, volviendo a la carga-. ¡La pudiste salvar! ¡Maldito!
- Francia por favor… No montes un numerito ahora.
- No, Arthur, no. Sabes lo que has hecho –avanzó y lo cogió por el cuello de la camisa- Podías matarme, podrías torturarme… Pero preferiste llevártela de mi lado…
-Somos países, idiot… Ella hubiera muerto. ¿Hubieras soportado ver cómo envejecía mientras que tu seguías así?
- ¡Lo hubiera soportado todo!
- ¿¡Entonces por qué me gritas! –se cansó y estalló el británico.
- ¡Porque la has quemado! ¡Pero no te creas, te arrepentirás!
Cuando vio al otro poner los ojos en blanco, el francés sonrió, como si estuviera loco. El inglés temió que hubiera perdido el juicio, hasta que escuchó sus palabras.
- Haré que sepas lo que duele… Te arrebataré lo que más quieras… Sabrás lo que duele…
Así, juró su venganza. Una venganza que se cumplió con la independencia de Estados Unidos mucho más tarde.
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