A Coffee, por empujarme a volver a escribir después de ocho años siendo esta cosa el resultado de ello.
Disclaimer: FMA y su universo petenecen a Arakawa.
La teniente Hawkeye odiaba las noches. No siempre las había odiado, claro. Riza Hawkeye odiaba las noches después de Ishval. Las odiaba porque le producían esos sentimientos encontrados que hacían que tuviese ganas de vomitar. Las odiaba, porque no eran iguales, y se odiaba, porque deseaba que lo fuesen. Ansiaba tener una hoguera a la que mirar, con la mejilla apoyada sobre la fría arena, hasta quedarse dormida, por algún milagro, sin pesadilla alguna. Porque las pesadillas vinieron luego, al volver. Pero la culpa siempre había estado ahí, el remordimiento de conciencia esperando al momento en el que ya no era un incordio para el trabajo siempre meticuloso de la francotiradora.
Riza se odiaba porque deseaba el fuego que tanto daño había causado. Con sus formas, retorcidas, con sus colores variables y sus chasquidos. El chasquido de la madera de una hoguera en el desierto. El chasquido, no de sus dedos, sino del oxígeno alrededor de él reaccionando y el olor a ozono que deja la transmutación. Y sabía que al ozono en su día le acompañó el olor a carne quemada, el sabor de la desesperación y las cenizas en el café barato que les mandaban al frente.
Por eso aceptaba la carga con taciturna resignación, por eso tenía un perro, y por eso siempre había una luz en su cuarto por las noches, aún pese a las advertencias de muchos de que algún día, todo se iba a quemar mientras dormía (como Ishval, qué poética ironía). Y mientras observa la llama danzante, cada noche, y pese a no ser alquimista, Riza lo entiende. Entiende el intercambio equivalente. Entiende que le ofreció la llama y creó el infierno, y que el precio a pagar era ese.
Pero mientras no ardiese sola en él, no le importaba.
