Hola, bueno, no pude evitar escribir esto.
Una historia pequeñita, muy ligera, muy cursi. Lo siento, no me pude resistir. Y bueno, Inuyasha no me pertenece y eso, ya saben.
Capitulo 1: Insensible
Un insensible, un bruto, un animal, Kagome ya no encontraba el apelativo más insultante para dedicar a ese hombre que tenía por marido. ¡Olvidar su aniversario! Es decir, ella sabía que él era por demás alguien que no recordaba fechas importantes, pero Kagome se había encargado de recordárselo desde hace un mes y durante todos los días.
–Inuyasha, no olvides que mañana…
–Ya lo sé, ya lo sé, – le había dicho él –es nuestro aniversario, Kagome, lo has repetido incansablemente los últimos treinta días de este mes, te juro que no podría olvidarlo –bufó intentando sonar molesto pero una sonrisa dirigiéndole a su esposa una mirada divertida.
–Bien –respondió la joven mujer acurrucándose nuevamente en su brazo.
–No te duermas, sabes que tengo que irme pronto –le reprendió amablemente Inuyasha mientras acariciaba con suavidad la negra cabellera de la mujer a su lado.
–No te vayas –murmuró casi como un ronroneo aferrándose a su pecho –quédate conmigo.
– ¿Y tener que soportar tu mal humor de las mañanas?, gracias, pero no –bromeó mientras tocaba con su índice la punta de la pequeña nariz respingada –además que harían Miroku sin mí en la oficina.
Kagome rió divertida ante el pensamiento.
–Seguramente Sango te mataría si no le cuidas esas manos inquietas.
–Seguro, ¿No querrás un esposo muerto como regalo para mañana en nuestro aniversario eh?
–Ciertamente, no, no me gustaría un esposo muerto ni mañana ni nunca –afirmo ella, sintiendo un escalofrío en la espalda tan solo de haber acunado esa idea y entonces por inercia se abrazó más fuerte a Inuyasha.
–Y no lo tendrás –le aseguró depositando un beso en su frente –si me dejas ir al trabajo para cuidar que Miroku no acose a su secretaria, o a la mía –agregó.
–De acuerdo… –aceptó Kagome un tanto huraña y soltando el agarre de sus manos contra su marido –Te prepararé el desayuno.
La mujer se levantó despreocupadamente de la cama y las sabanas resbalaron por su cuerpo exquisitamente desnudo dejando a la vista su blanca piel lozana. Inuyasha la devoró con la mirada, no se cansaba de hacerlo, era sencillamente hermosa, perfecta y era suya, pensó posesivo con el pecho inflado de orgullo y de amor.
–Tramposa –rugió mientras la atraía de nuevo al suave y mullido colchón del lecho.
Kagome río cuando Inuyasha le enterró los dedos en las costillas haciéndole cosquillas posicionándose arriba de ella dejándola completamente inmovilizada de la cintura.
–¡No, no, no, basta! –gritó entre carcajadas casi sin aliento – ¡¡basta, Inuyasha!! –gritaba suplicante, las lágrimas de risas empezaban a brotar de sus ojos.
El aludido simplemente detuvo sus manos para robarle a Kagome el último aliento con un rápido pero apasionado beso. Y ese fue el detonante para encender la pasión de su esposa quien después de dar dos inspiraciones profundas le devolvió el beso con una avidez semejante a la de él.
–¿No que tenías que ir a trabajar? –articulo Kagome entre besos.
–Tu tuviste la culpa –sentenció Inuyasha severamente con la voz ronca –, lo sabes, pequeña pícara.
Sus besos terminaron en su boca, solo para bajar por su cuello dejando por su paso un rastro de fuego excitante. Y entonces Kagome supo perfectamente que Inuyasha llegaría tarde a la la oficina, otra vez.
Pero ese día había sido diferente, Inuyasha se había levantado particularmente temprano, y se había marchado sin despedirse pues ella dormía. Tan desconsiderado… en ese día especial. Kagome no sabía si ponerse a llorar o gritar de coraje, ese marido suyo era un idiota, un patán, un, un…
El teléfono sonó de repente obligándola a interrumpir sus pensamientos asesinos contra Inuyasha.
–¿Si? –gruñó abruptamente por el auricular.
–¿Ves como si tienes un pésimo humor por las mañanas? –bromeó esa voz tan conocida por la bocina.
–¡Inuyasha! – vociferó con sorpresa, olvidando momentáneamente su enojo.
–El mismo.
–¡¿Por qué demonios te fuiste tan temprano sin despedirte sabiendo que hoy…?!
–Lo sé, lo sé, hoy es nuestro aniversario. Lo siento Kag, pero surgió algo aquí sabes, y me necesitan hoy en la tarde en Seúl para cerrar un trato con los coreanos.
Kagome guardó silencio, un silencio que no podía ser bueno, Inuyasha sabía.
–¿Kagome? –aventuró a preguntar Inuyasha un tanto incomodo.
Ella no respondió, el teléfono calló de sus manos haciendo un estruendoso sonido. Se iba a Corea, en su aniversario, el muy desconsiderado…
No supo en qué momento las lágrimas habían comenzado a bajar por sus mejillas, pero allí estaban, prueba tangente de la decepción y del dolor que la noticia le había causado. Ella tenía en el frigorífico guardado el pavo que iba a hornear, las papas peladas para una exquisita ensalada para rellenar el ave, la pasta y el queso para la lasaña, había comprado una carísima botella de champaña y había preparado pie de limón, todo lo que a Inuyasha más le gustaba comer, también tenía dos regalos, pero él simplemente la llamaba y se iba y la dejaba con todo eso para ella sola.
Pues bien, el podía irse a Corea en su vuelo de primera clase, no le importaba entonces, decidió. Tomó su bolso y salió precipitadamente de la casa. Tenía dos boletos para el cine, también, y no pensaba desaprovechar aunque sea el suyo. Cuando estuvo fuera de la casa pensó en conducir su mini Cooper pero había olvidado las llaves en la casa y no había querido volver por ellas, así que simplemente camino unas cuadras y tomó el bus.
Idiota Inuyasha mil veces idiota, pensaba Kagome dolida mientras avanzaba el transporte y miraba por la ventana pestañeando continuamente evitando llorar. ¿De qué había servido recordarle día tras día durante todo el mes de mayo?. De pronto un pensamiento totalmente perverso atravesó su cabeza… Si Inuyasha se iba a Seúl, ¿por qué no ir con él?, por supuesto, se animó, no iba a permitir que ese tonto arruinara su aniversario.
Se bajó en la siguiente parada y corrió hasta que se rompió el tacón de una de sus zapatillas. Magnifico, pensó Kagome, pero ella no se iba a detener ante esa nimiedad, como que se llamaba Kagome que alcanzaría a Inuyasha antes de que tomara ese vuelo, y entonces sabría que quien era ella. Kagome no podía esperar a poner las manos sobre el cuello de su esposo.
Después de tomar un taxi y de obligar al pobre chofer a surfear a través del congestionado tráfico de las calles de Tokio hacia el aeropuerto, se obligó a correr más hasta llegar a la sala de espera donde verificó los horarios de los vuelos en el tablero. Bien, el vuelo a Seúl aún no salía, suspiró aliviada, y se desplomó sobre el suelo totalmente agotada y exhausta. Ella no debió esforzarse tanto, pensó arrepentida ya demasiado tarde.
–¡Señorita!
La voz de una mujer llegó a sus oídos en la oscuridad y de pronto todo lo ocurrido llegó a su cabeza de golpe haciéndola incorporarse desconcertada y observar al pequeño grupo de personas acumuladas a su alrededor.
–¿Donde…?
–En el aeropuerto de Tokio, y usted se acaba de desmayar –contestó la encargada sabiendo de antemano la pregunta.
–¡Oh por Dios! ¿Cuánto tiempo pasé aquí tirada? –preguntó preocupada.
–Solo unos minutos, no se preocupe, ¿está usted bien? –preguntó otro hombre con el uniforme de la aerolínea.
Kagome asintió.
–¿Entonces no ha salido el vuelo a Seúl? –la respuesta a esa pregunta definiría el curso de su vida durante los próximos días.
–Sale en quince –contestó la misma mujer de antes.
–Oh… –su mente quedó momentáneamente en blanco, aunque no demasiado – ¡oh! ¡Tengo que vocear a alguien por el micrófono, por favor!
–Pero…
–Mi marido se va en un vuelo a Seúl, por lo que más quiera, yo necesito decirle algo importante.
–Muy bien –concedió la mujer de mediana edad.
Unas manos amables ayudaron a Kagome a ponerse en pie y ésta siguió a la encargada hasta el micrófono.
–¿A quién está usted buscando?
–Inuyasha, Inuyasha Taisho.
E inmediatamente después de eso, la voz de la mujer se escuchaba en los altavoces por todo el lugar.
«Señor Inuyasha Taisho, señor Inuyasha Taisho, su esposa desea localizarlo, repito, su esposa desea localizarlo, favor de reportarse en la sala 9»
Kagome cruzó los dedos y espero.
Y espero.
Y espero.
–Lo siento – le informó la mujer, sacando a Kagome del letargo en el que había caído.
–Oh, sí, bueno, gracias de cualquier forma.
Sus pies prácticamente se arrastraban pesadamente al caminar fuera del lugar, y las lágrimas picaban en sus ojos luchando por salir. Bueno, quizás ahora si podría permitirse llorar. Todo el magnífico día planeado se había ido por el caño. Primero Inuyasha se iba sin despedirse, luego le hablaba para decirle que ni siquiera iba a volver para celebrar su aniversario, después olvida dentro de su casa las llaves del auto –y de su casa también–… cuando por fin intenta luchar por rescatar su día, se le rompe un tacón, se retrasa por el trafico, se desmaya en el aeropuerto, y como si eso no fuera suficiente, también había perdido su bolso en alguna parte del trayecto de toda esa vorágine de acontecimientos, ¿qué podía ir peor en ese miserable día?
Un trueno se escuchó en el cielo, mientras pequeñas gotas de lluvia empezaban a dejarse caer desde las nubes, que ella no se había tomado la molestia de observar antes.
–Tenía que abrir mi gran bocota –farfulló derrotada sin ningún ánimo por esconder su desazón.
Caminó no supo por cuánto tiempo bajo la lluvia, las gotas la golpeaban sin piedad haciéndola sentir más miserable y más pequeña. Tenía que ver el lado bueno, al menos enjuagaba sus lágrimas… una sonrisa irónica apareció en sus labios, definitivamente no había lado bueno que la hiciera sentir mejor en ese momento. Se abrazó a sí misma cuando un escalofrío le recorrió la espalda.
–Todo esto es tú culpa, Inuyasha –dijo en voz baja para sí misma –si tan solo te hubieras quedado, idiota, insensible…
–¿Quién es insensible? –le preguntó una voz familiar.
Y viene todo seguidito, así que vayan al siguiente capitulo. Gracias por leer.
