Este fic es secuela de La Gema Gemela.


Capítulo 1: La habitación blanca

Era ya bastante natural no poder tener una noche tranquila. Las imágenes de los acontecimientos más recientes, así como del último año, no dejaban de atormentarlo en sueños.

A veces, en ellos, veía arañas gigantes en las ramas de árboles a su alrededor, o figuras negras encapuchadas deslizándose lentamente por una escalera de caracol oscura, o un hombre que gritaba aterrorizado mientras era devorado por una manada de leones rojos.

Para un niño de doce años, todo lo que había vivido desde el año anterior, hacia esa misma fecha, era suficiente emoción para toda una vida. Era traumático, y no sólo porque lo que veía en sueños lo había vivido él, sino también porque veía cosas que no tenía por qué recordar.

Era el precio que le cobraba la vida por otorgarle un don muy poco común aún entre magos como él: el poder de tener visiones del futuro y del pasado.

Su subconsciente le añadía detalles a aquellas escenas que él sólo había presenciado en su mente. Ahora cuando soñaba con su madre escuchaba claramente el llanto de un bebé, seguramente el de su tío Haher; veía con lujo de detalles cada rincón de la casa de su abuela, por más oscuro que se encontrara; era capaz de escuchar cada sílaba articulada por el asesino, cada nota de espanto en la voz de su madre... podía verla muriendo, adolorida por la maldición que recibía, sin las fuerzas suficientes para seguir respirando... Obviamente, aunque el cazador sólo quería torturarla, una mujer a la que le faltaba tan poco para dar a luz a dos bebés gemelos no podía aguantar mucho.

Era casi un alivio abrir los ojos y desprenderse de esa sádica visión. Agradecía que, como era sólo un sueño, su memoria no guardaba más que una pequeña parte de lo que veía. Aún así, se había repetido tantas veces que ya alcanzaba a recordar más de lo que quería, de ésa y de todas las pesadillas.

Pero lo que no era natural era abrir los ojos y encontrar su habitación completamente iluminada. Esa noche nada estaba oscuro. Había una luz muy blanca que alcanzaba todo, increíblemente blanca, que llegaba incluso a darle ese color a las cosas; aunque, por extraño que fuera, en vez de aclarar la visión parecía volverla más borrosa.

Pensó que esto se debía a que sus ojos no se habían acostumbrado al cambio, y que incluso era por esto mismo que se había despertado. Esperó y, sin embargo, siguió viendo con poca nitidez.

Intentó ubicar su escritorio, los estantes con libros, su mesita de noche... pero todo parecía difuminado por la luz.

Estaba ocurriendo algo muy extraño... Según su reloj, que también era blanco y cuya luz era morada, a diferencia de la luz verde que debía emitir normalmente, faltaban varias horas para el amanecer. Su habitación no tenía por qué verse tan blanca, ni siquiera durante el día.

Su corazón empezó a latir más rápido. Intentó levantarse. Se sentó, pero se asustó aún más cuando se dio cuenta de que ya no pudo seguir moviéndose. Estaba paralizado.

Buscó con la mirada la fuente de la luz. No parecía provenir de su ventana. Al contrario, era allí el único lugar que era ligeramente oscuro. No, esta luz parecía provenir de cada objeto, e incluso de sí mismo, como si fuera natural que una habitación en plena noche se volviera de un blanco deslumbrante. Parecía que su alrededor estuviera hecho de mármol. Esa podía ser una buena explicación a su repentina incapacidad de movilidad, aunque no era para nada tranquilizante.

Un mechón de su cabello, que normalmente era rojo oscuro, bajó por su frente tinturado de un tono azul claro. Quizás ya era hora de alarmarse.

O quizás todavía no.

Tras un lento parpadeo, vio que de la nada apareció una pequeña abertura en el aire, o tal vez se encontraba allí, frente a él, desde el instante en que abrió los ojos. Desencajaba por completo en la habitación blanca, pues era de un color negro muy oscuro, tal vez del mismo color en que debía hallarse el dormitorio en condiciones normales.

Esa oscuridad se iba extendiendo rápidamente por la habitación, o eso parecía, pues la abertura en el aire se fue ampliando hasta que se hizo imperceptible su límite. Era como una especie de portal a otro mundo...

Un mundo al que fue transportado de inmediato. Ahora se encontraba en medio de una oscuridad absorbente. No podía ver nada a su alrededor. Sin embargo, se dio cuenta de que esta vez sí se debía a que sus ojos no se hallaban acostumbrados a la penumbra, pues pasado un instante, pudo percibir una tenue luz que provenía desde arriba. Era la luz de la luna llena.

También pudo distinguir lo que había a su alrededor. Excepto por que estaba solo y la oscuridad no era total ahora, tuvo la sensación de que ya había vivido eso antes. Se encontraba en el límite de un gran claro de un bosque.

Aunque, dudaba que se encontrara en él. No podía determinar si estaba de pie, sentado o tirado en el suelo. No sentía nada, ni el frío de la noche, por más de que la brisa soplaba y hacia agitar las hojas de los árboles, ni el suelo lleno de hierba o raíces. Quizás se trataba de otra de sus pesadillas...

Intentó buscar con la mirada alguna señal de acromántulas, ya fuera su escalofriante silueta, o el brillo de sus ojos, o el sonido que hacían sus pinzas, tal y como las reconoció la última vez que se apareció en un bosque repentinamente. No encontró nada. Eso sólo lo ponía más nervioso.

Deseó fervientemente despertar. Lo intentó hacer con todas sus fuerzas, pero era inútil, pues seguía completamente paralizado y no podía ubicar ningún miembro de su cuerpo. Se mantuvo entonces inmóvil, a la espera de vivir, de una extraña forma, aquella diferente pesadilla.

Entonces algo rompió el silencio. Era una respiración agitada, que se acercaba poco a poco, y se hizo fuerte en un instante, acompañada por pasos apresurados que hacían crujir las hojas secas del suelo.

Una palabra se empezó a oír repetidamente, prounciada por una voz de hombre joven agotada por el cansancio.

—¡Corre! —exclamaba el hombre con desesperación—. ¡Corre!

Entonces se dio cuenta de que el ruido de pasos y la respiración agitada parecía emitido por más de una persona. Incluso parecía que, con un poco de concentración, se escuchaban suaves aunque feroces gruñidos, y hasta ladridos.

Por fin, por entre los árboles, apareció una silueta de hombre que fue alcanzada por la luz de la luna, y empezó a cruzar el claro corriendo a toda prisa, seguida muy de cerca por una silueta muy parecida.

Se aproximaban a él. Sintió un poderoso impulso de salir corriendo, gritando si era posible, pero no era capaz de hacer nada.

¿Era ya hora de alarmarse?

Los hombres seguían su camino y pronto llegarían a él. Sin embargo, se dio cuenta de que ellos no eran el peligro: lo era aquello de lo que huían.

Unas figuras alargadas, animales peludos de cuatro patas, salieron también de los árboles y empezaron a atravesar el claro a una velocidad increíble y en casi completo silencio. Eran cuatro. Corrían con las fauces bastante abiertas en dirección a los dos hombres, los cuales jadeaban de pánico.

Una de las bestias logró alcanzar al hombre más rezagado. Lo agarró con fuerza por su pierna, hundiéndole los colmillos y tumbándolo en el suelo. Otra de ellas se lanzó encima, callando un poco los aterradores gritos que empezó a lanzar.

Su compañero no se detuvo ni siquiera a mirarlo. Siguió corriendo, intentando salvarse a toda costa. Era cuestión de segundos para que el otro par de bestias lo alcanzaran.

El chico contemplaba la escena aterrorizado. Todo estaba ocurriendo demasiado rápido para poder asimilarlo. El hombre estaba ya a pocos pasos de él, y no muy atrás estaban las bestias.

Quería ayudar, quería hacer algo... quería atacar a esos animales salvajes, y salvar a los pobres hombres que huían indefensos... quería sacar su varita y gritar la palabra «Incendio» con la mayor de las fuerzas, el hechizo que nunca fallaba y que podía controlar a su antojo...

Pero el conjuro no salía de sus labios. Sentía una desesperante impotencia al no poder moverse, al tener que contemplar ese sueño sin hacer nada más...

Aún guardaba la esperanza de que fuera un sueño.

Más horrible era sentir que hacia él también se dirigían las bestias, que quizás una de ellas se detendría en cuanto llegara a él, para hacerle lo mismo que al hombre que lanzaba alaridos de dolor al otro lado del claro.

Y por si todavía no era motivo de alarma todo lo que ocurría, aún faltaba algo más por pasar.

De repente, una de las bestias, la que iba más adelante, se abalanzó contra el hombre que corría y lo tumbó en el suelo, pero de inmediato recibió un golpe muy fuerte que la lanzó a varios metros de donde se encontraba, para caer bruscamente y quedar inmóvil, chillando. La otra se detuvo en el acto, gruñendo furiosa.

Una silueta humana, grande y fornida, separaba ahora al hombre y al animal. El aparecido y la bestia se miraron durante un instante sin hacer sonido alguno, mientras la brisa soplaba ligeramente y el hombre atacado por los otros dos animales seguía gimiendo de dolor sonoramente.

La bestia se incorporó, apoyándose en sus patas traseras, y se pudo ver cómo ésta tenía una figura similar a la humana, excepto por lo alargado que era cada miembro de su cuerpo peludo, en el que destacaban unos imponentes hombros salidos. Era la primera vez que el chico veía un hombre lobo.

Se preguntó si era uno de esos sueños en los que él no tenía otro papel más que de espectador. O quizás en cualquier momento se darían cuenta de que allí estaba y lo atacarían.

—Ya eran nuestros —susurró el hombre fornido.

—Eran —ladró la bestia.

Por los alrededores del claro, empezaron a asomarse lentamente varias siluetas humanas, aunque no era muy notorio a la luz de la luna llena. Dos de ellas se aproximaron en un instante a la bestia que el otro hombre acababa de derribar, y la sujetaron con fuerza, mientras gruñía ferozmente.

—Pero tienen algo que nos pertenece —continuó el licántropo—. No los dejaremos ir tan fácil.

—¡Eso no es cierto! —exclamó con horror el hombre que estaba en el suelo detrás de la silueta fornida—. ¡Nosotros sólo queríamos devolverles...!

—¡Calla! —exclamó en un susurro el hombre fornido, dándose la vuelta fugazmente para mirarlo a la cara y clavar en él la más fría de las miradas. Quizás era por la luz de la luna, pero lucía exageradamente pálido, tenía unos ojos rojos, brillantes y malignos. Esbozó una sonrisa maligna que dejó ver unos colmillos grandes. Era lógico pensar que se trataba de un vampiro.

El chico pensó que, si el joven fue salvado de un hombre lobo por un vampiro, no era motivo para que estuviera tranquilo. Al contrario, el peligro era ahora mayor.

Sin embargo, si alguno de ellos dirigía su mirada al hombre joven, era imposible no detectar que había alguien más en ese lugar, por lo que el chico se dio cuenta de que el vampiro no podía verlo. Aún así, no era una razón lo suficientemente buena para dejar de querer esconderse.

—También tienen algo nuestro —continuó, con una horrible voz llena de ira— y también pagarán por el robo. Ya eran nuestros —repitió.

—Entonces compartamos —dijo el licántropo, en lo que parecía un ladrido—. Llévate a ese cobarde que está detrás tuyo y nosotros nos quedamos con este.

—Será la única vez que estemos de acuerdo, Renzo —respondió el vampiro con voz dura. Se dio la vuelta y en un par de zancadas alcanzó al hombre, que ya se había levantado y volvía a correr.

Los otros dos vampiros que sujetaban al licántropo cerca de allí lo soltaron y éste se reunió en donde sus compañeros tenían preso al otro joven.

Renzo volvió hacia donde estaba su manada reunida, susurrando casi imperceptiblemente algo como «A mi madre le encantará». Gruñó prolongadamente y recibió una breve respuesta. Uno de los licántropos hizo un brusco movimiento con la garra, y el hombre que tenían en su poder se calló por fin. Se escuchó de repente un aullido fuerte y agudo, seguido por otros más que lo imitaron, en un escalofriante concierto a la luz de la luna.

El vampiro sujetó del cuello a su víctima y rió ligeramente, después de lo cual se retiró del claro. Las otras siluetas que habían aparecido allí también se esfumaron.

Las quejas y los gemidos del hombre en poder de los vampiros se escucharon cada vez más lejanas, y cada vez más aterrorizadas.

El chico quiso cerrar los ojos, ignorar los gritos desesperados del joven que estaba siendo atacado por vampiros. Tampoco quería ver cómo los licántropos se llevaban el otro cuerpo por entre los árboles; quería desviar la mirada para dejar de ver el charco que había quedado en el lugar donde lo habían atacado, convencerse de que su imaginación jugaba con él, que el cuerpo del hombre en realidad seguía siendo una sola pieza, que en los largos hocicos de los lobos no colgaba nada...

La parálisis no le permitía cerrar los ojos. Pero eso no fue un problema por mucho tiempo. De repente, la brisa dejó de soplar. Algo muy extraño ocurría ahora.

Parecía como si el escenario se estuviera encogiendo, o más bien alejando, como si fuera invadido por una luz blanca muy intensa que lo obligara a desaparecer, como un patronus enfrentando a un dementor.

Era que el portal lo estaba llevando de regreso a la habitación blanca, y se desvanecía en el aire, de la misma forma sigilosa que llegó.

Mientras veía la oscuridad disolverse, el pánico lo invadió. Sintió un escalofrío brusco que le recorrió todo el cuerpo. Las imágenes que acababa de ver se grabaron en su mente y pensó que quizás era preferible una de sus pesadillas normales, aun cuando la habitación en que abriera los ojos fuera totalmente blanca.

Entonces, cuando el portal se esfumó, parpadeó lentamente y todos los colores que veía se invirtieron. El blanco de su dormitorio se convirtió en un negro igual de puro. Todo volvió a verse de la misma forma que se veía en una noche ordinaria, y lo único que se veía ligeramente claro era la ventana.

Nunca antes Mankar había experimentado una visión al despertar a media noche.