He allí el dilema
Ŧerrorífιcα Łιbélulα

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Disclaimer; Todos los personajes y escenarios aquí mencionados son referentes a la heptalogía de novelas fantásticas Harry Potter, los cuales son responsabilidad intelectual de la escritora británica JK Rowling. Asumo pues, que su uso está bajo el deseo único de ambientar esta historia, por la cual no recibo lucro de ninguna especie.

Advertencias; Contenido h o m o e r ó t i c o leve, dicho sea Lime slash.

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Fumarolas de vaho despliegan vivarachas de sus labios apergaminados por la resequedad; cuando el placer es grande suele preguntárselo arrebatado de anormal inocencia «¿por qué no lo hicimos antes?», aunque la verdad sea dicha que con las piernas vestidas a medias, las manos repletas de pelos rojos y la mente empañada por el ánima incandescente de doce minutos plácidos, apenas si le sube el cinismo de pensárselo para incendiar su frágil orgullo ante el silencio del otro frente a su sexo. Es tan repugnante, Merlín misericordioso, esa concupiscencia oh todopoderosa que le apretuja las muñecas y susurra paciente en los confines de su oído, el sacrilegio aquel cuyos vocablos le estremecen acurrucados en su regazo.

El de allí fue del otro, eterno ensueño que le mantuvo insomne e infraganti frente a las pechugas de pavo, en el banquete diario de la adolescencia violenta de los días que viejos aun enrojecen. A Ron le llevó seis años asimilarlo; tres ignorándole campalmente, tres abrumándole las valijas pecosas que se columpian bajo sus párpados. E iniciadas las cosas concluyó que la venganza se paladeaba acibarada y luego incorporaba fatídica en fantasma de gula, cuyo gruñir desde su libido no —al menos entonces, al menos siempre después de entonces— le desampararía ni en café, ni en anestésico. A Draco le llevó un fallecimiento prematuro al seno de Narcissa y cuatro años tras la mayoría de edad, también todos sus prejuicios y cuarenta y tres noches auto-narrándose un disparate para ser muy lógico: todo, fuere como fuere, era revancha, capricho o chantaje. Draco se conformaba con ganar pero tenía que resistir-se a él.

Gemidos rasposos zapatean en la azotea, quedos.
Para Ron fue una filarmónica imaginaria de grillos incesantes. No permitía olvido y otra vida, más que con sus besos, a ese pájaro que solía yacer bajo satines costosísimos, inerte. Le faltaba coraje y siempre le columpiaba la idea que «ya nomás otro poco y consigo hacerlo sentir bien miserable», Draco —curiosamente— sentía igual aunque no seguro de que Lucius llegase a venerarlo por traer a un Weasley de cuclillas frente a sí. De cualquier modo estaba seguro de otro tanto: aquéllo por ser hombres y familias opuestas era indignante como que no conseguía entreabrir sus manos para librar esos cabellos. Ron, sin embargo, entendía perfectamente que el escalofrío agobiándole la nuca no era afinidad porque tampoco le venía del sexo, aun el pene propio saltase repentino manteniéndose estoico.

Chu, chu, chá, chá, a voz de sorbo. Nunca hubo menos tiempo que ahora para pensarse dos veces los temas que vienen con la edad y que para tarde nos transforman en añicos todo pensamiento, todo básico. Con tanto beso que jamás en las bocas, terminaron seniles acordándose de nada y en el momento en que apreciaron mucho de lo imposible acariciándose las bocas en los cuellos, ciñéndose las caderas de mutuo… he allí el dilema flotando en el aire que, incorrupto, hervía entre Weasley que como cielo y Malfoy que como tierra, dejándoles a medias.


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