Gravity falls no me pertenece.

Línea canon.

Parte I de III


I

Cinco antes de treinta y nueve

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Mason Pines se había olvidado de la sensación de escuchar su apodo hace tiempo, así que cuando su hermana lo hizo no pudo evitar sentirse como extraño tal como si fuese un extranjero en su propio país.

—Hola —respondió al llamado. —Tiene tiempo ¿no?

Quería sonreír pero la mueca en su rostro no oculto su incomodidad, tenía una década sin estar frente a ella, en la última ocasión fue para el funeral de su viejo tío Stanford, al parecer tantos años luchando contra monstruos y cambios de dimensiones le pasan factura a cualquiera. Pero dejando el melancólico recuerdo de lado se dedicó a concentrarse en la conversación pendiente entre ambos.

La habían aplazado tanto tiempo que le parecía irreal que fuera a suceder en ese mismo momento, en ese bar de paso rumbo a Providence.

—Si, pero pff diez años, tres meses, dos días y dieciocho horas con veinte y tres minutos, nadie los cuenta. —Bromeo su hermana arrancándole la risa con facilidad. Se sentó a su lado en la barra al dejar sus maletas entre los dos banquillos bajo sus pies.

—En serio, parte de mi quiso verte en algún cartel de teatro anunciando tu espectaculo de comedia —confesó el hombre dándole un trago a su cerveza, tratando de disipar la tensión.

—No creo que hubiese triunfado, además no permiten cerdos en la mayoría de lugares y pato hubiese sido indispensable. —Le siguió el juego Mabel, para después pedirle al cantinero unos aros de cebolla y una cerveza. —Además mi sueño frustrado lo conoces muy bien.

—Querías ser diseñadora de ropa infantil. Vender tus suéteres saturados de brillantina por todo el mundo —recordó, dejando que la pesadumbre del pesado empezara a invadirlos — ¿Todavía tienes tu carpeta de diseños?

—No recuerdo, creo que Mamá lo tendrá en alguna caja enterrada en el ático, junto a tus historias de misterio y ficción. —Mabel comió un aro de cebolla tras otro. —Hubieses sido de los más vendidos, pero nunca te atreviste.

Dipper soltó un suspiró. Eran sus sueños, los cuales dejaron atrás cuando se separaron, no tenían ningún motivo de peso para dejar de lado sus aspiraciones, pero lo hicieron. Se excusaron en las responsabilidades y obligaciones, alegando que ya no tenían tiempo para tonterías. Después de tantos años creían que ya no debería doler tanto y abordaban el tema como un mal chiste.

— ¿Cómo esta Marcela? —Dipper cambio de tema.

—Bien, o al menos eso creo, ya sabes cómo somos los padres, creemos saberlo todo, pero en verdad lo creo, está emocionada, ira a un congreso de física a Texas, creo que la NASA tiene algo que ver en todo esto —relató con un orgullo maternal. —Es una nerd total, pero no tiene la pinta, ni siquiera usa gafas.

—Increíble —exclamó él, estaba fascinado por saber eso. Sintió un impulso irracional por llorar, por perderse tanto años juntos a su sobrina, pero se detuvo, simplemente se quedó viendo la parte trasera del bar donde una pareja jugaba billar, el sonido de las bolas chocando le relajo lo suficiente.

—Sí, sabes se parece bastante a ti. Tiene la nariz roja y la cara de preocupación que tú te traías todo el tiempo —declaró la mujer que apoyo su barbilla sobre su mano. —Incluso tiene ese odioso hábito de morder los bolígrafos, nunca pude quitárselo.

—Y ni podrás —contestó sacando de su saco uno completamente mordisqueado de la punta. Mabel saco la lengua simulando asco y ambos rieron más, el cantinero se acercó a ofrecerle otro trago que ambos negaron, no estarían mucho tiempo más.

Cuando la risa se apagó se observaron largo tiempo, Dipper se percató de las mejillas estiradas, de las arrugas sutiles en la frente, de las ojeras disimuladas con maquillaje, de los pendientes discretos, del cabello apenas cubriendo su nuca, de la ropa simplona y sin brillo. Ella en cambió se fijó del cabello largo, de las bolsas bajo los ojos de la barba de medio día, de las canas que apenas se asomaban en las patillas, del traje de vestir formal y las enormes gafas reposando sobre sus ojos.

—Por todo lo sagrado, míranos. —Mabel musitó. —Somos un desastre, apenas te reconozco.

—Treinta y nueve años le pesa a cualquiera —replicó su hermano al momento que pedía la cuenta con la mano.

—Todavía faltan unas horas —puntualizó la mujer que sacaba un billete de su bolso. —Deja que pague sí, considéralo un regalo de cumpleaños.

—Mabel aquí entre nos tú eras la que tiene una hija en la universidad. —Se adelantó el hombre y pagó. Ella guardo el billete sin profundizar al tema o no saldrían hoy.

— ¿Y Matías? ¿Sigue viviendo con Julieta? —preguntó Mabel algo preocupada, sabía más o menos que él no tenía una relación muy amena con su hijo o su ex esposa.

—Sí y no quiere verme, Julieta ha sido neutral en esto, la verdad pensé que le llenaría la cabeza al muchacho en contra mía pero inclusive lo ha llevado casi obligado a visitarme, pero no puedo culparlo Mabel, yo soy el responsable de la separación, comprendo su despreció —comentó dejando un billete como propina. —¿Crees que pueda entenderlo?

—Seguro, dale tiempo, el muchacho tiene trece años ¿Qué esperabas?, solo apóyalo en todo, por ejemplo si tiene un partido de beisbol, una exposición de artes o una feria de ciencia quédate a su lado, eso lo agradecen bastante. Yo me la pasaba en todas esas conferencias aburridas en donde exponía sobre el número PI o los agujeros negros, Dipper fue horrible, pero al ver como su confianza en su misma se subía por los cielos hacía que valía la pena —manifestó al comprender la situación de su hermano, la misma que ella sufrió años atrás.

—Lo haces parecer fácil —afirmó. —Por cierto… ¿Sabes que le gusta hacer a Matías?

—¿Qué? —Mabel ya descifraba algo por la cara de gusto que ponía su mellizo.

—Dibujar, dibuja como loco toda clases de comics, le gusta dibujar monstruos, superhéroes, al menos es todo lo que ví antes que me sacara de su cuarto defendiendo su privacidad. —Dipper miró su teléfono para enterarse de la hora, aunque apenas eran las 7:06 pm, afuera seguramente ya estaba completamente oscuro. —Probablemente también le guste diseñar sus atuendos y todo eso.

—Intentas persuadir que se parece a mí ¿verdad? —Mabel le oprimió la punta de la nariz roja con un dedo permitiéndose un primer contacto. —Ahora me dirás que usa frenillos o tiene las mejillas sonrojadas todo el tiempo.

—No, pero siempre usa suéteres, creo que se acerca bastante.

Ambos volvieron a reír, era tan fácil. Una sensación de despreocupación, como cuando eres joven y crees que lo puedes todo les recorría las venas, era un recordatorio de todo lo que se perdieron. Era increíble la facilidad en la que abordaban la conversación, parecían un par de amigos que no se veían en días y no años, un par de amigos que se estimaban y estaban al pendiente de otro y no el par de hermanos que se hablaban en intervalos de años.

—Dipper, ¿Por qué nos alejamos tanto? —Mabel saco a relucir la pregunta sin respuesta que ambos se hacían en silencio todos los días.

Él hizo una mueca de no poder responder y se levanto del banquillo cogiendo las maletas de su hermana, ella le imitó y se dirigieron a la salida. La dejo pasar primero con un gesto de caballerosidad exagerado que ella respondió con una reverencia simulando que alzaba un vestido pomposo.

—Así qué, ¿A dónde quieres ir? —cuestionó el hombre caminando a su coche junto a su hermana. Al llegar metió el par de maletas a la cajuela. —Podrías cenar algo más decente que unos aros de cebolla.

—Dipper sabes que vivo como dos mil millas de aquí, no tengo idea, el tipo del taxi parecía divertido con mi cara de pánico al creer que me secuestraba en cada curva —aseveró la mujer subiéndose al vehículo.

—Podríamos dar un paseo por la playa y después dirigirnos a Providence, está a dos horas. ¿Crees que puedas resistir con dulces y papas fritas?

—Me ofendes señor Pines, Mabel nació para las botanas saturadas de harinas y azúcar refinada. —afirmó la mujer alzando el puño.

Encendió el motor y se encaminaron a una playa cercana.

—¿Y cómo está el viejo? —preguntó él al salir del estacionamiento del bar. —Cuando me dijo que se largaba al asilo no lo creía.

—Ni yo, pensé que solo estaba molesto porque ninguno fue para navidad, pero lo hizo. —alegó Mabel encendiendo la radio. —Pero lo fui a visitar hace un mes, ¿Sabes que lo encontré haciendo? Encabezando un juego de bingo ilegal. Apostaban píldoras para dormir, una almohada extra y una radio más vieja que nosotros.

—¿Qué?, no tiene vergüenza ese viejo —No pudo evitar bufar divertido.

—¡Lo sé!, pero los otros ancianos lo adoran, dicen que el lugar no había sido tan divertido, Stan por supuesto está contento con sus nuevos ingresos, es un descarado, pero creo que ha encontrado nuevos amigos, la soledad a esa edad ha de ser difícil. Más cuando perdió al tío Ford. —termino con un incómodo silencio, a ambos todavía le dolía la partida tan súbita de su tío. —Ha de ser doloroso.

A ambos le paso por la mente perder al contrario y la espontanea felicidad se acabó como llego.

En los quince minutos restantes Mabel se la pasó cambiando de estación sin éxito alguno, al llegar se encontraron que la playa estaba solitaria, solo un guardia en el puesto de turismo cerrado al igual que la tienda de recuerdos. Los poco transeúntes se decantaban más por las tiendas que recorrían la bahía que por un paseo en la playa.

—Espera. —Mabel sacó su teléfono lleno de calcomanías, al parecer se permitía viejas glorias en ciertas cosas.

Y tomó una foto de Dipper al volante, se bajó del coche y tomó algunas otras a la playa. La luz de los faroles alumbraba lo suficiente pero aún así no le quitaba lo tétrico a la gran masa de agua que se movía agitada.

—Para mí las olas solo viajan hasta aquí para darle besos a las rocas o a la arena —expresó la mujer poniéndose un viejo suéter, el viento estaba extrañamente helado y eso que estaban aún en agosto. Ambos se apoyaron en el capote del coche.

El comentario infantil se dispersó en el aire. A Dipper de repente le invadió una ansiedad que estaba tratando de evitar, pero ya no podrían aplazar más esto, diecinueve años deberían ser suficientes para cualquiera.

—Mabel, ¿Qué pensaste cuando te hable? —Interrogó mirando al océano darle besos a la playa.

—No lo sé, me tomaste de sorpresa, no era navidad ni el cumpleaños de Marcela, pensé que algo grave te sucedía, que soltarías la palabra cáncer en cualquier momento o algo por el estilo —respondió sincera.

—Antes que nada, lamento no haber estado en contacto, desde, bueno, que te embarazaste y prácticamente huiste yo-

—No huí, me case e iba a tener un hijo, pudiste haberme apoyado o estado feliz por mí —asevero alzando la voz la mujer que perdió su semblante relajado.

—Esto es a lo que me refiero, eres una testaruda, han pasado casi veinte años ¿Acéptalo quieres? —dijo molesto, se cruzó de brazos y volteó su mirada a la mujer que no sabía que expresión poner, si culpa, ira o tristeza.

—No-no sé a qué te refieres. —Mabel movió sus labios en una mueca de terquedad. —Creo que estas alucinando.

—A que escapaste Mabel, querías huir, y esa manera fue la más sencilla de hacerlo. —Al fin le dijo lo que abiertamente pensó durante tanto tiempo, lo que nunca le dejaba terminar en medio de gritos y discusiones que su mente empezaba a recordar. —Querías escapar de… lo que sea que paso entre nosotros.

Mabel enterró su rostro entre sus manos, se tallo la cara ávidamente, no quería escucharlo, pero tenía que.

—Dipper, de verdad ¿Tenemos que tocar ese punto?, no podemos-

—No, Mabel, mírame, mírate, ¿A qué edad quieres tocar ese punto? A los cincuenta y cinco como Stan y Ford, ¿No te das cuenta que sufrimos el mismo destino? —A este punto se le quebró la voz, creyeron que por tener una referencia podrían evitarlo. —Mabel ese día me rompiste como una promesa, como la que hicimos.

Declaró en un murmuró, Mabel le miraba con los ojos aguados, a punto de llorar, él le sonrío para indicarle que estaba bien.

—Lo lamento, Dipper, de verdad. Yo solo quise, no lo sé —murmuró una grosería por debajo al final. —Solo era una niña tonta, creí saber que era mejor para ambos, pero me equivoque ¿De acuerdo?

El viento los azotó con pereza. Dipper estornudó con el olor a algas que trajo consigo, sin embargo Mabel no se burló de su estornudo como antaño.A él le dolían las tripas por lo que estaba a punto de decir, lo que estuvo rondando por su cabeza los últimos dos años al fin dejaría su prisión, si ella lo rechazaba sería el fin de lo ya desgastada relación.

—¿No crees que ya es hora de dejar de pretender? Ya les dimos todo —habló con voz tremulosa, ella alzo una ceja al escucharlo.

—¿A qué te refieres? Sabes que no soy muy buena con las cosas rebuscadas.

—A nuestra vida, Mabel, nos graduamos, yo antes tú después, nos casamos y tuvimos hijos, tú antes yo después, le dimos gustos a nuestra familia, a nuestros amigos, a las personas ¿Y cree que en realidad les importo? ¿Nos agradecieron por seguir el supuesto curso natural? —No solía ser directo, pero darle más vueltas despues de tanto sería puro masoquismo. —No funciono de nada, nunca ejerciste tu profesión, yo no conozco casi a mi hijo, ambos nos divorciamos. ¿Esto era lo que queríamos?

—No por supuesto que no… —Mabel miró al suelo, la arena cubría los bordes del pavimento en donde estacionaron el coche. —¿Crees que hubiese llegado a tener mi propia línea de ropa o tú hubieses sido un aclamado autor de novelas?

—No lo sé, ¡Pero lo hubiésemos intentado!

Mabel lo abrazó, quería callarlo y sentir su calor, el viento le penetro hasta los pensamientos. Él le correspondía el gesto. El ruido del mar les calmo el cumulo de emociones en sus interiores. Pero la noche era joven y ellos ya no tanto, tenían que poner las cartas sobre la mesas y decidirse.

—Mabel, quiero que vuelvas conmigo.

—Dipper. ¿Y si vivo contigo que pasara? ¿Lo mismo que hace veinte años? —las palabras de Mabel se tropezaron con la chamarra de su hermano que apenas las pudo distinguir.

—No si no quieres —aseguró tomando las muñecas de su hermana entre sus manos. Las acaricio delicadamente. El corazón de ambos bombeaba con fuerza con la anticipación de cumplir un deseo reprimido por tanto.

—Si quiero… si quiero Dipper, ¡Carajo!, siempre he querido, desde que me fui, al segundo de poner un pie fuera de la casa, al ver tu rostro supe que había cometido un maldito error, uno que trate de tragarme. —Ya no aguantó las lágrimas, empezó a llorar.

Dipper le limpiaba las lágrimas y el moquillo con el dorso de su chamarra, se sintió esperanzado con ese llanto, estaba llorando para al fin dejar los malos años atrás y seguir adelante juntos. Incluso él se permitió derramar unas lágrimas en silencio, abrazando fuertemente el cuerpo de su hermana.

—Dipper creo que te amo, vale, desde los dieciséis, pero tenía miedo, creí que solo era una desadaptada social, y que por mis fallidos intentos de formalizar una relación proyecte en ti al hombre ideal. —Hablo con el tono de voz que uno tiene justo después de llorar, rasposo y entrecortado. — ¿Pero importa en realidad si así es? Puedo asignarte dos roles sociales, hermano y amante y vivir con ello.

Él la separo de sí, no pudo evitar carcajearse, ella le siguió sin evitar que le agarrara hipo, que los hizo reír aún más.

—No me digas que estudiaste psicología solo para explicar lo que nos pasaba. —Ella se encogió de hombros ante la implicación.

—Probablemente, sí, solo quería saber si estaba enferma, según la psicología bastante, pero ¿No estamos todos trastornados? Solo cambiamos en que.

—También te amo Mabel, desde los diecisietes cuando te vi en el baño por error, agarrabas tus pechos y hacías que se hablaran entre ellos, luego me viste ¿Y sabes que hiciste? —Mabel le golpeo el pecho riéndose con fuerza.

—¡Oh por Dios sí!, Te dije que estaban divorciados porque cada uno miraba al lado contrario y que intentaba reconciliarlos —recordó con vergüenza.

—Pensé que tenías los pechos más bonitos que había visto y que a ti solo te causaban gracia —le confesó —Quería intentar reconciliarlos por mi cuenta para ser honesto.

—No hubiese funcionado la psicóloga soy yo.

Y se rieron de nueva cuenta, probablemente hubiesen reído más ese día que en semanas enteras.

Dipper le tomó el rostro por sorpresa y le beso tiernamente, ella siguió riendo, le regreso el beso alzando un poco sus pies, otro más, respiraron un segundo y se dieron otro más largo. Él le lleno el rostro de besos curiosos y ella le regreso un profundo beso en los labios. No había nada más que decir o hacer por el momento.

Hasta que Dipper se separó para estornudar de nueva cuenta por el olor a algas.

—Uno creería que un hombre con casi treinta y nueves años no estornudaría como un gatito. Pero tú lo haces.

—Cállate.

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Creo que le falto profundizar más, digo después de diez años no creo que puedas hablar como si nada con alguien, pero creo que al mismo tiempo ¿Qué puedes hacer más que hablar?, además ellos ansiaban recuperarse, así que lo justifico sin razón alguna.

Tengo planeado dos capítulos más, uno de lo que sucedió en el pasado y otro que pasa después. Pero la verdad no planeo apresurarme, son más como un plus, la idea original era esta.

Perdón por cualquier error, si dejas review y te percatas, favor de hacermelo saber.