El salto a la vida independiente puede ser aterrador, pero más aterrador sería sin una amiga junto a ti para afrontar los problemas que esto acarrea. — Pequeñas historias Bubbline; simples, cotidianas, pero altamente accidentadas. ¿El culpable? La edad, quizás. La inexperiencia, puede ser. Las hormonas, probablemente.
Endgame
Habían días en que el camino de vuelta a casa parecía infinitamente largo. Las razones de esto podían ser varias y variadas: Venía cabreada; venía sola; tenía algo importante que hacer; tenía hambre; y por último pero no menos importante, que el camino, de hecho, era bastante largo.
Exactamente 10 manzanas y dos pasajes angostos llenos de gatos pulgosos.
A pesar de estar cansada y sufriendo con todo lo anteriormente dicho, se rehusaba firmemente, como todos los días, a tomar un bus para un trayecto que no le tomaba más de media hora a pie, por lo que no le quedaba más que caminar y caminar. Aunque tampoco era como si tuviese más alternativas. Al final el bus era el único medio de transporte que le servía. Frente a la escuela había una estación, pero no era como que su casa quedase fuera del distrito, además de que la ruta del metro siquiera pasaba cerca; vivía en dirección totalmente opuesta.
—Creo que ya es hora de comprarme esa bicicleta.
Con ese pensamiento dándole vueltas en la cabeza, abrió la reja del condominio y pasó por la puerta principal. Estaba sudada y agotada, y no se suponía que uno esté así en la mitad de la tarde del día de tu cumpleaños.
Saludó con la cabeza al conserje y comenzó su travesía escaleras arriba. "Siempre olvido agradecerle al tío Gumbald por haber alquilado en el penúltimo piso" —Pensó. —En un condominio sin ascensor. —Masculló.
Iba con el móvil bien agarrado, casi con rabia iracunda. De a puras zancadas ya había alcanzado el cuarto piso. Estaba entre llamar a Marceline y no, pero el orgullo no se lo permitía. ¿Cómo carajos se supone que debía reaccionar? ¿No tenía todo el derecho de estar furiosa con su mejor amiga por estar "ocupada y no poder irse con ella pero que después le mandaba un mensaje" el mismo día de su cumpleaños? ¡Ni siquiera la había saludado! Esperó todo el día en silencio, viendo si ella o alguien siquiera se acercaba con intención de saludarla, pero nada. Podía aguantarlo de Finn, hasta de Flame, pero no de Marceline. Encima por culpa de ella es que había tenido que volver a casa sola. Claro que no la iba a llamar, ella debía hacerlo y darle una buena explicación.
"Y una de las buenas." —Fue lo último que pensó antes de meter la llave y girar el pomo de su hogar... y recibir el susto de su vida.
"1 ¡Sorpresa!"
Inspiró lentamente intentando controlar la vergüenza ante la visión de su tío Gumbald corriendo desde el recibidor con su cámara en la mano mientras gritaba cosas como 'esperen', 'que aún no apague las velas'. Se arregló un mechón de pelo rosa con bochorno y negó con la cabeza. Su tío jamás cambiaría, aunque cumpliese treinta años.
Dos golpecitos en su muslo le hicieron levantar la mirada. Se topó con un par de ojos verdes alegres que le pertenecían a la persona sentada junto a ella.
—Sé lo que piensas—dijo Marceline mientras esbozaba una sonrisa. — Pero no seas así, está emocionado. Lo ha estado desde que llegamos con los adornos.
—Vale... pero es que todos los años está así.
Marceline chasqueó la lengua y movió el índice negando. —Pero este fue diferente. Este fue sorpresa, eso le agrega como mil puntos —diciendo lo último, guiñó un ojo. Bonnibel primero frunció el ceño ante el gesto que, ella sabía exactamente lo que significaba, y era que estaba orgullosa de haberla engañado por completo. Pronto el mohín se transformó en una expresión de completo enojo cuando la pelinegra ya no pudo aguantar la risa. —Vale, vale, ya, lo siento. —soltó Marceline entre carcajadas. —Pero n puedes negar que actúo muy bien.
—Demasiado bien para mi gusto — le soltó con molestia—, estaba muy enojada contigo. ¡Me ignoraste la mayor parte del día!
—No tenía otra opción, si te llegabas a enterar me mataban entre todos. Me mataban.
—En realidad hubieras muerto primero en mis manos. —Flame había aparecido desde la cocina con bebidas en las manos tras haber oído la conversación. Las dejó en la mesa donde estaban solo ellas dos sentadas y se puso las manos en las caderas como un jarrón. —Si Marceline llegaba a joderla llegamos al consenso que entre todos le íbamos a tirar huevos para su cumpleaños. —Le dijo a Bonnibel.
La pelinegra asintió y soltó un suspiro tembloroso. —Marshall iba a comprarlos.
Bonnibel no pudo evitar reír nerviosa ante la idea de una Marceline siendo atacada por una docena de huevos. Y lo peor es que sabía que Flame era capaz de planear algo tan macabro y llevarlo a cabo.
—Lo siento si te sentiste olvidada, Bonnie, pero todos estos babosos no te podían mirar al rostro en la escuela sin levantar sospechas por lo que al parecer prefirieron evitarte... —dijo en voz baja antes de volver en dirección a la cocina—...al mismo tiempo.
Si bien durante el día se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que sus amigos le tenían una fiesta sorpresa, la idea se fue destruyendo pedazo por pedazo con el transcurso de las horas al no recibir saludo alguno ni pistas de que alguien se acordase de que aquel día era su día. Se había sentido incluso ignorada, y a pesar de que ya entendía el por qué aún le molestaba el hecho de recordarlo. Pero sin duda, lo que más le había dolido fue sentir el desinterés por parte de su mejor amiga, eso le había dado como una estaca en el pecho.
—Sabes que jamás olvidaría tu cumpleaños. —Las palabras brotaron de los labios de la pelinegra como un susurro y Bonnie solo alcanzó a mirar a la chica que le sonreía con cariño y que parecía haberle estado leyendo la mente todo ese rato, pero no alcanzó a agregar nada más.
Su tío Gumbald había llegado aplaudiendo y celebrando la torta que venía cargada por Finn junto a él, con una cara que hacía entender que era mejor que le dejasen pasar rápido porque sus brazos cederían en cualquier momento. Más atrás venían Jake y Fionna con serpentina y desde la cocina apareció Marshall junto con Flame. Rápidamente todos los chicos se instalaron en la mesa junto a Bonnibel, las luces se apagaron y la torta fue colocada frente a la chica.
Un 'shh' grupal hizo callar rápidamente a todos. El paquete de las velas con los números "1" y "8" por fin fue abierto y al colocarlas sobre la superficie de la torta de naranja pareció que esta los succionaba hacia dentro.
Como todo cumpleaños, la canción fue cantada al unísono y no supo qué cara poner por lo que se limitó a mirar las velas. No pudo evitar soltar una risotada cuando en la parte en que cantaban su nombre se escuchó al mismo tiempo una mezcolanza entre "Bonnibel", "Bonnie" y "Bubblegum". Los aplausos y chiflidos que siguieron a la canción irrumpieron contra todo ruido de su sala de estar.
—¡No te olvides de los deseos!
Bonnibel cerró los ojos y divagó por entre todos los rincones de su mente intentando recordar qué quería desear, aunque tampoco recordaba haber planeado sus deseos, pero quizás en algún recoveco tenía guardado más que alguno.
Por fin, con un soplido, apagó ambas velas.
La mirada de la pelirosa vaciló entre los merengues y los pedazos de torta cortados sin tocar dispersos en la mesilla. El problema era que ya iba en su segundo pedazo y quería llegar con dignidad al verano. Soltó un suspiro cabreado. Era su cumpleaños, ocurría una vez al año por lo que una doble ración de torta no le haría mal a nadie. Sin muchas ganas de seguir combatiendo con sigo misma se llevo un plato de torta al regazo y antes de dar un bocado miró por el rabillo del ojo a los tres chicos que fumaban en el balcón. A través de la cortina casi transparente vio a Marceline dar una gran bocanada a su cigarrillo y dejar que el humo se escapase por entre sus labios, suspendiéndose este unos instantes en el aire antes de desvanecerse lentamente.
Rió para sus adentros.
"No comas tanto dulce" Le había reprendido antes de salir a fumar. Menudo chiste.
—¿Cuándo piensas irte, Bonnie?
La voz ronca le trajo al mundo real. Levantó la mirada y se encontró con Jake tomando un sorbo de lo que parecía ser zumo de naranja. La pregunta había quedado suspendida en el aire y atrajo la mirada de los que le acompañaban en el sofá.
—Hm...—meditó— lo más probable es que me mueva dentro de esta semana o la siguiente... si se complican las cosas, la subsiguiente.
—Creo que no recuerdo haberte oído contarnos dónde te ibas.
—No, no, el lugar lo he decidido muy recientemente. Llamé a un par de sitios que alquilaban a estudiantes pero solo uno me devolvió la respuesta que esperaba; un buen lugar, a mi alcance monetariamente y cerca de aquí. Está a solo diez minutos en bus desde aquí y ubicado junto a la estación.
—Es cierto, —agregó Fionna— nos habías contado que tenías pensado ir a estudiar a la Universidad del Este el próximo año.
—Así es. —Respondió Bonnibel dejando en la mesilla el plato de torta a medio terminar. Sus ojos viajaron al techo. —Como este es nuestro último año del instituto sentí la presión de tener todo controlado de aquí a que egresáramos. La Universidad está a la vuelta de la esquina, y viajar desde esta casa iba a ser muy problemático; los horarios del bus son muy amplios y caminar hasta la estación me llevaría al menos media hora. Todo es más fácil viviendo junto a ella.
—¡Vaya! ¡Muy esperable de ti, Bon! —Finn le había alzado la mano con el dedo pulgar levantado.
—¿Y qué hay de ti, Finn? —Soltó Jake— La Universidad también esta a la vuelta de tu esquina. ¿Has pensado ya qué estudiarás? ¿Dónde?
—Aún tengo tiempo para eso, Jake, me quedan al menos cinco meses —dijo, llevándose un pedazo de caramelo a la boca—, ya se me ocurrirá algo.
El rubio más grande suspiró quejumbroso, sin dejar de mirar a su hermano. —Hay veces que me gustaría que fueses un poco más organizado, chico.
Bonnibel por su parte había estado siguiendo la conversación en silencio y no pudo evitar reírse con la mueca de espanto de Jake. Solía pensar que aquella combinación "Jake-Finn" era simplemente perfecta. No se imaginaba a Finn sin su hermano apoyándolo en todo momento y viceversa. Tenía mucha suerte de que Jake fuese el hermano mayor y no él... y que lo pasase en al menos cinco años.
—Pero óyeme chica, —agregó el rubio barbado— tampoco es bueno que quieras tener todo bajo control. Siempre van a haber cosas que se escapen de tus manos, y deberás afrontarlo con temple. —Dicho eso se paró sin dejar de mirar a su interlocutora. Cuando ya estuvo parado le sonrió con afecto por debajo de toda esa barba rubia y le tendió una mano para que se parase. La abrazó.—Tenemos que ir en camino ya. Mañana debo salir a trabajar muy temprano. Disfruta del resto de la velada.
Jake hizo un gesto en general y en voz alta se despidió del resto de los invitados, a lo que los que estaban en el balcón salieron a despedirse con apretones de manos de los hermanos. Bonnibel vio a Marceline hacerle una seña desde el balcón a Jake, queriéndole decir que no podía entrar por el cigarro, a lo que Jake le hizo un gesto con la cabeza de asentimiento.
Su tío Gumbald fue el encargado de dejarlos en la puerta y de paso, -para bochorno de Bonnibel-, darle envueltos unos cuántos trozos de torta y caramelos.
Aprovechando la emoción del momento, Bonnibel se acercó a paso lento al ventanal corredizo y con una mano deslizó a un lado la cortina. Al otro lado, en el balcón, Marceline fumaba el último resto de su cigarro, apoyada en el barandal. Cuando sintió los pasos detrás de sí, miró por sobre su hombro.
Bubblegum se coló junto a la pelinegra y se le quedó mirando el semblante sereno que solía tener cuando fumaba.
—¿Así que te mudarás pronto? —la vio formular la pregunta sin mirarla.
—¿Escuchaste la conversación con Jake?
Marceline asintió y calló por unos instantes. —No pensé que sería tan pronto.
—Claro, recuerda que te dije que sería el próximo mes... y eso fue exactamente hace un mes.
La pelingra miró hacia abajo, por encima de la baranda, donde la negrura de la noche se mezclaba con el follaje de los árboles haciendo parecer el suelo un mar de oscuridad.
—Si mal no recuerdo, es esa casa que queda en la calle siete, ¿verdad? —Bonnibel asintió con un 'hmhm'—Entonces, ¿sabías que tu nuevo hogar queda en dirección opuesta a este sitio?
—Hmm...—pareció meditarlo— está un poco más lejos, es cierto. ¿Qué tiene que ver?
Nuevamente silencio. El humo volvió a escaparse en un suspiro casi silencioso. Bonnibel ladeó la cabeza esperando por una respuesta.
—¿Te gusto la sorpresa?
La chica no pudo evitar sobresaltarse ante la evasión de su pregunta, pero al ver que Marceline no parecía inmutarse siquiera un poco le devolvió la pregunta con otra.—¿Sirve como respuesta que casi me matan de un infarto? Jamás había tenido una fiesta sorpresa.
Marceline soltó una risotada. —Me quedo satisfecha con eso.
Otra bocanada. Bonnibel enarcó una ceja, extrañada por el brusco y extraño cambio de ánimo de su amiga y mantuvo su mirada en el ir y venir del cigarrillo que se levantaba solo para se aplastado por los labios rojos de la morena.
—¿No que ibas a dejar de fumar? —soltó un poco cabreada cruzándose de brazos.
Marceline le dio el último soplo antes de aplastarlo contra el cenicero sobre la baranda de madera.
—En eso estoy, Bon. Este es el primero de la semana.
—Hoy es lunes. —Rodó los ojos.
—El primero y el último. —Dijo dando media vuelta para encarar a la chica. —Eso sí, mientras tú por tu parte dejes de volverte loca con los dulces, es un trato.
Bonnibel soltó un bufido. —Marcy, no es lo mismo —le reprochó. —Sabes que no es lo mismo.
—Va, va, lo sé. Lo siento.
—Siéntelo, porque ahora que hago memoria hace muchísimo tiempo me prometiste que dejarías de hacerlo.
—Estamos trabajando para usted. —Un leve temblor apareció en la ceja de Bonnibel ya exasperada con la actitud de la morena, a lo que, antes de que el volcán explotase, Marceline tuvo que actuar rápidamente y pasar un brazo por el hombro de la chica que ya aparecía más cabreada que antes. Con un rápido movimiento la atrajo hacia sí mientras se disculpaba.
—Verás, me es bastante difícil dejar de un día para otro algo que solía hacer todos los días. Creo que deberé pasarme seguido por tu casa cuando te mudes. —Bonnibel levantó una ceja a lo que la pelinegra se encogió de hombros. —No sé, para que me vigiles. No vaya a ser que me vuelva loca cuando esté sola y fume como posesa. Quizás vaya día por medio —soltó con tono burlón—, vayámonos caminando un día luego de clases y así de paso conocemos otras calles.
Aquella frase tan simple y tan boba, pero tan cargada de verdad, una de aquellas frases que solía decir Marceline y que ni al caso se daba cuenta que se le escapaba la verdad, había sido necesaria para comprender todo. La risa comenzó a emerger lentamente desde el interior de la pelirosa, situación que claramente descolocó a Marceline, quién había intentado que aquella conversación retomara su rumbo serio. Intentó volver a insistir con la idea de pasarse más seguido por su casa creyendo que la habían mal interpretado pero Bonnibel simplemente no podía dejar de reír, por lo que le sacó el brazo del hombro mientras intentaba hacer que se parara de reír.
—¡Bonnie! ¡Era en serio!
—Ya sé, ya sé. Te estoy tomando en serio. —Dijo entre risas a la vez que se intentaba calmar, pero le causaba demasiada gracia que esa forma tan complicada y extraña era la manera que tenía Marceline de decir que la extrañaría. Claramente no había querido explicarle que el hecho de vivir en otro sitio les impediría caminar juntas a casa, por lo que había preferido armar todo ese lío para decírselo de otra manera.
Marceline era un verdadero caso, pero esa era una de las cosas que le gustaban de ella.
—Marcy—declaró entre risas—, yo también extrañaré nuestras caminatas luego de la escuela. —Bingo. Rubor nivel uno. —Así que tranquila, que te estaré vigilando. —Agregó la guinda de la torta en tono juguetón. Pum, rubor nivel dos.
Marceline soltó un bufido avergonzado sintiéndose descubierta. Miró hacia un lado y luego hacia el otro sin saber qué decir y dejó que el flequillo se le despeinara por sobre los ojos.
Entre balbuceos y gruñidos, Bonnibel, cesando su risa, decidió que ya se había divertido lo suficiente a costillas de su amiga, por lo que, sin poder resistir el impulso ante lo que le causaba ver a Marceline -que siempre solía mostrarse tan estoica ante los demás- tan ofuscada con sus propios sentimientos, solo pudo abalanzársele y abrazarla contra ella.
Sintió el cuerpo delgado bajo su agarre destensarse lentamente, y al cabo de un rato los brazos de la apresada la rodearon devolviéndole el abrazo.
Respiró calmada y profundo, dejando que el perfume de la chica inundase sus sentidos y cerró los ojos.
Le relajaba estar así, le daba paz. Si bien no lo dijo en voz alta, también le molestaba el hecho de que quizás ya no caminarían juntas el mismo recorrido después de la escuela, el mismo que habían trazado juntas durante años desde que se volvieron a encontrar en el instituto.
Pero ella le había dicho que la visitaría más seguido, y le creía. La caminata también tenía solución, era cosa de ver el mapa de la ciudad y volver a crear otra ruta.
Sí, mientras estuviesen juntas, todo parecía ir bien. Y así era como ella esperaba que se quedase al menos hasta un buen tiempo.
