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Trato
(Batman/Pennyworth)
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Dos figuras ataviadas de negro se encontraban a solas en el interior del salón rojo de la mansión.
La primera de ellas sentada sobre el sillón de terciopelo negro, su silueta recortada contra el marco de la ventana, tenía un vaso de Bourbon en las manos, el líquido ambarino se meneaba al compás que marcaba su mano. La otra figura mucho más delgada y enhiesta estaba a su lado, de pie frente a la chimenea.
No compartían palabras, tan solo compañía y secretos.
Treinta años llevaban en esto, parecía una mentira, un sueño. Mas sin embargo, cuando levantaba el rostro y miraba el marco con la pintura de sus padres por encima de la chimenea recordaba el pacto que entonces había hecho.
Él estaba ahí, debajo de la lluvia en la noche más negra que jamás ha caído sobre Ciudad Gótica, mirando sus cuerpos carentes de aliento.
Su padre, tan cerca de su madre, las manos de ambos luchando por tocarse, la sangre deslavándose por la incesante lluvia y las perlas blancas que para él eran como lágrimas.
Gritó al cielo, en la inmensidad de la nada, pues no hace falta más que una terrible tragedia para que todos en Gótica huyan y desaparescan. Él rogó, suplicó, su pecho se llenó de dolor y sed de venganza.
Juró a quien le oyera que suya sería su alma si le concedía los medios para atrapar al canalla. Y la lluvia no cesó, los carros no se detuvieron, las personas de su alrededor tampoco se condolieron pero sí apareció detrás de él una figura alta, delgada, de rostro afable y edad avanzada.
Era un Demonio, o al menos así fue como se presentó. Él tenía la respuesta, podía traerle al asesino en un chasquear de dedos y devorar su alma en un parpadeo.
Bruce titubeó, lo miró a la cara y dudó. El Demonio sonrió ampliamente, ojos negros, sin ningún atisbo de vida, le obsequió una diminuta reverencia y sin más comentó.
"Veo que es usted un niño de lo más ambicioso. Quiere atraparlo por sí mismo. No sólo a él, sino a todos los que sean como él"
"¿Puedes hacer que suceda?"
"Por supuesto que puedo hacerlo pero tiene un precio. Uno que cómo es natural no podré reclamar hasta finalizar el trabajo"
Bruce sonrió, tenía al demonio en su mano y éste a su vez lo tenía de la mano.
Comenzaron a andar de camino a la mansión, convencieron a todos de que Alfred Pennyworth era su mayordomo, además de apoderado legal y a partir de ahí el Demonio dispuso entrenamientos, conocimiento y armas para que pudiera consumar su venganza.
Entre más poseía más quería, entre más controlaba más ambicionaba. Su nombre se convirtió en miedo, su estampa en símbolo de perversión y justicia. La oscuridad se alejaba ahí dónde él pasaba y el tiempo sólo se sumaba.
Año con año su alma se volvía más impía, oscura, exquisita.
El Demonio quería su probada, una mordida, aunque sea la más ínfima tajada…pero su "amo" se negó a darla. Aún no atrapaba al último de los villanos, ese era el trato: Todos o nada.
Para calmar sus ansias, le ofreció otras almas. Las de sus hijos, los jóvenes desamparados que él reclutaba bajo promesa de ejecutar su propia venganza.
Richard le supo a ambrosía y algarabía.
Jason a pólvora y algo de sanguina.
Timothy lo descubrió antes de tiempo, de los tres siempre fue el más listo, pero de nada sirvió porque de igual manera, su alma se evaporó. Esa le supo a fresas, derritiéndose en suave crema y ahora estaban aquí.
En la misma habitación de siempre con su Señor, decidiendo sobre su único vástago.
—El chico cumplirá doce años antes de la primavera.
—Lo sé Alfred, no tienes que recordármelo.
—¿Asumo que los términos de su contrato no se verán alterados?
—En absoluto, hemos llegado demasiado lejos como para que me mates ahora y devores mi alma.
—Técnicamente no estaría muerto. Sólo sería como ellos…—y al mencionar este punto señaló otro retrato.
Una pintura de la misma sala: fondo rojo, sillón de terciopelo negro y a los costados los cuatro chicos ataviados de negro. Sus miradas parecían serenas, los rostros afables pero Bruce sabía que desde que los entregó, sus cuerpos eran cáscaras vacías.
Lo adivinabas por la luz de sus ojos. Nadie presta real atención a los ojos. Todos los tenían de un azul precioso, como el suyo, como el cielo.
Pero ya no.
Sus ojos eran negros, como la noche que se llevó a sus padres, como la sombra de dolor que arrastraba a sus pies cual si de un manto se tratara. Esa oscuridad, algún día devoraría su alma. No lo haría Alfred como tenían prometido, su oscuridad estaba más allá de eso y ambos lo sabían, superó al Demonio, en sus pasiones y exabruptos.
Concedió que fuera por el alma del niño. Damian había llegado hacia dos años a la mansión. Sus ojos eran de un verde precioso, parecían jades o esmeraldas. Él estaba convencido de que el negro le sentaría bien, servía para sus planes que todos se vieran iguales. Tenían que representar un papel, convertirse en símbolo al igual que él.
—¿Ordenará algo más para esta noche Señor? ¿No querrá despedirse, pasar unos momentos a solas con él?
—En absoluto, sólo dime a qué te sabe él…
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–Violette Moore—
