Digimon Apocalipsis

El pergamino de los Siete Sellos.

1. La última cena

Voz de Takato Matsuki: "Los últimos años han sido muy tranquilos, esperando con inquietud lo que pronto se cierne sobre los mundos, la carga de saber lo que pasará y de no saber cuándo… de verdad que es agobiante. ¿Qué es lo que yo y mis amigos sabemos? Bueno, las palabras no alcanzan para describir su extensión en totalidad: el Armagedón, Apocalipsis, como quieran llamarlo… la batalla santa entre dos grandes ejércitos: las Huestes de los Cielos y las Legiones de los Infiernos, en términos más simples, los ángeles contra los demonios en su batalla decisiva."

"Cuando seres como ellos se enfrentan, el campo dónde lo hacen se hace escombros, todo se convierte en cenizas… ¿Cómo estoy tan seguro de mis palabras? Pues pertenezco a uno de los bandos, el de los ángeles, de hecho, soy la encarnación de Adán en la tierra, el primero de todos ellos, el Rey de Reyes, Señor de Señores, Dios para los hombres, etcétera, etcétera y etcétera. En mis memorias yacen algunos recuerdos de la primera Guerra, el Diluvio y otros conflictos, aunque de forma borrosa por desgracia, pero muy en claro conozco que son capaces estos seres divinos."

"Si no más recuerdo… fue hace unos cinco años, cuando tenía trece, aún era un niño. Un digimon poderoso, Daemon, atacó mi ciudad natal, Shinjuku, con un solo objetivo: matar la encarnación de Dios en la tierra, yo, para evitar cualquier intervención en su jugada final, la conquista de todos los mundos, ni más y menos. Yo y mis amigos, tamers y digimon, le enfrentamos… pero no contábamos con una cosa, era uno de los Siete Grandes Señores Demonio de los digimon, portadores de los Pecados Capitales, es decir, era alguien muy malo y fuerte, y más temprano que tarde, pronto nos hizo picadillo. La diferencia de poderes era demasiado… hubo una sola manera de ganarle, como milagro, recordé mi ascendencia divina a edad temprana. Entonces, Daemon no tuvo oportunidad, quien tendría oportunidad contra Dios. "

"Pero las cosas se complicarían, Daemon tenía un jefe, uno que lideraba a los Señores Demonio, un padre. Su nombre es GranDracmon, la fuente del mal en todos los mundos digitales, ejecutó un programa que aniquilaría todos estos mundos en un plazo de tres días, debíamos movernos si queríamos evitar el cataclismo. Ahí conocimos a los Niños Elegidos, en nuestro mundo, personajes de televisión; quedamos tan anonadados, pero ellos serían futuros activos en la guerra santa del Armagedón… mis aliados, mis ángeles. Luchamos codo a codo contra GranDracmon y sus Señores Demonio, tanto o más poderosos que el mismo Daemon, pero alguien se sumó a la fiesta, una bruja de otro mundo, Medusa, quien manipuló los hechos muchas veces para su beneficio… y no me hagan hablar de Milleniummon, la pareja dios loca de Ryo Akiyama, uno de mis amigos. El resultado, una locura total."

"¿Pero por qué cuento todo esto? La razón es muy simple, quiero dejar un registro, si es que alguien sobrevive para encontrarlo algún día. Quiero que sepan que fue lo que pasó en esos años de tribulación, no como un recordatorio funesto de las poderosas fuerzas del cosmos que juegan con la humanidad, sino como un mensaje de esperanza, uno de aliento para la construcción de un mejor futuro… No entraré en detalles de la batalla de hace cinco años, para eso está los registros de 'Exodo', si es que no han sido destruidos todavía. Lo que cuento aquí es un nuevo libro, mi propio evangelio, el Apocalipsis."

(***)

Takato no sería el único que escribiría un registro acerca de los futuros eventos, por tarea divina, esa tarea le correspondía a otro arcángel. El alma inmortal de Metatron descendió sobre el cuerpo de una niña humana hace poco más de dieciocho años, había pasado algún tiempo para que, Alice McCoy, diera cuenta de su ascendencia celestial y la tarea que debía realizar; esa tarea sería, como prioridad, registrar y archivar todos los eventos que sucederían en lo que sería la batalla decisiva, el Armagedón.

La chica de dieciocho años se encontraba al frente de su computador, colocado en un escritorio de su habitación, con plataforma corrediza como lugar para colocar su teclado y el mouse, o ratón. En el mueble, un vaso de jugo se encontraba, traído por su abuelo Roy antes de marcharse a atender asuntos importantes de la universidad donde trabajaba. Eso le permitía concentrarse en su labor, sin las constantes preguntas de su familiar que dudaba encontrar una manera simple y rápida de responder.

La pantalla de su computador emitía una luz blanca, indicios que estaba encendida y en funcionamiento, pues Alice la había prendido no hace más que unos minutos. Tomando un sorbo de su jugo, abrió la aplicación concerniente a la producción de textos, una página en blanco donde escribiría sus borradores y les corregiría.

Sabía que el plazo de paz se acabaría en pocos días, las señales ya comenzaban a formarse en el cielo. Tenía prisa por escribir un prólogo, sus ojos cansados pronto mostrarían el suceso de las ideas que comenzaron a darse, y, tan rápido como los pensamientos le inundaron, escribió en el teclado. Más o menos decía así.

"En los últimos años de los mundos, fue escrito que el Padre Celestial y su corte descenderían a la Tierra, tomando los cuerpos de sus siervos para experimentar en carne propia la vida mortal. Las emociones, las sensaciones físicas, debilidades, fortalezas, pecados y virtudes, todo aquello que daba significado al ser humano, prodigio entre todas las creaciones de Dios. Y así fue, Dios y sus ángeles descendieron a la Tierra y aprendieron a vivir como los humanos."

"Todo sería así, hasta cierto tiempo. La grandeza era un don de los seres divinos, un don que no podía negárseles, aun en su piel mortaja. Otras criaturas de la creación, provenientes de un mundo paralelo, tuvieron contacto con los iluminados; eran los digimon, los cuales fueron reflejo del mundo humano mismo, como los sueños y pesadillas de los hombres. A una edad temprana, los iluminados tuvieron que madurar más rápido que cualquier otro humano en la historia, era necesario, pues habían digimon que gestaban peligro para la estabilidad de los Universos, tales fueron los casos de Milleniummon, dios profano del Tiempo y Espacio, GranDracmon, el mal encarnado, y los Siete Grandes Señores Demonio, los cuales fueron representaciones de los pecados de la humanidad"

"En especial, GranDracmon, señor de los muertos, rey de los vampiros, fuente de todo mal, inició un cataclismo, tal como lo habían indicado los sabios de antaño. Junto a sus leales siervos, los Siete Reyes Demonio, dieron lugar a la decadencia y la destrucción, la dominación de todos los mundos. Estaba escrito que Daemon, un príncipe de la oscuridad, trataría de tomar la vida del TodoPoderoso, pero el demonio sería quien terminara perdiendo la vida; su intervención sería el catalizador para el despertar de Dios en el mundo de los hombres y, junto a él, los ángeles le siguieron en una serie de batallas contra los Reyes Demonios."

"Quienes fueron testigos de los enfrentamientos, pudieron sentir el resplandor divino y la desesperación que emanaba, correspondientemente, de Adán y su corte, y los príncipes demonio. Todos elevaron sus oraciones, momento en que la gran bestia, Ogudomon, apareció y, para fortuna de muchos, las oraciones fueron respondidas, pues la maligna bestia volvió a ser derrotada, igual que hace 10000 años, por la fuerte espada de los arcángeles"

No era mucho pero, en esencia, contenía englobado el desarrollo de aquellos tres días de incertidumbre. Tampoco es que desease escribir tanto sobre el asunto, ya que ese capítulo había sido externo a los eventos del fin del mundo, pero, al menos, era digno de mención. Aun no sabía que título poner a sus primeros párrafos mas eso vendría con el tiempo, no le preocupaba, y los detalles los puliría luego, era un borrador, después de todo.

Por ahora, podría recostarse en su cama, la cual estaba a un lado de su escritorio, y pensar en cierta reencarnación de Dios en la Tierra. "Takato Matsuki, un chico promedio que, por azares del destino, siempre se convierte en el centro de todo. Siempre importante en el esquema de todas las cosas". Se preguntaba qué era lo que el iluminado se encontraba haciendo, al otro lado del globo, en estos momentos.

(***)

Esa noche, Takato Matsuki no había dormido bien. En las últimas semanas, su mente fue invadida por infinidad de sueños y visiones en los ciclos nocturnos, como síntomas que preveían el futuro que pronto se avecinaría. Esa noche, había tenido el sueño más espantoso de todos, uno que arrancó un grito de su garganta y envió a unos alterados padres a su habitación.

- "¿Qué sucedió?" – su padre, Takehiro, pregunta con sobresalto.

- "Solo fue… solo fue, una pesadilla" – Takato habló entre jadeos, mientras, su madre le abrazaba para ayudarle a tranquilizarse.

Los adultos también sentían aquel peso de las pesadillas de su hijo único, los desvelos por los gritos de terror sin previo aviso, los cuales habían comenzado hace algunos años. Bien, ellos consideraron que era producto de la presión que producía la responsabilidad de ser un digimon tamer y, la aventura de su hijo tras el asedio a la ciudad, hace no más de cinco años, no hizo más que levantar sospechas.

- "¿Podrías decirnos de que trataba?" – su madre preguntó con cautela, temiendo, como siempre, la respuesta evasiva de su hijo.

- "Nada importante" – Takato le contestó – "No recuerdo mucho" – aunque era obvio que si recordaba, pues sus ojos vidriosos no dejaban de emitir lágrimas ante el horror de su último sueño, el peor de todos, y una clara señal de que el inminente fin se hallaba cerca.

Claro, el joven no recordaba todo en su extensión, pero retazos habían quedado tan claros, tan nítidos, los cuales le mostraban la naturaleza de un universo cruel e inhóspito y cuyos detalles nunca sería capaz de describir, ya sea por incomprensión o temor absoluto, y eso que era la reencarnación de la divinidad en la Tierra, Adán, Rey de Reyes, Señor de Señores.

Era obvio que mentía, los padres bien que conocían a sus hijos, mas no le presionarían por respuestas que serían dolorosas de poder sacar. Algún día tendrían que confrontar el tema, pero ese día no era hoy, no en su cumpleaños número diecisiete.

Era un poco más de las doce de la noche, es decir, la tierra hace poco había terminado de dar la vuelta sobre sí misma, acabando un ciclo más. Un nuevo día había dado inicio más los seres del mundo terrenal yacían en sus dormitorios, manteniendo sus ojos cerrados en la seguridad de sus hogares, ajenos de la oscuridad producto de un sol que aún no emergía en el horizonte. Apartando ello, ese día resultaba ser un aniversario, el diecisieteavo, correspondiente a su nacimiento y fuente de felicidad de sus padres y familiares.

- "Bien, trata de dormir un poco más" – Takehiro dijo, apretando el hombro del menor con suave cuidado, en un gesto reconfortador.

- "Si, descansa hijo" – Mie, su madre, habló poco después. Para, luego, darle un beso en la frente – "Llama si necesitas algo" –

Y, por último, salieron de la habitación del adolescente para cerrar la puerta tras de sí, con sumo cuidado de no hacer demasiado ruido, pero no sin antes mirar de reojo. Se lamentaron no poder hacer más ante sus profundas ojeras y aspecto pálido, tuvieron que auto-convencerse que era falta de sueño y no más, que el descanso que tomaría sería más que suficiente y que todo volvería a ser normal en la mañana siguiente. Lo que no supieron sería que ya nada volvería a ser como antes y que su hijo nunca podría volver a tener otra noche tranquila.

Takato apenas si notó que la puerta se había cerrado, ya había cerrado sus ojos para ese entonces. Desde que su madre habló, consideró sensato realizar el consejo que le habían dado, debía aprovechar pues en el futuro no creía volver a tener una noche reparadora de sueño. Además, pronto iba a cumplir diecisiete años, o ya los estaba cumpliendo, y tenía la obligación moral de celebrarlos con la mejor sonrisa que pudiera sostener, se los debía a todos aquellos que habían sacrificado tanto por su bienestar; debía tratar de olvidar lo que pasó aquel día.

(***)

Henry Wong despertó esa mañana con una expresión de profunda tristeza. En la pared de su cuarto, su almanaque le indicó que día era hoy, el cumpleaños de su mejor amigo, Takato Matsuki, y, también, ya cuarto aniversario de ese suceso que tanto le atormentaba. Pero, si de algo debía estar seguro, era que Takato y sus padres eran quienes peor la debían estar pasando.

El sentimiento de impotencia le invadió, en ese entonces no había podido hacer nada para evitar la tragedia y, aunque Ryo Akiyama pudiera retroceder el reloj, no hubiera podido hacerse mucho para cambiar el hilo de los acontecimientos. Solo entonces, en momentos como ese, se daba cuenta de la terrible carga de aquellos que debían soportar el peso del mundo sobre sus hombros.

- "Henry, baja que el desayuno está listo" – su madre interrumpió sus lúgubres pensamientos.

- "En seguida voy" – el muchacho gritó desde su cuarto.

Mayumi Wong, su madre, notó con una sonrisa la voz cansada de su hijo. Seguro, recién se había levantado; hoy no era día de escuela, así que no se molestó en lo más mínimo por el hecho. Las cosas habían parecido mejorar desde que los digimon se marcharon hace cuatro años, malditas criaturas, lo que hicieron en aquel momento no tenía perdón de Dios. La mujer no dejaba de compadecerse por lo que le sucedió a esa familia.

Desde que los digimon se habían marchado, el mundo humano no había tenido que escuchar más acerca de ataques desafortunados, no más ciudades destrozadas, no más familias deshechas, y, lo mejor, sus hijos ya no tendrían que asociarse con esas criaturas; ningún niño tendría que hacerlo.

En la cocina, escuchó la llave del agua de la regadera abrirse, Henry debía de haberse estando bañando ahora mismo. Sus pensamientos se concentrarían en su hijo, mientras que colocaba la mesa, quien había sido muy unido a esas criaturas, a una que parecía un peluche inofensivo y que había actuado como tal por un año. El día en que Terriermon se marchó, de regreso a su mundo, algo terminó por quebrarse en el corazón de Henry, claro, poco después de la tragedia de la familia Matsuki, de cuyo hijo era su mejor amigo; no solo soportaba la pérdida de un amigo cercano, sino también la culpa de no poder hacer nada para ayudar a otro de sus amigos.

Terriermon también debió de haber sentido aquella culpa, por no haber sido capaz de rescatar a alguien que necesitaba ser rescatado. Además, existía la orden del Gobierno que dictaminaba que cualquier digimon debía volver a su mundo y jamás volver a pisar este, también que las instalaciones de Hypnos debía cerrar sus puertas por plazo indefinido. No tenía otra opción que irse y, aunque lo lamentara en su interior, Mayumi pensó que esa era la mejor decisión. ¿No era su presencia, en primer lugar, la que atraía a esos digimon salvajes al mundo humano?

Claro, ella no conocía que el evento no era causa de la presencia de los digimon de los niños, de los digi-vice, o del mismo Hypnos. Eran digimon que ya se habían aliado a las oscuras fuerzas que buscaban la destrucción del mundo, los demonios que habían elegido a la familia Matsuki por el destino que guardaba su descendencia. Por supuesto, ellos habían ocultado a sus padres todo acerca de la guerra del Armagedón y los horrores que esta traería.

- "Mamá, ¿Estas bien?" – Suzie, la menor de la familia, le preguntó con aire de preocupación.

Últimamente, Suzie había encontrado a su madre, en reiteradas oportunidades, en momentos profundos de reflexión. Lo mismo sucedía con su padre y su hermano mayor. Ninguno de ellos había vuelto a ser el mismo desde que eso pasó.

- "Sí, estoy bien" – Mayumi respondió a su hija – "Ahora siéntate que el desayuno se enfría" –

Mientras, su esposo, Wanyu, y su hijo, Henry, ya ocupaban sus lugares correspondientes en la mesa. De ahí en más, el desayuno se llevó a cabo en un insoportable silencio, a razón de la chica, cada uno de ellos, tan sumidos en sus pensamientos. Sabía lo que ocultaban en sus mentes y entendía por qué lo ocupaban; de vez en cuando, ella extrañaba la presencia de Lopmon en su vida.

Pero había otro tema, y ella lo sabía, el rostro de su hermano se lo decía.

- "Con que hoy es su cumpleaños" – Suzie había hablado sin darse cuenta, lamentablemente, tenía la pretensión que quedará solo como un pensamiento – "Lo siento" –

Y, apenada, bajó su cabeza, había dicho algo indebido. Pero desde cuando era su culpa, hablar de un cumpleaños no debería ser un tema tabú, era un momento de alegría, para celebrar la vida. Sin embargo, no es que ella pudiera hacer algo al respecto, de hecho, nadie podía.

- "Así es" – Henry hablaría, luego de un corto silencio, con voz calmada – "Lo hablamos con los muchachos y con él. Estamos de acuerdo en celebrarlo en la casa de la abuela de Rika por la tarde, lo hacemos por ayudarle" –

- "¿Se quedarán?" – su padre preguntó, tomando su café por sorbos.

Henry asintió.

- "¿Ya empacaste?" – Mayumi preguntó después, obteniendo como respuesta el mismo gesto que el chico había dado a su padre – "Muy bien, tienes que llamar" –

- "Mamá, mamá" – entonces, Suzie exclamó con insistencia – "¿Puedo ir?" –

- "No sé, pregúntale a tu hermano" –

- "Henry, ¿Puedo ir?" –

- "Está bien, Suzie" – fue la simple respuesta de su hermano pero, que en ella, esbozo una enorme sonrisa, - "¡Qué bien! Pero tendré que comprarle algún regalo" –

- "Henry, ¿podrás acompañarla?" – Wanyu le pidió a su hijo, como gran favor.

- "Claro, aún tenemos tiempo antes de la reunión" –

Pronto, todos terminarían de comer y los dos hermanos saldrían por la puerta del frente. Wanyu saldría poco después para trabajar, como todos los días, y la mujer, Mayumi, quedaría en casa para limpiar los platos. Era la rutina, a excepción de que Henry se hubiera postulado para acompañar a su hermana menor en su propósito de hacer compras, de siempre; mas ninguno de ellos conocía que ese día sería el último a que se pudieran pegar a su rutina.

(***)

Suzie no sería la única persona que estuviera haciendo compras para un regalo de cumpleaños. Jeri Katou, la chica que había alcanzado sus diecisiete años no hace más que unas semanas, se preparaba para salir de su casa y buscar algo apropiado para obsequiar a aquel muchacho que tanto perpetuaba sus sueños. Tan sólo debía colocarse los zapatos y, en la salida de su casa restaurante, su padre le saludó.

- "Jeri, ¿Ya te vas?" –

- "Si, tengo que comprar un regalo por un amigo esta tarde, ya te lo había contado" –

El mayor hizo memoria y con un gesto sonoro se acordó de aquella conversación, acerca del chico que había nacido en esta fecha hace diecisiete años, contando desde ahora. Le recordó con cariño el tiempo, en el cual Takato, si no más recordaba su nombre, había apoyado y defendido a su hija cuando él, su padre, había dado la espalda en circunstancias tan complicadas. Ahora un hombre se había convertido ese muchacho, y era el tipo de hombre que quería para su princesa, por supuesto, se había enterado por voz de su mujer, que el chico gustaba de ella en esos tiempos, quien sabe a esta edad.

- "Takato, ¿verdad?" – el hombre dijo – "Sabes, espero que los dos no se aloquen esta noche. Sé que es su cumpleaños pero…" –

- "¡Papá!" – Jeri exclamó con vergüenza – "No es lo que piensas" –

- "Claro" – el aludido contestó, en un tono de querer molestar a su hija.

- "Sabes, papá, se me hace tarde" – y, cuando estuvo a punto de marcharse.

- "Pero me parece buen momento de tener esa charla" –

- "¿Cuál charla?" –

- "Uno de padre a hija, acerca de la adolescencia y todo lo que viene con ella, sobre todo la parte que viene con los chicos" –

- "Adiós, papá" – Jeri exclamó con expresión plana, ahora no tenía tiempo de eso, no creía que tuviera tiempo de ello en el futuro, de todas formas.

Ya saliendo del restaurante donde vivía y trabajaba, de vez en cuando, pudo escuchar la voz de su padre riendo a carcajadas; como le gustaba hacer eso pero, bueno, no hay problema con ello, era su trabajo como padre después de todo.

El centro comercial no quedaba muy lejos, tan solo a unas estaciones de tren, y el tren iba deprisa. Pero contaría con el tiempo suficiente para pensar en que darle, que cosa le gustaría a Takato que le regalasen en su día. Sus pensamientos se concentraron en el chico e, irremediablemente, recordó lo que pasó hace cuatro años y, con ello, la carga que debían soportar como los ángeles, los protectores del mundo; solo pudo concluir una cosa, "¡Esto es injusto!". ¿Por qué debía ser él? ¿Por qué tenía que ser el afectado? Ni siquiera había comenzado la guerra profetizada. Claro, era Adán, un blanco muy tentador, pero, entonces, por qué no había sido ella atacada también, o Hirokazu.

Ella era la encarnación de Miguel, el arcángel que expulsó alguna vez a Lucifer del paraíso, había más que motivos suficientes para que los demonios fueran tras ella. Incluso, Kamael, el gran general, hubiera sido un blanco aceptable, mas el destino tenía un cruel sentido del humor. Se culpaba a sí misma, por no llegar a tiempo, por no lograr defender a un amigo tan importante para ella. Ahora, había un daño irreparable y se consideraba la culpable de ello.

- "¡Jeri!" – arrebatada de sus deprimentes pensamientos, volteó para ver a Rika correr hasta ella. – "¿Qué pasa? ¿Estás bien?" –

- "Si, tan solo pensaba" – Jeri le contestó con un suspiro cansado.

- "Parece un día de tragedia, arriba los ánimos" – Jeri pudo haberse echado a reír, pero la expresión de mudez fue lo que ganó.

Podría decirse que se encontraba sorprendida, Rika no era una de las personas que mejor se le daban las palabras de apoyo, era muy difícil y no muy probable que lo intentase, por mucha razón, la aludida no hizo más que girar su rostro molesta mientras intentaba ocultar, sin éxito, su sonrojo; eso por no haber conseguido el resultado que deseaba.

- "Vamos, no te molestes, Rika" – Jeri dijo, con tal de disminuir la creciente ira de su amiga.

- "Pero, es que estas cosas no se me dan" –

- "Lo sé, por eso lo apreció muchísimo. Tienes razón, no tenemos por qué estar deprimidos este día, es el cumpleaños de Takato y eso es todo lo que importa" –

- "Bien" – Rika habló momentos después, con una pequeña e imperceptible sonrisa – "¿Qué estabas haciendo por aquí?" –

- "Estaba a punto de comprar un regalo para Takato" –

- "¿Te acompaño?" –

- "Está bien, me vendría bien tu ayuda" -

Y, de esa forma, ambas chicas entraron dentro del centro comercial. De la misma forma, juntas llegarían al lugar donde se llevaría a cabo la celebración, la casa de Rika.

(***)

El sol comenzaba a ponerse sobre el horizonte, plasmando en el cielo una tonalidad anaranjada, roja y amarilla, la cual iba menguando con el paso del tiempo para dar lugar a la oscuridad de la noche. Mientras esto sucedía, Takato ya había llegado a la casa tradicional de su amiga donde, se supone, todos sus amigos iban a reunirse.

En la entrada, la señora Seiko, la abuela de Rika, le recibió con una sonrisa e indicó que pasara. El chico aceptó la invitación, recordando el consejo de sus padres, divertirse y tratar de olvidar lo que sucedió hace más que unos cuatro años. Una vez adentro, la amable señora le dirigió hasta el jardín que tanto se esmeraba en cuidar. En ese lugar, ya se encontraban varios de sus compañeros de aventuras.

Kenta Kitagawa jugaba una partida de cartas digimon junto con Kazu, algo que no pasaría de moda en los gustos de ambos muchachos, sin importar la edad que tuviesen. Claro, Hirokazu no escatimaba en herramientas, como el gran estratega Celestial, en los cuales siempre terminaba por humillar a su mejor amigo; lo que se evidenciaba por el quejido de Kenta, de una derrota más contra el ingenio de Kamael.

Henry había venido con Suzie, su hermana menor, quien de inmediato se acercó para saludarle. Suzie había de estar ocupada platicando con la madre de Rika, Rumiko, acerca de cosas de chicas. Mientras, ambos amigos se ponían al día con cosas banales, como la escuela, los proyectos para el futuro, la familia (aunque Henry no indagó mucho en ese campo y Takato no compartió demasiado). Pero hubo algo más de lo que hablar.

- "Entonces, te debes estar preguntando cuándo ocurrirá" –

- "No creo que sea momento de hablar de eso, Takato" – Henry dijo, de forma reprobatoria – "Hoy es tu día, tu, lo que debes hacer, es relajarte y no más. Ya habrá tiempo después para que pienses en el fin del mundo" –

- "Lo sé, pero, ¿no te da curiosidad?" –

- "Pueda que un poco" – Henry admitió – "Hay muchas cosas que quiero preguntar… después de todo, el fin del mundo de mucho de qué hablar" –

En ese momento, Takato le observaba con una sonrisa suave, con una expresión de orgullo bien disimulado. Se enorgullecía de tenerle como amigo, y, por esa confianza que habían construido los dos juntos, era por lo cual era la única persona que le podía pedir el siguiente favor. Henry lo notó en su rostro, al ver como este se endurecía y mostraba una cantidad de seriedad, muy poco habitual en quien había sido un chico feliz y despreocupado.

- "Será, que cuando llegue el momento, tú me podrás hacer un favor" – Henry no dijo nada, expectante a las siguientes palabras que pudiera emitir su mejor amigo – "Cuando la batalla comience, yo tendré que marcharme, no estaré ahí para cuidar de mis padres, de mi familia, de los muchachos…" –

- "¡No digas ni una palabra!" – Henry le interrumpió, con tono de indignación, conociendo el significado de aquellas palabras.

- "Pero, Henry, esta guerra… yo no podré" – lentamente las lágrimas comenzaban a bajar de su rostro – "… al menos quiero que ellos tengan sus últimos momentos en paz, con alguien que los resguarde. Tu eres el único que puede hacerlo, tu eres mi esperanza" –

- "Está bien" – Henry contestó con tartamudez, al no poder aguantar la tristeza de Takato – "Hare lo que pueda" –

En ello, Takato saltó a sus brazos, en un gesto agradecido y buscando el consuelo que necesitaba. Henry no se negó, sin embargo, sus pensamientos le hacían perder contacto con la realidad, todo por la promesa con la que acababa de comprometerse, la cual podría abandonar, pues… ¿cómo dejar sólo a quien era su mejor amigo? A quién ya había fallado una vez. Después, no demorarían en separarse.

Los demás ya los esperaban con impaciencia, algo extrañados y enternecidos por la escena que acababan de presenciar. Dejando a un lado la vergüenza, Jeri, quien había llegado hace poco de hacer sus compras, y en compañía de Rika, los llamaba a todos para partir el ponqué, el cual sería suficiente para todos los comensales de esa noche.

- "Takato, acércate" – Jeri le llamó con entusiasmo.

- "Ya voy" – con timidez, el muchacho se acercó hasta donde estaba ella. Entonces, Jeri tomó el cuchillo que usaría para cortar el pastel, con una mano, y, con la otra, tomó la mano de Takato, quien se sonrojó por aquel gesto (cosa que no pasó inadvertida por Rika y Ryo, los cuales llevaron sonrisas traviesas en sus rostros).

Jeri juntaría sus dos manos, mostrándole cual iba a ser el cometido, que entendió con prontitud. Takato empuñaría el mango del instrumento de cocina en consecuencia y, dejándose guiar, ambos muchachos hicieron los primeros cortes. Luego, todos los presentes celebraron con confeti y demás. Takato se sorprendería cuando notara al responsable de disparar un cañón de serpentinas, justo encima de su cabeza; Rika le miraba con el significado de haber cumplido con su pequeña venganza pues, hace algunos años, las posiciones habían sido contrarias, recuerdo que esbozó una sonrisa sincera en el joven, una que no había mostrado en mucho tiempo.

La bebida y la comida fueron repartidas en un ambiente de alegría, uno que permitía que los malos recuerdos quedaran atrás, momentáneamente, uno en el que no tendría que pensar en el devastador futuro que les aguardaba. Ahora lo importante era el aquí y el presente, la compañía y la lealtad; por un momento, ese fue el mundo que Takato Matsuki deseó que durara por la eternidad. Pero, como ya se había dicho antes, el destino tenía una cruel forma de manifestarse.

En medio de las risas y los chistes, su rostro se contrajo en una mueca de horror y tristeza, lo cual fue suficiente para detener la celebración. Los adultos y los jóvenes, extrañados por la repentina actitud, miraron al punto en el cielo que era observado con insistencia por Takato. Todos notaron una formación de estrellas, las más brillantes del firmamento, que nunca antes habían visto; de todos ellos, solo tres pudieron desentrañar el verdadero significado. La expresión de tristeza y desolación fue mucho más que entendible, una que pronto adoptaron Jeri y Hirokazu.

La guerra del Armagedón, profetizada por los milenios, había dado inicio. Las estrellas no mentían, el plazo de paz se había acabado y para Takato, trajo horribles memorias de lo que él y su familia acontecieron hace cuatro años. Sus labios pronunciaron el nombre de aquel que se había perdido en la oscuridad, como un susurro que solo la luna podría escuchar.

(***)

En la playa de aquel tenebroso mundo, uno en que sólo los demonios y las pesadillas les eran permitido existir, y cerca de la línea que lo dividía con las misteriosas e impronunciables profundidades del abismo marino, cuya única fuente de sonido fue el suave rompimiento de las olas en la orilla, se halló una carpa hecha por una seda que no existía en el reino de los hombres y los digimon, sino de un material que provenía de un mundo antiquísimo, tan viejo como el mismo Universo.

Aquella carpa se encontraba abierta, dejando entrever lo que contenía en su interior. Fue una pequeña mesa sostenida por una plataforma de oro puro, cuya superficie era de cristal inmaculado; sobre esta, había un sándwich y una taza de té, de los cuales, el primero ya tenía un gran mordisco. Al frente, un niño de pelo castaño se encontraba sentado sin ningún tipo de preocupación, pese a los peligros que traía consigo el Mar de las Tinieblas, su seguridad era resguardada por dos SkullSatamon vigilantes y, de no ser así, había muy pocos seres en ese mundo que podrían suponerle una amenaza.

El chico, cuya edad sería de cinco años pero aparentaba ser uno de doce y cuya inteligencia ya era la de un adulto maduro, erigió su mirada al cielo sombrío, donde se llevaba a cabo el mismo espectáculo que presenciaban todos los mundos, la formación de aquellas estrellas que indicaban el inicio de un nuevo ciclo, el Armagedón, y las cuales elevarían la ciudad profana de R'lyeh de las profundidades de las pesadillas, donde sus espantosas deidades serían libres, sin ningún tipo de ataduras impuestas por los Arquetípicos.

- "Ha acabado el tiempo para todos los mundos" – el niño dijo con mirada hipnotizada. Lentamente, una sonrisa torcida se dibujó en su rostro – "He esperado cinco años por ti, hermano. Ahora ese tiempo ha acabado y muero por verte de nuevo" –

Aquellos SkullSatamon sintieron un escalofrío recorrer su espalda, uno que ni siquiera sus generales, los Reyes Demonio, pudieron llegar a provocar. La razón era simple, pues ese niño era el mal encarnado, el Diablo en la tierra, y solo sabe Dios sobre sus oscuras pretensiones y los planes que ejecutará para ello.

Fin del Capitulo

Publicaré algunos capitulos, los iniciales de la continuación de Digimon Exodo. Aunque este trabajando en ambos, al mismo tiempo, este fic no espoleara mucho acerca de lo que acontece en Digimon Exodo, a excepción que, en este capitulo revelé que Jeri Katou es otro de los diez arcángel, el príncipe Miguel, ni mas ni menos. A parte de eso, espero que ambas historias sean de su agrado, espero que comenten.

Saludos, atentamente, LGDA2TF.