El joven mago Sirius Black no veía el momento de largarse de casa. Esperaba y esperaba, cada minuto le parecía un siglo. Llevaba todo el verano aguantando a su madre, la cual amenazaba con morirse cualquier día de esos a causa de los disgustos que le daba (cosa qué, en su opinión, no hacía para fastidiarle) y a su odiosa prima Bellatrix, que se había pasado la mayor parte de las vacaciones buscando maneras de humillar a Sirius en público y hacer que le castigaran. Este no hacía caso, por descontado, pero siempre era divertido "confundir" el champú con alguna extraña poción, y hacer que a su adorable primita le creciera el pelo verde o esconder serpientes entre su ropa. Pero dejando de lado los frecuentes intercambios de insultos en la mesa, y las escapadas con James a altas horas de la noche (en las cuales alborotaban a toda la población femenina del vecindario), Sirius no había hecho mucho más en todo el verano. Bueno, en realidad sí que lo había hecho. Había pensado. Sirius Orión Black, miembro de la honorable familia Black, con las mejores notas junto a James, el físico más impresionante y la personalidad más egocéntrica de Hogwarts. Uno de los Merodeadores, tenía el récord en salir con quien quisiera cuando quisiera, y hacía lo que le daba la gana. Si James empezaba una broma, Sirius la terminaba y viceversa. Nunca les pillaban, y gozaban de buena fama tanto entre los chicos y chicas de su edad como con los profesores, quienes aseguraban que tenían talento innato. Ese era él, y lo tenía todo. Para él, todo era un juego del que se cansaba rápidamente si no suponía un reto. Y por esa misma razón, sentía que le faltaba algo. Algo que nunca había tenido, que quería con ganas… ¿Pero qué? Se dio la vuelta en la cama, molesto. Fuera lo que fuera, lo conseguiría ese año, se dijo. Tal vez con un poco de suerte… Suspiró y miró el reloj. Dentro de nueve horas y cincuenta y cinco minutos exactamente estaría con James y los demás en el andén, a la espera del tren que los llevaría al comienzo de un nuevo curso en Hogwarts. Cerró los ojos. Volvería a ver a Remus, y a James… Alargó la mano hacia la mesita de noche, apagó la luz y esperó hasta que se quedó dormido.
