Los pasillos cada vez están más oscuros en el hospital. Las salas, se inundan de lamentos de enfermos, de últimos latidos de corazones que un día bombearon fuerte, de familiares que visitan a sus parientes con la esperanza de que por Navidad, estén de nuevo en casa. No sé qué hacer, ando por los pasillos aguantando ese ambiente desolador, rodeado de muerte. Paseo por las puertas de las habitaciones, y el pitido de las máquinas se clava en mi sentido, como si quisiera decirme algo. Me paro en frente de una de las habitaciones, en la que no escucho ningún ruido. Miro hacia adentro, y una chica, más o menos de mi edad, yace tumbada y con los ojos cerrados. No sé qué hace aquí, es demasiado joven para estar en esta planta. Me decido a entrar en su habitación, cerrando la puerta a mi paso. Tiene el pelo negro, con la tez tostada, unos labios rosados y unas largas pestañas. Me siento a su lado encima de la cama, y veo que el médico que la trata se ha dejado sus informes aquí. Los cojo y los ojeo un poco. Santana López, veintiséis años. Está en coma, pero no pone ningún tipo de causas. Dejo de nuevo los informes donde los he cogido antes, encima de la silla y vuelvo a mirar a la chica. Ninguna expresión en su rostro, solemnidad. Entonces, la tomo de la mano. Su temperatura corporal choca con mis frías y pálidas manos, que agarran la suya. Tan joven, ¿qué le habrá pasado? De repente, y casi sin esperarlo, su mano se aferra sobre la mía, haciendo que me sobresalte al sentirla. Aprieto su mano, y ella lo hace con la mía. Me levanto de la cama, pero no suelta mi mano. Sus ojos comienzan a abrirse, haciéndose aún más enormes que antes. Sus ojos entrecerrados me miran, con la boca entreabierta. Intenta hablar, pero la paro poniéndole el dedo encima de sus labios.
La tarde transcurre, y me sacaron a rastras de la habitación de aquella chica. Santana López… Santana López. Me sonaba ese nombre, me retumbaba en la cabeza.
-Quinn.-Me dice una voz desde la puerta de la sala. Levanto la cabeza del periódico que ojeaba.-La chica quiere verte. –Asiento y me levanto yendo hacia la habitación de la chica. Santana López. No me lo podía sacar de la cabeza, pero aun así, entro en su habitación. La chica está incorporada, con el pelo un poco alborotado, pero en mi mente se reproduce la frase: "esta chica, es realmente preciosa". Entro en la habitación, igual que antes, cerrando la puerta. La chica se me queda mirando, hasta que me siento en la silla que hay a su lado, donde antes estaban los informes.
-¿La conozco?-Me pregunta mirándome atentamente. Niego, y acerco mi silla a la cama.
-Soy la doctora Fabray.-Digo echando mi flequillo a un lado, mientras no aparta la mirada de mí.-Lo que no comprendo es… Cómo te has despertado de un coma así.-Le digo frunciendo el ceño.
-No sé ni quién soy, voy a saber cómo me he despertado de un coma.-Replica cerrando los ojos y apoyando su cabeza contra la pared. Resopla y se lleva las manos a la cabeza.
-Eh, escúchame.-Le digo sentándome a su lado, bajando sus manos de la cabeza haciendo que me mira. Clava su mirada en mí, mirándome sin parpadear. Tiene los ojos más negros, profundos e impactantes que he visto en toda mi vida.-Suele pasar que al despertar así no recuerdes nada. Eres Santana López, aquí pone que eras una parte importante de una gran empresa en Los Ángeles pero.. Te despidieron.-Digo haciendo una pausa, y volviendo a mirarla a los ojos, mientras niega. Era una chica preciosa, y me pregunto, ¿estoy mirando a una chica? Lo normal sería que me fijara en su hermano, en su novio, pero no… La estoy mirando a ella.
-No me acuerdo de nada.-Dice agachando la cabeza.
-Escúchame, no pasa nada. Esto lleva su tiempo.-Le digo cogiéndola de la mano, esa mano que antes me había apretado la mano hasta que le había hecho caso. La puerta se abre de repente, y una voz me llama para que salga fuera, dejando a la chica dentro de su habitación.
-Doctora, no tiene a nadie.-Dice el enfermero, mirando su informe. Me pongo las manos en la cintura, y miro hacia la puerta de su habitación.
-¿Cuánto tiempo lleva aquí?-Le pregunto.
-Dos semanas, doctora, y nadie ha preguntado por ella desde entonces. Ni tiene hermanos, ni padres, ni está casada. Además, le embargaron su casa.-Concluye el enfermero, que se va por donde ha venido. Me apoyo en la pared, y decido entrar de nuevo en la habitación con la chica. Me mira, viéndome cerrar la puerta, y me siento de nuevo a su lado.
-Por su cara no creo que sean buenas noticias.-Dice haciendo su mirada aún más penetrante que antes.-¿Qué tengo?
-No es sobre tu salud, Santana.-Le digo. Se tranquiliza un poco y se permite echarse de nuevo en el respaldo de la cama.
-Oh, entonces es sobre… Mi vida.-Afirma arqueando una ceja. Ese gesto me parece provocativo, me aclaro la voz y consigo seguir.
-Sí, emmh… Lee esto.-Digo dándole el informe donde viene toda su vida. Se queda mirándolo unos segundos y me lo tiende en la mano.
-Vamos, que estaba igual que ahora mismo, sin recordar nada, sin sentimientos… Y sin casa.-Dice devolviéndome el papel. No me esperaba esa respuesta, pero asiento. Una idea se me pasa rauda por la cabeza, sin siquiera pensar la suelto.
-Ven a mi casa.-Le suelto. Queda sorprendida y al principio tartamudea un poco antes de contestarme.
-¿Debería?-Pregunta.
-No tienes otro sitio.-Digo poniéndome de pie, y metiendo mis manos en la bata.
-Confío en ti.
