Un saludo a todos y todas. El fict que viene a continuación es mi primera publicación en éste Fandom, espero les guste OwO

La idea me llegó tras escuchar "Tears of an angel" de RyanDan, y recordando un poco dichos de mi familia

Para no dar largas al asunto, éste es un fict de tres capítulos, contiene Sirius/Remus (BL, Yaoi, SLASH, relación ChicoxChico, romance entre dos hombres), así que si no les agrada este tipo de cosas, por favor absténganse de leer. A los demás, espero disfruten de la historia ^^

Y claro, creo que sobra decirlo pero… los personajes pertenecen a J.K. Rowling


Papel Desperdiciado, Los Ángeles Lo Lloran

Una mirada furtiva, una sonrisa cómplice, los gritos de cierto Slytherin de cabello grasoso al otro lado del pasillo y, finalmente, una risa colectiva por parte de cuatro mejores amigos. Así pasaban sus días James "Cornamenta" Potter, Peter "Cola-gusano" Pettigrew, Sirius "Canuto" Black y Remus "Lunático" Lupin, los tres merodeadores, los auto-nombrados reyes y señores de Hogwarts, colegio de magia y hechicería.

Era un tiempo pacífico, maravilloso y feliz, una época donde todas las preocupaciones se reducían a no perder materias, a ser jóvenes, ser geniales, ser amigos unidos. Cada uno de los cuatro merodeadores tenía, al igual que todo adolescente, sus problemas y dudas, pero nada que no superaran con una cerveza de mantequilla y una tarde de bromas o quidditch. Aún cuando diferían en ciertos aspectos de su personalidad, cada uno de ellos quería al otro como a un hermano. Por supuesto, hasta entre los hermanos puede haber traiciones, basta con mirar unos años más adelante para saber que la acción de uno y unas circunstancias desafortunadas bastaban para desencadenar muertes, llantos y una tristeza impensable. Pero como he dicho, por ese entonces no se pensaba en cosas como esas.

En aquel entonces los problemas eran diferentes, y esa noche en particular el problema que ocupaba la mente de Remus tenía nombre propio. El problema de Remus esa noche lluviosa requería de altos niveles de concentración, muchos intentos de organización y, claro, varias hojas de papel con ideas que podrían dar solución a ese problemita. A lado y lado de la cama del prefecto, rodeándolo como extrañas flores de pétalos arrugados, había bolas de papel de todos los tamaños. Manchas de tinta grandes y pequeñas, tachones alargados o muy cortos, todas señas claras de que lo escrito en esa hoja no servía, que no funcionaría.

El hombre lobo arrugó en su mano otra hoja de papel y la dejó caer a un lado. La frustración que sentía se manifestaba en todo su cuerpo, en sus adormilados ojos dorados, en su dolorida espalda que hacía horas le estaba pidiendo un cambio de posición, en su carita pálida y necesitada de descanso. Todo su cuerpo manifestaba más agotamiento del usual y las cicatrices que le surcaban la piel le daban una apariencia aún más lastimera en aquel estado.

El castaño estiró los brazos y retomó su actividad. Escribió un largo párrafo con una hermosa caligrafía, una gramática perfecta y sin error alguno de ortografía. Lo leyó una, dos, hasta tres veces y gruñó con rabia al ver que, nuevamente, no lograba encontrar las palabras correctas para describir perfectamente lo que necesitaba describir. Arrugó el papel, de nuevo, ahora con más rabia, clavando los dedos en él con tal fuerza que lo perforó antes de gruñir, hacerlo bola y tirarlo con ira contra la pared más cercana.

-Eh… ¿Lunático? ¿Estás bien? – Llamó una voz encantadoramente desconcertada. Cuando Remus levantó la vista se topó con unos ojos grises que lo observaban como quien ve a un perro perseguirse el rabo. El rostro de Sirius era la más perfecta mezcla de diversión y confusión que se hubiera visto en la historia de Hogwarts.

A pesar de que el tono de voz con el que lo había llamado era de burla, se notaba una cierta preocupación muy auténtica por ver a su amigo en ese enfurruñamiento tan cómico. Porque bueno, Remus no era de los que se alteraban así por cualquier tontería menor. Sirius se felicitó mentalmente por haber distraído a Lunático de lo que fuera que estuviera haciendo, prácticamente ya se le veía de mejor humor. Y no se equivocaba, pues como uno de los más queridos amigos de Remus, Canuto tenía la facultad de mejorarle el humor con un comentario cualquiera.

Sirius Black era por muchas razones el más querido amigo de Remus J. Lupin. Lucía y era fuerte, era confiado, era condenadamente imprudente y estaba algo loco. Siempre impulsaba al castaño a hacer cosas que solo no se hubiera atrevido, lo instaba a romper las reglas en nombre de la diversión y a aceptar la ayuda de sus amigos con el problemita que tenía cada noche de luna llena. Y tenía, además, esa facultad de irradiar alegría cuando era más necesario, de ser sensual cuando una mujer le gustaba, de hacerte sentir que tus problemas son un chiste, pero al mismo tiempo darte a entender que te comprende de una u otra forma y que estará allí para ayudarte. Era la más cuerda de las demencias, un hombre leal con sus amigos, la clase de chico que desde joven quería tomar riendas de su destino y que no le importaba ser rudo para defender aquello en lo que creía pero igualmente era cariñoso y de gran corazón. ¿Cómo no querer a alguien como Sirius Black? ¿Cómo podía Lunático resistir al encanto del gran Canuto? ¿Cómo resistir al encanto del héroe aventurero que irradia luz solar y domina tanto el cielo como la tierra?

No es que Remus no fuera fuerte, leal, valiente o de principios claros. No, sólo que en Sirius todo eso se convertía en una fuerza magnética y potente que le brotaba por cada poro del cuerpo, la fuerza de un tornado que te atrapa y no te deja salir. Sirius era un héroe de sol, temerario, bravo y decidido a dominar los cielos con su escoba, a iluminar cavernas oscuras y convertir en sol la luna. Remus debía aceptar que hasta ahí estaba todo bien, que Sirius era un demente genial que lo hacía rabiar tanto como lo hacía reír, y que se querían tal cual eran, que eran ante todo amigos y que harían cualquier cosa con tal de ayudarse el uno al otro. Eran merodeadores, podían confiarse cualquier cosa.

Pero ese problema no era de los que le podía comentar al pelinegro. Aquel problema en particular era más suyo que el mismo problema de ser un hombre lobo, era más secreto que la dotación de chocolates que mantenía fuera de la vista de Peter, y lo hacía sentir más ansioso de lo que James se sentía cada vez que Lilly Evans le mandaba esas miradas que oscilaban entre la rabia y el cariño. Era una aventura que debía vivir solo, sin héroes de sol, ni embrujos aprendidos en clase de defensa contra las artes oscuras, ni merodeadores a la vista.

-Sí, no me prestes atención – Mintió con una sonrisa. Remus no estaba bien, no podía estarlo con ese problema a cuestas.

-¿Seguro? Te ves muy tenso… ¡Vamos, déjame ver qué tanto escribes! – El animago se precipitó sobre su amigo e intentó tomar el papel inmediatamente. Canuto atacaba como bestia o como perro juguetón que no mide su fuerza. Se arroja con la determinación del caballero que se avienta al dragón, le hace cosquillas a Lupin, lo golpea y le tira del cabello en un intento por someterlo con fuerza.

-¡No! – Exclamó Remus mientras trataba de salvar el texto. No podía permitir que Sirius viera las tonterías que estaba redactando, tenía que…

Tenía que sacrificar para ganar. Sirius lo atacaba, él se rendiría y así ganaría. Era necesario que tirara su mayor progreso en redacción al tintero. Y así lo hizo, generando un gruñido molesto por parte de Canuto, quien además comenzó a insultarlo de manera afectuosa mientras le daba un golpecito en la cabeza, no muy fuerte ni muy brusco, como el mordisco que se dan los cachorros jugando.

Con todo aquel forcejeo, Remus no había tenido tiempo de notar que tenía a Sirius encima, apoyando las manos a lado y lado de la cama, rodeándole las caderas, con el rostro muy cerca del suyo. Por eso cuando se dio cuenta se sonrojó con más fuerza de la que hubiera querido, tembló y no supo cómo reaccionar. Porque Sirius hacía lo que hacía con la inocencia del que está convencido de tener un amigo y nada más que un amigo; en cambio, lo que Remus veía era una cruel jugarreta del destino que intentaba por todos los medios hacer que su secreto saliera a la luz, que su problema empeorara. El problema de Remus, tal como decían las palabras bajo los tachones de tinta en las hojas arrugadas era Sirius Black.

Sirius Black y su aliento en el cuello. Sirius Black y sus ojazos azules. Sirius Black y sus caderas tan peligrosamente cerca

Sirius Black, Sirius Black, Sirius Black

-Hombre, ¿Qué acaso estás planeando cómo tomarte el mundo mágico o algo así? ¿Qué demonios estás escribiendo que no me lo puedes mostrar? – Se quejó Canuto con curiosidad insatisfecha, en tanto se levantaba y rebuscaba en vano un papel escrito y no tachado.

-Sólo estoy tratando de resolver algo de la tarea de pociones

-¡¿Era eso? ¡SÓLO ESO! – Black dio un empujón a Lupin como reflejo ante una respuesta tan estúpida – Amigo, no te pongas salvaje por algo tan tonto como una tarea de pociones. Faltan dieciocho noches para la luna llena, así que no aúlles antes de tiempo – Bromeó el de ojos grises y soltó una de sus contagiosas carcajadas perrunas. Sirius era un tipo listo y sabía que la escuela era importante, pero jamás entendería porqué Remus se tomaba todo tan enserio – ¿Qué respuesta no tienes? Creí que ya la habías acabado…

-No es que no la tenga, es que no sé cómo redactarla – Aclaró Remus en un intento de distraer la atención del hecho de que había terminado esa tarea hacía tres días. Simultáneamente contestó confesando sin confesar su secreto, su problema con solución dada y tan difícilmente aceptada.

-Ok, si necesitas ayuda dime… – Con el rudo aprecio tan típico de Sirius, el animago se despidió de su amigo con una fuerte palmada en la espalda. – ¡Oh, por cierto! – Antes de retirarse, Sirius buscó en su bolsillo, sacó un lápiz y se lo entregó a Remus – Mejor usas esto mientras aclaras tus ideas.

A paso rápido, Sirius tomó una bolsa de su mesita de noche y salió a toda prisa murmurando algo sobre lo divertido que sería ver a Quejicus con orejas de conejo. No se quedó más tiempo porque sabía que Lunático había acabado esa dichosa tarea hacía tres días, era consciente de que le ocultaba algo; y aunque le dolía en el alma que su amigo no le confiara lo que fuera que le estaba sucediendo, no deseaba forzarlo a confesar nada. Lunático tenía derecho a tener privacidad. Y Sirius, por más héroe solar, impetuoso, valiente y alocado, era capaz de reconocer cuándo había que retroceder. Sirius detestaba admitirlo, pero Lunático era un chico con secretos…

-Igual que todos, Lunático, igual que todos – Murmuró Sirius recostándose contra una pared. Tenía en la mano uno de las bolas de papel, la había recogido y desdoblado y sabía que bastaría un hechizo para saber qué decía antes de ser desechada. –… pero…

El animago sacó su varita y apuntó al trozo de papel. ¿Y si era algo serio? ¿Y si Remus estaba metido en algún lío? La curiosidad lo mataba, le quemaba por dentro y le martillaba en la cabeza con golpes que sonaban a "Léelo, léelo, léelo". El instinto de héroe solar le escocía las entrañas, le exigía echar luz sobre el misterio, embarcarse en la aventura y rescatar al amigo cautivo. Y aún así, quemó el papel en cuanto vio la mano de James asomarse a través de la capa de invisibilidad, y le mintió a su mejor amigo sobre qué era ese papelito. "Una carta de amor de una Slytherin, *iak*"

Si Sirius hubiera seguido su instinto de perro rastreador, de héroe atrevido, y si tan sólo hubiese decidido violar la privacidad de su amigo, hubiera descubierto palabras de amor. Una frase corta con el mismo significado que tenían las otras frases y párrafos escritos y olvidados en ese campo de flores de papel. Papeles desperdiciados, todos con diferentes palabras y el mismo mensaje.

"Sirius, te amo"

Esa noche pareció que la intensidad de la lluvia aumentaba con cada papel que Remus recogía y metía en la caneca de basura. Y el cielo lloró con fuerza mientras ese papel era quemado. Cada ángel lloró por el papel desperdiciado, por las palabras de amor desperdiciadas.