Un grito y luego, repentinamente, un golpe. El techo de la sala se estremeció ante esto y la lámpara se agitó levemente, haciendo que los cristales chocaran uno contra el otro, produciendo una suave música. Tres segundos después, otro alarido desgarrador.
Los sonidos habían sido evidentes, pero ninguno de ellos se sorprendió al escucharlo. Dos de ellos, estaban acostumbrados. El otro, lo veía venir.
La señora Lupin sirvió otro poco de té en las tres tazas, que nada tenían que ver una con la otra. Desde hacía algún tiempo que ningún juego de porcelana duraba entero en esa casa. Pasó una a su marido, que se sentaba junto a ella en la mesa, y otra al invitado.
Observó detenidamente su expresión, como buscando miedo, o cualquier otra emoción coincidente con la situación. Sin embargo, Albus Dumbledore no podía lucir más calmado, observando abstraído hacia fuera de la ventana. Contemplaba el jardín con una sonrisa.
- Ya veo – dijo suavemente, mientras escuchaba otro grito. Luego, algo arrastrándose por el piso de arriba.
Tomó su taza esbozando una amable sonrisa a la señora Lupin y la alzó levemente, amagando a tomar un sorbo.
- Por supuesto, entenderá nuestra decisión – dijo el señor Lupin, interrumpiendo la acción – Ninguno de los tres quiere poner en peligro a nadie.
El profesor alzó su mirada y la clavó en la del hombre.
- ¿Él ha dicho eso?
Lo que se estaba arrastrando en el piso de arriba se detuvo, y luego de un segundo, volvió a gritar algo incomprensible.
Por primera vez, la señora Lupin se estremeció, gesto que no pasó desapercibido. Sin embargo, volvió a clavar sus grandes ojos, de color dorado, en el rostro de el hombre frente a ella esperando ver algo. Angustia… miedo… ¡Algo!
- Él es el que nos hace encerrarlo, Albus – dijo el señor Lupin con un dejo de amargura en la voz – Teme lastimarnos. O a cualquiera fuera de aquí.
Otro grito desde arriba y un nuevo golpe.
La señora Lupin se movió inquieta por segunda vez. Su esposo le echó una mirada. Por debajo de la mesa, le tomó la rodilla, como consolándola.
- Las transformaciones son más largas y dolorosas en lo más jóvenes – dijo el director mirándola a través de los lentes – Sin embargo, debe ser igual de doloroso para ustedes. Un joven tan…
Arriba, un aullido animal inundó el aire. Luego, un golpe. Finalmente, algo desgarrándose.
- Sin embargo, - dijo el profesor tomando finalmente el sorbo de té y cambiando de tema – No hay nada imposible para nosotros, ¿No es cierto?
Esbozó una pálida sonrisa.
- Estoy seguro que puede ser – miró a los padres – nuestro pequeño secreto. El consejo no tiene por qué enterarse de nada. Estoy seguro que a los profesores no les molestará en lo absoluto que un joven como Remus asista a nuestra institución.
El señor Lupin alzó la mirada.
- No creo que comprenda. – se escuchó un nuevo aullido y luego, algo romperse – Esto, - señaló al techo – Ocurre una vez al mes. No hay cura para la licantropía, y usted debería saberlo. – Se permitió una pausa - ¡Ni Remus, ni nosotros…!
- Estoy seguro que Remus aceptará bajo mis condiciones. – interrumpió Dumbledore, enfocando sus ojos en la señora Lupin, que parecía paralizada – Un lugar seguro donde transformarse, donde los alumnos no tengan acceso… algo se nos ocurrirá.
Un nuevo aullido, y esta vez, el sonido de un vidrio al romperse. Luego, algo cayendo en el jardín, muy cerca de la ventana por la que Dumbledore miraba un segundo atrás.
El señor Lupin se puso de pie, empuñando su varita y apuntando a la ventana. Su mano temblaba, a pesar de que su expresión era tranquila. El director de Hogwarts siguió la punta de la varita y en la oscuridad de la noche, por primera vez en su larga vida, vio los ojos de uno de sus licántropos preferidos.
