Título: Harry Potter y el Último Descendiente

Autor: Yara Riddle Black

Clasificación: K+ (Próximamente M)

Pareja: Harry Potter/Tom Marvolo Riddle (Voldemort)

Disclaimer: Todos sabemos que el magnifico mundo de Harry Potter pertenece a J.K. Rowling, sólo la idea de esta historia es completa y absolutamente mía.

Resumen: Los hermanos Peverell tuvieron un poder incalculable, herederos del mismísimo Salazar Slytherin, supieron cómo sacar al máximo su poder, tanto así, que de ellos subsistió más que una leyenda. Se dice que sólo Cadmus e Ignotus tuvieron descendencia, pero, ¿están seguros de que Antioch no tuvo un linaje propio? Un vástago ilegítimo que cambiaría toda la historia para siempre.

Notas: Relación adulto-menor, Slash, Lemon y Mpreg. Esta historia será distinta a los libros, pero algunos detalles como los sucesos concordarán con la original de J.K., así que la catalogo como universo alternativo parcial, con magia por supuesto.

Diálogos: "Ejemplo número uno".

Pensamientos: -Ejemplo número dos-.

Pársel: "Ejemplo número tres".

Cartas, periódicos, etc.: Ejemplo número cuatro.


HARRY POTTER Y EL ÚLTIMO DESCENDIENTE


CAPÍTULO 1

Valle de Godric, 31 de octubre de 1981. 22:13 pm.

El verano estaba dejando paso al otoño, cada vez había más fresco y por ende, menos personas en las calles. Era extraño, para ser la noche de Halloween, pareciera que las personas se divertían mejor en sus casas, resguardadas del frío otoñal y de algo más. Una sensación extraña. Una sensación de inseguridad. Pero eso no quitaba la algarabía que había en cada hogar, era como si, el sólo acto de estar detrás de las paredes de sus moradas, les hacía sentir resguardados y seguros.

Y eso sólo hacía sonreír más al desalmado que caminaba en dirección a una casa en especial. Una casa llena de magia, acogedora y, por qué no, hospitalaria. Pero no nos engañemos, él no era bienvenido ahí, estaba más que seguro de ello, pero eso no quitaba sentir el regodeo y el placer de la victoria, tan cercana, tan esperada.

Estaba a unos cuantos pasos y ya podía vislumbrar las figuras tras las cortinas semitransparentes: dos abajo en la sala de estar, y una luz encendida en el piso de arriba.

Su prioridad, su botín personal, aquel que le dará la fuerza necesaria para seguir con sus planes y la victoria sobre el mundo. Su pecho se hinchó orgulloso y no perdió más tiempo, no quería retrasar esto más, llevaba muchos años esperando y ya estaba a un paso de reunir a los dos últimos descendientes, herederos de un gran poder, que ahora le pertenecería a él.

[…]

Lily subía las escaleras hasta el piso superior cuando escuchó un gran estruendo.

"¡Lily, toma al niño y vete! ¡Es él! ¡Corre! Yo-".

La mujer, desesperada, corrió todo lo que las piernas temblorosas le permitieron hasta el cuarto de su pequeño, tomando al niño de su cuna rápidamente y sorprendiéndose al notar que no podía aparecerse; ella, pese a no tener su varita, dominaba el arte de hacer magia sin ella, pero no podía, aquella persona había pensado en todo.

Otro estruendo le hizo entender que él estaba cerca.

Horrorizada, miró a su hijo que hipaba, lo apretó fuerte entre sus brazos, le besó y lo dejó en la cuna, para voltearse y ver el pomo de la puerta girar lentamente y dar paso al que sería su verdugo, con una sonrisa perversa.

"Por favor… no le hagas nada. Te lo suplico". Sollozó la mujer.

"Nadie más tiene que morir hoy… Sólo lo quiero a él, apártate".

Lily lloró amargamente por James, pero no se apartó ni un milímetro de la cuna de su hijo, protegiéndolo.

"No le hagas nada. ¡Tómame a mí!". Gritó suplicante.

"No te lo repetiré más. ¡Apártate!". La voz se tornó fría, áspera e impasible.

"¡Sólo es un bebé! ¡Mátame a mí en su lugar, pero a él no le hagas daño! ¡Por favor!".

"¡Avada Kedavra!".

El haz de luz verde esmeralda impactó en el cuerpo de la mujer y este cayó sin vida al piso. Su cara perturbada por los últimos rastros de lágrimas que había derramado, por su esposo… y por su amado hijo.

El asesino sonrió con suficiencia. Todo el que se interponía en su camino, tenía que pagar las consecuencias. Tal y como ese James Potter, pensó él; -enfrentarse a mí sin varita, que estupidez-.

Dio unos cuantos pasos más cerca de la cuna y observó al niño por unos segundos. Este lloraba intensamente. Con un hechizo levitatorio, lo alzó y sacó de la cuna, para luego colocarlo en el suelo. El pequeño gateó hasta donde estaba su madre y se quedó observándola, todavía llorando, como si pudiera saber lo que estaba pasando, como si pudiera percibirlo. Como si sintiera, que se había quedado huérfano para siempre.

El asesino se giró y dio varios pasos, se agachó y juntó sus dedos, como cogiendo algo invisible, y tiró. Se oyó un ruido parecido al de una sábana al ser sacudida y miró al suelo. Allí, donde antes no había nada, ahora se hallaba un hombre de unos treinta años, un hombre muy hermoso.

Su piel clara aunque de tez pálida, de rasgos finos, varoniles y aristócratas, encajaba perfectamente con su estilizado cuerpo, alto, musculoso y bien parecido. Tenía los ojos cerrados, pero se distinguían largas pestañas rizadas. Su pelo negro como el azabache estaba despeinado. Y su ropa era andrajosa y sucia. Totalmente lo contrario al hombre que se encontraba mirándolo en estos momentos, que llevaba una gran capa negra, delicada, pero pulcra y distinguida.

-Bueno, ya estamos los tres, pero sólo yo me haré con el poder-. Pensó con una gran satisfacción.

El hombre se dispuso a arrancar al pequeño del regazo de su madre con otro hechizo levitatorio y ponerlo junto al hombre que yacía desmayado en el piso. Metió su mano en el bolsillo y sacó un extraño anillo, recogió la capa y se irguió cuan alto era, e, imponente, apuntó a los dos con su particular varita, todavía con los otros dos objetos apretándolos fuertemente en la mano:

"Yo, último descendiente de Antioch Peverell, reclamo las tres reliquias familiares y me convierto en el nuevo señor de la muerte".

Un potente rayo plateado salió de la varita tallada con racimos de bayas de saúco, para impactar en el cuerpo de los dos que estaban en el piso, pero algo extremadamente extraño sucedió. Un halo circular rodeó al niño, y el rayo, un poco debilitado, volvió hacia su dueño. Éste, medio impactado por lo que estaba pasando, casi logró quitarse a tiempo, lanzando al suelo, sin darse cuenta, los objetos que tenía en su otra mano, pero no fue muy rápido. El rayo le impactó en el costado, haciéndole aullar de dolor, mientras que el cuerpo del hombre joven, se desvaneció junto con el anillo, quedando el niño solo, con el verdugo.

"¡Avada Kedavra!". Gritó furioso y casi sin aliento provocado por el anterior hechizo.

El mismo halo de luz circular volvió a cubrir al pequeño y el rayo fue enviado a mayor velocidad contra su dueño, pero, reaccionando más rápido y casi seguro de que eso pasaría, se echó a un lado a tiempo.

"No puede ser… Imposible". Susurró el hombre, contrariado. "Nunca he-".

"Maa-ma". Llamó el pequeño entre lloriqueos, interrumpiéndolo.

El verdugo se dio la vuelta lentamente, para ver con ojos desorbitados al cuerpo sin vida de la mujer, entonces lo comprendió todo. Por más que quisiera, no podía hacerle nada al niño, aquella bruja lo había protegido con su muerte.

Se volvió a girar y miró con aborrecimiento al pequeño:

"Tu tiempo llegará, mocoso, y yo estaré ahí para acabar contigo".

Dicho esto, el hombre dio media vuelta y desapareció, dejando, sin darse cuenta, la capa tirada a unos pasos del niño.