Insistentes golpes a la puerta resonaron en el pequeño apartamento. Regina maldició por dentro al idiota que no paraba de tocar mientras abría la puerta.
«¿Emma?».
«¿Cómo te atreves?» dijo la mujer en un tono muy enojado.
«Oh, claro, culpame a mí, de nuevo» dijo tan pronto recuperó el habla y el sentido común. «¿Y de qué soy culpable ahora?».
«Henry. Está devastado. Todo porque tú te fuiste. No tienes idea lo que es sentirse abandonado, y eso es lo que le hiciste a él».
«¿Henry me quiere de vuelta?» preguntó con un tono esperanzado.
«Oh no, ¿crees que puedes volver así como así después de lo que le hiciste?».
«¿Después de lo que yo le hice? Si mi memoria no empezó a fallar, puedo recordarte bien porqué me fui de ese pueblo infernal».
«¡Te fuiste!».
«No lo entiendes, ¿verdad? Eres así de idiota».
«Así que además de lastimar a mi hijo, me insultas, ¿quién te crees que e-?»
«¿Quién tú te crees que eres?» la interrumpió con una voz cruel y severa. Muy Reina Malvada. «¿Yo lastimé a mi hijo?» y rió sin humor. «No me eches la culpa a mí por tus errores. ¿Henry me quiere de vuelta? Perfecto, iré con él con los brazos abiertos. Pero que tú me alejes de tu perfecta familia encantadora y que eso esté hiriendo a Henry... Eso es cosa tuya. ¿Quién te crees que eres, Srta. Swan, para venir a reprocharme a mí por tus errores después de haberme echado del pueblo?».
«Tú lo abandonaste» logró responder.
«Él y tú no me querían como su madre. Ahora, ¡vete de mi casa! No voy a tolerar que me trates como la villana de una historia de la que no formo parte» la echó y se quedó un momento en el marco de la puerta mirando a Emma, que se mantenía muda. «Seguí adelante, es momento de que lo hagas tú también. Deja de culpar a villanos imaginarios por tus problemas, haz como hacemos todos, y vive con ello».
Cerró la puerta. O eso intentó. Una mano la detuvo y empujó de vuelta, abriéndola.
«¿Regina?» dijo la rubia. «Lo siento» dijo en un sollozo silencioso.
Regina se detuvo en los ojos llorosos y reconoció la sinceridad en ellos. Su expresión dura se volvió blanda. Supo que hacer.
«Lo sé, cariño, lo sé» la consoló estrechando a la mujer entre sus brazos, que rompió en llanto en su hombro.
«De verdad, realmente lo siento tanto» su voz era aguda y afectada por el llanto. «Estaba equivocada. Estaba tan equivocada. Sobre todo».
«Shh... todo estará bien» siguió la morena. «Te perdono».
«¿En serio?».
«Aprendí a perdonarme a mí misma durante este año. Si pude hacer eso, créeme, te perdoné hace tiempo».
«Encontraste redención» reconoció, aún apoyada en su hombro. Su única respuesta fue un asentimiento con la cabeza. «Lo hice todo mal. Te alejé porque pensé que serías mala para Henry, porque mis padres seguían repitiendome que no podía, que tú eres la Reina Malvada... Pero tú eres todo lo que necesita, eres su madre, no eres ninguna villana» balbuceaba mientras Regina acariciaba su cabello rubio. «¿Cómo puedes perdonarme?».
«De la misma forma en la que la que tú me perdonaste a mí».
«¿Perdonarte? ¿Por qué?».
«Por haber sido una perra contigo durante la maldición».
«Pero... eso es imposible. No puedes perdonarme por lo mismo, no tiene sentido».
«Lo tiene, y mucho».
«Entonces tú me...».
«Ajá» dijo con una pequeña sincera sonrisa hundiéndose en los ojos verdes de la Salvadora.
«Y yo fui horrible contigo todo este tiempo».
«Hey... te conozco Emma. Sé cómo funciona tu mecanismo de defensa».
«Pero te traté como un monstruo, traté como a un monstruo a la, probablemente única, persona que preocupa por mí, a la persona que...».
«Ya te dije, te perdono, Swan».
«Porque tú...» los ojos verdes se ampliaron a la realización. «Tú» fue lo único que logró decir, antes de perder el habla.
«Ya era hora de que lo supieras. Te amo, Emma Swan».
