COSA NOSTRA
Renuncia: Capitán Tsubasa le pertenece a Yôichi Takahashi y a quien él tenga a bien cederle los derechos de autor. Yo solo uso sus personajes para jugar un rato. Este fic no está protegido por los derechos de autor, sino por los izquierdos de la autora (entiéndase, por mi puño y mi pie izquierdos).
Advertencias: Temática fuerte: crimen, asesinatos, prostitución, etc, etc. No hay limas, ni limones, ni papayas, ni ná de ná. ¡ATENCIÓN! Su lectura puede provocar desde somnolencia hasta risa floja, pasando por escalofríos, pesadillas y odio intenso hacia mi persona. Si le provoca cualquier otro síntoma, por favor consulte con su loquero.
Capítulo 1: Los Hyuga
Kôjirô Hyuga, de 22 años, se levantó esa mañana sintiéndose excepcionalmente bien. "Y no es para menos." -pensó con una sonrisa torcida, acariciando la espalda desnuda de la chica que dormía junto a él.
Quizás fueron los movimientos de Kôjirô, o quizás el roce de su mano contra la piel de su novia. Por una cosa o por otra, la bella mujer se despertó.
- Buenos días, amor. -bostezó Maki Akamine.- ¿Qué hora es?
- Casi las nueve, tigresa. -le respondió el otro- Y yo debería irme yendo ya.
- Está bien, saluda a tu madre de mi parte. -dijo la chica mientras el hombre se levantaba y empezaba a vestirse- Yo también tengo cosas que hacer. ¿Quedamos esta noche donde siempre? -le preguntó.
- A la misma hora. -confirmó él besándola fugazmente en los labios, antes de dirigirse, ya vestido, hacia la puerta.
- ¡Espera Kôjirô! -su novia lo agarró del brazo antes de que saliera.- La nueva remesa de chicas que me ha mandado Sorimachi es de muy buena calidad. -le contó con una sonrisa radiante- Sanas, bonitas, y encima hablan japonés. ¡Van a hacer que los clientes se vuelvan locos!
Kôjirô rió alegremente, viendo a dónde quería llegar su novia.
- Descuida, le daré las gracias a Kazuki de tu parte.
- Gracias, amor. Dile también que esta semana es invitado de honor en el club. Seguro que le gustará probar la mercancía. -añadió Maki con una sonrisita pícara. Los dos sabían lo poco que le agradaba a Kazuki Sorimachi dormir solo.
- Se lo haré saber. Probablemente, Takeshi y Ken vengan con nosotros, así que reserva a tus tres mejores chicas.
- ¿Sólo tres? -preguntó la joven juguetona, mordiendo el labio inferior de Hyuga.
- A mí me basta contigo, tigresa. -le respondió con voz ronca el hombre, antes de besarla apasionadamente una última vez. Si no salía ya, no saldría hasta dentro de varias horas, y sus hermanos le estaban esperando en casa.
El joven bajó por las escaleras y salió a la calle, siendo bienvenido por el tímido sol de primavera, que en unas semanas empezaría a calentar con más fuerza. Se ajustó la corbata y golpeó la ventanilla de su limusina con los nudillos para despertar al chófer, que llevaba toda la noche allí. El hombre se bajó del coche y le abrió la puerta de la limusina, murmurando disculpas. Hyuga no le reprendió. Hoy se sentía generoso.
- ¿A dónde, señor? -preguntó, una vez dentro, el chófer.
- A casa, Sawaki. Y rápido, que tengo prisa. -ordenó Kôjirô.
- Sí, señor.
Cuando llegaron a la gran mansión de los Hyuga, Kôjirô se bajó del coche y entró por la puerta principal.
- ¡¡Hermano!! ¡Mamá, Takeru, Masaru, Kôji está en casa! -el joven no pudo reprimir una sonrisa al ver a su hermanita, Naoko, correr hacia él como si no lo hubiese visto en años. La abrazó, alzándola en el aire, feliz de oír la dulce risa de la chiquilla.
- ¡¡Kôji!! -la sonrisa de Kôjirô se hizo más ancha si cabe al notar los brazos de Masaru, el pequeño de la familia, alrededor de su cintura.
- Hola, campeón. -le saludó, revolviéndole el pelo con la mano libre.
- Hasta que apareces, hermanito. -se burló Takeru, el mayor después de Kôjirô, enfatizando la última palabra, aunque sin poder disimular la gran alegría que le provocaba la llegada de su hermano.
- Solo he estado fuera una semana, canijo. -le respondió Hyuga, sabiendo perfectamente lo mucho que a Takeru le molestaba que le llamasen así. Corrección, que él le llamase así.
- Chicos, chicos, no discutáis. -la señora Hyuga hizo acto de presencia- Takeru, Masaru, Naoko, vuestro hermano vendrá cansado del trabajo, dejadlo tranquilo un rato.
De mala gana, los tres niños se alejaron de Kôjirô, y volvieron al comedor pequeño para seguir desayunando. Hyuga besó a su madre en la mejilla.
- Buenos días, madre. Me alegro de estar en casa.
- Yo también, hijo. ¿Qué tal fueron los negocios? ¿Hubo algún problema? -preguntó Masako en voz baja cuando se aseguró de que estaban solos.
- Todo bien, la mercancía estaba en regla y no tuvimos ninguna dificultad con los pagos. Dentro de un mes, cuando la guerra entre Kenia y Etiopía esté a punto de estallar, esas armas valdrán su peso en oro. -la matriarca sonrió al oír la respuesta de Kôjirô. Su hijo tenía buen olfato para los negocios; era un digno sucesor de su padre.
- No has desayunado todavía, ¿verdad? Ven, debes de estar hambriento. -le dijo, cogiéndole del brazo. Madre e hijo se dirigieron hacia el comedor.
La familia Hyuga era uno de los mayores y más poderosos clanes yakuza de Japón, con "negocios" por todo el país y parte del extranjero, aunque su epicentro se situaba en Tokyo. A la muerte de Jachiru Hyuga, el patriarca de la familia (acaecida hacía ya seis años, cuando sus hijos tenían, respectivamente, 2, 3, 10 y 16 años) su posición dominante se había visto amenazada, pues otros clanes habían aprovechado el momento de debilidad para unirse contra los todopoderosos Hyuga, en un intento de hacer caer su economía y, de ese modo, su poder. Masako aún se estremecía al recordar aquellos tiempos: cargamentos asaltados, compañías que se negaban a tratar con las empresas de la familia, delaciones a la policía, traiciones de algunos de sus propios miembros... Habían perdido a varios socios (todos poco importantes, afortunadamente) tras las rejas de la cárcel, e incluso Kozo Kira, el mejor amigo de Jachiru y el ahora asesor financiero de su hijo, había estado a punto de sentarse en el banquillo de los acusados. Por suerte, el férreo carácter de Masako y la inteligente administración de Kira (y unos cuantos sobornos y amenazas donde fue necesario) lograron mantener a flote el imperio. Al cabo de dos años, las cosas se habían calmado lo suficiente como para que Kôjirô pudiese tomar las riendas. Y, si bien su madre se había sentido un poco insegura debido a su juventud, ahora daba gracias por haberle hecho caso a Kozo cuando él le dijo que el chico estaba preparado para esa responsabilidad. En los cuatro años que Kôjirô llevaba al mando, el poder del clan había aumentado sin cesar, y los miedos de Masako al pensar que los métodos de Kôjirô eran demasiado expeditivos (una cosa es dedicarse a la prostitución o al tráfico de drogas, y otra secuestrar y asesinar a la hija de un rico empresario) se desvanecieron al ver que la policía no hacía jamás acto de presencia. Además, su hijo nunca hacía el trabajo sucio, no había pruebas con las que acusarlo de nada.
Feliz de que su familia estuviese de nuevo reunida, Masako se permitió una sonrisa constante (e incluso un par de bromas) mientras desayunaba con sus niños. Al observar el apuesto hombre en el que se había convertido aquel muchacho desgarbado, pudo entender por qué Maki Akamine había tolerado sus flirteos al principio, y los había correspondido después. "Hay que reconocer que la chica tiene buen gusto," -pensó la mujer que, a pesar de sus cincuenta y pico años, conservaba una belleza madura y serena por la que muchos matarían (y de hecho, por la que algunos habían muerto)- "Kôjirô es un muchacho muy apuesto." Claro que ella no hubiese permitido que ninguna mujer se acercase a su hijo por su belleza, dinero o poder. Ella quería lo mejor para sus niños, y enamorarte de alguien que solo te quiere por ser un buen partido, no es lo mejor en absoluto.
Pero Maki era distinta. Experta administradora (ahora dueña) de varios clubs nocturnos, conocía la peor faceta de los hombres, y no los buscaba. A ella lo que le interesaba era que se vaciasen la cartera con sus chicas (inmigrantes que llegaban a Japón en busca de un futuro mejor y que se encontraban sin dinero ni pasaportes, teniendo que vender su cuerpo para sobrevivir) y que quedaran lo bastante satisfechos como para volver de vez en cuando. Por eso, cuando Kôjirô empezó a cortejarla, pasó de él, creyendo que se cansaría, como todos, al cabo de un par de noches. "Qué poco conocía la tenacidad de los Hyuga." -pensó divertida Masako- "Kôjirô no paró hasta conquistarla y, al final, la alianza nos ha salido bien a todos. Nosotros hemos añadido otra empresa más al imperio (una muy rentable, por cierto) y ella recibe a cambio las mejores mercancías, a buen precio o incluso gratis."
- Madre, madre...
Masako parpadeó y se volvió hacia su hijo, al darse cuenta de que la llamaba.
- ¿Sí, Kôjirô?
- Decía que hoy no comeré aquí. -repitió Hyuga- A la una tengo una reunión de negocios con Sawada y Sorimachi. Volveré por la tarde.
- ¿Wakashimazu irá contigo?
- Sí. A todo esto, hoy no le he visto. ¿Dónde está?
- Contratando un nuevo guardaespaldas para Naoko. -respondió Takeru- El señor Ichiôji dimitió hace dos días. Debería estar a punto de llegar.
Kôjirô asintió. Como jefe de seguridad de la familia Hyuga, Ken se encargaba de que todos sus miembros estuvieran protegidos las 24 horas del día, todos los días del año. Había algunos que, simplemente, no aguantaban el ritmo y se retiraban.
En ese momento sonó el timbre y Ken Wakashimazu entró, seguido por lo que parecía ser un armario de dimensiones colosales provisto de extremidades y corbata. Ken golpeó el marco de la puerta, pidiendo permiso para entrar. La familia Hyuga había acabado de desayunar hacía unos minutos (el servicio ya había retirado los platos), así que Kôjirô se levantó para darles la bienvenida.
- Adelante, Ken, pasa.
- Buenos días Kôjirô, señora Hyuga, chicos. Este es el nuevo guardaespaldas de Naoko, Hiroshi Jitô. -el aludido hizo una rápida reverencia.
- Encantado de conocerles. -dijo con voz grave y pausada.
- Bien, ven conmigo, muchacho, te diré lo que Wakashimazu no te haya contado ya sobre el trabajo. -ordenó Masako.
- Sí, señora. - Jitô la siguió fuera del comedor.
Kôjirô miró a Ken divertido.
- ¿Qué pasa, solo tenían de la talla XXL? -le preguntó sonriente. Además de su jefe de seguridad, Wakashimazu era su guardaespaldas personal, y su mejor amigo. Ken también se rió.
- Créeme, viejo, la presencia imponente me ha sacado de un buen apuro en varias ocasiones. -le palmeó amigablemente el hombro a Hyuga- Es bueno tenerte de vuelta.
- Gracias, yo también me alegro de estar aquí. -le respondió Kôjirô con sinceridad- Cambiando de tema, tenemos una reunión con Kazuki y Takeshi dentro de dos horas y media, ¿te dará tiempo a arreglarte? -le preguntó con fingida seriedad.
- Haré lo que pueda, guapetón. -dijo Ken, siguiéndole la broma- Aunque si vienes conmigo y me frotas la espalda, acabaré antes. -le guiñó un ojo teatralmente, mientras cruzaba la estancia y empezaba a subir las escaleras, en dirección a su cuarto.
- ¡Como Maki te oiga, te cuelga, y no de las orejas precisamente! -le gritó Kôjirô jovial, realmente contento de estar en casa. Dios, como había echado de menos bromear con Wakashimazu. Él se había opuesto totalmente a la idea de dejarlo viajar por el extranjero sin protección alguna durante una semana (aunque, para Ken, "sin protección alguna" significaba "con menos de tres guardaespaldas aparte de mí"), pero Kôjirô le había pedido expresamente que cuidase de su familia en su ausencia, y al final, Wakashimazu había cedido.
A la una en punto, Kôjirô y Ken llegaron al bloque de oficinas propiedad de una de las muchas empresas de los Hyuga. En el vestíbulo, se encontraron con Takeshi Sawada (que, a pesar de su juventud [20 años] era la mano derecha de Kôjirô en lo que a negocios se refiere) y Kazuki Sorimachi, su otro hombre de confianza. Si a todo esto añadimos que los cuatro eran amigos desde la infancia, podemos decir que formaban un buen equipo. Y ciertas cosas salían mucho mejor si se hacían en equipo. Se saludaron alegremente y se dirigieron hacia el ascensor.
- Kira está esperando arriba. -informó Kazuki al entrar- Bueno, Kôjirô, ¿qué tal el viaje? ¿Conociste alguna chica interesante? -le preguntó sonriente.
- Ninguna lo bastante buena para ti, Kazuki. -respondió el otro- Pero tranquilo, fiera, creo que Maki podrá solucionar eso fácilmente.
- ¿Ah, sí? -inquirió Takeshi, intuyendo la sonrisa oculta en las palabras de Hyuga- ¿Y qué se cuenta Maki?
- Le está muy agradecida a Kazuki por las nuevas chicas que le ha mandado... -Kôjirô hizo una pequeña pausa, saboreando la bien disimulada expectación de sus amigos- y quiere que vayamos a probar la mercancía. Con deciros que ha nombrado a nuestro amigo invitado de honor durante una semana...
Ken soltó un silbido entre dientes y le palmeó la espalda a Kazuki.
- Vaya, Sorimachi, sí que has hecho un buen trabajo.
- ¿Cuándo y dónde, Kôjirô? -preguntó ilusionado Kazuki, haciendo caso omiso de los ojos en blanco de Hyuga y de la cara divertida de Takeshi (en la que se leía claramente NIN-FÓ-MA-NO).
- Esta noche a las once, en el club Okinawa Beach.
- Allí estaremos, ¿verdad, Takeshi?
- ¿Sabes, Kazuki? Deberías conseguirte una novia, quizás eso acabaría con tus problemas. -le respondió Sawada, entre hastiado y divertido por la actitud de su amigo.
- No te hagas el difícil, pequeñín, sé que a ti también te apetece. O si no te apetece, te hace falta.
- El play-boy tiene razón, Takeshi. -intervino Ken- Estás muy tenso últimamente. Te vendrá bien relajarte un rato.
- Prefiero "rompecorazones", si no te importa. -dijo Sorimachi diplomáticamente.
- ¿Por qué? -respondió Wakashimazu- Si lo único que rompes son...
- ¡KEN! -gritaron los otros dos a la vez, interrumpiéndolo para evitar que Ken y Kazuki empezasen a discutir... otra vez.
Por suerte, en ese momento el timbre del ascensor les anunció que habían llegado a su destino, haciendo que dejasen el tema para centrarse en cosas más importantes.
Cuando entraron en la sala de reuniones, situada en el último piso del rascacielos, Kozo Kira estaba sentado a la cabecera de la mesa, con un vasito de licor a su lado.
- Buenas tardes, chicos. -les saludó al entrar.
- Buenas tardes, señor Kira. -respondió Kôjirô por los cuatro- ¿Cómo va la bolsa?
- La mayoría de nuestras acciones están en alza, así que bien. ¿Los negocios en el extranjero?
- Ningún problema, todo ha salido a pedir de boca. -informó Hyuga- Esta maniobra nos va a dejar mucho dinero.
- ¿Sorimachi?
- Las chicas, como Akamine ya ha confirmado, son de primera calidad. Las conseguí a buen precio, así que nos saldrán rentables.
- Bien, bien. ¿Y tú, Sawada?
Takeshi suspiró, el ceño fruncido con preocupación.
- ¿Qué pasa? ¿Algún negocio ha salido mal? -preguntó Kôjirô inquieto.
- ¿Eh? No, no. Hemos recibido un alijo de heroína excelente, y nuestros clientes siguen aumentando. No es eso lo que me preocupa.
- Entonces, ¿qué es? -preguntó Kazuki un poco impaciente- Suéltalo ya, Takeshi, sabes que odio los rodeos.
- Esos bastardos de la UPOLCO están siendo muy molestos últimamente. -explicó Takeshi, y todos los demás fruncieron el ceño. Si Takeshi "Antitacos" Sawada (como lo apodaba medio en serio, medio en broma, Ken) acababa de llamar a alguien "bastardo", la cosa era más seria de lo que pensaban. Con razón estaba tenso- Aún no han logrado encontrar nada que nos comprometa, pero deberíamos pararles los pies antes de que lo hagan.
- ¡Ése maldito Tsubasa Ôzora! -gruñó Hyuga- ¡No sé cómo ha conseguido que lo nombren jefe de la UPOLCO! ¡Si tiene mi edad! -exclamó enfadado. No era ningún secreto que a Hyuga no le simpatizaban los Ôzora, pero Tsubasa se llevaba la palma.
- Es que, al parecer, él y sus compañeros hicieron la carrera en la mitad de tiempo que una persona normal... -empezó a explicar Ken, pero se calló de inmediato al detectar la mirada asesina de Hyuga. "Mierda, era una pregunta retórica".
- Bueno, chicos, tranquilos, el caso es hacer algo para que dejen de fastidiar. -calmó los ánimos Kira- ¿Alguna sugerencia?
- Conseguir una Death Note y matarlos a todos. -propuso Kazuki con una sonrisa soñadora.
- ¡Secundo la moción! -se adhirió Ken rápidamente, aparentemente encantado con la idea.
- Lo siento, chicos, pero me parece que eso va a ser un poco complicado. -dijo Kôjirô con una media sonrisa. Sus amigos siempre sabían cómo levantarle el ánimo- Pero... ¿qué os parece secuestrar a Daichi Ôzora?
- ¿Tú crees que eso funcionaría, Kôjirô? -preguntó Takeshi, dubitativo- ¿No le daríamos a Ôzora más motivos para perseguirnos?
- Takeshi está en lo cierto, Kôjirô. -intervino Ken- Ôzora no es un tipo que se amilane ante las amenazas. Al revés, nos buscaría con más ahínco para encontrar a su hermano.
- Si empieza a buscarlo, se lo entregaremos, por supuesto. -replicó Hyuga con una sonrisa maliciosa- ...con un bonito agujero entre los ojos. Kira también sonrió, entendiendo la estrategia del joven.
- Kôjirô tiene razón, chicos. -les explicó- Lo mantengamos secuestrado o lo matemos, el dolor le nublará el juicio a Ôzora. Entonces él y la unidad serán vulnerables, y propensos a cometer errores. Y con un poco de suerte, -añadió- podremos aprovechar alguno de esos errores para lograr que disuelvan la UPOLCO.
- Me encanta esa faceta perversa tuya, gatito. -le felicitó Kazuki con una ancha sonrisa- A ver qué tal le sienta a Tsubasa encontrarse la cabeza de su hermanito clavada en una estaca en el jardín.
- Tampoco te pases, Sorimachi. -bromeó Ken- Reserva tus energías para la noche.
- Bien chicos, parece que todos estamos de acuerdo con la idea. -dijo Takeshi- ¿Alguien tiene algo que objetar? -nadie respondió- Estupendo. ¿Quién puede encargarse del trabajo?
- Creo que tengo el subordinado indicado para esto. -dijo Kazuki- Ya tiene experiencia en secuestros, es rápido y limpio. Se llama Tomeya Akai. ¿Qué tal os va dentro de una semana?
- Por mí, perfecto. -asintió Hyuga. Todos los demás se mostraron de acuerdo.
- Bien, solucionado entonces. -zanjó Kira- Y ahora, ¿qué os parece si tomamos algo?
