©Naoko Takeuchi

©Kō Helena


1. He vuelto

—¡Bienvenido!

La alegre voz de la dependienta le recibió al sonar de los cascabeles colgados en la puerta del restaurante y cuya función consistía en alertar sobre la llegada de un nuevo cliente. Sonrió por la calidez de la acogida, presintiendo en aquella expresión un buen augurio.

Dio los buenos días y tomó lugar en una mesa cualquiera. La camarera, una chica de rizos rubios le llevó la carta. Él no demoró en pedir un chocolate caliente y un emparedado. Eran alrededor de las nueve de la mañana y, en Tokio, el meteorológico alertaba con un día nublado todo el día y lluvioso por la tarde. Deficiente predicción por su parte, el arribar en condiciones poco vibrantes y luminosas como en un día veraniego de sol, pero no había podido esperar más. Suficientes habían sido cinco largos años.

—Aquí tiene, su orden.

—Gracias, esto se ve delicioso.

El gesto gentil y satisfecho de la jovencita le hizo pensar en todas esas personas que no había visto es todo ese tiempo, y quienes antaño, le prodigaran un gesto afable como aquel. El aroma a cocoa ingresando a su nariz le dispuso a disfrutar del apetitoso plato que a sus ojos se antojó como manjar. Nada que ver con la alta gastronomía de palacio.

Cómo había extrañado la cocoa caliente, bebida de dioses que no habría podido conseguir jamás en ninguna parte, más que allí, en la tierra. Probablemente si hubiese continuado negándoselo, habría usado ese pretexto perfecto y no otro: extraño la cocoa. Quiero cocoa y viajaré por ella.

Delineó media sonrisa creyéndolo factible, todavía ayer factible.

Tenía que venir su emperatriz a hacerlo entrar en razón y hacerle ver lo que él no quería ver; ignorar. Su estela ya no brillaba con igual intensidad. Desde que habían vuelto de Gea, su resplandor se había opacado. Aún si él procuraba estar feliz, si continuaba dedicando su vida a sus pares y semejantes; aún si empleaba su tiempo y vida por servir con su corazón, éste no latía con el latir de Kinmoku. Latía en otro lugar.

La emperatriz lo supo. Lo sabía desde antes.

No hubo más qué decir.

"Ve y busca tu camino"

Ambiguo como tal, él finalmente lo vio.

Qué delicioso dulzor. El sabor inigualable de la cocoa se adhería a su paladar.

—¿Seiya?

El pelinegro cortó la deliciosa comunión con su bebida y se volvió al llamado de su nombre. Entusiasmado, reconoció a la chica que le habló desde la barra. Gratamente sorprendida, la miró acercarse con un café recién despachado en la mano.

—Hola, Molly.

—¡Dios, cuánto tiempo!¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? ¡Vaya, qué feliz encuentro!

Seiya sonrió sinceramente por su amabilidad y desaforado gusto por volverle a ver, fenómeno que deseaba, surtiera el mismo efecto en otras personas aparte de ella. Quiso pensar en un significado oculto, una señal de la máquina del destino, en el hecho de que fuese precisamente ella el primer rostro conocido con el que se topaba desde su llegada. Molly Osaka, ex compañera de la preparatoria y mejor amiga de Serena Tsukino. Su razón.

—Acabo de llegar. Tienes la primicia de mi presencia.

—¿De verdad? Me siento afortunada. Oye, ¿puedo sentarme un momento?

—Claro, por supuesto. Disculpa mi descortesía, pensé que ibas de prisa.

Molly consultó rápidamente su reloj de pulsera.

—Son nueve quince, todavía puedo perder unos veinte minutos antes de correr al trabajo.

—Yo no diría que perder, siendo yo una ex celebridad, creo que esos veinte minutos estarán bien aprovechados.

La castaña comenzó a reír con ese trinar tan característico que le trajo al ojiazul, recuerdos vívidos de otra época.

—No cambias, Seiya. Siempre tan creído y presuntuoso. ¿En serio acabas de llegar?

—Sí, esta misma mañana. Es mi primer desayuno terrícola en cinco años.

Resultaba tan conveniente que la chica Osaka estuviese al tanto de toda la historia mágica y galáctica; Seiya se sentía en completa libertad para hablar con ella.

—Me alegro mucho de escuchar eso, en verdad. ¿Y qué te trae por aquí? Nada malo, ¿o sí?

Por un instante, sonó preocupada.

—No, tranquila. Nada de destrucción del mundo o de la Galaxia.

Su risa volvió a brotar.

—Entonces supongo que vienes por ella, ¿no?

Seiya la miró a los ojos y eligió no responder. La verdigris entendió todo en esa mirada.

—Le hará muy bien ver una cara amiga, ¿sabes? Últimamente, cuando estoy con ella, me pregunto si no estoy con alguien más.

—¿Por qué lo dices? ¿Está ella bien?

La preocupación ahora tiñó la voz de él.

—Sí, sí –se apresuró ella a calmarlo-. Me refiero a que es cierto eso de que el tiempo no pasa en vano y, tal parece, que a ella le ha dado por madurar. Ya no es tan divertida como antes.

—¿Ya no piensa que el perfecto día libre es dormir hasta tarde, comer golosinas y ver la televisión todo el día?

—Exacto.

—Tienes razón, ya no es divertida.

Ambos rieron, cómplices en sus razonamientos.

—Creo que ha sido puesta bajo mucha presión. Terminar la preparatoria, luego la universidad, conseguir un empleo…

—Prepararse para gobernar un reino tampoco creo que sea algo fácil.

—Tú lo has dicho. Por eso pienso que le hace falta relajarse un poco; algo de inmadurez no le vendría nada mal y tú eres perfecto para el puesto.

—Yo soy perfecto en todas partes –bromeó-. ¿Dónde puedo encontrarla?

Fue imposible que la vacilación abandonara su voz al enunciar la pregunta que sin duda, contenía un cúmulo de incertidumbre y esperanzas. ¿Qué tanto y hasta dónde iba a luchar? ¿Le estaba todavía permitido? ¿Cabría una posibilidad?

—El patito feo.

—Quiero creer que no me estás insultando.

Molly rio.

—Crees bien. Digo que la encontrarás en El patito feo, el jardín de niños. Serena es maestra allí.

—¿Maestra?

—Así como lo oyes.

El asombro pintó el rostro de Seiya, imaginándola dando lecciones a un grupo de niños traviesos. Molly se enterneció por la expresión embobada del hombre frente a ella y deseó con todas sus fuerzas que si aún quedaba algo de Serena Tsukino, la chica que había conocido en la secundaria a los trece años, él pudiese traerla de vuelta.

¿Desde cuándo no la veía sonreír igual que cuando iban al centro comercial a observar ropas y joyas superfluas? ¿Desde cuándo sentía que ya no le decía todo como antes? Aún si eran amigas entrañables, la responsabilidad que Serena cargaba sobre sus hombros, le estaba arrebatando su propia esencia, transformándola en alguien más. Molly recordó el único viso que tuvo de una sonrisa genuina en ella. Y se la había dedicado a él, a Seiya Kou.

Rápidamente, consultó su reloj.

—Ahora sí debo irme o llegaré tarde al trabajo. –dijo, levantándose.

—Gracias, Molly. Me dio mucho gusto verte.

—A mí también. Ten, aquí tienes mi tarjeta. Llámame pronto y salgamos juntos un día de estos, ¿de acuerdo?

—De acuerdo –consintió el pelinegro, tomando el trozo de papel.

—Bien. Ah, sus clases terminan a las dos de la tarde. Es buena hora para comer, ¿no te parece?

Aquella última sentencia fue acompañada de un guiño de la verdigris, que dejó navegando en el aire antes de salir del restaurante y hacer tintinear los cascabeles de la entrada como la conclusión de una oración en un templo.

Seiya esperaba que esa oración le acompañase fiel en el camino que había venido a buscar.

"He vuelto."


Hola a todo el mundo, aquí mi tercera publicación.

Estoy muy agradecida por el recibimiento tan cálido en este espacio. Esta vez vengo a sacar el trauma por la que toda amante del arco Stars y los Kou tenemos en algún momento so, aquí vengo a sacar el mio. Esta historia no está pensada para ser un drama de 30 capítulos, más bien pienso que será una historia corta de episodios concatenados. A lo mucho, mucho diez, de los cuales cinco ya están en el mapa de mi imaginación. Me pareció tan bonito rescatar a Molly y que ella fuera la primera en ver a Seiya, ¿ustedes qué piensan?

Bienvenidos los comentarios, gracias por la lectura.

Helena.