Cicatriz a cicatriz, primero con los dedos y luego con los labios, recorría su espalda con adoración. Severus permanecía inmovil.

El humo del caldero se volvió de un blanco denso. Hermione apenas lo miró de reojo.

Pasos mezclados con voces, al otro lado del muro, los hubieran puesto nerviosos si no estuvieran ya demasiado acostumbrados. Un giro brusco de cuello por parte del profesor y sus bocas se encontraron.

Los labios estaban húmedos, húmedos sus rostros, húmeda la espalda blanca que acababa de explorar. Mechones de pelo negro se pegaban, igualmente húmedos, a su frente. Aunque eso último no era precisamente una novedad.

La poción burbujeaba igual de ansiosa que ellos. Él alargó el brazo casi desganado, pero las tres vueltas que dio, en el sentido de las agujas del reloj, estaba claro que habían sido hechas con una precisión milimétrica.

En un sólo movimiento, los dedos largos soltaron el cucharón y volvieron al asunto, mucho más interesante, que era el cuerpo de su alumna en ese instante.