Notas: Por favor, perdóname si hay errores. El español no es mi lengua primera.
– ¡Ay, Lovino! ¡Párate! ¡Párate, por favor!– Antonio estaba riéndose, corriendo por las calles rojas. Su hermanito, Lovino, le persiguió, cogiendo un gran tomate.
– ¡Ven acá, idiota!– Lovino le gritó a Antonio. Las camisas de los hermanos, que habían sido blancas vivas, estaban cubiertas de jugo de tomate. Lovino estaba enojado. Detestaba los tomates.
– ¡Te olvido!– Lovino comenzó a llorar. Antonio dejó de correr. En ese momento Lovino le tiró el tomate. Atizó un buen tortazo en su cara.
– ¿Qué pasó, Lovi?– le preguntó.
– No me gustan los tomates. Son pegajosos y rojos– gimoteó. Antonio sonrió y abrazó al niño llorando.
– Lo siento, Lovi. ¿Habías comido alguna vez un tomate?– Lovino sacudió su cabeza. Antonio sacó otro tomate de ningún lugar y se lo ofreció a su hermanito. Lovino lo aceptó y dio un mordisco al tomate. Era jugoso y dulce. Le encantaba inmediatamente.
– Está bien, más o menos.– le dijo. Pero Antonio comprendió que a Lovino le gustó, porque su hermanito no estaba gritándole.
– Pero te odio todavía.– le dijo, y Lovino destrozó el resto del tomate contra la cara de su hermano. Escapó de los brazos de Antonio y huyó de él, soltando risitas.
Antonio se rió y le persiguió. Siempre le encantaba La Tomatina.
