¿Y si en vez de conceder deseos, las estrellas dieran consejos sentimentales¿Sería posible que funcionaran?

Saint Seiya © Masami Kurumada – Tan sólo el personaje de Déneb es de mi propiedad y aún así está lejos de mi alcance.. xD



. Deneb . Capítulo 1 .

Se apartó el flequillo de los ojos y volvió a apoyar la cabeza sobre el cristal. Dentro de poco el autocar pararía para repostar y dejar que los pasajeros estirasen las piernas. Pese a todo, el viaje no se le estaba haciendo tan largo como de costumbre.

Posó su vista más allá de los negros contornos delineados al otro lado de la ventana, las estrellas brillaban como si les fuera la vida en ello, podía nombrar todas las constelaciones que aparecían en el firmamento. Entre ellas la suya, Cygnus. El cisne.

El altavoz del autobús anunció la parada reglamentaria de veinte minutos y se dispuso a aparcar en el área de servicio. Curiosamente, hasta aquellos que apenas segundos antes roncaban apaciblemente trotaron escaleras abajo en busca de algo que comer, beber… o todo lo contrario. El muchacho esbozó una mueca irónica.

– Eh¿No vas a bajar? –

– Mmm… no pensaba… –

– ¿Te encuentras bien? No tienes muy buena cara. – el chófer se dirigió a él con gesto amable.

– Tal vez sí baje… creo que me he mareado un poco, no se preocupe. Gracias – contestó mientras se dirigía hacia el bar.

Metió las manos en los bolsillos y se arrebujó en la chaqueta. No en busca de calor sino en busca de abrigo. No por frío, más bien por desamparo.

– La última vez que vengo… – suspiró murmurando entre dientes para sí mismo – siempre digo lo mismo y siempre acabo volviendo…

Un par de chiquillas pasaron a su lado dirigiéndole miradas apreciativas, a las que no prestó mayor atención. Sacó un bocadillo de la pequeña mochila que llevaba al hombro y lo mordisqueó con aire ausente, parando sólo para resoplar en vano; los rebeldes mechones dorados continuaban cayendo sobre sus ojos.

Buscó un rincón en el que las sombras le brindasen amparo frente a las luces de neón que brillaban en el techo del edificio, y una vez apoyado contra la pared se dejó deslizar hasta el suelo. Suspiró y se sacudió las migajas que habían caído en su ropa. Tanto pensar le había quitado el poco apetito que tenía.

Se sentía solo y abandonado, la tristeza que siempre había tenido un lugar en su corazón se iba expandiendo por todo su ser.

«Todo el esfuerzo invertido en hacerme frío, fuerte, sin dejarme llevar por mis sentimientos, borrado de un plumazo por tres días contigo. ¿Y ahora qué¿Tengo que volver a la rutina fingiendo que no pasa nada¡Demonios, no pido tanto! Salud tengo poca pero me vale, dinero tengo aún menos pero no me importa; amor… supongo que hay gente que me quiere, ahora, qué vean en mí ya no sé.
Pertenecer… sentir que pertenezco a algún lugar, que tengo un sitio donde me siento completo… Quizá sí sea pedir demasiado… »

Se secó los ojos con la manga de la chaqueta, maldiciendo en todos los idiomas que conocía (que no dejaban de ser unos cuantos) su propia incapacidad para contener las lágrimas cuando estaba a solas.

– Menudo caballero de hielo estás hecho, chaval… – el desasosiego y la rabia que sentía hacia sí mismo luchaban por dominarle.

– Que parezcas de hielo no significa que lo seas. – comentó una voz a su lado.

Sobresaltado, el chico alzó la vista para encontrarse con una joven algo mayor que él, que lo miraba con simpatía.

Se retiró el pero de la cara y la estudió por unos momentos; melena pelirroja por debajo de los hombros, flequillo rebelde, ojos grandes y verdes y expresión dulce.

– ¿Cómo te llamas? –

– Hyoga. ¿Y tú? –

– Déneb. –

– Te pareces a un amigo. – dijo esbozando una sonrisa. «Shun»

– Vaya, al menos sonríes, pensé que ya estaba todo perdido. – contestó ella mientras se sentaba.

La amargura volvió a hacer presa en él.

– No lo entenderías… –

– Prueba a ver, creo que te sorprenderás. – dijo mirándolo de reojo.

La posibilidad de sentirse comprendido hizo que el muchacho decidiera tirar su cerrazón por la borda, y abrir sus más íntimos pensamientos a alguien a quien no conocía de nada.
«No tengo nada que perder…»

– Él… – comenzó. Ella le animó con un ligero asentimiento.

– Él es… mi medio hermano y… pese a que siempre discutimos, es… yo… lo aprecio mucho y… ahora ya no vive con el resto de nosotros y vengo de verlo… y… lo echaba de menos… pero ahora creo que me moriré si no estoy con él. Yo… yo… –

– Lo quieres ¿no? – preguntó la joven con voz suave.

Por toda respuesta el chico enterró la cara entre sus manos, no queriendo que nadie viera como las lágrimas escapaban pese a sus esfuerzos.

Ella miró hacia el cielo, dándole un poco de privacidad para que se recompusiera.

– Eso va a ser. – tras unos minutos de silencio la voz del rubio volvió a oírse, con tono agridulce.

– Si realmente lo quieres, yo creo que deberías decírselo. – le puso una mano en el hombro y le dio un delicado apretón – Me parece que deberías ir volviendo, ya es hora.

Hyoga se levantó y tras limpiarse los pantalones le tendió una mano a la muchacha, que lo observaba sin decir nada. Aceptó y la ayudó a incorporarse para después buscar sus cosas.

Dio unos pasos hacia el aparcamiento y se giró hacia ella.

– Oye gracias por… – pero la joven no se hallaba a la vista por ninguna parte.

Agitando la cabeza confuso y murmurando para sí se encaminó de vuelta al autocar.

– ¿Estás mejor? – le preguntó el chófer al verlo.

– ¿Eh¡Ah! Sí, sí… –

Se removió inquieto en su asiento hasta encontrar una postura cómoda y una vez más miró las estrellas a través del cristal.

Allá arriba su constelación brillaba por encima de las demás, y la estrella principal parpadeaba alegremente, como si le estuviera guiñando un ojo.

Fijando su vista en ella, Hyoga arrugó el gesto hasta trocarlo en una sonrisa incrédula.


– Seh…? – una voz somnolienta contestó al teléfono.

– Quee… soy yo, hola. – Hyoga contuvo el aliento de forma inconsciente.

– ¡Por todos los… ¡Pato¿Tú sabes la hora que es..! –

– Me… dijiste que… te llamase nada más llegar. – murmuró alicaído el más joven.

– … es cierto, disculpa. – el remordimiento tranquilizó de golpe a Ikki, quien hasta entonces no recordaba que había hecho jurar y perjurar al rubio que le llamaría en cuanto llegase.

– Y eso. – Hyoga estaba cada vez menos seguro de lo que quería decirle.

– Pato, yo… –

– Te quiero, pollo estúpido. –

– Tsk, eso ya lo sé, déjame habl… ¡Qué has dicho! – Ikki tuvo que agarrar el teléfono al vuelo, que había soltado del susto.

El ruso no contestó.

– Eh, eh, pato, dime algo, no te quedes callado. Tú… bueno tú sabes que aunque no lo diga también te quiero al fin y al cabo eres mi hermano, no? Porque, quiero decir, a mi no me van los tíos, no soy gay ni nada de eso, no se si me explico, porque además ¿tú no tenías novia¿eh pato? … ¿Pato? –

– … –

– …¿Hyoga?–

Por respuesta solo escuchó el sonido del teléfono comunicando.


Reviews,si? Comentario constructivo bienvenido! (simples ñañeos tambien se aeptan XD)
Nos vemos en el segundo capítulo o