Gale Hawthorne puso los pies sobre el suelo firme de la estación del Distrito 12. Respiró tan hondo como pudo. Era liberador volver a casa. Haymitch pasó a su lado, dándole un par de golpecitos en la espalda.

—Esperaba que al menos Hazelle viniese a recibirnos.

Le miró con mala cara, el hombre solo se encogió de hombros y le regaló una de esas sonrisas que parecían una descarada declaración de intenciones. Antes de marchar con Haymitch y Effie a la gira le había pedido a su madre que no fuese a recogerlo a la estación. Aun podía recordar lo que fue cuando bajó del tren nada más terminar los Juegos y se presentó ante él un auténtico comité de bienvenida. Estaba su madre, sus hermanos, la Sra. Everdeen, Prim, Katniss y Peeta Mellark. Más adelante se enteró de que se había hecho amigo de Katniss, así que no le dio importancia al hecho de que estuviese ahí con ella. Ya no sentía nada por Katniss, nada que no fuese simple y llana amistad. Tuvo que explicar a la prensa, por supuesto ellos también estaban presentes, que aquella gente era su familia. Sus primas Katniss y Prim, y su mejor amigo Peeta Mellark. Apenas le conocía, pero decir que era su amigo tampoco haría daño a nadie.

—Haymitch, alejate de mi madre. Te lo advierto.

Él alzó los brazos en señal de rendición. Las bromas se habían vuelto una especie de juego no nocivo entre ellos.

—De acuerdo, me alejaré de ella. A partir de mañana, estoy casi seguro de que hoy se cenará pollo en casa de los Hawthorne.

—¡Por favor, no os alborotéis!—gritó Effie saliendo del tren con una vistosa peluca malva. Malva era el color, lo había dicho como cien veces durante el almuerzo.

Miraba a los lados, molesta. Portia y su equipo de estilismo bajaron tras ella, se quedaron quietos. Gale tardó un poco en darse cuenta de lo que buscaban, por un momento se le ocurrió pensar que su vida era normal. Effie hizo unos aspavientos y todos se giraron a ver como los cámaras corrían apresurados hacia ellos. El tour no había terminado, faltaba el Distrito del Vencedor. Gale miró al cielo, no le pillaba de nuevas, le harían subir de nuevo al tren para grabar su llegada al 12. Una estupidez, pero a la gente del Capitolio les encantaban las estupideces casi tanto como el sadismo.

Mientras les indicaban que volviesen a entrar, a todos salvo al equipo de estilismo que tuvo que apartarse de plano, Gale vio una figura conocida acercarse. El alcalde le miró con esa tristeza que ya nunca abandonaría sus ojos, le sonrió porque se alegraba de verle. Pero sabía que cada vez que lo veía recordaba a la hija que había perdido, y eso le rompía un poco más por dentro. Al volver de los Juegos tuvo la oportunidad de hablar con él. Se disculpó de todas las formas posibles, incluso no pudo evitar echarse a llorar. Él le juró que lo perdonaba, que no era su culpa y que respetaba lo generoso y leal que le había sido a su hija hasta el final. A Gale le habría gustado preguntarle cosas sobre ella, conocerla un poco mejor, pero cada vez que veía al alcalde, sabía que era como un puñal.

Bajó de nuevo del tren cuando se lo indicaron, siguió paso por paso todas las pautas que le marcaron. No importaba que estas se escuchasen, la grabación se emitía por diferido unos segundos, los justos para poder editar el video colocando alguna molesta canción que tapase los gritos. El tour no había sido plato de buen gusto para nadie. La mayor parte de las veces tuvo que leer el discurso prefabricado que le dieron. No se opuso a ello, no le apetecía mucho dejar caer sus opiniones personales sobre los Profesionales. Sin embargo, cuando llegó al Distrito 5, al igual que al 11, no pudo evitar disculparse por no haber salvado a sus aliados. Se disculpó por haber hecho las cosas mal con ellos, y para su sorpresa, nadie pareció enfadarse. Al contrario, se formó un silencio colectivo, tanto en un Distrito como en otro. Ocurrió exactamente lo mismo, la gente hizo un gesto que el conocía entre los suyos. Tres dedos a los labios y luego al frente, alzándolos. En el resumen que hicieron de sus Juegos en la entrevista final, Caesar mostró las imágenes de su Distrito cuando él de desmoronó al perder a sus aliados, todos hicieron ese mismo gesto. Explicó que se trataba de un gesto que muchos usaban en su Distrito, especialmente en funerales, para mostrar respeto y admiración. Sin embargo lo único que consiguieron los residentes de los otros Distritos al hacerlo, fue llevarse una paliza a manos de los Agentes de Paz. Había personas indignadas, personas protestando por lo ocurrido, personas que en lugar de culpar al chico que sobrevivió culpaban al sistema que le obligó a llegar a ese punto. Culpaban al Capitolio, sintió impotencia y rabia, sensaciones que empezaban a ser demasiado habituales. No estaba loco, algo había empezado a cambiar. Él no fue quién comenzó todo aquello, pero sí era quién seguía en pie para continuarlo.

Le permitían reunirse con su familia antes del discurso final, el peor de todos. Tendría que hablar para los suyos, para su gente. Tendría que hablar de ella. Llevaba tanto tiempo sin hacerlo que no sabría si sería capaz de no perder el equilibrio. Esa era la parte más dura de estar vivo, que ella no lo estuviese.


La última transmisión le había dejado fuera de combate. Debería de estar atenta a la retransmisión del tour, pero Gale no había dicho nada fuera de su guión. No hasta que llegó al Distrito 5. Tras eso fue directa su casa, se encerró ahí y usó la línea segura para contactar con Alma Coin. No fue ella quién se puso, por supuesto, no había vuelto a hablar con ella desde la primera vez. Fue uno de sus subordinados cuyo nombre no recordaba, quizás ni se lo dijo. Escuchó como uno de sus informantes, posiblemente otro Vencedor, le explicó la situación del 5. La revuelta había sido agitada, había habido heridos y también muertos. Johanna Mason tuvo que descargar su rabia con el mobiliario cuando cortó la comunicación, y el estado de su sala de estar no mejoró mucho más cuando se enteró de que algo parecido había ocurrido en el 11. Arrancó de cuajo una de las cortinas, la destrozó hasta que solo quedaron retales.

Quiso llorar, pero ya no era esa Johanna. No podía serlo. Si se permitía sentir algo que no fuese ira, todo lo demás vendría también. Incluso los sentimientos buenos y los sentimientos ambiguos como la preocupación. No le preocupaba Gale, absolutamente no. Por supuesto que no lo hacía. Ese era su problema no el de ella. Tenía a Haymitch para cuidar de él, no la necesitaba. De todas formas: ¿Qué iba a hacer ella desde el 7? Ni siquiera tuvo el valor necesario para acercarse a las primeras filas, se jaló la capucha y observó casi desde las sombras. Por un momento creyó que el chico la estaba buscando a ella concretamente, entre toda la multitud, pero eran solo imaginaciones suyas. No podía haberle calado tan hondo como para esperar un reencuentro en el tour. Además, la única razón por la que a Johanna podía resultarle mínimamente relevante, era porque desde el Distrito 13 le habían dado la orden de vigilarlo. No solo a ella, sino a todos los que estaban metidos en aquello. Gale podía intuirlo, pero desde luego no sabía que estaba convirtiéndose en el símbolo de un movimiento que sobrepasaba su pequeño acto de rebeldía durante los Juegos.

A Coin le interesaba tenerlo de su lado. Y a Johanna le preocupaba que pudiese acabar mal parado por ello. No, a Johanna no le preocupaba. Estaba segura de que no. Casi segura.


Antes de tener que enfrentarse al Distrito entero, Gale había intentado hablar con Katniss. Buscó a su amiga incluso cuando sabía que iba a contrarreloj. Que Effie se enfadaría y Haymitch tendría que fingir que le echaba la bronca. La encontró con Peeta, como venía siendo habitual. Algo pasaba con ella, se había empezado a mostrar más distante, insegura a su lado. Aseguraba que eran imaginaciones suyas, pero Gale sabía que no. Seguían yendo a cazar, él no lo necesitaba, pero Katniss sí. Pensó que aquello le ayudaría a reconectar con ella, pero se encontraban en frecuencias distintas. Una frecuencia que Peeta sí parecía captar. Le caía bien el chico, le parecía algo simplón y bobo, pero no era mala gente. De hecho era buena persona, esa era la principal razón por la que por muy bien que le cayese el hijo del panadero, no podía pasar ni cinco minutos con él.

No pudo hablar con la chica que anteriormente fue su mejor amiga, Effie lo interceptó antes de que pudiese intercambiar un saludo con ella. Le cogió de la oreja y tiró de él, no sirvió de nada porque no tenía fuerza, aunque sus uñas postizas se clavaron en su piel y decidió seguirla para que parase de hacer aquello.

Una vez en la Plaza y tras tomar la palabra el alcalde, se apartó y llegó su turno. Se aclaró la voz, irónicamente esta salió ronca de su garganta:

—Mad...ge.

Si alzaba la vista podría ver al alcalde en una tarima junto a su mujer. Era la primera vez que la veía, se intuía que estaba enferma, no de la clase de enfermedad que la medicina puede solucionar. La imagen de su hija estaba tan bien en aquella tarima. No tener ninguna foto de ella cerca había ayudado, pero ahora podía verla de nuevo. Ver sus rasgos, su sonrisa.

Una lágrima recorrió el rostro de Gale. Cerró los ojos intentando que esa imagen de ella se superpusiese sobre todas las demás.

—Cuando pienso en Madge—empezó de nuevo—. Pienso en fresas—se rió—. A veces iba a su casa a llevarle fresas, le encantaban. No hablé con ella mucho cuando estuvimos aquí y será algo que no podré perdonarme nunca—abrió los ojos y miró al alcalde directamente, porque si a alguien le importaba lo que iba a decir era a él—. Otra cosa que nunca podré perdonarme fue perderla, me prometí a mí mismo que antepondría su vida a la mía. Que la salvaría a cualquier coste y sería ella quién volviese a casa—miró a la gente—. Y que lo haría sin ensuciarse las manos, porque la Madge que yo conocí, la misma que todos deberían de conocer, nunca mataría a nadie—golpeó con la palma abierta el atril, estaba llorando—. ¡Sacó un 1 en la Sesión Privada, un maldito 1!—se limpió los ojos—. Me dio fuerzas, me dio esperanzas. Me entregó su sinsajo—dijo señalando el broche del que nunca se desprendía—. Fue más valiente de lo que yo nunca seré. Le debo mi propia vida y nada de lo que haga podrá justificar que yo esté hoy aquí y ella no.