Capítulo 1
CON EL AZUL DEL CIELO
Suiza, Octubre 1914.
El gallardo joven caminaba a lo largo del sobrio corredor que lo conduciría a la biblioteca del Colegio. Estaba finamente vestido, sus ropas eran tan exclusivas como de buen gusto, con el cabello corto bien peinado, pareciese como si uno de esos príncipes de cuento hubiese abandonado sus páginas para transfigurarse en el mundo real. Iba tan absorto en sus planes y pensamientos que no se percataba del número de miradas femeninas que, al pasar eran atraídas hacia su figura como queriendo fotografiar mentalmente cada detalle de su varonil rostro. Eran otros tiempos: Un joven de 16 años era considerado un hombre completo; se esperaba que a su edad tuviera la madurez necesaria para controlar su vida si fuese necesario.
Era uno de los chicos más populares en el prestigioso plantel. Su andar reflejaba la fortaleza de su carácter: Firme y decidido. Siempre sabía hacia dónde dirigirse y lo hacía con determinación. En innumerables ocasiones su espíritu indomable y pensamientos de libertad e igualdad habían encontrado refugio en las nacientes corrientes idealistas de sus condiscípulos. "El estudiante no debe aprender pensamientos, debe aprender a pensar", había leído en algún libro firmado por el desaparecido profesor Kant.
Cualquiera que lo viera de inmediato notaba la buena cuna de aquél joven. De buen gusto en el vestir, de hablar sincero, de mirada imponente. Su autocontrol en los movimientos varoniles provocaba el nerviosismo de sus interlocutores. Era fácil adivinar que este era un joven notablemente culto. Sabía escuchar pero no adoptaba las ideas de todos los que se acercaban; aunque era ampliamente popular su círculo de amistades era por demás reducido.
De carácter impetuoso y naturaleza curiosa; había puesto en apuros a sus profesores en más de una ocasión con sus diferentes argumentos. Era uno de esos jóvenes promesa que no se conformaban con lo que decían los libros. Desde muy joven había aprendido a defender lo que él creía justo y no daba su brazo a torcer a menos que su oponente demostrara cuan verídicos eran sus formas de pensar y proceder con firmes argumentos.
Su atlético cuerpo era el resultado de su amor por la equitación. Era un buen jinete. Los caballos habían sido desde siempre parte importante de su vida y, a pesar de las tristes circunstancias, habían formado parte de su recuperación total.
Aún recordaba con frecuencia las innumerables veces que siendo casi un niño tuvo que enfrentarse a la tía abuela con tal de defenderla a "Ella". Y las otras tantas que, con "Ella" había roto las reglas. "Ella" había llegado a su vida para ayudarlo a sobrellevar el vacío que la muerte de su madre había dejado. Ese fue un tiempo de descubrimientos y desarrollo. Había logrado hacerse amigo de Tom; el joven vaquero que lo entrenara para ganar aquél rodeo y que le mostrara la magia y destreza de las palomas mensajeras que, románticamente lo mantenían en contacto con "Ella". Cuán equivocada había estado la tía con sus prejuicios al tratar de evitar esa amistad. Su mirada aún se encendía de furia al recordar las muchas malas jugadas que sus primos, los Legan, habían fraguado para hacerla quedar mal, pero era imposible que no mostrara una mueca de satisfacción ante el inevitable pensamiento de haberle dado su merecido a su odioso primo en diferentes ocasiones.
-"Candy" –, mencionó en un susurro –. Parecía que la vida se le iba en cada letra.
Una triste sonrisa se esbozó ante el recuerdo de la "Pequeña Llorona" y una luz encendió su mirada.
Su recorrido a la biblioteca había terminado y tuvo que hacer a un lado el dulce recuerdo que abrazaba para concentrarse en la preparación de su siguiente examen si quería lograr su meta: Ingresar a la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard en América.
Había decidido estudiar medicina a raíz de su ardua convalecencia.
Después de esa horrible caída del caballo había quedado paralítico. A su mente llegaron irremediablemente los intensos malos recuerdos:
Tan pronto como recobró el conocimiento se encontró en una habitación desconocida, solo su padre y la tía estaban a su lado. Estaba en un hospital de Chicago al que había sido trasladado desde Lakewood tras el accidente. Después de enterarse por Elisa de la trágica muerte de "Ella" sus fuerzas lo habían abandonado. Al parecer había pasado unas 36 hrs. inconsciente. La desolación que le sobrevino al recibir semejante noticia no le dejó pensar con claridad, era demasiado joven para controlar el dolor que le causaba la pérdida de la que hasta el momento consideraba la mujer de su vida. Sabía que eran muy jóvenes pero él había estado dispuesto a esperar el momento adecuado; ahora la vida se la arrebataba. Se vio hundido en un abismo total, una obscura niebla tan espesa que pensó podría tocarla con sus manos le rodeó sin misericordia. Los momentos siguientes fueron de indescriptible sufrimiento.
-Padre, llévame contigo –, había sido su ruego.
El Señor Brown le miró, y tras él también haber perdido a su compañera no pudo menos que compenetrarse con el dolorido corazón de su hijo.
-Si ese es tu deseo… -No pudo terminar la frase; fue enérgicamente interrumpido:
-De ninguna manera Anthony. Tú debes permanecer en el seno de la familia Andrew. El Tío Abuelo William no tiene descendencia y, si algo le pasara, será tu responsabilidad tomar su lugar-. La tía había hablado.
-Señora –, argumentó el Sr. Brown –, le recuerdo que Anthony es mi hijo, y, si él prefiere alejarse por un tiempo de la familia, será como él dice.
Identificando una oportunidad para presionarlos, ella continuó lanzando una terrible sentencia:
-Si Anthony abandona a la familia, entonces que sea para siempre.
-¡Tía abuela! – Dijo el joven cuyas fuerzas parecían responder ante semejante chantaje- No puedes hacerme esto! El Tío Abuelo no lo aceptará-
Ella, la poderosa matriarca y fina dama, sabedora de que la autoridad de William Andrew no era todavía ley en la familia se atrevió a decir:
-No esperes que William se oponga a mis decisiones, todavía soy yo quien rige este Clan.
-Que así sea entonces –. Fue la firme respuesta del señor Brown –. Mi hijo nunca me ha pedido nada, ha sido fuerte y ha sobrevivido lejos de mí; no será ahora, cuando más me necesita que lo abandone, además, mi servicio en la Marina ha terminado, tengo el tiempo y los recursos para hacerme cargo de él.
Abandonaron Chicago tan pronto los médicos lo autorizaron. En el más completo silencio. El señor Brown se preguntaba por qué ninguno de los Andrew había venido a pedir informes de la recuperación de su hijo, pero estaba tan dispuesto a brindarle todo su tiempo a Anthony que le restó importancia a este hecho. Ya después solucionaría las cosas con su familia política.
Padre e hijo emprendieron entonces una intensa jornada: Viajes interminables buscando los mejores médicos. Fueron muchas las noches en que despertaba sudando, temblando y gritando su nombre ante la terrible escena de su muerte… "Tras tu caída, su nerviosismo y desesperación hicieron que su caballo corriera y ella cayera"; había sido la escueta explicación recibida. Se había negado a hablar durante varias semanas y apenas y probaba alimento. Oportunidades de aprender y conocerse arribaron a la vida de ambos hombres. Poco a poco, el joven Brown fue saliendo de aquel abismo en el que se había sumergido y empezó a pensar en hacer su vida como un tributo a "Ella". Sin embargo, el tiempo de luto había logrado su objetivo, su corazón empezaba a aceptar que debía continuar y por eso se había matriculado en el Colegio, tras haber conocido muchos buenos médicos que le habían llevado a una recuperación física total había aprendido a interesarse por la investigación y deseaba, con todo su ser, ayudar a promover las diferentes técnicas de terapias para pacientes que recobraran la movilidad de cualquiera de sus extremidades, principalmente sus piernas. Sabía, por experiencia propia que la fe era imprescindible y estaba dispuesto a ayudar tanto como pudiera a estos pacientes. Sobre todo, ahora, ante la amenaza inminente de guerra. Porque aunque Suiza seguramente permanecería al margen de semejante amenaza, este era el momento oportuno para afinar sus planes.
A fuerza de escucharlos cotidianamente por su entorno natural, Anthony hablaba diferentes idiomas, entre ellos el alemán, el francés, el español y el italiano; además claro de su lengua materna. Su educación políglota le permitía tener acceso a las más recientes investigaciones por lo que su espíritu emprendedor no le permitía olvidar una idea: Una clínica, tan pronto se graduara, aunque para eso faltaba mucho tiempo. Se encontraba en Suiza, así que tendría que empezar los planes para realizar su sueño e, irremediablemente, siempre que los iniciaba llegaba al mismo punto: La herencia. No le interesaba el Título Nobiliario de Condesa que portara su madre; su interés verdadero era iniciar la construcción de una clínica que pusiera al alcance de todos los candidatos, principalmente, de quienes menos tienen, las condiciones para su recuperación. Le pondría el nombre de "Ella". Tenía que aceptarlo: La seguía amando.
Sin embargo has muerto... ¿Cómo entonces es que te siento viva? –. Su rostro reflejó una profunda tristeza acompañada de un vacío en sus ojos. Su corazón solitario experimentó el más profundo dolor.
El fin del Autoexilio se acercaba. Cómo lo enfrentaría? En realidad eso no le preocupaba demasiado, tenía el carácter y la determinación para vencer cualquier cosa, lo había moldeado a fuerza de mucha adversidad, pero había sobrevivido a todo. Estaba fatigado de andar errante. Los tan bellos paisajes suizos palidecían ante los recuerdos del joven de su hermosa Lakewood. La sombría recuperación había traído hastío en los peores momentos, pero últimamente su vida se veía melificada ante la esperanza de volver. La espera para ese momento sería casi una agonía.
Ese era Anthony Brown, el joven cuya fuerza en la mirada era acompañada con el azul del cielo.
