"Escribí un Dramione; no es de mi gusto la pareja, Draco es demasiado gilipollas, si me entendéis, pero qué cosas, vosotras lo amáis. Badly done, girls! Jajaja

Didi, mira que me has hecho pecar y dejar mis sólidos principios. Ojalá tu idea resulte satisfactoria.

Saludos, un español comiéndose a Chile"

Capítulo I

- Ron es un idiota- Hermione se tendió en su cama o al menos, creyó que lo era; los sonidos del festejo le llegaban como un estruendo, ¿y qué? Weasley fue el rey del partido, un pelmazo digno del mejor asiento en las gradas de los Slytherin.

Lamentaba tanto haber hechizado a Cormac, ese petulante simio se habría ganado el puesto, no así el inseguro de Ron.

Sin embargo, no la alteraba el hecho de que él y Lavender se estuvieran dando el lote por los lugares más sórdidos del castillo, por ella que se hiciera hombre luego si así quería; los magos solían ser padres muy pronto, pues claro, la comunidad mágica no daba educación sexual, era tan retrógrada en ese sentido, tan medieval.

Y ahí estaba el gran detalle, se suponía que lo quería, lo quería desde la primera pelea, casi. Ese pelirrojo, escuálido, medio cruel y acomplejado la tenía, ¿o la había tenido?

Tal vez, el paso de los años había arreglado su desajuste cerebral y el chico sólo era un pecoso poco llamativo, alguien que sólo sería un amigo de tantos que vendrían.

Algo dentro de ella se lo decía, algo había muerto, con certeza y no fue ver a Ron chocando los dientes con una arrojada Lavender lo que provocó el fin, eso sólo le dejaba repelús en su alma. Su libido había muerto. Oh, si hasta el patoso Krumm sabía besar.

Buscó en su almohada una nueva camisa de dormir, esa que su madre había insistido en comprarle.

Se quitó la ropa sin prisa y se metió en la que creyó era su cama. No se sentía como el pijama de su madre, pero se había dejado la varita en una butaca, ¡y eso que era brillante! Nada de lumus por esa noche.

No tardó mucho en quedarse dormida, pensó en lo más aburrido del mundo, el Quidditch.

¿Por qué lo había hecho? Indujo a su mente a soñar con el bendito campo, ¡joder!

Eso le recordaba a algo, Malfoy se acercaba presumiendo las nuevas escobas, regalo de su supremacista padre...

Espera, ¿que eso no había pasado en segundo año? Sí, y ella se vio repitiendo que los Gryffindor se ganaban el puesto por su valía. Pero algo no cuadraba, Draco estaba igual, exactamente igual que ahora. Su rubio platino, su nariz recta y su mirada provocadora, llena de anhelo por algo que no podía tener sin el dinero: amigos.

Miró a su alrededor, pero no había nadie más que ellos; él se acercó, con ese aire de niño mimado, ese andar que sólo un privilegiado en sociedad tendría.

"¿Te demuestro mi valía? ", susurró.

"Mi varita... ¿Dónde la dejé?"

"Para esto yo seré un sangresucia, no necesito de magia para hacer lo que me dé la gana contigo."

"Cómo si pudieras, Draco. Además, es un sueño, no puedes dañarme."

"Si crees que te voy a dañar, ¿qué haces vestida así, Hermione? Yo diría que por algo no estás en duelo por Weasley."

"No sé de qué hablas, huroncito.", observó su ropa, ¿qué diablos hacía vestida con ese pijama vulgar de Lavender?

"Te gusto, por eso no te sientes mal. Tu subconsciente habla, ni la mejor magia que puedas conjurar te va a ayudar."

La besó, pero sin ansias, no era como el calamar Weasley, no, se lo tomaba con calma, seguro. Malfoy sí podía...

No, no Malfoy...

Oh, el Draco que su mente había llamado y creado.

Y diablos, esa invención suya era varonil, no chocaba los dientes ni introducía su lengua como un puberto.

Por Merlín, quería más, más de lo que su educación mojigata le podía ofrecer.

Malfoy acarició sus omóplatos y una corriente eléctrica se extendió por cada fibra de su ser; se sentía extasiada, fuera de sí. Estaba hambrienta de él.

Y tenía sentido, necesitaba rebelarse contra todos esos años desperdiciados queriendo a Ron, una amistad que jamás llegaría a buen puerto.

Quería que todos vieran que ella, la recta estudiante no por algo tenía una melena; era una leona famélica, pidiendo nuevas sensaciones, gritando que ansiaba a Draco, ¿y por qué no? Dentro de sí.

Ginny ya le había contado cómo era, "nada del otro mundo, había dicho, sólo preocúpate de asustarlo si llega a hablar. No por nada soy experta en el hechizo de los mocomurciélagos y tú eres la mejor del colegio. Deberías elegir a Draco, él jamás se jactaría de haberlo hecho con una impura cómo tú."

"Maldita seas, Ginny. Es tu culpa."

"No mientas, Hermione, me deseas y no por venganza."

Lo sintió tan duro, tan firme contra su cuerpo, ni siquiera recordaba haberse subido sobre él, recostarse en las gradas.

Ah, Gryffindor, ahora entendía porque estaba en su casa; en cuánto al instinto, se perdía, se dejaba llevar; era fuerte, decidida y una mujer deseable.

Draco no dejó de besarla, mientras ella llegaba a la bragueta y la abría.

"Duele menos si estás arriba", Ginny, ¿por qué se había escandalizado? Se preocupaba por ella, era su amiga.

"No pienses en la pelirroja, vive el momento, Granger."

Malfoy esperó paciente a que ella bajara con suavidad sus caderas y al llegar casi al final la encajó con fuerza y precisión.

Hermione gimió, mientras sus caderas se movían sin control. Lo quería todo, deseaba a Draco y decidió tomarlo sin miramientos, era su sueño, y ahí era su dueña.

Se sentía tan bien, fuera de sí. Su cuerpo era suyo, y disfrutaba la libertad de haber nacido mujer.

De ahora en adelante tomaría lo que quisiera; ya fuese Krumm, Draco, un hombre mayor, los dominaría en cuerpo, mente y alma.

Se sacudió, abrió los ojos de vuelta a su nueva realidad. La burda dormilona de Lavender estaba fuera de su cuerpo; sus dedos dentro de su sexo, pero no se detuvo, se puso boca abajo hasta conseguir un orgasmo que las más recatadas del colegio repudiarían.

"Excepto Ginny", pensó.

Qué cosa más curiosa, se había masturbado en la cama de Lavender. Vaya sorpresa le daba su subconsciente. Sí que lo hacía.