Once Upon a Time o sus personajes, no me pertenecen para nada.

Este es el primer fanfic que escribo, espero que os guste tanto como a mi escribirlo.

Una imagen vale más que mil palabras

CAPÍTULO 1: Retrato

El teléfono no dejaba de sonar en el asiento del copiloto mientras Emma conducía rumbo a la colina en la que tantas veces se había refugiado. La canción de Linkin Park, Numb, se repetía una y otra vez, sin embargo no parecía alterar el estado de concentración que tenía en la carretera, como si la música saliese de los altavoces de su coche en lugar de sonar en su teléfono móvil. No quería hablar con nadie, no podía escuchar una sola palabra más de felicitación por su compromiso. Solo hacía una semana que lo habían anunciado, y todos estaban como locos con la boda, la noticia había corrido entre sus conocidos en pocas horas, y ya habían comenzado los preparativos. Esa misma tarde tenían una reunión con un representante de la empresa que habían contratado para organizarlo todo. Cuando su madre se lo propuso, Emma simplemente se sintió aliviada de poder descargar todas las responsabilidades en un completo desconocido en vez de tener que ocuparse personalmente. "Eres una persona muy ocupada", se decía a sí misma, tratando de disculpar su completa falta de interés por un acto tan importante para otras personas.

Killian, su reciente prometido, la había sorprendido con una pomposa pedida de mano durante una romántica cena en uno de los restaurantes más caros de la ciudad. Entre burbujas de champagne Emma había contestado que sí, consciente del intenso deseo de sus padres de poder celebrar por todo lo alto una unión tan anhelada. Sin embargo, ella habría preferido una pequeña ceremonia, con las personas más allegadas como testigos, por lo que los preparativos del gran acontecimiento la estaban ahogando ya desde el primer momento. Por delante le esperaba un año largo y duro que pondría a prueba su paciencia y su comprensión.

Su viaje estaba llegado a su fin, su coche recorrió con rapidez los últimos metros hasta llegar a un mirador natural desde donde se podía observar gran parte de la ciudad. Los turistas preferían conducir en la dirección opuesta hasta otra pequeña montaña, más elevada y con mejores vistas de la ciudad, o simplemente quedarse en Primrose Hill, por lo que la afluencia de visitantes a aquel rincón era tan escasa que rara vez coincidía con otra persona allí. La paz que se respiraba en aquella colina, convertían el lugar en el rincón preferido de Emma, un lugar donde esconderse. Cuando hubo detenido su coche recogió del asiento trasero su cuaderno de dibujo, y salió de él dejando la puerta abierta tras de sí. Inspiró profundamente el aire de la sierra, limpio de la contaminación que envolvía la ciudad, y con aire descuidado se acercó al precipicio, mirando con detenimiento la ciudad que quedaba bajo sus pies. Tantas vidas ocultaban todos aquellos edificios, tantas historias habían ocurrido en aquellas calles, esos pensamientos alimentaban su imaginación cada vez que subía allí, y la llevaban a dibujar escenas plagadas de vida que llenaban las páginas de sus cuadernos. Se sentó en las piedras del borde, apoyó su bloc en sus rodillas, y levantó la vista hacia el horizonte.

Como en cada ocasión, sus ojos recorrían la ciudad en busca de inspiración cuando el rugido de un motor atrajo su atención. Un coche se había detenido cerca de ella, un poco más abajo en la colina. Sin meditar sobre la idea un segundo, se levantó de las piedras y se aproximó al punto donde el suelo empezaba a inclinarse. Un poco más abajo, un Audi blanco se había detenido frente al precipicio, al igual que unos minutos antes había hecho ella. Del interior salió una mujer morena, de aire seguro y decidido. Cerró la puerta de su coche con energía y presionó el botón de su mando haciendo sonar el clic del cerrojo. Después de guardar el mando en el bolsillo de sus pantalones, caminó hacia el precipicio hasta detenerse frente a él, y su mirada pareció perderse en la lejanía. Desde su privilegiada posición, Emma pudo comprobar como esa seguridad que aparentaba aquella mujer pronto desapareció, dando paso a una expresión triste e inestable. Su cuerpo se mantenía erguido mientras su rostro se rompía por momentos, y la luz del sol, situado en lo alto del cielo, reflejó las lágrimas que bañaban sus mejillas. Emma abrió el bloc que aun llevaba en la mano, y sobre una lámina en blanco comenzó a garabatear los primeros trazos del retrato de aquella afligida mujer.

Cada curva de su cara, cada mechón de su cabello quedó poco a poco plasmado en el papel. No debía ser mucho mayor que ella, de unos treinta y pocos años, delgada y no muy alta, aunque los tacones que llevaba camuflaban ese detalle. Saltaba a la vista que era una mujer elegante, lo que acompañado por su atractivo, le conferían un aire muy interesante. Su posición continuaba siendo erguida, su espalda recta terminaba en un largo cuello y una cabeza levantada, el pelo le caía por encima de los hombros en una corta melena, con sus mechones bien colocados cada uno en su lugar. Daba la impresión de ser una mujer de éxito, atrevida, independiente, pero había algo en su expresión que hacía que Emma se sintiera muy cercana a ella. En su retrato, libre de ropa elegante o una espalda recta, la mujer, que se acariciaba suavemente el labio superior, parecía ansiar la libertad del viento que soplaba en su cara.

De pronto su móvil comenzó a sonar de nuevo, había dejado la puerta del coche abierta, y la canción retumbó por todas partes. Emma se agachó para no ser descubierta y en cuclillas se dirigió hasta el coche donde cogió el móvil y al fin contestó a la llamada.

- Dígame.

- ¿Dónde diablos te has metido? Tu madre lleva horas tratando de localizarte – contestó la voz de Killian desde el otro lado del teléfono – dice que no le cogías el teléfono.

- Lo siento me… me quedé dormida – mintió Emma – esta noche no he descansado bien y no he podido resistirme.

- A mí también me quita el sueño la boda, es una locura, ¿verdad? Hay demasiadas cosas que hacer. Menos mal que a partir de esta tarde contaremos con ayuda de profesionales.

- Si, espero que mi madre empiece a trabajar con ellos y me dé a mí un respiro – mientras hablaba con Killian, Emma echaba miradas de soslayo hacia el lugar donde se encontraba la mujer morena, preguntándose si la habría descubierto, si de un momento a otro subiría la cuesta en busca de la procedencia del sonido.

- Tu madre va a venir a mi casa para ir juntos hacia la empresa y te llamaba para decirte que estuvieras aquí a las cinco.

- Claro, voy enseguida.

- No tardes, tienes una hora.

- Hasta luego Killian.

Después de despedirse de su prometido y haber colgado el móvil, le quitó el sonido para impedir que se volviera a repetir la misma situación. Con sigilo, temiendo que la mujer pudiera estar mirando hacia arriba, se aproximó de nuevo hacia la cuesta, y para su sorpresa, la mujer había desaparecido. Probablemente, al saberse acompañada, decidió salir de allí en busca de un lugar más solitario. Emma se quedó mirando el retrato que acababa de dibujar y una extraña sensación de desilusión invadió todo su cuerpo. No sabía quién era aquella misteriosa mujer, no tenía ninguna pista de donde poder encontrarla, y se había marchado sin más, había desaparecido sin darle tiempo a mostrarle el dibujo que acababa de hacer. Era una completa extraña, alguien a quien no había visto en su vida, y a quien probablemente no volvería a ver, pero algo en su interior deseaba conocer a la mujer del retrato.

Regina Mills nunca lloraba, su madre le había enseñado desde pequeña que una mujer debía mostrarse fuerte y severa para que nadie pudiera mofarse de ella. Ella siempre había seguido su ejemplo, había sido fuerte y trabajadora, se había puesto metas que no dejaba perder, y nunca había dejado que nadie viese sus debilidades. Todos esos esfuerzos le habían dado el puesto de subdirectora en la revista, y ya entonces se había ganado la desconfianza y la envidia de sus compañeros. Era demasiado joven para un puesto como ese, y además el dueño de la revista, el señor Gold, era un íntimo amigo de la familia Mills, por lo que ninguno de sus compañeros observaba su trabajo y su dedicación a la revista. Y por si no tuviera ya suficientes problemas, ahora habían empezado los rumores de que iba a recibir el ascenso definitivo, y las críticas se habían multiplicado. Iba a ser la directora de una de las revistas de moda más prestigiosas del país, eran muchos los que matarían por ese puesto, y no tenían ningún inconveniente por despellejar a aquel que se lo quedase.

Aquella mañana había sido una locura, se había peleado con Henry antes de salir de casa, al llegar a la redacción se había encontrado un absoluto desastre de organización, nadie estaba donde debía, y los que sí lo estaban no habían terminado su trabajo. Para finalizar la mañana había entrado al baño y mientras estaba allí había oído a sus compañeros criticar su rápido ascenso, y por alguna razón esas palabras le habían herido muy profundo. Nunca había dejado que le regalasen nada, nunca había dejado que nadie hiciera su trabajo, era la primera en llegar a la redacción y la última en marcharse, no había tenido vacaciones desde que entró a trabajar en la revista, se merecía ese puesto, pero sus compañeros hablaban de enchufe.

Con la cabeza bien alta había aguantado el resto de la jornada, pero nada más terminar había cogido su coche y se había dirigido hacia su rincón secreto, ese que solo ella conocía y el único lugar en el que podía ser ella misma. Allí había dejado fluir sus sentimientos, había dejado salir sus lágrimas, llorando por primera vez en años. Aquel lugar le había servido de refugio desde que era una niña, le gustaba alejarse de la ciudad, subir allí arriba, y escuchar sus propios pensamientos sin ninguna otra preocupación. Siempre que subía se quedaba mirando la ciudad, desde lo alto, Londres parecía un gran libro abierto, las manzanas sus capítulos, y en ellas imaginaba las vidas de la gente que allí vivía, infinidad de historias apasionantes que se ocultaban detrás de cada una de las fachadas.

Como era habitual no había nadie por allí que perturbase la paz que había ido a buscar. Se acercó al precipicio tal y como hacía siempre, mirando al infinito, pero en esta ocasión no veía la ciudad ni imaginaba sus historias. Su mirada se había perdido en el horizonte y con ella su mente, que repetía una y otra vez las palabras que había oído hacía poco menos de una hora. "Yo también me convertiría en princesa si mi padre fuera rey", "¿os habéis fijado como ha llegado hoy a la redacción? Aun no es directora y ya lleva esos aires de grandeza", "esos aires los ha tenido desde el primer día que llegó", decían sus compañeros entre risas. Unos años atrás, esas mismas personas eran sus amigos, habían trabajado y reído codo con codo desde el momento en el que entraron a la redacción, y nunca habían tenido queja de ella hasta el día que la nombraron subdirectora. Los recuerdos de los buenos momentos que había pasado con ellos era lo que más daño le hacía, pero jamás reconocería que sufría, ni por ellos ni por nadie. Solo era un mal día, solo eso. Esos pensamientos la llevaron a pensar en Henry, si quería aguantar el resto del día debía hacer las paces con su hijo, él era lo único que valía la pena en su vida y no soportaba discutir con él.

De pronto un sonido la hizo salir súbitamente de su ensimismamiento. Parecía el sonido de un móvil, lo que significaba que no estaba sola, como ella pensaba. Su mirada se dirigió hacia el sonido, pero no vio a nadie. Pensar que alguien podría haberla visto llorar la hizo estremecerse. Con su mano derecha sacó del bolsillo de la americana un pañuelo de tela azul marino con las iniciales H.M. bordadas en blanco en una esquina y se secó las lágrimas que aun corrían por sus mejillas. Una vez recuperada de nuevo su templanza habitual regresó al coche con paso firme y se marchó de la colina dejando atrás sus lágrimas y su aflicción.

Llevaba ya mucho tiempo fuera de la redacción, había salido a la hora de comer, y aun no había probado bocado, pero tenía algo muy importante que hacer antes de volver al trabajo, mucho más que comer. Volvió a la ciudad, pero en vez de dirigirse hacia La City, donde tenía su sede la revista, se dirigió hacia casa, donde su hijo de diez años estaría terminando de comer. El tráfico de Londres siempre era una locura, pero al menos se había terminado la hora punta, y no la retrasó demasiado. Al llegar a casa, aparcó el coche delante de la entrada, en el pequeño aparcamiento que tenía justo delante de la puerta del garaje, bajó del coche y entró en casa. Al pasar por la puerta escucho la voz animada de Lacey, la joven que cuidaba a Henry mientras Regina estaba en el trabajo, que hablaba con el niño en la cocina. La conversación era más bien un monólogo de la niñera, pues Henry no respondía a ninguna de sus preguntas, y Lacey parecía haber desistido de conseguirlo, pues no esperaba su respuesta antes de continuar hablando.

- Buenas tardes- saludó Regina al entrar en la cocina.

- Hola Regina- contestó rápidamente Lacey- no esperaba verla hasta esta noche, ¿ha ocurrido algo?

- Nada que deba preocuparte Lacey, solo he venido a ver a mi hijo- Regina miró a Henry con una sonrisa, pero el niño no le respondió- esta mañana se ha ido a la escuela un poco enfadado conmigo.

- Algo he notado- Lacey también se giró hacia él, con mirada cómplice- no recuerdo la última vez que estuvo tan callado. Voy a subir a recoger un poco por arriba, y así podréis hablar tranquilamente.

Dicho esto, la niñera desapareció por la puerta de la cocina, y Regina pudo oír el sonido de sus pisadas subiendo las escaleras. Ya se había quedado a solas con su hijo, pero no sabía cómo abordar el tema. El niño era lo más importante para ella, lo quería con todas sus fuerzas, pero en ocasiones su trabajo le quitaba demasiado tiempo, y su relación con él se estaba resintiendo. Le había prometido pasar el fin de semana juntos, llevaban planeando una escapada al campo desde hacía algún tiempo, y esa tarde por fin iban a marcharse. Pero una llamada esa misma mañana había echado por tierra todos sus planes. Estaba a punto de salir el número de mayo de la revista, y un problema en los ordenadores había hecho desaparecer parte de la información que ya tenían preparada. Regina solía guardar una copia de seguridad en un disco duro de la empresa, pero un par de días antes el disco dura se había negado a encenderse, y así seguía. Las pérdidas no habían sido muy grandes, toda la información se conservaba en El Ejemplar, el libro que cada mes antes de lanzar la revista iban desarrollando con todos los apartados, pero la semana siguiente debían estar las revistas en los quioscos y tendría que pasar todo el fin de semana informatizando lo que se había perdido. La cancelación del viaje no le había sentado bien a Henry, quien se había enfadado con su madre y le había gritado que era una mala madre que no se preocupaba por él.

- ¿Qué tal el colegio?- trató de romper el hielo Regina.

- Bien- Henry no se lo iba a poner fácil.

- ¿Te han mandado muchos deberes?- volvió a intentarlo.

- Normal.

- Henry… lo siento- Regina se aproximó a él, suprimiendo la distancia que los separaba, cogió una silla y se sentó a su lado, apoyando una mano sobre su cabeza y acariciando su pelo- lamento tener que cancelar lo de este fin de semana, pero…

- Tu trabajo, lo sé- terminó de decir Henry.

- Te lo compensaré.

- Siempre dices lo mismo- Henry miró a su madre con ojos tristes- yo solo quiero pasar tiempo contigo- desde que había conseguido el puesto de subdirectora, a Regina se le había multiplicado el trabajo y apenas veía a su hijo.

- Vamos a hacer una cosa, este fin de semana trabajaré duro, y cuando la revista salga a la venta la semana que viene, tú y yo iremos una tarde donde tu elijas, ¿te parece?- Regina sabía que eso no era suficiente, pero de momento no podía hacer nada más.

- Está bien- dijo Henry, suspirando, y mirando de nuevo a su madre añadió- Mama, siento mucho lo que te he dicho esta mañana, no lo pienso realmente.

- No pasa nada cariño, ya lo sé- madre e hijo se abrazaron fuerte para despedirse, y Regina llamó a Lacey para avisarla de que ya se marchaba.

Iba a ser un fin de semana muy largo y no podía retrasar más su vuelta a la redacción, pero al menos su hijo ya no estaba enfadado con ella. Se despidió de ambos, volvió a subir a su coche, y arrancó, pero antes de poner rumbo a la redacción, Henry salió corriendo con algo en la mano, era una bolsa con un sándwich para que Regina se lo fuera comiendo por el camino, a su hijo no lo podía engañar. Después de algo más de media hora conduciendo llegó al trabajo, con las pilas nuevamente cargadas gracias a su hijo, y deseando enseñar a esos redactores envidiosos como trabajaba Regina Mills.