Novela: Luces lejanas.

Capítulo 1. Peleas.

Chillé enojadísima y arrojé toda la ropa que tenía en mis manos sobre la cama. Luego, un traicionero llanto brotó repentinamente de mis ojos, inundándolos y bañando mis mejillas en tan sólo un instante. Sin pensarlo, mis manos se movieron instintivamente hacia mi rostro. Cuando miré mis dedos, vi una gota de cristal en ellos. Sacudí esa estúpida lágrima de allí. No quería esto. Yo no lo había elegido. Habían decidido por mí. Caminé hasta el umbral de la puerta de mi cuarto y me apoyé en él. De repente, me erguí y me moví unos pasos adentrándome en la habitación, me volteé a mirar la puerta. Sin proponérmelo realmente, la pateé y ésta se cerró de forma estrepitosa. Contuve la respiración por un segundo ante tal estruendo. Eso sólo sirvió para escuchar los alterados pasos de René por la escalera, hacia donde yo me encontraba en esos momentos.

-¿Bella? – Preguntó algo asustada - . Bella, mi amor, ¿estás bien?

-Si mamá. – Dije con la voz lo más fría que pude, pero no sirvió. Ese pequeño sonido producido por mi torpe garganta se quedó sofocado por los almohadones a los que me acababa de tirar. Nunca iba a cambiar. Esto estaba tallado en piedra prácticamente. Me rendí de tratar de parecer tan enojada y me limité a decir lo que sentía. – Déjame sola. No quiero hablar.

Al otro lado de la puerta mi madre suspiró. Debía de estar pensando algo como que yo era tremenda terca. Y bueno, a decir verdad, esa idea era bastante acertada. René era muy perceptiva, a pesar de lo infantil que era. Ella sabía cuando no le convenía hablar. Claro, también sabía cuando sí. Y cuando podía, cuando conseguía esos momentos, sí que los aprovechaba. Se me dibujó una especie de sonrisa en la cara. Casi me maravillé de mi misma. Hacía días, quizás algunos meses, que no sonreía ni soltaba ningún tipo de risa, desde que me enteré de la horrible noticia acerca de dónde iba a pasar mi futuro, al menos por unos años.

-De acuerdo, Bells. Pero quiero que sepas una cosa. A mi tampoco me agrada la idea de que te vayas a vivir con tu padre. – Casi pude imaginarla estremeciéndose ante esa idea. - Sé que Forks no te gusta. A mi tampoco. Pero no tenemos otra alternativa. Tú fuiste la que se negó a pasar su último año de instituto en el que acudías. Es fue tu idea. Yo tampoco estoy contenta. Así que estamos igual. Comprende que yo estoy tanto o más asustada de este cambio que tú.

Esa fue la gota que colmó el vaso. Yo no estaba asustada. Me levanté de golpe de los cojines en los que estaba casi enterrada a estas alturas. En un segundo estaba en la puerta, frente a mi madre. Mi rostro debió de ser espeluznante, ya que ella pegó un respingo y automáticamente retrocedió un paso. Ante esta reacción, traté de controlar mi expresión. Mejor, me dije a mi misma cuando mi madre abandonó su cara de miedo y se acercó a mí lentamente, con precaución. A pesar de todo traté de sonar lo más convincente que pude, pero me costaba demasiado. Pero no pude decir nada. No me dio el tiempo, porque en ese momento apareció Ashley, mi hermana menor.

Bueno, no sé si se le podría realmente considerar menor, porque a pesar de ella tener 17 y yo 18, ella era el doble de madura que yo. Y eso que yo no era una adolescente promedio con la madurez, por lo contrario, parecía tener 50 años según mis amigas.

-Ma, he terminado de empacar todo en mi valija. ¿Dónde la dejo? – Añadió luego.

-Puedes dejarla al lado de la puerta, si así lo quieres. – Dijo la aludida aún un poco mareada con mis cambios de actitudes y la reciente interrupción. Parecía un zombi.

-De acuerdo. – Dijo Ashley en seguida. Parecía muy apurada por desaparecer de mi vista. ¿Qué? ¿Acaso tenía miedo de que la matara con la mirada sin previo aviso? Está bien, pensé, eso podría ser, porque siempre decía que yo lanzaba cuchillos con la mirada. Antes había creído que eran locuras de mi hermana, pero luego de mirar a mi madre comprobé que la peque parecía tener razón.

Miré a mi madre por largo rato. Ninguna de las dos dijo nada. Resignada, me fui de mi habitación, dejándole el camino libre para que se divirtiera lo que quedaba de tarde empacando mis cosas. Estaba Cansada. Enojarme me estresaba. Y mucho. Quizás demasiado. Así que decidí sacar una silla al patio y sentarme a tomar sol. Eso siempre me relajaba.

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Al llegar al aeropuerto de Forks, cuando miré por la ventanilla, me di cuenta de que tendría una gran bienvenida. Toda la sangre huyó de mi rostro como respuesta a mi susto, pero luego volvió a él, más precisamente a mis mejillas al ver el espanto que se extendía por la pista de aterrizaje. En la autopista habrían aproximadamente 50 personas, con un cartel que decía: "BIENVENIDAS BELLA Y ASHLEY". Al verlo me sonrojé aún más y cerré la cortina de la ventana. Yo debería parecer un tomate.

Para variar un poco el clima de Forks, estaba nublado y amagaba con llover. Odiaba ese pueblito. Casi nunca podía ver el sol estando allí. Yo no era de las que se queman la piel con estar una hora bajo este astro hermoso, sino que para lograr un tono un poco más oscuro en mi piel debía estar toda una tarde al sol, como una lagartija, en el suelo.

Miré a Ashley, que dormía en el asiento de al lado. En el correr del viaje se había ido cayendo sobre mi hombro, y ahora roncaba sin cesar. A ella le encantaría el cartel. Siempre le fascinó ser el centro de atención de toda persona que conocía, o simplemente que cruzaba.

Yo era, claramente, su polo opuesto. Detestaba que me prestaran atención a mí. Por suerte eso no pasaba muy frecuentemente, porque a pesar de ser mayor que Ashley, era casi una rutina ser la sombra de ésta. Las pocas veces que me convertía en el centro de miradas, se activaba una especie de alarma en mi cerebro, que me permitía inventar alguna excusa para distraer a las personas. Por fortuna para mí, ésa era una de las pocas cosas que se me daban bien.

Levanté la mano izquierda lentamente, ya que la derecha estaba inmovilizada bajo el brazo de Ashley, y le toqué el hombro con delicadeza. Ella siempre se quejaba que cuando la tocaba realmente la estaba golpeando, así que decidí tener más cuidado. Ella era mi única salvación en ese pueblo, así que más valía tenerla de amiga y hermana, y no de enemiga.

-Vamos, Ash, ya llegamos. – Le dije sacudiéndola un poco. Cuando abrió los ojos, estaba totalmente confusa. Se levantó poco a poco, liberando mi brazo, que estaba ya entumecido. Lo masajeé lentamente, esperando que comenzara a responderme. Me sonrió en forma de disculpa por ese problema. – No hay problema alguno. – Le dije. Ella suspiró y se puso a ordenar todo lo que tenía desperdigado a unos 5 pasos a su alrededor.

Cuando logró agarrar todo, lo metió en un pequeño bolso. Me quedé sorprendida de que todos los bártulos que había llevado entraran en ese reducido espacio. Pero así era. A veces pensaba que quizás la peque hacía magia. Luego me pegaba en la frente y pensaba que las estupideces de mi mejor amigo del Instituto, Peter, se me habían pegado. Y eso era malo. Muy malo. Preocupante incluso.

Peter…, pensé, sintiendo por primera vez nostalgia de toda la gente que quería, de mi casa, desde que salí de ella. Los recuerdos de esa última hora con mis amigos y mi madre y hermana revolotearon como mariposas dentro de mi mente. Y de repente lo vi de nuevo, parado en el umbral de la puerta, con expresión torturada, pero sobre todo comprensiva. Peter sabía la razón por la que me iba, y, callado, la aceptaba y sufría sin chistar. Éste recuerdo me puso mal, así que pasé a otro, en el que estaba abrazando a mis amigas y a mi madre, antes de tomar el taxi con Ashley hacia el aeropuerto. Las lágrimas comenzaron a salir de golpe desde mis ojos. Cuando me miré la ropa me di cuenta de que tenía toda la remera empapada. Ash se dio cuenta de cómo me sentía y me abrazó sonriente.

-Todo va a estar bien, Bells, no hay nada de que preocuparse. – me dijo tranquilamente. Eso no era propio de ella. Ni que estuviera tranquila ni que me consolara. Quizás mi madre le había lavado el cerebro para que dijera eso. Ya está, pensé, basta de tonteras por hoy, ya cumplí con la cuota de casi un mes. La miré a los ojos y asentí lentamente.

Casi en seguida de ese movimiento, las azafatas nos indicaron que podíamos bajar. Tomamos nuestras cosas y caminamos hacia la salida. Al asomarnos a la puerta, de no haber estado Ashley a mis espaldas, me hubiera desmayado.

Al bajar, nos encontramos con un grupo realmente variado de personas esperándonos. Y por variados me refiero de TODAS las edades, estaturas, etc. Parecía un circo. Luego de mirar las caras por un rato, logré distinguir la de mi padre, que nos miraba ansioso a unos pasos de nosotras. Él siempre fue muy callado, tímido; así que no tenía, entre mis esperanzas, que él se acercara a saludar. También distinguí algunas personas más, algunas amigas de la infancia e incluso familiares de éstas. Ashley me tocó suavemente el brazo y me miró. Ella hizo un leve movimiento de cabeza hacia donde se encontraba nuestro padre y comenzó a caminar a su encuentro. Yo la seguí un paso más atrás, con mi infaltable vergüenza.

Faltando unos cuantos metros Ashley apuró el paso. Dos metros después estaba corriendo. Cuando se volteó a medio camino para observarme y preguntarme por qué no la seguía tan rápido, pude ver que tenía una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Yo ya voy! – le grité. Realmente no sólo no corría por pereza y timidez, sino también porque cuando Ashley echó a correr, tiró sus dos bolsos al piso. ¿Y quién debía recogerlos y llevarlos a donde sea que fuera a estar ella luego? Obviamente, yo. No sé si ella tenía fuerza sobrenatural o qué, pero lo que sí sé es que me pareció imposible que hubiera estado cargando con estos bolsos por tanto tiempo.

Como pude, caminé unos veinte pasos más, pero ya no podía seguir. Paré por unos segundos y apoyé uno de los bolsos en el suelo. Y aún me quedaban unos diez metros aproximadamente. De pronto una mano nívea se interpuso en mi camino. Al elevar la mirada me di cuenta de que un chico alto, musculoso y bastante bonito estaba adelante, con el brazo derecho estirado hacia mí, más precisamente a mi espantosa carga. Tenía el pelo rubio, rizado. Sus ojos me llamaron aún más la atención que su belleza, porque eran dorados. Nunca había visto a una persona que tuviera los ojos de ese color. Mi corazón, en respuesta a ese rostro, se aceleró automáticamente. Él esbozó una sonrisa y bajó el brazo hasta colocarlo al lado de su cuerpo nuevamente.