Bella gritó indignada cuando la tapa de la alacena cayó al suelo quebrándose en tres pedazos, y rozándola por un pelín.
¡Vamos, si la había arreglado hace solo unas semanas!
Pero ella sabía que no podía postergarlo más.
Su casa se estaba desmoronando, y girándose sobre sus talones miró el triste espectáculo.
La pintura verde chillón estaba descascarillada en algunas zonas, dejando el revoque desnudo.
El mono ambiente solo contaba con una pequeña cama en un rincón, una cocina demasiado precaria y una mesa que hacía las veces de escritorio.
No se podría decir que vivía en la pobreza, pero tampoco era que se diera demasiados lujos. Más bien…ninguno.
El poco dinero que ganaba en su trabajo, debía gastarlo en la renta, los impuestos, algún que otro arreglo en su vivienda, y le quedaba apenas para sobrevivir.
Pero no se quejaba… había logrado de escapar de aquel pueblo en el que se había criado, no porque fuera un mal lugar, ni un mal recuerdo, sino porque sabía que allí nunca lograría llegar a ningún lado.
El único futuro que le esperaba en Forks era el de atender el negocio de ropa deportiva de su madre.
"Y aquí eres una secretaria… Qué gran diferencia" le recordó su conciencia.
Ella sabía que gracias a sus años de estudio, y todo su esfuerzo, algún día llegaría a ser lo que siempre había soñado ser.
Pero mientras tanto, ella iba disfrutando del camino.
Tenía unos estupendos amigos que la adoraban, una familia, que aunque pequeña, siempre estuvo presente, un trabajo, y un techo sobre su cabeza cada noche, ¿Qué más podría necesitar?
A sus 22 años, Bella parecía más una niña que una mujer, amaba los colores, amaba la vida, y por eso su casa era un "autentico circo", como la llamaba Alice, una de sus mejores amigas.
De las cuatro sillas que rodeaban la mesa, ninguna era del mismo color ni diseño. Todos y cada uno de los objetos de la casa poseía su propio y único estilo
Había flores por donde miraras, y del techo colgaban diferentes adornos, como muñecas de tela, flores de papel, y pequeñas lucecitas, de esas que estaban destinadas a adornar un árbol de navidad.
Bella sonrió.
Era un desastre, y ella adoraba su desastre.
…...
Edward sonrió fríamente al empleado que se paraba nervioso frente a su escritorio, y no fue para nada una sonrisa amigable.
-¿Y tú piensas que con eso me basta?-le preguntó cínicamente- te he dicho que yo quiero conseguir toda su empresa, no solo una parte- "imbécil" pensó, pero se contuvo, por más frio que fuera con sus empleados, Edward nunca los había insultado, ni nunca lo haría.
Había que darle crédito al muchacho por atreverse a pararse frente a él y comunicarle la negativa de Marcus Floyd.
Aquel anciano cabeza dura le ponía los pelos de punta.
¿Por qué no aceptaba que su empresa iba en una picada sin frenos hacia el desastre? ¿Tanto le costaba dejar su orgullo de lado y ceder su puesto a Edward, que sabría manejar las cosas mucho mejor que él?
-lo sé, señor, pero ese hombre es realmente terco…-su voz se fue apagando y Edward sintió pena.
-Ya lo sé, Gales. Ve a seguir con tu trabajo.
El flacucho hombrecito no dudo ni medio segundo, se giró sobre sus talones y salió casi corriendo.
Edward suspiró.
Si quería hacerlo bien, debía hacerlo él mismo.
Cuando pensó en esto, se le vino a la cabeza la imagen de su padre.
El hombre había muerto con tan solo 50 años, dejándole todas sus riquezas y sus negocios a su único hijo, Edward, un muchacho desgarbado de tan solo 19 años.
Muchos lo habían menospreciado, y subestimado. Pensaban que no sería tan fuerte como su padre para mantener erguido aquel gigantesco imperio, pero él les había demostrado que podía ser aún más fuerte que Carlisle Cullen.
Su padre siempre había tenido un pequeño problema, y ese era su gran piedad.
No quería decir que estuviera mal, pero a veces, los empleados se aprovechaban de Carlisle sabiendo que él nunca los despediría, ni los miraría con la gélida mirada con lo que lo hacía Edward.
Él se había decidido a no hacer lo mismo, y no por eso debía tratar mal a sus empleados, simplemente… no los alentaba a que lo vieran como un tonto.
Edward cerró los ojos con fuerza.
Esa noche sería la fiesta de mitad de año de Christopher Jockins, el dueño de la mitad de las propiedades del país, y aunque Edward no asistía a esas galas con regularidad, más bien, no lo hacía nunca, debería considerar ir.
En ese tipo de fiestas se presentaban, por no decir todas las personas importantes de los Estados Unidos, y del mundo, en realidad.
Estaba seguro de que Marcus Floyd asistiría, a ese viejo depravado le encantaba pararse en los grandes salones de baile a mirar como embobado a las señoritas vestidas con escotados vestidos de gala.
Mierda.
Edward odiaba esas cosas, odiaba todas esas estupideces acerca de pertenecer a un cierto circulo social, lleno de reglas y pasos a seguir, los cuales el no pensaba seguir.
De por sí, ya lo conocían como "El demonio Cullen", tanto por su manía de perseguir las cosas hasta que las conseguía, su misterio que lo hacía tan interesante, y por su fama de ser un verdadero "Don Juan".
Y él no lo negaba, ¿Por qué habría de hacerlo?
Amaba a las mujeres. Amaba el sexo. Amaba vivir la vida.
Desde chico había sido algo promiscuo, perdiendo su virginidad con solo 15 años, con una chica 5 años mayor que él.
Salía de fiesta todos los fines de semana, y tenía millones de amigos, pero había solo una cosa que Edward se privaba: el mezclar su trabajo con su vida privada.
No era amigo de sus empleados, nunca se había acostado con una empleada, ni nunca lo haría, e intentaba que las fiestas y pubs a los que asistía, fueran completamente ajenos a su empresa.
Pero no podía estar siempre escondido, y ya era normal para él ver su cara en la portada de alguna revista que lo acusaba de haberse emborrachado en algún pub selecto de la ciudad, en lugar de acudir a la gala de algún gran empresario.
Y a él, no le importaba un bledo, para ser directos.
Edward dejó de mirar el cielo raso como un idiota cuando Clary, su secretaria, ingresó en su oficina balanceando sus abundantes senos.
A Edward casi se le escapa una risa.
Esa mujer había intentado seducirlo de muchísimas maneras, pero parecía no entender que a él, simplemente no le interesaba.
No le interesaba ella, ni la idea de acostarse con su secretaria.
Cuando la decepcionada chica volvió a salir por la puerta, Edward se levantó de su cómoda silla cansinamente.
A sus 26 años, no solía llevar trajes, es más, los detestaba.
Pero esta "ocasión especial" merecía una prenda especial, por lo que tomando su billetera, salió a la fría lluvia de Nueva York, dirigiendo sus pasos hacia el centro.
…
Bella odiaba las galas. Ella era del estilo relajado.
Se sentía cómoda con unos vaqueros y una remera suelta, pero si se ponía eso en una gala como la de Christopher Jockins, su jefe la pondría de patitas en la calle antes de que pudiera cruzar el umbral del salón.
Asique aquí estaba, en el centro comercial de Broadway, siendo arrastrada por un torbellino pelinegro con exceso de cafeína.
Alice casi se desmalla cuando recibió una llamada de la mismísima repelente de la moda pidiéndole que la acompañe a comprar ropa.
Y no tardó ni dos segundos en buscar su bolso, su abrigo, darle un apresurado beso a su rubio novio, y salir corriendo como una demente del edificio.
Bella no paraba de probarse vestidos, y cuando creía que la tortura terminaría, Alice aparecía por los vestidores con otra tanda de vestidos.
Eran las 6 de la tarde, y Bella caminaba arrastrando los pies detrás de una incansable Alice.
Pero repentinamente, algo captó su atención.
Un vestido azul marino descansaba en el pequeño escaparate de una tienda, casi escondida entre todos los otros salones de alta costura.
La castaña soltó a su amiga precipitadamente, y se giró sin fijarse si alguien venís detrás.
Una queja varonil le indicó que debería haber mirado hacia atrás.
Un hombre de unos 25 años miraba encolerizado el suelo.
Lo había hecho derramar su café.
-¡Aunque sea fíjate por donde caminas!-El hombre de cabellos dorados seguía inspeccionando su impecable traje, a pesar de que ninguna gota había caído sobre él.
Todas habían ido a parar en Bella.
-De veras, lo siento, no fue mi intención…No quise…-Bella comenzó a tartamudear una disculpa, pero se quedó callada cuando el hombre le dirigió una mirada lo suficientemente intensa para derretir el sol.
Y entonces Bella pudo notar que no era solo un hombre, ni siquiera podría decirse que era de esta tierra.
Sus rasgos duros, per a la vez suaves lo hacían extremadamente perfecto y masculino.
El traje que llevaba puesto debía de costar más que todos sus sueldos de un año, y se amoldaba perfectamente a su poderoso cuerpo.
Pero lo que más le llamó la atención fue su mirada.
Podría hacer que los muertos volvieran a la vida con solo esa mirada.
Eran unos ojos fríos y crueles, pero en las profundidades de ese verde esmeralda, se podía notar todo lo que ese hombre tenía para dar, toda la bondad, cariño, y ternura.
O eso pensó Bella, porque luego sus ojos la comenzaron a estudiarla cínicamente, y eso le puso los pelos de punta.
-Veo que tú obtuviste la peor parte-comentó mirando la remera blanca de Bella con una ceja alzada.
La remera debía de tener unos 5 años, y era la favorita de Bella. El tamaño era descomunal para el pequeño cuerpo de Bella, y la carita sonriente en el centro, de color amarillo chillón, ya se encontraba demasiado desgastada.
Bella soltó un gemido cuando bajo la vista, y no pudo evitar hacer un leve puchero.
-Si quieres puedo pagarte la lavandería… O comprarte otra…-comentó el chico de cabello cobrizo, y Bella notó la ironía en su voz.
Eso la ofendió.
Lo miró echando chispas con los ojos y no pudo evitar soltar.
-Muchas gracias, pero no necesito tu caridad, ni la de nadie. Después de todo, fui yo la culpable de todo esto-Se giró para marcharse pero se detuvo abruptamente-Ah, y aquí tienes, por lo de tú café- Sacando 5 dólares del bolsillo, se los plantó en el pecho, mirando indignada como el cobrizo no hacía más que sonreír.
Comenzó a caminar decidida, junto a su asombrada amiga, cuando oyó un grito divertido desde atrás.
-¡El café salía 7 dólares!- Bella se giró para mirarlo con la boca abierta.
El chico era un idiota.
Se giró otra vez, y tomando del brazo a su amiga salió de allí.
Apenas sintió el cálido aire de Nueva York golpear contra su cara, recordó que no había comprado el vestido, y con un gemido de derrota, se dijo que volvería más tarde.
…
Edward seguía sonriendo cuando llegó a su casa.
Hacía mucho que algo no le causaba tanta gracia.
La cara de furia de esa muchacha casi lo hace soltar una carcajada.
Largó un suspiro al dejar el nuevo traje sobre la cama.
No entendía demasiado bien que había sucedido.
Pero esa chica le había gustado, no había dudas.
Era extraño, pues ella no era el tipo de chicas que solía llevar a su cama.
Vamos, ni siquiera se le marcaba la silueta con esa carpa que tenía por remera.
Cuando le ofreció comprarle otra, no lo decía en broma. Esa remera parecía tener tantos años de uso, que en cualquier momento se desintegraría allí mismo, dejando a la castaña desnuda.
Aunque eso no estaría mal, meditó unos segundos.
Por debajo de esa enorme remera desteñida, podía verse lo delgada que era la muchacha, y las dos largar piernas enfundadas en un jean tubo podían asegurarle que su cuerpo seria de infarto.
Pero todavía no entendía que había visto en ella.
Era bonita, no había dudas, pero no era ninguna diosa pagana o algo por el estilo.
Su nariz respingada y las pequeñas pecas que la adornaban la hacían parecer más niña de lo que debía ser.
Y su boca lo hacía querer besarla hasta no poder más.
El labio superior era levemente más grande que el inferior, dándole un toque demasiado divertido y tierno a su cara.
A Edward le gustaban las rubias.
Ella era castaña.
A Edward le gustaban las curvas descomunales.
Y ella no las tenía, simplemente era bien proporcionada.
A Edward le gustaban las mujeres sexis, y provocadoras.
Ella parecía una niña, salvo por sus largas piernas.
Y ni era que hubiera visto demasiado.
Suspiró otra vez.
¿Por qué pensaba tanto en ella sí lo más seguro es que nunca más la volviera a ver?
Pero a pesar de eso, no pudo alejar su mente de la castaña hasta bien entrada la noche.
…
Holaaaaaaa gente.
Ya se, ya se, mi rapidez puede compararse a la de un caracol al momento de actualizar, y es que últimamente he estado taaan ocupada con diferentes cosas, que apenas si tuve tiempo para escribir el primer capitulo de esta historia.
Ya casi tengo preparados los últimos capítulos de mis otros fanfics incompletos, y les prometo que los voy a actualizar en cuanto pueda, lo que será…después de navidad
Ahora mismo estoy preparando las valijas, porque me voy de viaje durante un mes, y lamentablemente no me dejan llevarme mi portátil, asique deberé esperar hasta volver para poder seguir con las hostorias.
Está es una idea que se apareció por mi mente mientras veía una de esas típicas comedias romanticas, las cuales adoro, lo acepto, y bueno … decidí plasmarla aquí, para ver si alguien más comparte ese amor por las historias completamente cursis jajaaj
Besotes lectores, los volveré a ver en un nuevo chapter.
Emma.
