Notas de autor: Muerta por dentro pero de pie, bailando cumbia mientras escribo jerza. Jijiji. Este fanfic es para Vita, que es tan amable y nos manda palabras random para escribir historias :'DDDD #VitadoradoraHastaLaMédula. En esta ocasión, me mandó con la mensajera del amors y la testigo Jerza, la/s palabra/s: súper mercado/Supermercado. Os a cantar: cajero, cajero, cajero 7u7)r. Además, ¿Mi primer jerza AU? D: ¡Me da nervios! DDDDDDDD:
Disclaimer: Fairy Tail no me pertenece, es de Mashima. El Jerza tampoco, es de Sabastu. La palabra, menos, es de Vita. xDDDD.


Para Vita:

"¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecérselo a otro que al mismo cielo!"―Miguel de Cervantes (1547-1616) Escritor español.

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Para Sabby:

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Encuentros predestinados

Capítulo I: Supermercado

«Jerza»


Tiene todo el verano trabajando como cajero de ese supermercado. Es algo que suele hacer durante las vacaciones; se termina el semestre y él busca un empleo para ayudar a sus padres con los gastos escolares y tener un poco de ahorros ―además de que no hay mucho que hacer durante los días veraniegos y prefiere gastar sus horas en algo provechoso como ganar dinero―.

Nunca le ha gustado estar sin hacer nada, y en gran parte es por la educación que le dieron, ya que su papá lo acostumbró a trabajar en vacaciones al pedirle que trabajara con él en el negocio familiar, aunque la paga casi nunca llegaba y cuando el cielo se acordaba de él, nunca le daba lo que le correspondía.

Cuando tuvo la suficiente edad para pedir trabajo ―edad legal para trabajar―, trabajó en el cine, de mesero en restaurantes y en fiestas, encargado de una tienda departamental, en una heladería, en tiendas y recientemente, lo hacía como cajero en un supermercado.

Le va bien, es bueno con los números y es un trabajo donde cambia sus días de descanso al negociar con sus compañeros: o puede descansar un domingo, como puede hacerlo un martes. Y ese puesto, es mucho menos pesado que cuidar un área, ellos acomodan productos todo el día y tienen que cuidar la limpieza de los pasillos.

Y él, solo cobra. Basta con decir el monto a pagar, recibir dinero en efectivo o una tarjeta para cobrar, sonreír y desear que tengan un buen día o bonita tarde con una sonrisa. Hasta ahí.

A veces daba lata estar parado todo el día, pero se tenía sus oportunidades de descanso ―lo mismo que en todos los supermercados, hay veinte cajas y solo funciona una―. Por lo que no se queja de donde está, está conforme, no tiene tantos tiempos muertos como los encargados de pasillo y le pagan bien, que es lo más importante (dinero, dinero, dinero).

Y estando parado detrás de la máquina registradora, se divertía a su manera, ya que existe cada tipo de cliente: los tacaños que reniegan con los precios, los compradores compulsivos, los niños que lloraban por los dulces perfectamente colocados cerca de caja, los que siempre olvidaban algo de su lista, los que se arrepentían de comprar algo y lo arrojaban lejos de la caja y claro, las mujeres coquetas.

No importa la edad: adolescente, adulta o anciana. Siempre encuentra una que le sonría cuando les pasa el cambio. A veces se cohíbe, dependiendo de la edad de la mujer, y otras le da gracia que niñas pequeñas ―de algunos quince años―, hacen lo que pueden por llamar la atención del cajero. No es que se creyera apuesto o algo por el estilo, solo que es gracioso a lo que llega la naturaleza humana (y las hormonas femeninas).

Hasta apuestas hace con sus compañeros de trabajo ―otros cajeros y cerillos―; si ven entrar a una mujer guapa, o que está buscando la caja menos ocupada, hacen lo que pueden por cobrar rápido y que llegue a pagar con ellos. Incluso, hacían sus trampas y le decían: «Pase». No les importaba que tuvieran mucho por cobrar delante de ellas, lo importante era la atención a clientes y cobrarles a más mujeres para ganar.

―¡Viene una pelirroja!―dijo uno. Según la ley: la competencia empieza cuando la primera mujer hermosa entra al supermercado ―¡Inicia nuestro día!

Jellal asiente, a sabiendas de que es muy temprano para que las cajas estén abarrotadas. Lo que, la decisión de la pelirroja por sería pura suerte o mala.

El día apenas empieza, así que no se daría prisa por ganar. De repente, deja de escuchar las risas y lamentos de sus compañeros ―tres cajeros aparte de él―, y sabe que es porque hay cliente en caja. De reojo voltea para comprar que sus teorías son ciertas; en la caja uno hay un hombre y una mujer formados, en la caja dos está una madre de familia y sus dos hijos que no dejan de echar golosinas, por lo que iba a ser una larga lista de cobro y en la tercera caja, se encuentra una anciana contando los centavos para pagar.

Ríe de la desgracia de sus compañeros porque ya llevan desventaja por si aparece la pelirroja.

―Disculpe ―una voz carraspea enfrente de él y no le queda otra más que enderezarse y sonreír en modo de disculpa: es un cliente y no se le tiene que hacer esperar. Si en los precios no hay mucha diferencia con otros supermercados, entonces deben ser los mejores en servicio a clientes.

Y siguiendo sus principios, la amable sonrisa y la cordialidad, hacen que la percepción del cliente cambie. ―Buenos dí… ―enmudece. Sus ojos no creen lo que está viendo y aunque no gane la apuesta del día, presume que se ha llevado el mejor premio de todos ―días. Buenos días.

La pelirroja le sonríe de vuelta. Pero Jellal nota algo diferente en ella, sin duda no es igual a cuando las pre-adolescentes o pubertas tratan de coquetearle.

―Buenos días ―responde ―quiero pagar esto ―señala con simpleza. No parece molesta por las tardanzas del torpe cajero, que apenas y puede articular palabra.

Se siente sofocado y asiente, debido a que es incapaz de pronunciar alguna palabra. Comienza a pasar todos los productos por el registro, para que el código de barras indique el precio. «Dulce, le gusta el dulce» piensa, mientras toma cada artículo: chocolate, harina para pastel, fresas, caramelo, leche condensada…

Jellal tiene que maldecir internamente por lo poco ―según él―, que ha comprado. Y ruega para que cuente los centavos, uno por uno, para pagarle. Él no tendría ningún problema en esperarla, y le ayudaría con gusto. Pero en cuanto dice la cantidad a pagar, ella saca su dinero y la compra se efectúa demasiado rápido. Ha fallado en dos, pero aún queda una carta por jugar, con toda la experiencia que tiene y porque los cajeros SÍ tienen problemas a la hora de efectuar su trabajo.

«Bueno, quizás pueda hacer un poco de tiempo por el cambio».

Se siente ridículo por buscar una distracción para detenerla frente a él, y si nadie más se ha formado en su caja es una señal divina, por lo que procede con sus planes.

―No hay cambio ―pronuncia.

―Está bien...

―Recién abrimos, es la primer compra del día ―explica. Asiente en silencio mientras la ve cruzarse de brazos. «Maldición, la estoy impacientando»―. Permítame ―se gira para cuestionar a su compañero de trabajo ―¿Tienes cambio, Sam? ―muestra el billete y el muchacho frente a él, afirma ―gracias ―no puede evitar fruncir el entrecejo con desdén cuando se mueve tan eficazmente, porque lo pone en evidencia «si ella vuelve, al menos ya sabe en donde NO pagar» ―aquí tiene señorita ―«su nombre, pregunta su nombre».

―Gracias ―toma el cambio.

Ignora el cosquilleo que siente en sus dedos cuando toca la mano de ella. Es un suave roce, pero una descarga eléctrica comienza a viajar por todo lo largo de su brazo. Parece que el mundo, su mundo se detiene ahí y es ella quien retira su mano primero.

«Idiota».

―Gracias por su compra ―sus mejillas arden ―que tenga un buen día, señorita.

Agradece con un gesto y se retira, no sin dejar una buena propina al que metió los artículos comprando en una bolsa.

Se queda tan pasmado viendo como su cabello rojo se mece con gracia conforme a los pasos que da. No hay duda, impone tanto que hasta el tiempo se congela para que puedan admirarla en cámara lenta.

«Su nombre. No sabes su nombre».


―¡Ah!, ¡Qué suerte de Jellal!

¿Suerte de dónde?

Más que un comentario positivo, o cumplido, lo toma como burla. Puede que tenga la delantera y quizás se ha llevado el premio mayor… pero cual grande se puede interpretar su triunfo como su derrota: ha perdido una gran oportunidad y quizás la única que se le presente entorno a la misteriosa pelirroja amante del dulce.

Puede que ese encuentro sea fugaz y jamás la vuelva a ver. Y no entiende por qué se siente así, es normal sentirse atraído por una hermosa mujer ―si es el inicio del enamoramiento: la atracción―. Y si está de acuerdo con esa "ley" ¿Por qué no deja de sentirse así? Como si se le hubiese ido la única oportunidad de su vida para enamorarse.

Su cerebro lo justifica como simple atracción y frustración por no conseguir su nombre y su corazón, no parece es tan lógico, ya que le indica que el amor brota de repente: no es como un descuento que de inmediato se registra con el código de barras en el sistema, es más bien una muestra gratis.

Y ahora, se queda rogando para que vuelva, bajo la promesa de que le preguntaría su nombre.

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Conforme más avanza el tiempo, más siente morir sus esperanzas de volver a ver: han pasado ya una semana y no ha vuelto «quizás encontró otras mejores ofertas para sus dulces, o un cajero más eficiente». Y le arde el pecho de imaginarse que él es una de las razones principales.

Sabe que es idiota culparse y reconoce que es más idiota, aún, por lo que se está culpando. ¿En verdad? ¿Él que culpa tiene del precio de las fresas? Que si por él fuera, le da todas las fresas de su huerto.

Bah. Tan patético es, que se está dedicando a formularle frases burdas de romance, o amor, o de conquista. Porque ante su ausencia, se entretiene pensando en los diálogos y cumplidos que le diría si la tuviera enfrente «Bonito cabello», «¿Qué champú utilizas?», «¿De qué marca es tu tinte?», «Juro que es para mi mamá» completaría para hacerse el gracioso. Hasta se atrevería en osar al hacerle sugerencia de compras, incluso abusaría del descuento «Deberías aprovechar la oferta de limones», «Hoy es nuestro cliente número mil, por lo que tiene derecho a un artículo gratis».

Y el milagro se cumple cuando vislumbra una cabellera roja que se acerca empujando un carrito de compras, buscando una caja disponible y con desespero, voltea hacia todos lados para ver cómo están las cajas. Él tiene a dos personas formándose y por fortuna, hay más de cinco cajas cerradas, y las filas para pagar son largas en casi todos los puestos ―tienen más de dos personas formadas, al menos―.

Su corazón se detiene cuando la pelirroja frena y se asoma en una caja, para ver si la fila está larga o si tienen muchas cosas para cobrar. Su alma regresa a su cuerpo y sus latidos se aceleran cuando la ve enderezarse para volver a empujar el carrito.

Es un ciclo lento, repetitivo y hasta cruel porque está dependiendo totalmente de un flujo que él no puede manipular.

«Caja cuatro, caja cuatro». Ruega. Jura que no vuelve a apostar con tal de tener la oportunidad de cobrarle.

Va lento y parece ir en su propio mundo. Sus largas hebras rojas se pasean con gracia, como si hubiese música en su interior; sus caderas se sumen en un suave vaivén y sus cabellos imitan sus movimientos.

«Por favor. Por favor. Solo su nombre».

Cobra lo más rápido que puede y ya solo queda una persona en su caja. Comienza a temblar cuando la pelirroja se forma tras el hombre calvo que solo pagará unos rastrillos, trata de controlar el temblor de su voz al decir el precio, su cuerpo se estremece ante la rapidez que efectúa su labor ―porque el momento de hablar con ella, se acerca.

―Y aquí tiene su cambio, gracias por su compra.

El turno de la pelirroja llega y no tarda en esbozar una sonrisa. Se lo merece porque agradece que haya vuelto y porque le hace feliz verla ―jamás le había dado alguien sentido a la frase: "gracias por su compra, vuelva pronto"―. Su corazón bombea con fuerza cuando ella lo saluda igual: le sonríe y alza ligeramente su rostro para saludarlo.

«Lo recuerda».

«Es cortés con él».

«Simplemente perfecta».

―Buenas tardes.

Suspira mientras termina de poner todos los artículos sobre la caja. ―¿Dijiste algo? ―achica los ojos.

Él niega, siente vergüenza y mejor se centra en lo que se supone que le sale mejor: cobrar. Toma cada objeto y lo desliza para que la lectura del código de barras, arroje su precio. Al tiempo que se los pasa al joven botón para que lo meta en una bolsa, pone atención a las compras: «más dulce, más fresas. Más harina para hornear».

«Su nombre, cuál es su nombre». Se ordena en preguntárselo, lo había ensayado frente al espejo.

―Gracias por su compra, vuelva pronto ―al terminar de decir eso, se sonroja y se recrimina su estupidez: a falta de valor, dice idioteces.

Quisiera hacerla olvidar. ¿Estará bien meter su cabeza en una bolsa de plástico y ahogarse?

―Pero no he pagado ―hay una confusión en sus ojos que lo hace golpearse mentalmente.

―Lo siento ―se agacha para ocultar el color rojo de su rostro. En seguida titubea la cantidad a pagar.

La pelirroja se ríe y siente escuchar el hermoso sonido de un cascabel con su tan cantarina risa. ―Aquí tiene.

Se ve en la penosa necesidad de enderezarse, aunque quisiera desaparecer y no volver a ponerse tras una caja, para continuar con su trabajo. Ella no oculta su feliz sonrisa y se apresura en su trabajo, porque no hay descuento, ni oferta y ni promoción que lo salven de ese bochorno.

―Su cambio ―siente seca garganta al repetir esas palabras ―gracias por su compra… señorita ―«su nombre, pregunta su nombre».

―Erza.

Parpadea confundido, es como si le leyera el pensamiento. ―¿Cómo?

Su sonrisa se hace más grande y siente morir. ¿En verdad su corazón puede latir más? Pues sí, sí es posible, lo está viviendo en ese momento.

―Mi nombre ―repone.

Se miran unos segundos sin decir nada. Jellal siente que su corazón está en su garganta y le impide hablar «Erza es un lindo nombre». Y, a ella le parece tierno, aunque pronto se da cuenta de lo que está haciendo y se ruboriza con vergüenza.

Rompe el contacto visual. ―¿Y tu nombre?

―No importa.

«Maldición. ¿Así o más idiota?»

―Jellal ―repone de inmediato.

Achica los ojos y trata de decir algo, pero el carraspeo de otro cliente rompe sus presentaciones. Sus ojos bailan por todo el lugar, trata de escapar de ahí por la interrupción que la tiñe completamente de vergüenza. Toma las bolsas por impulso y sin mirar atrás.

―Vuelva pronto ―dice una vez que la pelirroja se aleja. Tiene la esperanza de volver a ver, ya sabe como se llama y le da por pensar que todo apenas comienza.

«Claro que volvería». Levanta su brazo para despedirse con la mano, sonriente y sintiéndose feliz de saber su nombre y con suerte, aprovecharía más la oferta de conocerlo.


:x

Pues como que lo cambié de idea porque lo que escribía, no se apegaba al guion: quería que Jellal trabajara, la conociera en el súper y de ahí, brincarme al inicio de clases donde se la encuentra y se siente avergonzado de su trabajo ―que mi cliché favorito es cuando Jellal es mártir XDD―, pero es más de mí hacerlo de esta forma: natural y fresca, según yo. Eso intento.

Gracias por leer. Seguiré pidiendo palabras random para hacer más fics jerza. Quizás de más parejas. Que mi gruvi gruvi no se hace solo.