El cielo azul, acompañado del suave sonido de las olas, brillaron ante los ojos del chico, cuando abría los ojos para despertarse de la placentera siesta que, al fin, pudo permitirse después de tantos días de jaleo. Se incorporó para observar el mar, tan sereno y destellante como siempre, solo para bostezar y volver la cabeza al suelo, solo para encontrar su cara mirándole, divertida. Riku pegó un bote inmediatamente, sorprendido de ver la cara de Kairi mirándole, tan juguetona como la recordaba.
-¡Kairi! –La chica rió– Me has dado un susto de muerte… –Continuó, llevándose la mano derecha detrás de la cabeza, para quitarse la arena del pelo.
-No me digas que tú también te has vuelto tan vago como él… –Dejó ir, sarcástica. Riku giró la cabeza para ver a Sora durmiendo, con una cara algo graciosa, con las manos separando su cabello de la arena.
-Miralo, durmiendo como si no pasara nada en el mundo… –Volvió a mirar a Kairi– ¿Qué vamos a hacer con él? –Ambos rieron, juntos, mientras lo miraban.
-Tú vas por el mismo camino… -Se incorporó la pelirroja– Vaya par de maestros estáis hechos… –Comenzó a alejarse, con las manos en la espalda.
-¡Ey, solo yo aprobé, ¿recuerdas!? –Le dijo en alto, para evitar que se fuese tan pronto.
-¡Tú espera, que te alcanzaré en nada! –Exclamó, justo antes de volverse, justo cuando una nube atravesaba el cielo y permitía que un rayo de sol iluminase su cara. –Despiértalo por mí, Riku. –Terminó, con una voz que casi sonaba como la de Naminé.
Riku se sorprendió al ver su rostro más pálido, y los rayos de sol casi volvían su cabello rubio. Al verla de nuevo, sus ojos brillaron ante el recuerdo de aquellos días en los que todo se reducían a un Sora durmiente, un combate continuo, y ella. El chico volvió a sentarse a su lado, solo para darle un pequeño golpe en el hombro.
-¡Ey! –Le exclamó, a lo que Sora saltó del suelo como si hubiese vuelto a tener la pesadilla que dos años antes decidió su destino.
-¡Wah! –Gritó, antes de comprobar quien lo había despertado– ¡Riku! ¿A qué ha venido eso?
-¿Se te ha olvidado qué día es? –Le contestó, con una media sonrisa. La sorpresa de Sora desapareció de su rostro, para captar un tono más serio.
-Sí… Hoy es el día en que su majestad nos lo contará todo. Hoy todo vuelve a comenzar. –Dijo. Riku se preocupó al ver que Sora comenzaba a estar serio, así que buscó alguna frase para animarlo.
-Y tú aquí echándote una siesta…
-¡Mira quién habló! –Le reprochó– ¡Solo vine porque tú estabas durmiendo aquí, donde solía hacerlo yo!
-¡Eh, llevo cuidándote los últimos dos años! Me merezco alguna siesta de vez en cuando, ¿no? –Riku volvió a estirarse en la cálida arena.
-Yo también me merezco una siesta… –Sora se estiró al lado– ¿O has olvidado que también tuve que cuidar de ti?
-Tranquilo, no lo he olvidado… –Riku cerró los ojos, escuchando las olas junto a su amigo. Varios segundos, los únicos ruidos que perturbaron su silencio fueron los del viento meciendo las olas del mar, que apenas rozaban sus pies cada cierto rato– No ha cambiado lo más mínimo, ¿eh?
-Nop. –Contestó Sora, con los ojos igual de cerrados.
-Tan pequeño, y sencillo como siempre… A veces no parece que haya otros mundos allí fuera. A veces parece que, de nuevo, siga siendo solo esta pequeña isla…
-¿Porque queríamos irnos? –Sora se giró, aún estirado, para mirar a Riku.
-No lo sé… Ahora que sabemos lo que hay allí fuera, creo que podemos entender la suerte de tener un lugar así. Un pequeño rincón de luz donde poder echarnos siestas, de vez en cuando.
-Oye Riku… -Comenzó, con su voz inocente.
-¿Hmm? –Riku abrió un ojo, para poder ver el rostro de Sora, tapado por su cabello.
-Tú… ¿te quedarías en esta isla? Si pudieras escoger, claro. Si tuvieses la oportunidad de no volver a salir, ¿lo harías? –El silencio cubrió, una vez más, aquella pequeña cala. El Riku en el que se había convertido recordó las conversaciones que solían tener, dos años atrás, cuando el mundo era muy distinto. Tras meditarlo, y sentir la oscuridad brotar de su corazón una vez más, anhelando conocer el mundo exterior, contestó con una pregunta.
-¿Lo harías tú? –La pregunta sorprendió a Sora, quien no tardó demasiado en responder.
-Eso depende de tu respuesta… –Los ojos de Riku continuaban cerrados.
-Pues… No lo sé. Supongo que si fueses a ver a su… quiero decir, a Mickey, no podría quedarme aquí sin más. Iría contigo.
-Entonces me quedaré. –Las manos de Sora tomaron el brazo de Riku, quien abrió los ojos, sorprendido, para ver como el chico se acurrucaba a su lado.
-No puedes. –Terminó. Cerrando los ojos una vez más.
-Lo sé… -Los dos volvieron a aquel silencio, que ya no era silencio, volviendo a escuchar las olas tocando sus pies, con el sol acariciando sus rostros.
-Sora… -Comenzó, Riku, cerrando los ojos con más fuerza. –Si este fuera tu último día en esta pequeña isla. Si supieras que, tras esta siesta, no fuésemos a volver jamás… ¿Entonces qué harías?
Riku notó a Sora moviéndose, justo cuando terminaba la respuesta. Y antes de que la última sílaba fuese pronunciada, las palabras fueron interrumpidas por un beso, suave y decorado por la brisa marina. Ambos se quedaron estáticos, bajo aquel momento, sus cuerpos paralizados por completo, y los dos con los ojos cerrados, nerviosos y asustados por aquel momento.
Riku tomó las muñecas de Sora y lo volvió contra la arena. La cara del chico estaba sonrojada, mientras de la de Riku estaba, al contrario, algo disgustada.
-¿Qué haces? –Le miró fijamente, Sora era incapaz de mirarle a los ojos.
-¿Qué harías tú? –Interrumpió– Si este fuera tu último día en las islas, si supieras que no vamos a volver, ¿qué harías?
Los ojos de Riku temblaron, ante la pregunta, teniendo a Sora debajo suyo, tapado bajo su propia sombra, completamente débil, confuso, y sonrojado. El rostro de Riku se precipitó contra el de Sora, para repetir el beso, ahora mucho más intenso y continuado. Sora intentó oponer resistencia, al principio, pero pronto quedó completamente sumiso, dejando el peso de su cuerpo descansar en la cálida arena de la playa, mientras Riku movia sus brazos hasta su espalda y sujetaba su cabeza con la mano derecha, para controlarlo con mayor facilidad. Sus piernas, comenzando a entrelazarse, temblaban ante el miedo de tener que detener aquel frenético momento y regresar a la torre de Yen Sid. Era demasiado tarde, ya nada podía frenar la oscuridad de Riku, y la luz de Sora era demasiado atractiva y perfecta como para hacerle entrar en razón. Ahora las olas del mar eran acompañadas por el ruido de sus besos, caricias, y la ropa frotándose la una a la otra.
-¿Porque será que tu corazón es igual…? –Le dijo– No necesito ninguna isla ahí fuera. No necesito tener un cielo iluminado por el sol o la luna, que me ilumine. –Su mano derecha volvió al rostro de Sora, para tomar su barbilla y mirarlo fijamente, obligando la mirada tímida de Sora a mirarlo ahora con ternura– Te tengo a ti, mi único cielo.
