Antes de nada, gracias por leer mis historias. Siempre es un placer ver que hay gente a la que le gusta.
En segundo lugar, me gustaría animaros a comentarlas y a ponerlas en vuestros favoritos. Aunque estén acabadas, sienta bien ver que las historias aún siguen vivas.
Y en tercero y último lugar, espero que os gusten tanto como me gustaron a mí.

A leer...

Argumento:

Tras la muerte de todos sus seres queridos, Rukia se traslada a un pequeño pueblo de Soria. Allí conocerá a un ángel solitario y enigmático que, como ella, huye de un pasado atormentado…

Tras la muerte de su abuela, Rukia se ve obligada a dejar Barcelona para trasladarse a Colmenar, un pequeño pueblo de montaña donde reside el único familiar que le queda con vida. Apenas se conocen, pero tendrán que convivir un año entero, hasta que Rukia cumpla los dieciocho.

Lejos de su casa y de su mundo, Rukia deberá enfrentarse a sí misma y a sus propios fantasmas, y mientras desentierra viejos secretos familiares, dos chicos totalmente diferentes, Kaien e Ichigo, despertarán la magia de su corazón dormido... con consecuencias imprevisibles.

EL BOSQUE DE LOS CORAZONES DORMIDOS

Mi vida es como una de esas películas de terror en las que todos los protagonistas van muriendo uno tras otro y sabes que pronto llegará tu hora. No importa lo que hagas para huir de ella. La muerte aguarda con paciencia su momento, agazapada tras tu sombra, dispuesta a sorprenderte cuando menos lo esperas.

En eso yo jugaba con ventaja, sabía que no andaba lejos. Tampoco me importaba. La había visto tantas veces de cerca que no la temía. A mis casi diecisiete años asumía el destino con resignación de quien conoce su suerte. Tras la muerte de mi abuela, el último ser querido que me quedaba, la incógnita de dónde acabarían mis días tardó poco en despejarse.

La Dehesa se convirtió en la antesala de mi fin; un lugar hermoso en el que aguardar mi turno. Lo comprendí cuando vi su reflejo en la ventana del viejo torreón. Era el rostro de un fantasma, o tal vez de la misma muerte.

Nunca imaginé que pudiera ser tan bella.

La Dehesa

Estaba lloviendo cuando mi tío vino a recogerme a la estación de autobuses. Al bajar del autocar, cerré los ojos y dejé que el viento suave del cierzo acariciara mi pelo y refrescara mis mejillas enrojecidas por el llanto. Un olor a madera y a tierra mojada me dio la bienvenida. A pesar de la fina lluvia y del tiempo, demasiado helado para principios de octubre, la fría acogida de aquel lugar me pareció incluso más cálida que la de mi tío.

- Tienes una pinta horrible, Rukia.

Esperé en vano la sonrisa burlona o el gesto cariñoso que suele suceder a una frase como aquella.

Tardé unos segundos en darme cuenta de que mi tío Byakuya no bromeaba. Solo había constatado un hecho: mi aspecto era espantoso. Hacía días que apenas probaba bocado y semanas que lloraba sin tregua.

La idea de refugiarme en aquel pueblo de la sierra no había sido mía. Sencillamente, no tuve otra opción. Tras la muerte de mi abuela, un mes después del suicidio de mi madre, yo estaba sola en este mundo. No tenía adónde ir. Muertos todos mis parientes en Barcelona, un asistente social localizó a mi único familiar vivo en un pueblecito de Soria. Apenas nos conocíamos, y no nos unía ningún lazo de consanguinidad, pero tendríamos que convivir hasta que cumpliera los dieciocho. Todo un año. Pasado ese tiempo, recuperaría el control de mi vida.

Por su semblante malhumorado entendí que no estaba muy conforme con mi llegada. Yo no era más que un improvisto incómodo; la sobrina de una mujer -la hermana de mi madre- de la que había enviudado hacía más de quince años.

"Solo será un año", me repetí a mí misma.

Pero lo cierto es que no sabía qué ocurriría conmigo pasado ese plazo. El piso de renta antigua en el que vivía con mi abuela había vuelto a manos de su propietario. Era un piso amplio, situado en Sant Gervasi. Estaba tan acostumbrada a vivir allí, que me costó entender que debía abandonarlo. Todos los recuerdos de mi infancia estaban en aquella casa y en aquel barrio acomodado de Barcelona.

Exiliarse en un pueblo de doscientos habitantes no era la mejor suerte para una chica de dieciséis años acostumbrada al bullicio de una gran cuidad, pero la idea de aislarme de todo, en el fondo, me atraía. Al menos allí no tendría que soportar las caras compasivas de mis compañeros de instituto. No les culpo. Perder a los dos seres que más quieres, de forma trágica y con tan poca diferencia, es algo que toca el corazón de cualquiera.

En las seis horas que duró el viaje hice memoria de mis veranos en el pueblo de mi madre. Ella vivía en todos esos recuerdos. Eran imágenes poco precisas. Yo era muy pequeña por aquel entonces. Traté también de imaginarme cómo sería Colmenar en la actualidad. Hacía más de diez años que no pisaba sus calles empedradas y sus bosques de prados verdes.

Desde el momento en que el autocar dejó la autopista para adentrarse en la comarcal que serpenteaba por los pueblos de Soria, me sentí extrañamente reconfortada. Unos altísimos pinos flanqueaban la estrecha carretera por ambos lados.

De alguna manera, noté la presencia de mi madre en aquel paisaje, como si su alma estuviera allí para recibirme. Evoqué su dulce sonrisa de los buenos tiempos, cuando la enfermedad aún no la había borrado de su bello rostro. El asiento vacío a mi lado me hizo comprender lo sola que estaba. ¡Me hubiera gustado tanto que me acompañara en aquel viaje! Mis dedos juguetearon con el colgante que conservaba de ella: una cadena con una diminuta llave de plata. Recordé el momento en que me lo había regalado y abrochado al cuello. No me lo había quitado desde entonces.

Al llegar, tuve la impresión de haber hecho un viaje al pasado. Colmenar parecía haberse congelado en plena Edad Media. Las casas de piedra gris, con tejados rojos y chimeneas cónicas, formaban una estampa muy distinta a la ciudad que había dejado atrás esa misma mañana. Alcé los ojos hasta el campanario y vi un enorme nido de cigüeña. Al fondo, las montañas verdes lucían sus cimas nevadas.

Byakuya me esperaba sentado en un banco, junto a la parada de autobuses. Supe que era él al instante. No había nadie más en aquella plaza. Tras su desconcertante frase de bienvenida, tomó una de mis mochilas y me hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera.

Di por hecho que íbamos a su casa, en el pueblo, así que me sorprendió que se parara junto a un Land Rover y metiera mis cosas en el maletero. Aun así, entré en el coche sin rechistar. No sabía adónde nos dirigíamos. Tampoco me importaba.

Salimos del pueblo en dirección al monte por un camino sin asfaltar. A las afueras, me fijé en un letrero que indicaba un lugar de producción apícola. Sabía por la abuela que la miel se producía desde hacía tiempo por los lugareños. Mi propio tío tenía colmenas en propiedad y se dedicaba al suministro de miel y mermelada ecológica a varios puntos de la comarca.

A medida que ganábamos altura, el paisaje se tornó más exhuberante. A un extenso bosque de helechos y pinos verdes se unían en ocasiones pequeños robles y hayas, cuyas hojas amarillas, ocres y naranjas inundaban el monte de colores otoñales. Reconocí en ellos el escenario de los cuentos y leyendas que me explicaron de niña. Durante unos segundos, creí incluso que algún hada o duende saldría a nuestro encuentro.

Aparté la mirada de aquel paraje y la enfoqué unos segundos en mi tío. Había algo en él que me aterraba. Conducía con el ceño fruncido y la boca prieta. No tendría más de cuarenta años, pero su indumentaria -una camisa de franela a cuadros y unos pantalones de pana con tirantes- le otorgaban un aspecto rural más propio de un anciano.

Aquel silencio incómodo me forzó a decir algo amable. El cielo se había vuelto negro.

- Tenemos encima una buena tormenta...

- No tendrías que haber salido de la ciudad. Este no es lugar para una chica como tú -dijo mi tío sin apartar la vista del camino de tierra.

- Yo ya no tengo un lugar... -murmuré.

- ¿De verdad no tienes a nadie en Barcelona? ¿Alguien que pueda cuidar de ti?

- Sé cuidarme sola. No necesito a nadie -protesté molesta.

En realidad, sí había alguien que se preocupaba por mí. La idea de que dejara el curso y me fuera a vivir con un pariente desconocido había despertado el recelo de Yoruichi, mi tutora en el instituto -y una de las pocas amigas que tuvo mi madre-. Antes de subir al autocar había insistido por enésima vez para que no me marchara. " Podemos hablar con el asistente social...", me había dicho; pero yo le mentí diciéndole que quería ir... Hubiera deseado tener más control sobre mí y contener el llanto que amenazaba en mi garganta en ese momento. Tragué saliva. Ella me acarició el pelo de una forma muy parecida a como lo hacía mi madre, y yo no pude evitar abrazarme a ella. Rompí a llorar. "No te preocupes por mí", le pedí entre sollozos. "Todo irá bien."

- Si no necesitas a nadie, ¿qué haces aquí? -dijo mi tío devolviéndome al presente.

- Soy una menor, ¿recuerdas? Necesito un tutor hasta que cumpla los dieciocho. Y tú eres mi único "familiar" -pronuncié esa palabra con desdén para ocultar la tristeza que me producía su actitud- que me queda.

- Lo sé -murmuró Byakuya suavizando un poco el tono-. Soy tu único familiar, pero también tu peor opción. No se me dan bien las personas.

No esperaba una gran acogida, pero saber que mi presencia molestaba tanto a mi tío hizo que de nuevo amenazaran las lágrimas en mis ojos. Me mordí el labio y controlé el deseo apremiante de dejarlas salir.

- Y, además, ¿qué pasa con tus estudios? ¿Has dejado el colegio?

- El instituto -le corregí-. No, no lo he dejado. Me he traído todos los libros. Estudiaré por mi cuenta y me examinaré en junio.

- Lo tienes todo controlado, ya veo -dijo mi tío esbozando algo parecido a una sonrisa-. ¿Qué tal anda tu economía?

- Tengo una pequeña pensión asignada para mis gastos, pero la herencia no podré tocarla hasta que sea mayor de edad.

Me extrañó que mi tío no estuviera al corriente de esos detalles siendo mi tutor legal. Aun así, continué:

- La abuela tenía unos ahorros... Y una propiedad. En el testamento se menciona algo sobre una casa, aunque creo que está medio en ruinas.

- Ya.

Sus facciones se contrajeron de nuevo y permanecimos callados el resto del camino.

La sintonía de "Bella's Lullaby" sonó en mi bolso para avisarme de la entrada de un mensaje nuevo. Solo era un recordatorio de la biblioteca para que renovara el carné de socia, pero suspiré aliviada al saber que mi móvil tenía cobertura en aquel inhóspito lugar.

.

Finalmente, llegamos a una aldea formada por dos casas de piedra y una antigua caballeriza. Una de las viviendas estaba medio derruida; la otra tenía aspecto de torreón. Había un cartel de madera en la entrada.

- La Dehesa -leí en voz baja. No era la primera vez que leía ese nombre...

Recordé vagamente ese lugar. Había un estanque de agua verde con nenúfares que me resultó familiar. me asaltó el recuerdo de un bote de cristal con una rana dentro y me visualicé de renacuaja con una enorme red anudada a un palo. Recuperar aquel recuerdo de mi infancia me hizo sonreír. Por fin un sentimiento agradable.

Byakuya entró en la casa con forma de torreón y empezó a sacar unas cajas con botes de miel y mermelada. Tenían un aspecto artesanal que me pareció encantador. Me costó imaginarme a ese huraño pariente etiquetando cada bote con aquella delicada caligrafía y anudando en ellos de forma primorosa una telilla de cuadros. Seguí sus pasos y le ayudé a cargar su dulce mercancía en el Land Rover. Cuando salió con la última caja, me quedé en el interior de la casa.

- No nos quedaremos mucho rato -me gritó desde fuera-. Tengo que hacer el reparto, pero antes te dejaré en Colmenar para que te instales.

Una vez liberada de cajas, levanté la vista de aquella enorme mesa de roble y contemplé el salón de estilo rústico que daba entrada a la casa. El doble acristalamiento de las ventanas y la madera bien pulida y barnizada me hizo adivinar una reforma reciente. La estancia destilaba la misma delicadeza con la que habían sido envasados aquellos botecitos.

Era un lugar sobrio pero acogedor. Las paredes de piedra contrastaban con la calidez de las vigas y el suelo, ambos de pino. Había una alfombra de lana junto a la chimenea y un sofá con mullidos cojines. La cocina de leña antigua estaba integrada en esa misma estancia. Y junto a ella, una escalera de madera conectaba el piso inferior con dos plantas más. Seguí el impulso de subir por ella.

En la primera planta había cinco puertas. Las abrí una a una. Solo hallé dos dormitorios y un baño arreglado. Supuse que mi tío pasaba temporadas puntuales en aquella casa. Aun así, se notaba que hacía tiempo que no la habitaba porque había polvo acumulado y un colchón enrollado sobre el somier de cada habitación.

Seguí escaleras arriba hasta toparme con una puerta maciza de roble. Estaba cerrada con llave.

Cuando bajé a la calle, ya había tomado una determinación. Seguí el ruido de un motor que provenía del establo. Mi tío lo había transformado en una especie de taller donde elaboraba sus productos artesanales. Además de la maquinaria y varias pilas de leña, dos bicicletas se apilaban en una esquina junto a un ciclomotor que mi tío trataba de poner a punto.

- Quiero quedarme aquí.

Mi tío apagó el motor y me miró fijamente unos segundos.

- Imposible.

Le miré con ojos suplicantes.

Deseaba estar sola con todas mis fuerzas. No tener que sonreír o poner buena cara, no tener que relacionarme con nadie; especialmente con él. La idea de convivir con mi tío me asustaba más que la soledad misma.

- Pero es que quiero quedarme...

- No es motivo suficiente.

- ¿Por qué no?

- Porque no. No es lugar para...

- ... una chica como yo. ¡Eso ya lo has dicho! Ni Colmenar ni la Dehesa son sitios para mí. Pero resulta que tú no me conoces. No tienes ni idea de cómo soy.

- Sé que eres una niña de ciudad. Llorona y frágil. Estás tan flacucha que saldrías volando en cuanto el cierzo soplara con un poquito de fuerza. Eso por no hablar de los lobos o los jabalíes hambrientos que se pasean por aquí en cuanto oscurece. Sacarían partido hasta de un saquito de huesos como tú.

- ¡Soy más fuerte de lo que crees! No tienes que preocuparte por mí.

- No me entiendas mal, Rukia. Tú no me preocupas lo más mínimo. Hasta hace unas semanas ni recordaba tu existencia. Pero ahora soy tu tutor legal y si algo te ocurriera tendría problemas. Vendrás conmigo a casa.

- Si no te preocupo nada, ¿por qué aceptaste mi custodia?

- Lo quiera o no, hay hilos que nos unen.

Aquella enigmática respuesta me dejó sin argumentos durante unos segundos. Después contraataqué.

- La Dehesa también es mi casa.

- ¿Cómo dices?

- Esta es la casa en ruinas que se menciona en la herencia, ¿verdad? La has arreglado y adaptado a tu negocio, pero estoy segura de haber leído ese nombre en el testamento.

Mi tío me lanzó una mirada cargada de resentimiento y desconfianza.

- Yo solo quiero quedarme un tiempo... -dije con voz lastimera.

- Maldita niña -murmuró entre dientes-. Eres tan testaruda como...

Sus palabras frenaran en seco.

- Como...

- No importa. Seguro que vas a hacer lo que quieras de todos modos...

Seguí sus pasos hasta la casona principal. La lluvia caía ahora de forma torrencial sobre nuestras cabezas formando una espesa cortina de agua.

No había electricidad, pero un generador abastecía la casa con una tenue luz. La caldera funcionaba con leña y el agua procedía de un depósito instalado en el tejado. Mi tío me mostró algunos aspectos prácticos de la casa y sacó un enorme cesta de mimbre de la alacena.

- Ya que vas a quedarte aquí, trata de ser útil. Recoge tantas endrinas, moras, freses y bayas silvestres como encuentres... ¿Sabrás reconocerlas, niña de ciudad?

- Las fresas son esas cositas rojas con un rabito verde, ¿verdad? -contesté con bravuconería.

No tenía ni idea de cómo era una endrina ni para qué diablos se utilizaba, o qué diferencia había entre una mora y una baya silvestre... pero preferí no decírselo a mi tío en aquel momento. ¡Ya me las arreglaría!

- No te alejes mucho del camino -continuó mi tío ignorando mi comentario-. Volveré en una semana para arreglarte el ciclomotor. Mientras tanto, puedes bajar al pueblo en bici o caminando. Solo hay diez kilómetros.

Mi tío despareció tras la puerta y regresó un minuto después empapado de pies a cabeza. Solo necesitó un viaje para entrar todas mis cosas. Estaba oscureciendo. Le acompañé a la salida.

- Una cosa más -dijo antes de esfumarse bajo la lluvia.

- ¿Sí?

- Si tienes problemas, no me llames.

To be continued...