Entropía
Asenath Blackwood provenía de una orgullosa familia de magos cuyas raíces se remontaban a la Escocia medieval. Era la menor de tres hermanos, todos ellos varones y estudiantes honoríficos de Hogwarts, en la casa Slytherin respectivamente.
En contra de las expectativas de su familia, ella fue seleccionada para Ravenclaw pero nunca se hizo demasiado escándalo por ello. Asenath podía enorgullecer su apellido en donde estuviera, era tanto su obligación como su meta personal.
Y eso era porque ella gozaba de una habilidad nata, una que muchos sólo poseían a través de hechizos o pociones para lograr un poco de su poder. Asenath era una experta en la Legeremancia.
Don que no fue pasado por alto en sus primeros años en la escuela, tanto por gente que le fascinaba como por quienes le causaban desconfianza. A la joven estudiante le resultó muy difícil enfrentarse a las miles de palabras que ella podía escuchar pero sabía que sus compañeros nunca decían. Si no hubiera heredado un profundo sentido de la paciencia y serenidad de sus padres, Asenath no dudaba de que habría terminado aplastada por la presión de su propio poder.
Y también estaba segura de que, si no hubiera sido por el Profesor Severus Snape, ella no habría encontrado una esperanza de superar el desafío que era su propio don.
Nunca cruzaron más que algunas palabras, preguntas perdidas entre las clases y la ubicación de determinados libros. Durante su actual tercer año en la escuela, Asenath se dió cuenta de lo que volvía al Profesor de pociones alguien especial.
No podía escuchar absolutamente nada de él.
Incluso cuando no pretendía hacerlo, que era en la mayoría de las ocasiones, los pensamientos de las personas se agolpaban en su mente como una ola furiosa. Si no podía escuchar sus palabras, podía notar sus sensaciones o emociones con respecto a algo. Con el tiempo y la costumbre, Asenath aprendió a bloquear gran parte de ellos y a conocer la rutina de cada pensamiento y sentimiento dependiendo en la clase en que se estuviese.
Y en la clase de Pociones era donde encontraba más paz.
Todos y cada uno de los pensamientos relacionados a esas horas de clase se resumían en miedo, odio y resentimiento hacia el Profesor, a excepción de algunos que sentían alguna clase de admiración o respeto pero eran escasos. Asenath se había acostumbrado a ese murmullo lejano que eran los pensamientos cuando trabajaba en sus pociones e incluso había asimilado el susurro furioso de Potter que siempre se ubicaba unos pocos asientos más atrás que ella.
Pero no se había dado cuenta hasta ese momento, que no podía escuchar nada que dijera o sintiera el Profesor Snape.
Asenath recordaba haberlo mirado cuando lo notó y se encontró con los ojos oscuros e intensos del Profesor, fijos en ella, como si la desafiara a intentar siquiera algo para leer sus pensamientos. Fue más que claro que ella nunca se atrevió. Aún así las miradas apenas decían algo y la mente de Asenath se llenaba más de preguntas que de respuestas; tan insatisfactoriamente contrario a su personalidad y el propósito de la casa en la que vivía. Sin embargo así sucedía, Snape parecía saberlo pero sólo mostró un rostro inexpresivo ante el descubrimiento de la joven.
Si, Asenath pensaba que el profesor de pociones guardaba un secreto y tenía que ver con su capacidad de bloquearla por completo. Podría decirse que casi se lo tomó como un desafío, instándole a superar sus habilidades y mejorar en su campo de la Legeremancia. No sería una alumna fiel a Ravenclaw si no buscara la forma de investigar la magia en todas sus expresiones.
Volvió su atención a sus pergaminos con serenidad al llegar a la resolución de sus futuras investigaciones. Pero sin dejar ni un solo momento de sentir la mirada penetrante de su profesor.
