Fandom: The Mortal Instruments.
Disclaimer: Los personajes le pertenecen a Cassandra Clare.
Claim: Sebastian/Isabelle.
Summary: Demonio con cara de ángel, adolescente con cuerpo de mujer; muecas que parecen sonrisas, lamentos que parecen gemidos.
Dedicado a: Mis dos esposas sexys, Mel y Analu. Besos, lindas:)


Nada es lo que parece.

Él la mira, ella sonríe. Pero ella no sabe que él la mira con ojos de depredador (en cambio, él está seguro de que ella es la presa). Ella habla, él ríe y ella sigue la corriente; un pie que choca con una pierna bajo la mesa, una mirada, «pásame la sal» y dedos traviesos. (Se enredan un segundo, se separan, se deslizan bajo el mantel hasta la falda).

Se muerde el labio, la uña se encaja; dolor, pasión, disimulo. «Sólo espera» y la mano se aleja, la sonrisa se borra, los ojos se apartan y los pies se desenredan. Pero sigue ahí, el latido, la sangre tibia, el demonio y la cazadora (y ella no sabe, no lo sabrá todavía).

Se acaba, se levantan, se alejan. Ella camina por el pasillo y no lo encuentra (pero él sí la mira, desde el marco de la puerta de su habitación). «Tardaste» con los brazos cruzados contra el pecho, un gruñido y andar grácil. Ella entra, él tras ella.

Cae el abrigo, la capa, la falda y la camiseta. Todo cae. Labios inquietos, caricias etéreas, sonrisas partidas; gemidos, mentiras, chillidos y jadeos; silencio, manos deteniéndose y luego volviendo a recorrer. Miradas oscuras, apasionadas, poseídas. Demonio con cara de ángel, adolescente con cuerpo de mujer; muecas que parecen sonrisas, lamentos que parecen gemidos; dolor, sangre y saliva. Ella y él son todo y nada de lo que parece.

Muslos suaves, piernas largas y vientre plano, cuerpo de modelo y cabello de estrella de cine. Sábanas enredadas, gemidos en la punta de la lengua, mentiras en los dedos, paciencia que se acabó, embestidas y rasguños. Gritos de nombres, respiraciones cansadas y luego silencio.

Silencio. Lágrimas y arrepentimiento. «No debimos hacer esto» sale de sus labios y él ríe tenuemente (ella es tonta; se cree la más lista y es tan ingenua), desliza la mano por su delgada cintura y ella gime bajo. «Pero sabes que seguiremos haciéndolo, Isabelle» dice entonces, ella asiente y él le besa entre los pechos con lentitud y la sonrisa maliciosa se apodera de sus labios.

Otro día más y más caricias bajo la mesa. Pronto se derrumbará el cuento de la pobre niña ingenua y, entre gotas de cristal producto de la agonía, ella se arrepentirá de todo verdaderamente.

«Te he llegado a querer» y nada es lo que parece.