¡Buenaaas!

De nuevo por estos lares, me sentí inspirada para hacer este fanfic que tendrá una secuela, obviamente, a ver si me da tiempo a escribirla hoy, sino mañana la tendréis sin falta.

Espero que os guste, dejarme una pequeña review y todas esas cosas que se suelen decir ;) ¡Au revoir!


Apodyopsis

Concéntrate, Maura, me reprendí a mí misma, forzándome a fijar la vista en los papeles esparcidos en montículos cuidadosamente ordenados. Tamborileé con el boli, dándole vueltas entre los dedos, jugando con él inconscientemente mientras trataba de descifrar las letras negras que yo misma había escrito tras finalizar la autopsia de la víctima.

Nunca me había pasado eso. Si de algo podía enorgullecerme, era de mi asombrosa capacidad para meter mis problemas personales o sentimientos en una caja cuando el trabajo lo requería. Esa común expresión de "estar en las nubes" o "no dar pie con bola" jamás podían aplicarse a mí. Y, sin embargo, hoy era incapaz de centrarme. Aquellas palabras claramente mecanografiadas no tenían sentido alguno, no conseguía entenderlas.

Resoplé, agotada solo de forzar la vista, y me levanté de la silla, rodeando mi mesa.

- Vamos – mascullé, apoyando las palmas en el borde del mueble e inclinándome sobre él.

Me senté de nuevo, abriendo el Pilot rojo y dejando escapar el aire que retenía en los pulmones en un largo suspiro. Fruncí el ceño y respiré profundamente, relajando la mente antes de comenzar a leer desde arriba del todo el informe, sabiendo que lo que había repasado anteriormente no servía de nada ya que no había prestado atención a lo que estaba escrito.

"Causa de la muerte: Múltiples puñaladas en el pecho que perforaron la arteria carótida común izquierda.

Arma empleada: Cuchillo A-F Desert Boker.Longitud total: 228 mm. Longitud hoja: 123 mm. Peso 210 gr. Hoja de acero inoxidable 440C.

Observaciones:La víctima presenta heridas defensivas de arma blanca en los antebrazos, realizadas durante el asalto; y marcas de ligaduras en las muñecas y tobillos, provocadas por el roce de la piel contra las esposas. Se recuperó un fragmento de la punta del cuchillo, incrustado en la clavícula."

Rodeé las últimas palabras e hice unas cuantas anotaciones explicativas al margen, unidas al texto mediante una flecha, un recurso necesario en caso de quedarme sin palabras en medio del juicio o no encontrar el modo adecuado de explicarlo, sin términos científicos que confundan al jurado. Jane me había rogado que simplificara mi declaración, parte del motivo de mi creciente dolor de cabeza.

Yo soy como soy, con mi charla al más puro estilo Wikipedia, como dice la detective.

No, Maura, terreno prohibido, me dije, sacudiendo la cabeza para sacar a la morena de mi cabeza. Pero ya era demasiado tarde, el daño estaba hecho y la concentración con la que había trabajado la última media hora se había desvanecido en el aire. Aunque técnicamente aquello fuera imposible. La sombra de una sonrisa se dibujó en mis labios al imaginar la cara que mi mejor amiga habría puesto si hubiera oído mi último pensamiento. Pero no podía permitirme pensar en ella, volvería al punto muerto del que tanto me había costado salir.

Y es que todos mis problemas eran por culpa de una mujer, Jane Rizzoli. La detective líder de la unidad de homicidios, mi mejor amiga. ¿Solo mejor amiga?, me susurró una vocecilla. Suspiré, sin saber qué contestar a aquella pregunta. No sabía qué me pasaba, no sabía qué era eso que se agitaba en mi interior cada vez que veía a la morena. O a lo mejor sí que lo sabía pero no quería admitirlo, no quería aceptar que los sentimientos que una vez fueron simplemente de amistad se estaban convirtiendo en ganas de algo más.

Una palabra suya, con esa voz ronca, grave y terriblemente sexy que ella tenía; un susurro en mí oído, inocente o no tanto, despertaba algo dentro de mí que me asustaba, algo que, hasta hacía poco, pensaba que solo podía provocarme un hombre. Un roce suyo, el sentir sus manos en alguna parte sobre mi piel, o su cuerpo contra el mío al abrazarnos, lograba que desprendiera una cantidad anormal de endorfinas, que un estremecimiento me recorriera de arriba abajo. Sus cálidos ojos marrones chocolate me proporcionaban una calma más profunda que la que se consigue con el Valium, me reconfortaban, me comprendían, me hacían reír y me tentaban. Y sus labios… Oh, sus labios. Me traían loca, me hipnotizaban. Tenían un color y una suavidad exquisita.

Ansiaba probarlos.

La puerta de mi despacho se abrió bruscamente, sobresaltándome, haciéndome despertar de golpe de mi ensoñación. Alcé la cabeza y me encontré con la sonrisa ladeada de la detective, mostrando diversión.

- ¡Jane! – exclamé, asustada.

- Perdona, no pretendía asustarte – se disculpó ella, cerrando la puerta tras de sí pero sin mostrar signo alguno de arrepentimiento en su cara. Estaba radiante. - ¿Qué? ¿Aprovechabas para echar una cabezadita? Porque te digo por experiencia que es más cómodo tu sofá. – comentó, haciendo un gesto con la cabeza.

- No, en realidad…

- ¡Ah! ¿Estabas pensando en mí?

Tragué saliva notablemente, abriendo la boca para contestar un rotundo "no" pero quedándoseme las palabras atascadas en la garganta. La cerré, asustada, sin saber si mis sentimientos se reflejaban de manera tan obvia en mi cara.

- Maur, era una broma – aclaró la morena, retirándose sus alborotados rizos de la cara, dejando una fracción de cuello a la vista en la que no pude evitar reparar. Su piel era tan suave y con ese peculiar aroma…

Carraspeé, apartando la vista y fijándola en los informes que seguían intactos encima de mi mesa.

- Ey, ¿estás bien? – preguntó Jane, preocupada ante mi silencio. Rodeó la mesa y se apoyó sobre el borde, justo a mi lado.

- Sí, sí, es solo que… - alcé la mirada de los papeles y fui consciente por primera vez de lo que llevaba puesto la detective. Había estado tan concentrada en mis propios pensamientos que no me había dado cuenta de que parte de ellos se habían hecho realidad. Deslicé lentamente mis ojos por sus largas y fuertes piernas, descubiertas por la falda negra de tubo que llevaba la morena, adornada con una blusa blanca que dejaba ver lo justo y necesario con su escote, y una americana negra con las mangas remangadas hasta mitad del antebrazo.

- ¿Que…? – inquirió, arqueando una ceja con intriga.

- ¿Eh? – Me aclaré la garganta, seca ante la cercanía de Jane – Que… - pensé con rapidez, buscando la excusa que había preparado antes de que se me quedara la mente en blanco - Que estoy teniendo dificultades a la hora de simplificar mis informes para la declaración.

La detective soltó una carcajada, el alivio abriéndose paso por su cara.

- ¡Pensé que era algo más grave!

- ¡Jane! ¡Esto es grave!

- Mira – atrapó mis manos entre las suyas y me mordí el interior de la mejilla, buscando mi autocontrol – si esto te va a causar tantos quebraderos de cabeza no lo hagas.

- Pero tú…

- Maur, has testificado muchas veces frente al jurado y todo ha acabado bien. Olvídate de lo que te dije, nunca tendría que haberte forzado a hacerlo.

- ¿Crees que nos ayudaría a ganar si lo simplifico? – pregunté al cabo de un rato, alzando la mirada de nuestras manos unidas, donde la había tenido fijada, admirando la comodidad que sentía, la naturalidad con la que nuestros dedos parecían unirse.

Jane resopló y alzó el dedo índice, pidiéndome que esperara un segundo.

- Realmente... – comenzó a decir, inclinándose hacia delante. Intenté apartar la vista pero no me dio tiempo y, una vez visto lo que no debía, ya no pude retirarla. La camisa se abrió, dejando al descubierto la suave lencería blanca que llevaba la detective bajo la ropa. Tragué saliva, o lo intenté, pero tenía la boca seca todavía. – Creo que este caso lo tenemos ganado ya – siguió la morena, quitándose los tacones negros y dejando escapar un suspiro de alivio al apoyar los pies descalzos en la mullida alfombra que había bajo mi mesa.

- ¿Ah, sí? – conseguí decir, aunque no estaba prestando mucha atención.

- Está bastante claro para el jurado.

- Eso no lo sabes, Jane.

- ¡Pero es que es obvio! – Exclamó la aludida, desembarazándose de la americana y dejándola apoyada en el respaldo del sofá. Volví a recorrer su delgado cuerpo con mi mirada, mordiéndome con fuerza el labio inferior. Ella comenzó a pasear frente a la mesa, dando círculos, dejando escapar su frustración, ajena totalmente a mi reacción. – ¿Te puedes creer que se presentó esta mañana dos horas tarde y tuvimos que esperar a que llegara? ¡El principal sospechoso del asesinato, al que estamos culpando, se atrevió a ser impuntual ante el juez más intransigente de todo Boston!

- Seguro que eso le hará perder puntos.

- Eso espero… - la detective se quedó parada frente a mí, con una mano en la cadera. - ¡Ni siquiera sé por qué tenemos que ir a juicio en casos así! – y reanudó su recorrido.

Desconecté totalmente de lo que estaba diciendo, mi mente demasiado ocupada deleitándose con su imagen paseándose ahí delante, como si me estuviera haciendo un pase de modelos privado. Moviendo exageradamente las manos, expresando su frustración y desacuerdo con el sistema actual, su blusa se pegaba y desprendía de su cuerpo, dejando entrever lo que escondía debajo. Su falda se ajustaba a la perfección a sus caderas, marcando sus curvas, sin dejarse un solo detalle, haciendo que sus piernas parecieran infinitamente largas, fuertes y moldeadas, con el moreno perfecto y correspondiente a la estación actual. Ya no llevaba los tacones, pero no hacía falta, podía imaginármela perfectamente con ellos, además, así la diferencia de altura entre ambas no era tan notable.

Jane dejó de pasear para mirarme, expectante, como esperando mi respuesta a algo que ella había dicho o preguntado. Algo que yo no había escuchado por estar tan abstraída. Me levanté de la silla, saliendo de detrás de la mesa y dirigiéndome hacia la puerta del despacho.

- ¿Te vas?

No contesté, me limité a echar el pestillo y giré sobre mis tacones, enfrentándome a la mirada de total confusión de la detective. Me acerqué a ella con determinación, dejando caer al suelo la cazadora de cuero por el camino, comprobando fugazmente que las cortinas de mi despacho estaban corridas, tal y como las había dejado yo esa misma mañana. Me paré a escasos centímetros de la detective, observando sus labios húmedos y ligeramente entreabiertos, listos para recibirme; y sus ojos con las pupilas dilatadas, oscurecidos por algo que esperé que fuera deseo. Rodeé su cara con mis manos y la atraje hacia mí, uniendo nuestros labios con rabia, toda el ansia acumulada escapando como si de un animal enjaulado se tratase.

Ella tardó unos segundos en responderme, sorprendida, pero cuando lo hizo, enganchó ambos índices en las trabillas de mis vaqueros, tirando de mi cuerpo para pegarlo totalmente al suyo, respondiendo a mi beso con fiereza, devorándonos mutuamente como si nos fuera la vida en ello.

Y quizá era así.

Ahora que por fin habíamos dado el paso, nos faltaba tiempo. Y nos sobraba la ropa. Tiré de su blusa para sacarla de la apretada falda, desatando los botones tan rápido como podía sin romperlos, no queriendo estropearle la prenda. Pronto esta cayó al suelo, a nuestros pies, junto con mi jersey. La empujé con gentileza hasta que su culo se topó con el borde de la mesa y dejé sus labios para probar su tentador cuello, mordisqueando cada centímetro de piel al descubierto.

Mis manos se deslizaron de su cintura a su espalda, subiendo en una larga caricia hasta el broche de su sujetador, y estaba tratando de abrirlo cuando Jane giró bruscamente, cambiando nuestras posiciones y siendo yo la que acabó con el culo apoyado sobre la mesa. Sin poder esperar más, necesitando sentir su cuerpo totalmente desnudo contra el mío, su piel sobre mi piel, la aparté suavemente, alejándola de mí.

- ¿Maura? – inquirió, mirándome con el pelo revuelto, los ojos brillantes y los labios enrojecidos.

Le puse un dedo sobre sus labios, acallándola, y me giré, tirando todos los papeles que había sobre la mesa, sin preocuparme que cayeran con estrépito al suelo ni que se mezclaran unos con otros. ¿Qué más daba eso cuando tenía a Jane Rizzoli en ropa interior pegada a mi espalda?

Seguí despejando mi mesa, los labios de la detective recorriendo mi espalda, dejando un húmedo camino tras de sí, estremeciendo hasta el último nervio de mi cuerpo.

Cuando estuvo totalmente vacía, la superficie de madera brillando bajo la tenue luz que se colaba a través de las persianas, volví a encarar a la morena, recorriendo su mejilla con las yemas de mis dedos, delineando sus labios y cada curva de su cara para luego bajar por su cuello hasta su pecho.

- ¿Maur? – susurró ella.

Cubrí sus labios con los míos, deslizando mi mano por su espalda hasta llegar al broche de su sujetador, soltándolo por fin. La prenda cayó al suelo, entre nosotras.

- ¡Tierra llamando a Mauraaaa!

Parpadeé, saliendo de mi ensoñación, y encontrándome con los ojos marrones de Jane a escasos centímetros de los míos. Pero tenían un brillo divertido y no lujurioso. Los labios de la morena estaban curvados en una gran y divertida sonrisa, de un rosa pálido. Se había apoyado sobre los informes, ambas palmas extendidas sobre las hojas, echando el peso de su cuerpo sobre sus brazos, inclinándose hacia mí desde el otro lado de la mesa, que seguía con los papeles encima, en orden, sin signo alguno de una aventura amorosa.

Me sonrojé, avergonzada, y, a la vez, sin sentirme para nada culpable, solo preocupada de que mi mejor amiga pudiera leer en mi cara lo que acababa de imaginarme.

- ¿De verdad estás bien? – inquirió Rizzoli.

- Ejem… Solo me he despistado unos segundos.

- ¿Unos segundos? Te has quedado embobada un buen rato – se río, apartándose el pelo de la cara.

Me vino a la mente el recuerdo de la suavidad de esos rizos entre mis dedos, la sensación de apresarlos en mi mano y las cosquillas que provocaban en mi cuerpo desnudo. Me sentía acalorada y horriblemente excitada.

- Ven – la morena entrelazó sus dedos con los míos y tiró de mí hacia el sofá, empujándome los hombros para que me sentara.

Por un momento pensé que se iba a colocar encima de mis piernas, pero ella simplemente se acomodó a mi lado, mirándome todavía con clara curiosidad.

- ¿Qué es lo que ronda en esta preciosa cabecita?

- Nada – me apresuré a contestar.

- Maura, no me mientas o te saldrá urticaria.

Resoplé, dándome por vencida, sabiendo que no podría mentirle por mucho que me esforzara. ¡Era una detective, olía las mentiras desde metros de distancia!

- Está bien.

- Vale, te lo volveré a preguntar. ¿En qué pensabas?

- Estaba sufriendo un episodio de Apodyopsis.

- ¿De qué? – preguntó Jane, arqueando las cejas al máximo, sin saber cómo tomarse mi respuesta.

- Dije que te contestaría, no que te lo explicaría.

- ¡Maur! – protestó la morena.

Oculté una sonrisa, aprovechando que estaba de espaldas a ella, caminando hacia mi mesa. Giré al llegar, apoyándome contra el borde, tal y como había hecho en mi fantasía.

- Si me disculpas, tengo informes que simplificar – contesté, con una sonrisa torcida.

- ¡Venga ya! – Ante la falta de reacción por mi parte, se levantó, refunfuñando – Que sepas que pienso investigar eso que me has dicho.

- Adelante – dije, observándola salir por la puerta de mi despacho, contoneándose con una sensualidad de la que no era consciente. Al cabo de cinco segundos, sus alborotados rizos volvieron a asomarse por un lado.

- ¿Cómo dijiste que se llamaba?

- Apodyopsis.

Asintió, regalándome una sonrisa fugaz antes de desaparecer de nuevo, murmurando para sí misma la palabra. Contuve una risa, sabiendo que, para cuando llegara a la planta de homicidios, ya se le habría olvidado y jamás sabría que, lo que había pasado, era que la había desnudado mentalmente y había tenido una fantasía con ella.

Y lo volvería hacer.